miércoles, 25 de noviembre de 2020

La designación de alcaldes y regidores en los Cabildos del Virreinato del Perú, del que la Argentina formó parte de los ss. XVI al XVIII: por qué eran llamados "padres de la patria"

El imponente Cabildo histórico de Salta


 ...Los veremos en acción analizando el Cabildo, institución clave, base de la aristocracia católica existente dentro de la monarquía, comentando la obra especializada de Constantino Bayle, S.I., “Los cabildos seculares en América”.

La fundación de las ciudades, centro de la colonización hispánica comprendía tres elementos fundamentales:

·        el acta fundacional,

·        el reparto de solares

·        la designación de los alcaldes y regidores de su primer Cabildo.

El Cabildo significaba un órgano vital:   justicia y gobierno de la ciudad; y nexo orgánico con el Rey y autoridades superiores.

Su objeto era el bien común;  recurrían al Rey para lograr “Cuanto les parecía conducente al bien temporal, espiritual o cultural: los aspectos todos de la vida ciudadana” (Bayle: 248).

La consagración al bien común como deber de estado caracteriza la Nobleza. Pese a la difusión del espíritu egoísta del Renacimiento, que provocaba una división interna en el espíritu de los vecinos señoriales, este ideal mantenía gran vigor.

Era causa de que los cabildantes fueran llamados “padres de la patria”.  (Bayle:289) y “señoría de la ciudad”, o directamente “la ciudad”. En Nueva España emplean esta fórmula: “…estando el señor México en su ayuntamiento…” (Bayle:415).

 

Sociedad orgánica

En la sociedad católica, las partes que la componen son  órganos diferenciados y armónicos, que constituyen una unidad, ordenada jerárquicamente. La célula social y modelo es la institución clave de la familia, sobre la cual se construye una familia de almas y familia de familias.

Un ejemplo de funcionamiento orgánico, de gobierno participado:

Toda nueva autoridad presentaba antes de entrar en funciones sus designaciones ante el Cabildo. “Sin el tal requisito no se debía obediencia a nadie, ni era válido acto alguno de jurisdicción” (Bayle:411). Äl fundar ciudad el teniente de gobernador y señalar los miembros del Cabildo, éste le exigía al mismo que les dio las varas exhibiese los títulos de su cargo (ibid.).

En ocasiones extraordinarias, se convocaba al pueblo para un Cabildo abierto, representado por los patriarcales jefes de las familias principales. Por eso los revolucionarios precursores del superestado moderno, en los siglos 18 y 19 los tuvieron siempre en la mira.

 

La composición del Cabildo

En ciudades sufragáneas de Lima sus principales integrantes eran dos Alcaldes, ocho Regidores y oficiales reales; Alguacil, Escribano y Mayordomo (Bayle:405 y ss.). El Fiel Ejecutor, controlaba las pesas y medidas del comercio y a las falsas las clavaba en el rollo de justicia. Existían pintorescos oficios menores, como el yegüero, el relojero, el pregonero negro que daban color a la vida cotidiana.

 

Ceremonias de elección y renovación,

Había solemnidades para anunciarla y oraciones para elegir bien. “… los cabildantes, oían misa del Espíritu Santo…el presidente ocasional les endosaba un discurso “sobre votar según Dios y conciencia, sin aficiones e intereses, a las personas más conducentes al pro común. Y se procedía a los votos de los alcaldes, regidores y demás oficios (136).

La costumbre:

“el primero de año

el Cabildo oía misa en una capilla de la catedral, la cual acabada “se van a casa del Cabildo …, y allí se dan las gracias a los alcaldes passados …, y anxí dexan las varas en el dicho Cabildo, y se salen fuera; y luego se platica cerca de la elección de los alcaldes para aquel año, la qual se haze la mejor forma que pueden a su parecer,

poniendo las varas en los vecinos más antiguos y más calificados;

y esta elección va por la mayor parte de votos…y ansí hecha …, se envían a llamar a los vecinos y se les entregan las varas y hazen el juramento que se requiere de derecho; y acabado de hazer esta elección y la del fiel ejecutor…se sale del Cabildo” (Bayle:133-4).

