San Pío V, defensor de la Civilización Cristiana, “inflamado de espíritu de
cruzada” (cf. “Historia de los Papas”, de Ludwig v. Pastor)
Algunas actitudes de Venecia despertaban la
sospecha de que buscaba un arreglo bajo cuerda, que dejaría a España sola ante
el Imperio turco. Y así la unión por la que trabajaba con perseverancia San Pío
V se seguía demorando.
En cierto momento, gracias a Dios, declaró
estar dispuesta a participar de una expedición conjunta si contara con el
apoyo de naves y un Almirante del Papa, a lo que Su Santidad debió acceder a
disgusto.
Marcantonio Colonna, gran representante de la Nobleza
romana más fiel al Papado y más combativa
Se perfilaba la espinosa cuestión de
designar un Almirante para la flota auxiliar. Con gran astucia y sabiduría San
Pío V escogió a Marcantonio Colonna, destacadísimo noble romano de 35 años, que
había contribuido con tres galeras propias a conquistar el Peñón de
Vélez.
En mayo de 1570 llegaba un correo de
España. Traía la declaración de que Felipe II estaba dispuesto a entablar
negociaciones para concretar la liga. El Papa se conmovió hasta las lágrimas.
En un festivo domingo de junio, el
Almirante Colonna hizo su entrada a caballo en el Vaticano, espléndidamente
ataviado con traje de guerra, acompañado por la Nobleza romana.
En la capilla papal, después de la misa,
prestó juramento y subió las gradas del trono para recibir de las manos sagradas
del Papa el bastón de mando y el estandarte. Era de seda colorada y traía la
imagen del Crucificado, entre el Príncipe de los Apóstoles y el blasón de San
Pío V, con el lema que diera el triunfo a Constantino: In hoc signo
vinces (“con este signo vencerás”).
La designación de Colonna fue recibida con
alegría por los italianos y su acierto comprobado con el entusiasmo y dedicación
que mostró en preparar la flotilla del Papa. En la Nobleza romana encontró
óptima predisposición de participar en la gloriosa empresa.
En
Loreto se encomendó Colonna junto con su flota a la protección de la Madre de
Dios y puso manos a la obra, no sin grandes dificultades.
El 1º de julio comenzaron las
conversaciones para formalizar la liga a continuación de un discurso del Papa
“inflamado de espíritu de cruzada” (Pastor, p. 561).
Las diferencias, resquemores y
desconfianzas las hubieran hecho fracasar, a pesar del peligro inminente; sólo
la paciencia y ecuanimidad del Papa santo fue capaz de lograrlo, debiendo
dominar su fogoso temperamento con titánica fuerza de voluntad.
Se discutía contra qué enemigo se haría la
liga, qué proporción de los inmensos costos y cuántos barcos aportaría cada
parte, y muchos otros asuntos que daban lugar a las más tormentosas disputas.
Señorial retrato del Cardenal Granvela, por Antonio
Moro. Representó fielmente a Su Majestad Católica Felipe II y fue uno de los
artífices de la Liga contra el Islam promovida por el santo Papa
España, grande y abnegada, a pesar de sus
tremendos problemas financieros, asumió generosamente cubrir la mitad de los
costos, y finalmente lo hizo hasta un 60% (Walsh).
Faltaba decidir una gran cuestión: quién
tendría el mando supremo de la flota. Venecia argumentaba que su bandera
atraería más ayuda en la zona insular que sería teatro de la batalla; España –de
acuerdo al lugar que el mismo Papa le señalara a su Rey- tenía idéntica
aspiración. Con buen espíritu decidieron someterse a la decisión del
Pontífice.
Fue una nueva ocasión en que se tornó
patente su inspirada sabiduría. Su elección –tintineando en su mente las
palabras del Evangelista “hubo un hombre enviado de Dios, cuyo nombre era
Juan…”- recayó sobre el medio hermano de
Felipe II, el joven príncipe don Juan de Austria, admirado por su brillante
triunfo en la azarosa guerra contra los moriscos.
