miércoles, 27 de octubre de 2010

"...el noble hogar fue modelo de seriedad y bienandanza...en medio de la corrupción de costumbres"

La Emperatriz Da. Isabel de Portugal, mujer de Carlos V, por Tiziano (s. XVI)
Da. Isabel de Zúñiga, Condesa de Monterrey, por Juan Carreño de MIranda (s. XVII)
Los historiadores y publicistas revolucionarios se dedicaron a denigrar sistemáticamente la Nobleza sembrando prejuicios igualitarios que dificultan al hombre de nuestros días comprender los tesoros de tradición encarnados en las familias señoriales. Saben que por el orden natural de las cosas debe existir una clase dirigente y tratan de impedir así que ésta sea tradicional, que sea un modelo de excelencia y de vida elevada y conforme a la ley de Dios, cuya vigencia en la sociedad combaten con todo su furor y mala fe.
Poniendo las cosas en su lugar, la doctrina tradicional de la Iglesia enseña que la virtud es la primera condición de la auténtica Nobleza o de la aristocracia. Y que la condición noble es propicia para la práctica de virtudes, lo que se comprueba con la gran cantidad de santos nobles, desde San José, Príncipe de la Casa de David, y la Santísima Virgen ("fulgurante, nacida de sangre real", como le canta la liturgia - ver en este sitio comentario al texto de San Pedro Julián Eymard) en adelante.
Transcribimos el siguiente texto, de la pluma vivaz de Gregorio Marañón. El renombrado médico y escritor madrileño pinta un momento histórico particular, en que "virtuosísimas" señoras aristocráticas, modelo de madres de familia de todas las clases, sostenían su hogar en una época de corrupción de costumbres y decadencia.
Tal realidad histórica podemos admirarla en los magníficos retratos de la Emperatriz Isabel y de Da. Isabel de Zúñiga, Condesa de Monterrey, que reflejan al vivo el ambiente y la formación noble en una civilización cristiana:
“…había una Doña Francisca, que poseía la nobleza suprema de la hermosura; y por ser bellísima casó nada menos que con el tercer Conde de Fuensalida, una de las más altas figuras de la Nobleza toledana.
Murió pronto Don Pedro en aquel palacio vecino de la iglesia de Santo Tomé, que guarda el milagro del Conde de Orgaz en el lienzo de el Greco; quizá en el mismo aposento donde, más adelante, había de morir también la gran Emperatriz Doña Isabel.
El otro Don Pedro, el de Olivares, vencedor de los comuneros, y en edad y condiciones de casarse, se fijó en esta “viuda de poca edad, rica y muy hermosa”; de jerarquía insigne, por su sangre y por su primer matrimonio; y, sobre todo esto, virtuosísima.
Hubo boda; y la vida confirmó el acierto de la elección del guerrero, pues el noble hogar fue modelo de seriedad y bienandanza; tradición que heredaron los de su hijo y nieto, en medio de la corrupción de costumbres que invadía ya la sociedad española y aseguraba el ocaso del Imperio.
Son las tres Condesas de Olivares, a saber: esta Doña Francisca de Ribera y Niño, esposa de Don Pedro; Doña María Pimentel, consorte de Don Enrique, y Doña Inés de Zúñiga, la del Conde-Duque (*), tres ejemplares admirables de esas mujeres españolas, de todos los tiempos y de todas las clases sociales, colaboradoras calladas de la obra del esposo, sostén y lustre del hogar; de fina inteligencia; rectas hasta el heroísmo (…). Sin duda, han sido y son ellas las depositarias de las virtudes esenciales de la raza y las transmisoras de su vitalidad moral a través de los accidentes infinitos de nuestra historia”.
G. Marañón, El Conde-Duque de Olivares, p. 13
(*) Nota: anterior a la retratada por Carreño de Miranda
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Algunos textos
Siendo la aristocracia elemento necesario de una sociedad bien constituida, parece natural… que se salven las aristocracias históricas, que de ordinario conservan grandes virtudes; y que al mismo tiempo se creen otras aristocracias.
Plinio Corrêa de Oliveira

