La leyenda de los tres Reyes
Magos, por el Abad de Marienau (s. XIV)
♦
Para despertar nuestra inocencia y amor a la sublimidad, y ser como niños,
según el consejo de NSJC...
Los Santos Reyes adorando al Divino
Rey en el pesebre y presentándole sus regalos - Beato Angélico
Una rica leyenda escrita por un autor
medieval que recoge muchas tradiciones populares en que se combinan la
imaginación, la historia y la Revelación, que ayuda a admirar el misterio
de los Tres Santos Reyes
Los Reyes Magos ejercieron una poderosa
atracción sobre la Cristiandad medieval. Su generosidad, espíritu de fe y de
aventuras, y su grandeza, despertaron gran fascinación en las almas sedientas
de maravilloso.
Caballeros y
peregrinos traían de Tierra Santa narraciones acerca de los
misteriosos personajes reales que formaron la leyenda. El docto Johannes von
Hildesheim, fecundo escritor, Abad de Marienau, y profesor en
Avignon y París (s. XIV), fue un destacado recopilador de estos relatos, cuya
versión de la leyenda encantaba al propio Goethe. Veamos algunos pasajes de
este relato penetrado de un perfume de inocencia, propio de la auténtica
Navidad (*).
Primeros fieles de la gentilidad
“Todo el mundo de Oriente a Occidente
alaba y honra a los Tres Santos Reyes. Como fulgurantes rayos de sol brilla su
fama. En la tierra del Levante se desarrolló su vida corporal. Allí buscaron al
verdadero Dios Hombre, lo adoraron y le trajeron sus dones, tan ricos en
significado.
“Fueron estos primeros fieles de la
gentilidad los primeros paganos que se convirtieron e hicieron votos de
castidad y pureza y llevaron una vida santa”. Sus reliquias se veneran en la
portentosa Catedral de Colonia, elevada en su honor.
El Monte de las Victorias
La Montaña de Vaus, en la India,
llamada también Mons. Victorialis –Cerro de las Victorias- sobresalía por su
altura sobre todas las demás. Allí los Indos mandaban vigías para anunciar
cualquier peligro por señales de fuego o de humo, según la hora. El profeta
Balaam había anunciado: “surgirá una estrella de Jacob y derribará a todos los
hijos de Set” (los enemigos de Dios).
Los ancianos pagaron generosamente
vigías y ellos mismos subieron al Monte Vaus para observar si, de día o de
noche, de cerca o de lejos, aparecía una estrella o una luz inesperada,
debiendo comunicarlo de inmediato.
La profecía se mantuvo por mucho tiempo
en todos los pueblos de Oriente. Había una estirpe de “los nobles de Vaus”; a
ella pertenecía el rey Melchor, que regaló el oro al Niño Dios.
También existía en Oriente la ciudad de
Akkon, de magnificencia legendaria. Allí se dirigieron desde la
India los nobles de Vaus, construyendo un poderoso castillo de esplendor real.
Conservaba una corona de oro recamada de gemas, piedras preciosas y perlas.
Tenía inscripciones con letras del alfabeto caldeo y el signo de la cruz, además
de una estrella. Habría pertenecido a Melchor, que también era rey de Nubia.
Dios obró por ella milagros en honor a los tres reyes. Cuando alguien caía
víctima de apoplejía, se la ponían sobre la cabeza y enseguida se levantaba,
curado.
Vigilia en lo alto del cerro
Aumentaba entre los gentiles el deseo de
que se cumpla la profecía de Balaam, sobre la cual, aunque paganos, no tenían
la menor duda. Buscaron doce hombres sabios y dignos y los enviaron al cerro.
Cuando uno moría, otro lo reemplazaba. Su misión era descubrir la estrella y
advertir el Nacimiento del Hombre al que las estrellas servían.
Era el mejor lugar para contemplar el
firmamento y tenía un espacio destinado a un fin especial que fue cumplido
después del Nacimiento: levantar una capilla. Allí pusieron una columna
finamente labrada sosteniendo una estrella que giraba con el viento y brillaba
a lo lejos.
La estrella se levanta sobre la montaña
de Vaus
A la misma hora en que nacía el
Salvador, se levantaba sobre el Monte de las Victorias una estrella.
Lentamente, como si fuera un águila, permaneciendo inmóvil sobre la cumbre.
Iluminaba al mundo entero.
Ni siquiera el sol del mediodía lograba
oscurecerla. Tenía la figura de un niño y el signo de la cruz. Una voz se oyó
de la estrella diciendo: “Hoy ha nacido el Señor, el Rey de los Judíos, que es
la esperanza y el Señor de los gentiles. ¡Id, pues, buscadlo y adoradlo!”
Los reyes se ponen en camino
Los que vieron y oyeron esto se
atemorizaron, admirados, pero no dudaron que fuese la estrella anunciada por
Balaam.
En la India, Caldea y Persia, los tres
reyes recibieron la noticia, llenos de alegría de que les fuera
permitido vivir los días de bendición en que apareciera el astro.
No se conocían entre sí ya que sus
reinos quedaban distantes, pero recibieron la noticia al mismo tiempo. Se
prepararon debidamente, con regalos de profunda significación, vestimentas
magnificas y lujo real, con caballos, mulas y camellos, y una larga comitiva, y
partieron a buscar y adorar al Rey recién nacido, que sentían tan por encima de
ellos . Por eso se vistieron del modo más rico y distinguido y enviaron una
gran caravana con comida, bebida y bastimentos.
La estrella los guiaba en el camino.
