Plinio Corrêa de Oliveira
"Legionario",
28 de septiembre de 1947 (trechos) En la fiesta de Santa Teresita del Niño Jesús, Doctora de la Iglesia, "la mayor Santa de los tiempos modernos" (San Pío X) presentamos este artículo de uno de sus más grandes devotos, "el Cruzado del siglo XX"* (*título de la biografía de Roberto de Mattei)
Los grandes
pecadores son los hijos enfermos para cuya cura se prodigan los tesoros de
la Iglesia. Los grandes santos son los hijos sanos y activos que reponen, a
todo momento, en el tesoro de la Iglesia, riquezas nuevas que sustituyan las
que se emplean con los pecadores.
Todo esto nos
permite establecer una correlación: para los grandes pecadores, grandes gastos
del tesoro de la Iglesia. O esos grandes gastos se reponen con nuevos lances de
generosidad de Dios y de las almas santas, o las gracias se vuelven menos
abundantes y el número de pecadores aumenta.
De ahí se deduce
que nada es más necesario para la dilatación de la Iglesia que enriquecer
siempre y siempre su tesoro sobrenatural con nuevos méritos.
Evidentemente, se
pueden adquirir méritos practicando la virtud en cualquier parte. Pero existen,
en el jardín de la Iglesia, almas que Dios destina especialmente a este fin.
Son las almas que Él llama a la vida contemplativa, en conventos reclusos,
donde unas almas privilegiadas se dedican especialmente a amar a Dios y a
expiar por los hombres. Estas almas piden a Dios con coraje que les mande todas
las probaciones que quiera, si con eso se salvan numerosos pecadores. Dios las
flagela sin cesar, de una manera u otra, cogiendo de ellas la flor de la piedad
y del sufrimiento para, con esos méritos, salvar nuevas almas.
Consagrarse a la
vocación de víctima expiatoria por los pecadores: no hay nada más admirable.
Tanto más cuanto que hay muchos que trabajan, muchos que rezan; pero, ¿quién
tiene el coraje de expiar?
Este es el
sentido más profundo de la vocación de los Trapenses, de las Franciscanas,
Dominicas y de las Carmelitas, entre las cuales floreció la suave y heroica
Santa Teresita.
Su método fue
especial. Practicando la conformidad plena con la voluntad de Dios, no pidió
sufrimientos ni los excusó. Que Dios hiciese de ella lo que quisiese. Jamás le
pidió a Dios, ni siquiera a sus superioras, que apartaran de ella un dolor.
Jamás le pidió a Dios o a sus superioras una mortificación. Su camino era una
plena sumisión. Y, en materia de vida espiritual, una plena sumisión equivale a
una plena santificación.
Su método se
caracteriza, además, por otra nota importante. Santa Teresita del Niño Jesús no
practicó grandes mortificaciones físicas. Se limitó simplemente a las
prescripciones de su Regla. Pero esmerándose en otro tipo de mortificación:
constantemente, mil pequeños sacrificios. Jamás la propia voluntad. Jamás lo
cómodo, lo deleitable. Siempre lo opuesto de lo que pedían los sentidos. Y cada
uno de estos pequeños sacrificios era una pequeña moneda en el tesoro de la
Iglesia. Moneda pequeña, sí, pero de oro de ley: el valor de cada pequeño acto
consistía en el amor a Dios con que se hacía.
¡Y qué amor
meritorio! Santa Teresita no tenía visiones, ni siquiera los movimientos
sensibles y naturales que a veces hacen tan amena la piedad. Aridez interior
absoluta, amor árido, pero admirablemente ardiente, de la voluntad dirigida por
la Fe, adhiriéndose firme y heroicamente a Dios en la atonía involuntaria e
irremediable de la sensibilidad. Amor árido y eficaz, sinónimo, dentro de la
vida de piedad, de amor perfecto...
Gran camino,
camino simple. ¿No es simple hacer pequeños sacrificios? ¿No es más simple no
tener visiones que tenerlas? ¿No es más simple aceptar los sacrificios en vez
de pedirlos?
Camino simple,
camino para todos. La misión de Santa Teresita fue la de mostrarnos una vía que
todos pudiésemos surcar. Ojalá nos auxilie para recorrer este camino real que
llevará a los altares no apenas una u otra alma, sino a legiones enteras.
tomado de www.pliniocorreadeoliveira.info
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