La preferencia por los vecinos más antiguos y calificados va en la línea del “gobierno de los mejores”, esencia de la aristocracia.

Los cabildantes salientes designaban a los entrantes.  No podían ser reelegidos hasta transcurrir dos años de pausa o hueco (Bayle:113), ni votar a sus parientes próximos.

Era requisito la confirmación

del gobernador o corregidor; a falta de éstos en Santiago del Estero, 1752, el Alcalde de primer voto, efectuado el recuento de votos “dijo que en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y del Rey nuestro señor, que Dios guarde… confirmaba y confirmó en cuanto puede y ha lugar por derecho, la elección de alcalde de primer voto” (Actas, cit. por Bayle:135).

Sin los Alcaldes y los Regidores, llamados Justicia y Regimiento respectivamente, no había Cabildo.

 

ARISTOCRACIA, SOCIEDAD ORGANICA Y ESPIRITU DE GESTA EN LA ARGENTINA CAPITULAR

 



III Jornada de Cultura Hispanoamericana por la Civilización Cristiana - Notas para ponencia

 

ARISTOCRACIA, SOCIEDAD ORGANICA Y ESPIRITU DE GESTA EN LA ARGENTINA CAPITULAR

 

Luis María Mesquita Errea

 

EL CABILDO Y EL BIEN COMUN TEMPORAL, ESPIRITUAL Y CULTURAL

·        (...) la civilización no está por inventar, ni la ciudad nueva por construir en las nubes. Ha existido, existe; es la civilización cristiana, es la ciudad católica. No se trata más que de instaurarla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques siempre nuevos de la utopía malsana, de la revolución y de la impiedad: omnia instaurare in Christo" (San Pío X, Notre Charge Apostolique).

 

San Pío X, al invitar a los católicos a luchar por el estandarte de la  Cristiandad, dice que debemos restaurarla sobre sus fundamentos contra los ataques de la utopía malsana y la revolución. Esto explica por qué la Revolución anticristiana, trata de ocultarnos nuestro pasado para evitar  que podamos conocer sus fundamentos y restaurarla.

 

Siguiendo sus enseñanzas, afirmamos que existió una gloriosa civilización cristiana y mariana, documentada por un torrente irrefutable  de hechos, parte de los cuales expusimos en “Siglos de Fe en Argentina y América preanuncian un futuro glorioso – La formación de la civilización cristiana y mariana en nuestro suelo y su resistencia a la Revolución igualitaria”:

in “Ponencias de la II Jornada de Cultura Hispanoamericana por la Civ. Cristiana, Salta”, 7 y 8 de septiembre de 2006, presentadas en el Inst. Güemesiano  el 24 de mayo pasado) ; 

y que entre sus paladines se cuentan los fundadores, primeros pobladores y vecinos de nuestras ciudades.

Los veremos en acción analizando el Cabildo, institución clave, base de la aristocracia católica existente dentro de la monarquía, comentando la obra especializada de Constantino Bayle, S.I., “Los cabildos seculares en América”.

La fundación de las ciudades, centro de la colonización hispánica comprendía tres elementos fundamentales:

·        el acta fundacional,

·        el reparto de solares

·        la designación de los alcaldes y regidores de su primer Cabildo.

El Cabildo significaba un órgano vital:   justicia y gobierno de la ciudad; y nexo orgánico con el Rey y autoridades superiores.

Su objeto era el bien común;  recurrían al Rey para lograr “Cuanto les parecía conducente al bien temporal, espiritual o cultural: los aspectos todos de la vida ciudadana” (Bayle: 248).

La consagración al bien común como deber de estado caracteriza la Nobleza. Pese a la difusión del espíritu egoísta del Renacimiento, que provocaba una división interna en el espíritu de los vecinos señoriales, este ideal mantenía gran vigor.