"Aristócratas son los mejores", de acuerdo al sentido etimológico de la palabra, que "lleva embebida en sí la idea de perfección…, de virtud".
… "la aristocracia tiene hábitos virtuosos". … por los cuales sobresale.
Son virtudes fundamentales de ella "la perfección moral y el amor al pueblo".
Cardenal Herrera Oria
Ver textos completos en este mismo sitio - Apéndice IV de "Nobleza y élites tradicionales análogas" : "La aristocracia en el pensamiento de un Cardenal español...": http://aristocraciacatolica.blogspot.com/2009/05/la-aristocracia-en-el-pensamiento-de-un.html

jueves, 21 de octubre de 2010

[Iglesia y formas de gobierno] La monarquía constituye en sí misma el mejor régimen de gobierno por ser el que más fácilmente favorece la paz

11. La monarquía constituye en sí misma el mejor régimen
de gobierno por ser el que más fácilmente favorece la paz

Además de los textos pontificios anteriormente citados como testimonio de la doctrina social de la Iglesia sobre la presente materia, juzgamos oportuno añadir algunos textos representativos del pensamiento de Santo Tomás de Aquino sobre el mismo tema, tomando en consideración el destacado lugar que la doctrina de este Santo Doctor ocupa en la formación tradicional católica.

Enseña Santo Tomás de Aquino en
De Regimine Principum:

“12. Sentadas estas premisas [a saber, que compete a los hombres vivir en sociedad y es indispensable para ello que sean rectamente gobernados por algún jefe], es necesario indagar qué conviene más a la provincia o ciudad, si ser gobernada por muchos o por uno solo. Para ello debemos atender al fin del gobierno.

“En efecto, la intención de cualquier gobernante debe mirar a esto, a procurar la salud del pueblo que tomó bajo su mando, como es función del gobernador de la nave llevarla al puerto de salvación eludiendo los peligros del mar. Por tanto, siendo el bien y la salud de la sociedad la conservación de su unidad, que es la paz, sin la cual desaparece la utilidad de la vida social, y siendo la disensión tan perjudicial a la misma sociedad, lo que debe intentar ante todo el rector de la sociedad es procurar la unidad de la paz. La paz social no es materia de consejo para el gobernante, como no es materia de consejo para el médico la salud del enfermo que se le confía. Pues nadie debe someter a consejo el fin intentado, sino los medios para conseguirlo. Por eso el Apóstol, recomendando la unidad del pueblo fiel, dice a los Efesios, 4, 3, que sean solícitos en conservar la unidad del espíritu mediante el vínculo de la paz. Por consiguiente, cuanto más eficaz sea un gobierno para conservar la unidad de la paz, tanto más útil será, ya que llamamos más útil a lo que mejor conduce al fin. Ahora bien, es manifiesto que mejor puede causar la unidad lo que es de suyo uno que lo que es múltiple, lo mismo que la causa más eficaz para calentar es lo que es cálido por naturaleza. Es, pues, más útil el gobierno de uno que el de muchos.

“13. Es también cierto que si muchos disienten entre sí son incapaces de conservar la multitud. Pues tratándose de muchos se requiere una cierta unidad para que puedan gobernar de algún modo, al igual que necesitan unir fuerzas los operarios que quieran arrastrar la nave a un determinado sitio. Ahora bien, la unión resulta de la aproximación a la unidad. Por tanto mejor gobierna uno que muchos que se acercan a la unidad.

“14. Es más, las cosas naturales proceden perfectamente, pues en cada una obra la naturaleza, que es lo perfecto. Ahora bien, todo régimen natural obedece a un solo principio, pues entre la multitud de los miembros hay uno que mueve a los demás, esto es, el corazón; y entre las partes del alma hay una facultad principal que preside a las demás, esto es, la razón. También las abejas tienen un rey, y en el mundo universo un solo Dios es el autor y gobernador de todo. Todo lo cual es muy razonable, pues toda multitud se deriva de la unidad. Por consiguiente, si las cosas que proceden según arte imitan a las que proceden según naturaleza, y la obra de arte tanto es mejor cuanto más se asemeja a lo que es natural,
hay que reconocer que el mejor régimen en la sociedad humana es el monárquico.