A fines de julio un correo comunicó la
decisión de Felipe II de que la flota genovesa se uniera a la veneciana bajo las
órdenes del Almirante de la flota papal, Colonna. La alegría de Su Santidad fue
grande… ¡pero qué decepción le tocó sufrir! El intento de maniobras conjuntas
fue un completo fracaso. La flota dejó pasar la temporada sin lograr nada. No
sólo eso. Los heroicos defensores de Nicosia debieron capitular, en septiembre,
ante los turcos. Estos rompieron la palabra dada y 20.000 cristianos cayeron
víctima del afán homicida de los musulmanes.
El valeroso Marcantonio Bragadino, bárbaramente
torturado a muerte por los esbirros mahometanos de Lala Pashá (abajo)
La noticia afectó el ánimo de los
defensores de la capital, Famagusta, capitaneados por el probado guerrero
Marcantonio Bragadino, decidido a pelear hasta la última resistencia. Quedó
abandonado a su suerte. En la toma de Famagusta, fue bárbaramente torturado a
muerte por los turcos.
Los venecianos se quejaron de la falta de
colaboración de la flota genovesa. Las tormentas destruyeron una cantidad de
naves.
El dolor y disgusto del Papa por la vuelta
sin combatir de una flota de esa magnitud fue indescriptible. Chipre quedaba
librada a su propia suerte.
Juan Andrea Doria, Almirante de la flota genovesa al servicio de
España
San Pío V envió a Pompeyo Colonna a
presentar su amarga queja ante el Rey Católico y a exhortarlo a concretar su
entrada en la liga. Mientras tanto, redoblaba sus oraciones y las procesiones,
mientras continuaban -por parte de España y de Venecia- las nubes que amenazaban
la liga. Felipe II quería que, en caso de que una de las partes abandonase la
liga, recayesen sobre ella penas canónicas.
La República de San Marcos no quería saber
nada al respecto. ¡Oh misteriosa fuerza de las penas salvíficas de la Santa
Iglesia en la conciencia de los hombres!
Pero en este calvario, cuando todo parecía
estar listo, surgían nuevas disensiones. La cuestión de quién representaría a
don Juan de Austria en caso de ausencia frenaba el asentimiento final del Rey
Católico. Ante estas dilaciones, que le parecieron sospechosas, el Santo Padre
escribió de su propia mano una misiva, pidiéndole una inmediata definición so
pena de cerrar las tratativas con España –sin dejar de apoyar a Venecia en la
inminente lucha.
En Roma se temía que no habría arreglo con
España, y que los venecianos harían un acuerdo con los turcos –¡un final trágico
de imprevisibles consecuencias!
San
Pío V, como hábil timonel, había sabido conducir las tratativas a través de los
arrecifes de tantas objeciones, desconfianzas y asuntos litigiosos. Cuando su
paciencia llegaba al límite, contemplaba el gran objetivo, y recuperaba una
prodigiosa serenidad …
El peligro turco no se mantenía de brazos
cruzados: cada vez más ciudades estaban amenazadas. Sólo en Roma por influencia
del Papa se percibía plenamente el alcance del peligro del Islam para toda
Europa.
A comienzos de marzo de 1571, llegó la
respuesta de Felipe II, pareciendo conducir al arreglo final.