Durante el día descansaban y a la noche andaban, ya que su brillo era como el del
sol.
Eran tiempos de paz. Las puertas de las
ciudades estaban abiertas. Los habitantes de los reinos que recorrían se
atemorizaban y llenaban de admiración al ver a estos reyes con sus grandes
escoltas, que viajaban de noche alumbrados como en el día. Nadie sabía de dónde
venían ni hacia dónde iban. Dejaban los caminos marcados por los cascos de
incontables animales. Largo tiempo se habló de esto en Oriente.
Encuentro en Jerusalén: alegría de los
buenos y terror de los malos
“Por diversos caminos llegaron a
Jerusalén. Al tener noticia uno del otro se abrazaron llenos de alegría,
relatándose el milagro que los reunía allí para el gran acontecimiento esperado
por los siglos. Conocieron que ésa era la ciudad real que sus antepasados
conquistaran varias veces esperando encontrar al Rey recién nacido”.
Frente a semejante comitiva, tan bien
equipada cuanto inesperada, Herodes y los habitantes tuvieron miedo: era tan
grande que los muros no podían contener la multitud de hombres y animales. La
mayor parte acampó en las afueras, como un ejército alrededor de la urbe.
Sobre la reacción de Herodes y los
doctores, que les informaron que el rey habia nacido “en Belén de Judá”,
comenta el autor:
“Los doctores sabían desde antes del
Nacimiento del Señor, y conocían el lugar de su Natividad. Luego, no tuvieron
excusa por su falta de fe y su negativa posterior”. Citando a San Gregorio,
añade: “Los judíos tenían el espíritu de profecía pero estaban ciegos y no
veían a Aquel de quien tantas cosas habían anunciado. Negaban que Cristo
hubiese nacido pero sabían que nacería. Conocían hasta el lugar de
su Nacimiento y lo anunciaron a Herodes a su pedido”.
Los reyes llegan a Belén, guiados por la
estrella
Por el camino a Belén encontraron a los
pastores, que les anunciaron el mensaje del Angel; los Magos les dieron ricos
presentes.
Poco antes de llegar se engalanaron con
las más finas vestimentas reales. La estrella los condujo hasta un pesebre,
deteniéndose sobre él en el cielo. Un fulgor maravilloso iluminaba la caverna,
y, al entrar, vieron al Niño con María, su Madre, cayeron de rodillas y lo
adoraron. Luego abrieron sus cofres y le ofrecieron sus dones: oro, incienso y
mirra de sus reinos.
Los dones significaban tres propiedades
de la Persona de Nuestro Señor Jesucristo: majestad divina, poder real y
mortalidad humana.
El incienso significa sacrificio, el oro
tributo y la mirra se utiliza para enterrar los muertos, en espera de la
resurrección. La santa Fe los ofrece continuamente honrando al verdadero Dios,
verdadero Rey y verdadero Hombre.
El oro es un símbolo de honra y
templanza virginal, que representa la castidad de los reyes; el incienso,
refuerza la idea de pureza sumada a la de devoción y entrega; y la mirra,
símbolo de mortificaron, refleja el carácter pasajero de la carne, que por obra
de Dios resucitará.
Los tres reyes besaron el suelo frente
al pesebre y las delicadas manos del Hijo de Dios. Con modestia y sacralidad
depositaron sus dones cerca de la cabeza del Niño. Algunos habían pertenecido a
Alejandro Magno y luego a la reina de Saba, que los llevara al templo, de donde
fueron robados cuando la destrucción de la ciudad real.
Pobreza, intimidad sacral y grandeza
Encontraron al Niño en tan grande
pobreza como les dijeran los pastores. En la humilde vivienda brillaba la luz
de la estrella milagrosa con tanta intensidad que todos parecían encontrarse en
llamas. Tan absortos estaban que de sus cofres tomaron lo primero que les vino
a la mano. El rey Gaspar, con lágrimas en los ojos, trajo un envase con mirra.
Un temor sagrado se apoderó de ellos, sumidos en profunda contemplación. Oyeron
a la Ssma. Virgen decir suavemente, con la cabeza algo inclinada: “Dios sea
alabado”.
Entre los dones se encontraba una esfera
dorada que perteneciera a Alejandro Magno. Por su lado de orgullo humano, al
tomarla el Niño Jesús, se convirtió en polvo y ceniza.
Como la roca, que, sin obrar humano, se
separó de la montaña, y como en la terrible visión de Nabucodonosor, en que el
ídolo se convirtió en polvo y ceniza, así también nació Cristo de una Virgen,
sin intervención humana. Rebajó a los orgullosos que se sienten poderosos y
elevó a los humildes de corazón, como los Santos Reyes Magos.
El poseía, en su deliberada pobreza y
pequeñez, el poder de convertir en nada la esfera que representaba al mundo, y
de mover las almas para edificar una civilización en que se haga su voluntad,
así en la tierra como en el Cielo.
……………….............................................................................................................….
*
La Leyenda de los Tres Santos Reyes („Die Legende von den heiligen Drei
Königen“, Ed. DTV, Munich, 1963). Textos del original traducidos por
nuestra Redacción. Apareció en el Boletín Nobleza y élites tradicionales
análogas el 5 de enero de 2014.
...........................................................................................................................................................
"Ya vienen los Reyes, por el arenal,
y le traen al Niño una torre real..." - Villancico
Los villancicos son un manantial de
inocencia brotado de la tradición católica de los más variados pueblos.
Recomendamos a nuestros lectores los maravillosos cánticos navideños del
Conjunto Pro Música de Rosario, que pueden hallarse fácilmente en
internet.