Venerada Imagen de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder - Juan de Mesa - Sevilla
Observando el semblante de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder
Cada nuevo paso hacia el Calvario
agrava insondablemente el diluvio de dolor que atormenta al Redentor. Tan
grande es el sufrimiento que expresan sus ojos, que se diría que la vida se
está extinguiendo en su humanidad santísima.
Su mirada parece estarnos diciendo:
'He alcanzado el auge de la postración. Mis fuerzas están extenuadas. Es tan
atroz el dolor que tan sólo me resta un pequeño vestigio de vida…; hasta
reflexionar me resulta ya casi imposible. Pero resistiré. Llegaré hasta lo alto
del Calvario, iré hasta el final, porque esa es la voluntad de mi Padre'.
¡Oh reflexión y determinación
inconcebibles! Son las dos primeras notas que llaman la atención al contemplar
ese adorable rostro.
¿Qué reflexiones expresa esta
mirada divina? Al parecer coinciden en la mente del Salvador, en este momento
del Vía Crucis, varios pensamientos. Son las reflexiones que ha ido haciendo
desde el comienzo de la Pasión
y que ahora forman un cuadro de conjunto profundamente doloroso, lacerante, y
que envuelve su alma en una bruma de dolor .
Por una parte, hace un juicio exacto,
y por lo tanto severo, de la gravedad del crimen que se practica en su contra. Agravado por la
sensación terrible de la brutalidad con que es tratado, y de la clamorosa
injusticia que lo envuelve. Se suma a todo esto un análisis de la ingratitud de
los que lo atormentan. Pues todos ellos, cada uno en particular, fue objeto del
divino apostolado, fue blanco del ardiente deseo que tenía de salvarnos. Muchos
fueron consolados y otros aún perdonados por sus pecados.
Por otra parte parece reflexionar
sobre la expiación que es necesario hacer, derramando la totalidad de su sangre,
para redimir al género humano. Y, en el origen de todo, una resolución inconmovible,
como si dijese: 'quiero llevar a cabo por completo esta expiación supremamente
dolorosa’. Y más allá de todo este mar
de ignominia, de ingratitud y de infamia de los hombres, en el rostro del Redentor
se transluce la determinación con la que carga el madero de la Cruz. Quiere salvar a
los hombres, y lo sufrirá todo para darle la debida gloria al Padre y rescatar
al género humano. Este es el pensamiento dominante, el pensamiento central. Los
labios parecen murmurar: 'Sé que, sufriendo, rescato a los hombres. Sé que mi
Padre acepta este rescate. Por lo tanto, Yo lo quiero!'
'Scio et volo': sé y quiero. He aquí la síntesis
supremamente grandiosa de sus divinos pensamientos.
San Francisco de Sales comenta la
alegría que siente, en lo más profundo de su alma, el varón justo que sufre la
probación en la aridez espiritual. Analizando más atentamente la augusta Faz,
se advierte una nota de felicidad que asoma por detrás de ese océano de dolor.
La certeza de estar cumpliendo la voluntad del Padre celestial le produce, en
el fondo del alma, una felicidad que los dolores que hacen sentir atrozmente su
presencia en su fisonomía adorable no permanecen ocultos al observador atento.
¡Qué gran lección para nosotros!
Intoxicados por la falacia generalizada de este mundo neopagano en que vivimos,
nos resistimos a comprender el significado sobrenatural del dolor y de la
muerte. El placer y el gusto constituyen nuestro anhelo de vida. Y al dolor lo
vemos como algo monstruoso, que no queremos que perturbe nuestra existencia.
Vivir y gozar... El sufrimiento nos aterra. De este modo, nos negamos a
reconocer la precariedad de las cosas terrenas; a reconocer el papel sublime
del holocausto por amor a Dios, y no aceptamos que la felicidad se encuentra al
pie de la Cruz.
Jesús sufre y no devuelve los golpes
de sus enemigos. Es torturado con satánica ferocidad. Un espíritu superficial
pensaría que tiene, en grado sumo, la mansedumbre y la resignación de un
cordero pero no la energía y la capacidad de ataque del león.
¡Qué inmenso y funesto engaño! El que
es capaz de soportar tantos tormentos con semejante fortaleza, lo es también de
las mayores ofensivas. Tan sólo el hombre dispuesto a sufrir lo inimaginable posee
el vigor de alma necesario para los grandes combates. Nuestra capacidad de
luchar por Dios estará siempre en proporción a la capacidad de sufrir por Él.
Para quien sepa analizar esta
sagrada Faz -desfigurada por el dolor pero marcada por una inconmovible
resolución de cumplir enteramente la voluntad del Padre Eterno- resulta ser la
fisonomía del combatiente por excelencia. ¿Qué héroe o cruzado puede
presentarnos la Historia
que se le pueda comparar?
La piedad popular lo venera bajo la
advocación de "Jesús del Gran Poder". ¿Cómo discernir en ella las
manifestaciones de tal poder? ,
Las fuerzas del Redentor van disminuyendo
a cada instante. De hecho, está 'quebrantado, agotado, aniquilado', como
exclamó Bossuet. La fe, no obstante, nos enseña lo que los ojos de la carne no.
logran ver.
Es el Hombre-Dios y conserva,
velada por su trágico aplastamiento, toda su Omnipotencia. Todo cuanto quiera
lo obtendrá inmediatamente del Padre.
Bastaría un mero acto de su
voluntad para que todas las heridas se curasen y el vigor retornase a su
cuerpo. Bastaría un gesto para que los enemigos cayesen, fulminados. Pero como
su deseo es redimir a los hombres, permanece en su tan impresionante y
dilacerante flaqueza. Su objetivo es salvarnos y, en cuanto Salvador, está triunfando.
La epopeya del Divino Redentor no
termina en las sombras del sepulcro. Transcurridos tres días de luto sobre toda
la tierra, amanecerá el día del triunfo espléndido, la fecha de la gloriosa
Resurrección. En ella, el Salvador manifestó, por excelencia, su 'gran poder':
el poder de Quien, con sus propias fuerzas, derrota la muerte y vuelve a la
vida.
Plinio Corrêa de Oliveira(*)
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(*) Texto extraído de una
conferencia, sin revisión del autor
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