“15. Esta misma conclusión comprueba la experiencia, porque las provincias y ciudades que no son gobernadas por uno solo sufren disensiones y fluctúan sin paz, de modo que parece cumplirse lo que lamenta el Señor por el profeta Jeremías, 12, 10, diciendo: Muchos pastores han entrado a saco en mi viña. Por el contrario las provincias y ciudades regidas por un solo rey gozan de paz y florecen en justicia y gozan de abundancia de bienes. De ahí que el Señor prometa a su pueblo por los profetas como un gran don darle un solo jefe y que haya un solo príncipe en medio de ellos.”1

A esta explicación del Doctor Angélico, el eminente tomista P. Victorino Rodríguez, O.P. 2 añade la siguiente glosa que enriquece con otros textos del propio Santo Tomás:

1) Libro I, cap. II.
2) Fiel discípulo del renombrado P. Santiago Ramírez O.P., su maestro de Filosofía Escolástica, ha publicado más de 250 libros y artículos sobre temas filosóficos y teológicos. Entre los primeros se destacan: Temas clave de Humanismo Cristiano y Estudios de Antropología Teológica.
El P. Victorino Rodríguez, O.P., actualmente Prior del convento de Santo Domingo, el Real, de Madrid, fue profesor en la Facultad de Teología de San Esteban de Salamanca, y Catedrático en la Pontificia Universidad de dicha ciudad. Es actualmente profesor del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid, miembro de la Real Academia de Doctores de la misma ciudad, y de la Pontificia Academia Romana de Teología.

“Preferencia del gobierno monárquico para conservar la paz social. Es indudable que la paz, en su sentido positivo y dinámico de ‘tranquila libertad’ (Cicerón, II Philipp., c. 44) o ‘tranquilidad del orden’ (San Agustín, De Civitate Dei, XIX, 13, 1), es factor principalísimo del bien común, por no decir síntesis de todos sus elementos integrantes, aspiración de todo gobierno honesto. Ahora bien, la paz, en lo que tiene de orden o unidad, tiene naturalmente más directa y estrecha vinculación con una forma unitaria o monárquica de mando que con otras formas de gobierno más pluralistas o diversas. Es un aspecto de preferencia de la forma de Estado monárquico bien subrayado en estos capítulos: por razones intrínsecas de unidad, por analogías con el orden natural, por la enseñanza de la historia y por su conformidad con el gobierno teocrático. Luego veremos también en qué sentido un gobierno democrático tiene sus ventajas en orden a la paz social.

“Sobre el aspecto subrayado aquí nos dejó [Santo Tomás] otra página espléndida en la Suma Teológica, I, 103, 3: ‘El mejor gobierno es aquel que se hace por uno solo. La razón es porque gobernar no es otra cosa que dirigir las cosas gobernadas a su fin, que es algún bien. Ahora bien, la unidad es de la esencia de la bondad, como prueba Boecio, en el III De consolatione, por el hecho de que así como todas las cosas desean el bien, así desean la unidad, sin la cual no pueden existir, pues en tanto una cosa existe en cuanto es una; por eso vemos que las cosas resisten a su división cuanto pueden, y que su desintegración proviene de la deficiencia de su ser. Por consiguiente la intención de quien gobierna una multitud es la unidad o la paz. Ahora bien, la causa propia de la unidad es aquello que es uno, pues es claro que muchos no pueden unir y concordar lo que es diverso si ellos no están de algún modo unidos. Por tanto lo que es esencialmente uno puede ser mejor y más fácilmente causa de la unidad que muchos unidos. En conclusión, la multitud es mejor gobernada por uno que por muchos.’”1


1) Santo TOMAS DE AQUINO, El Régimen Político, Introducción, versión y comentarios de Victorino Rodríguez O.P., Fuerza Nueva Editorial, Madrid, 1978, pp. 37-39.

Fuente: Plinio Corrêa de Oliveira, "Nobleza y élites tradicionales análogas - en las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza Romana" - APENDICE III - "Las formas de gobierno a la luz de la doctrina social de la Iglesia: en teoría - en concreto - A- Textos pontificios y de otros autores sobre las formas de gobierno:
monarquía, aristocracia y democracia" (t. I, pp. 213 y ss.).


domingo, 3 de octubre de 2010

La verdadera democracia no es incompatible con la monarquía, puede darse en las monarquías como en las repúblicas (Apéndice III)


El Kaiser Francisco José de Austria, como joven Emperador (1), y rodeado de su pueblo (2)

5. La Iglesia Católica no encuentra dificultades
en ponerse de acuerdo con las diversas formas de gobierno

De la encíclica Dilectissima nobis (3/6/1933), de Pío XI:

“La Iglesia Católica no tiene preferencias por una u otra forma de gobierno y, con tal que sean salvaguardados los derechos de Dios y de la conciencia cristiana, no encuentra dificultades en ponerse de acuerdo con cualquier sistema político, sea monárquico o republicano, aristocrático o democrático.”2

2) AAS XXV [1933] 262.