Era causa de que los cabildantes fueran llamados “padres de la patria”.  (Bayle:289) y “señoría de la ciudad”, o directamente “la ciudad”. En Nueva España emplean esta fórmula: “…estando el señor México en su ayuntamiento…” (Bayle:415).

 

Sociedad orgánica

En la sociedad católica, las partes que la componen son  órganos diferenciados y armónicos, que constituyen una unidad, ordenada jerárquicamente. La célula social y modelo es la institución clave de la familia, sobre la cual se construye una familia de almas y familia de familias.

Un ejemplo de funcionamiento orgánico, de gobierno participado:

Toda nueva autoridad presentaba antes de entrar en funciones sus designaciones ante el Cabildo. “Sin el tal requisito no se debía obediencia a nadie, ni era válido acto alguno de jurisdicción” (Bayle:411). Äl fundar ciudad el teniente de gobernador y señalar los miembros del Cabildo, éste le exigía al mismo que les dio las varas exhibiese los títulos de su cargo (ibid.).

En ocasiones extraordinarias, se convocaba al pueblo para un Cabildo abierto, representado por los patriarcales jefes de las familias principales. Por eso los revolucionarios precursores del superestado moderno, en los siglos 18 y 19 los tuvieron siempre en la mira.

 

La composición del Cabildo

En ciudades sufragáneas de Lima sus principales integrantes eran dos Alcaldes, ocho Regidores y oficiales reales; Alguacil, Escribano y Mayordomo (Bayle:405 y ss.). El Fiel Ejecutor, controlaba las pesas y medidas del comercio y a las falsas las clavaba en el rollo de justicia. Existían pintorescos oficios menores, como el yegüero, el relojero, el pregonero negro que daban color a la vida cotidiana.

 

Ceremonias de elección y renovación,

Había solemnidades para anunciarla y oraciones para elegir bien. “… los cabildantes, oían misa del Espíritu Santo…el presidente ocasional les endosaba un discurso “sobre votar según Dios y conciencia, sin aficiones e intereses, a las personas más conducentes al pro común. Y se procedía a los votos de los alcaldes, regidores y demás oficios (136).

La costumbre:

“el primero de año

el Cabildo oía misa en una capilla de la catedral, la cual acabada “se van a casa del Cabildo …, y allí se dan las gracias a los alcaldes passados …, y anxí dexan las varas en el dicho Cabildo, y se salen fuera; y luego se platica cerca de la elección de los alcaldes para aquel año, la qual se haze la mejor forma que pueden a su parecer,

poniendo las varas en los vecinos más antiguos y más calificados;

y esta elección va por la mayor parte de votos…y ansí hecha …, se envían a llamar a los vecinos y se les entregan las varas y hazen el juramento que se requiere de derecho; y acabado de hazer esta elección y la del fiel ejecutor…se sale del Cabildo” (Bayle:133-4).

La preferencia por los vecinos más antiguos y calificados va en la línea del “gobierno de los mejores”, esencia de la aristocracia.

Los cabildantes salientes designaban a los entrantes.  No podían ser reelegidos hasta transcurrir dos años de pausa o hueco (Bayle:113), ni votar a sus parientes próximos.

Era requisito la confirmación

del gobernador o corregidor; a falta de éstos en Santiago del Estero, 1752, el Alcalde de primer voto, efectuado el recuento de votos “dijo que en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y del Rey nuestro señor, que Dios guarde… confirmaba y confirmó en cuanto puede y ha lugar por derecho, la elección de alcalde de primer voto” (Actas, cit. por Bayle:135).

Sin los Alcaldes y los Regidores, llamados Justicia y Regimiento respectivamente, no había Cabildo.

 

El Alcalde

Con funciones de juez de primera instancia, el prestigio legendario del Alcalde, cabeza del Cabildo, se debe a que

encarnaba algo imprescindible para la formación de una mentalidad católica en el pueblo: la respetabilidad de la ley al servicio del bien.