La diplomacia francesa de Carlos IX, guiada por
fuerzas que secretamente favorecían al enemigo de la Cristiandad, llevaban a
cabo un trabajo de zapa para hacer fracasar los esfuerzos de San Pío V contra
el peligro turco
A esta altura, el rostro del Papa se
hallaba marcado por señales de tristeza y disgusto. El Nuncio en Venecia le
comunicaba que el Senado veneciano
alargaba las cosas. Hoy no se resolvía el acuerdo porque había una
fiesta; al día siguiente tampoco, porque el Dux estaba enfermo… Se hacía sentir
en la trastienda el peso de un poderoso partido que privilegiaba los intereses
comerciales por encima de todo, trabajaba duramente contra la Liga y aconsejaba
aceptar los ofrecimientos de paz que un Agente francés traía en nombre del
Sultán. Plinio Corrêa de Oliveira seguramente le hubiese llamado el partido de
los “sapos”…
La situación sumió al Papa en honda
tristeza. Pero no cejaba en sus afanes y mantenía constantes reuniones con los
Cardenales. Uno de ellos le aconsejó mandarlo a Marcantonio Colonna como enviado
especial a la ciudad de los canales. Junto con el Nuncio Facchinetti continuaron
presionando hasta lograr las condiciones de poner un plazo que, una vez vencido,
implicaría la renuncia de la Señoría a la Liga. Finalmente, tuvieron
éxito.
Colonna, vuelto a Roma, fue recibido de
inmediato por el Papa. El 19 de mayo corrió el rumor de que las tratativas
–mantenidas en secreto por orden del Pontífice- habían concluido, y que la liga estaba formada. Era cierto
pero… surgieron nuevas pretensiones que el Papa debió aceptar.
El 25 de mayo, tras la solemne lectura, fueron aprobados los
artículos de la Liga por todos los Cardenales, y jurados por el Papa y los
enviados de España y Venecia. El domingo 27 se comunicó formalmente el feliz
suceso. Altos dignatarios hicieron conocer públicamente la esencia y metas de la
unión ofensiva y defensiva entre el Papa, el Rey de España y Venecia contra el
Sultán y los estados musulmanes vasallos, Argelia, Túnez y Trípoli.
Grande fue la alegría de Pío V por la
conclusión final de la Triple Alianza. Hizo acuñar una medalla recordatoria y
anunció un Jubileo general para implorar la bendición del Señor de las batallas
sobre la fuerza de combate cristiana.
Venecia no dejó de poner a prueba
nuevamente la paciencia del Papa, postergando por un tiempo el anuncio oficial
de la Liga.
Expresivo del espíritu de cruzado del
Vicario de Cristo –dice el historiador
de los Papas, Ludwig von Pastor- es su esfuerzo, apenas concluida la Liga, para
ampliarla y fortalecerla con otras potencias católicas.
Mandó enviados papales ante diversas
cortes, cuya presencia constituyó un apostolado anti-renacentista contra la
corriente. Debían evitar recibir regalos, limitar las visitas a lo necesario, no
participar de banquetes, cacerías y comedias –apropiadas, en una medida
equilibrada y dentro del espíritu católico, para la vida de corte, pero
impropias de miembros del Clero-, vestirse con modestia, celebrar la misa y
comulgar.
La entrada a la Liga quedaba abierta al
Emperador y a todos los restantes príncipes del orbe cristiano, aunque ninguno
más se sumó a la cruzada…
Entretanto, el Santo Padre, defensor de la
Cristiandad, disponía los aprestos necesarios para el combate, deseando que
tuviera lugar cuanto antes. Un testigo escribió: “en Roma no se ven más que
soldados”. Con estos esfuerzos, la flota papal estuvo lista el 21 de junio.
¿Qué pasó luego, cuando todo parecía
preparado para el desenlace final? ¿Había llegado el momento del esperado golpe
al poderío musulmán? Lo veremos en la próxima nota.
Fuentes consultadas:
Ludwig von Pastor „Geschichte der Päpste – Im Zeitalter der katholischen Reformation und
Restauration – Pius V (1566-1572)”, Freiburg im Breisgau 1920, Herder & Co.,
p. 539 y ss.)
William Thomas Walsh, “Felipe II”
Fr. Justo Pérez de Urbel, “Año Cristiano”, Ed. Poblet, Buenos
Aires
Leopold von Ranke, „Die Römischen Päpste in den letzten vier
Jahrhunderten“, t. 1, Gutenberg-Verlag Christensen & Co., Wien
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El Papa del contraataque salvador (III) – Esfuerzos
titánicos