6. La verdadera democracia
no es incompatible con la monarquía


Del radiomensaje pronunciado por Pío XII en Navidad de 1944:

“La democracia, entendida en sentido amplio, admite varias formas, y puede darse tanto en las monarquías como en las repúblicas. (…)

“El Estado democrático, sea monárquico o republicano, debe –como cualquier otra forma de gobierno- estar investido del poder de mandar con una autoridad verdadera y efectiva.”1

1) Discorsi e Radiomessaggi, vol. VI, pp. 238, 240

7. La Iglesia Católica admite cualquier forma de gobierno
que no contradiga los derechos de Dios ni los de los hombres

De la alocución de Pío XII al Consistorio secreto extraordinario (14/2/1949):

“La Iglesia Católica (…) admite cualquier forma de gobierno, siempre que no contradiga los derechos de Dios ni los de los hombres. Si esto ocurre, los sagrados Obispos y todos los fieles conscientes de sus propias obligaciones deben oponerse a las leyes injustas.”2

2) Discorsi e Radiomessagi, vol. X, p. 381

8. Para determinar la estructura política de un país,
es necesario tomar en consideración
las circunstancias de cada pueblo

De la encíclica Pacem in Terris (11/4/63), de Juan XXIII:

“No se puede establecer una norma universal sobre cual es la forma de gobierno más conveniente, ni sobre cuales son los sistemas más adecuados para que los gobernantes ejerzan sus funciones, tanto las legislativas como las administrativas, y como las judiciales.

“En realidad, al determinar cómo ha de gobernarse un país o de qué modo han de ejercer sus cargos los gobernantes no se puede dejar de tener muy en cuenta la situación actual y las circunstancias de cada pueblo, las cuales, evidentemente, cambian según los lugares y las épocas.”3

3) AAS V [1963] 276.


Comentario de Pelayo
Los textos anteriores dejan en claro dos principios muy importantes, que la mayoría de las personas lamentablemente desconocen:




  • que la democracia puede darse en una república como en una monarquía;


  • y que la Iglesia admite cualquier forma de gobierno que no contradiga los derechos de Dios ni de los hombres.


Los sistemas populistas contradicen los derechos de Dios y de los hombres. En ese caso, enseña Pío XII, los Obispos y los fieles tienen la obligación de oponerse. ¡Qué importante es recordar esta verdad silenciada!

9. La Iglesia no manifiesta preferencia por
sistemas políticos o soluciones institucionales

De la encíclica Sollicitudo Rei Sociales (30/12/1987), de Juan Pablo II:
“La Iglesia, por lo tanto, no propone sistemas ni programas económicos y políticos, ni prefiere unos u otros con tal que la dignidad del hombre sea debidamente respetada y promovida, y se le deje a Ella misma el espacio necesario para ejercer su propio ministerio en el mundo.”

De la encíclica Centesimus Annus (1/5/1991), de Juan Pablo II:
“La Iglesia respeta la legítima autonomía de orden democrático, pero no puede imponer a su antojo uno u otro tipo de ley o constitución. La contribución por ella aportada en este orden es precisamente aquella visión de la dignidad de la persona, que se revela en toda su plenitud en el misterio del Verbo encarnado.”

10. La estructura fundamental
de la comunidad política es fruto de la
índole de cada pueblo y del curso de su historia
De la Constitución Gaudium et Spes (1965), del Concilio Vaticano II:
“Los hombres, las familias y los diversos grupos que constituyen la sociedad civil son conscientes de su propia insuficiencia para organizar una vida plenamente humana, y comprenden la necesidad de una comunidad más amplia, dentro de la cual reúnan todos cotidianamente sus fuerzas, siempre en busca de lo mejor para el bien común. Por eso constituyen los hombres comunidades políticas de acuerdo con diversos modelos. La comunidad política nace, pues, por causa del bien común, en el cual encuentra su plena justificación y sentido, y del cual recibe su autoridad primigenia y propia. (…)
“Las formas concretas mediante las cuales la comunidad política dispone su propia estructura y la organización de sus poderes públicos pueden variar según las diferentes índoles de los pueblos y el curso de su historia; siempre han de servir para formar un hombre cultivado, pacífico y benéfico para con todos, en provecho de toda la familia humana.”1
1) Sacrosanctum Oecumenicum Concilium Vaticanum II – Constitutiones, Decreta, Declarationes, Typis Polyglotis Vaticanis, 1974, pp. 801-802, 803..