Debía ser “hombre bueno”, hidalgo o encomendero, y requería la vecindad: “tener casa poblada y fincas en el lugar: Diego de Quiroga, en Mendoza, oponiéndose a un foráneo, dijo: soy vecino morador, y tengo casa y biña y ganado, indios y otros bienes” (Bayle:114).

El símbolo de su autoridad era la vara

–sinónimo de fuero judicial en el Brasil de hoy.

Este enigma de Pérez de Herrera la pinta imponente:

 

Hembra soy larga y delgada;

Pónenme cruz en la frente;

Soy de todos respetada,

Y de un metal coronada

Con que hago temblar la gente.

 

Representaba el cetro real. La realzaban chapeados de plata y sobre todo la Cruz, símbolo de la autoridad que reconocía su origen en Dios, concepto odiado por el liberalismo revolucionario (ver texto pontificio y comentarios en “Nobleza y élites tradicionales análogas en las alocuciones de Pío XII…”, Apéndice III, p. 213).

Aunque el cetro del rey y la vara del alcalde parezcan distantes, son “una y misma cosa: bastón con que se rige la grey del pueblo, como cayado y báculo” (Bayle).

Sobre esa cruz se hacían los juramentos

de cumplir fielmente con los cargos, o decir verdad los testigos. Los mismos gobernadores juraban guardar los fueros de las ciudades o administrar rectamente la provincia sobre la vara de los alcaldes, aunque se las acabaran de dar ellos mismos” (Bayle:261).

Los hombres de entonces no resistían a un Alcalde munido de su vara. Sin ella, en cambio, quedaba como desarmado.

Es el misterioso poder de los símbolos cristianos...

“La vara había de acompañar a los justicias siempre, porque sin ella ni se conocía ni se respetaba su cargo. Y dejarla en casa salía a la colada de la residencia. “Y la razón era que exponía a desacatos su persona y autoridad, pues aun los que lo conocían se consideraban exentos de reverenciarlos y  obedecerlos” (Bayle:261).

El Alcalde en la sala de justicia del Cabildo juzgaba pleitos y hacía arreglos entre las partes como amigable componedor en base a su sabiduría natural y experiencia

y, en caso necesario consultaba, a abogados y moralistas, como la gran Reina Isabel.

 

El Regidor

De categoría funcional algo menor,

era el cabildante por excelencia, que votaba

en las cuestiones administrativas y de gobierno que competían al Cabildo.

Desempeñaba un amplio haz de funciones: ejecutar ordenanzas, visitar la cárcel y procurar que no duerman las causas de pobres, forasteros y desvalidos,  vigilar la construcción de edificios y puentes, impidiendo falsificaciones en las mezclas;  controlar las ventas, mesones y tambos, impidiendo abusos. Prevenía las fiestas de Corpus, los toros, recepciones de Virreyes, Presidentes y Obispos, comisiones costosas en las que hacía aportes de su peculio. [amparo a la gente común y pobres; aportes económicos]

El Alcalde, el Gobernador, o su Teniente presidían el Cabildo pero no votaban.

La célebre libertad capitular exigía que sólo los Regidores lo hicieran. Así se lo recordó, airado, el Contador Ortuño de Ibarra, en Méjico, al Alcalde Diego de Guevara “porque el asistir los alcaldes ordinarios desta ciudad en el Cabildo della es para tener en justicia a los regidores e no para votar en los negocios del Cabildo” (Bayle:166-7).

El Alcalde tenía más honras y preeminencias; el Regidor, poder colegiado de resolución.

Sesionaban juntos pero decidían los Regidores, quienes se sentaban y votaban por orden de antigüedad (Bayle:425). [Espíritu jerárquico]

Los privilegios de los Cabildos se remansaban en sus cabezas, los alcaldes,

que ocupaban sillas en funciones públicas, la delantera en recibir a Virreyes y gobernadores, donde lucían ropas rozagantes, ornadas de cadenas; [Sacralidad] el privilegio de llevar el palio el día del Corpus y las llaves del encierro el Jueves Santo; primacía en repartos de víveres y de indios mitayos. Honras: su elección se anunciaba con chirimías, los llamaban magníficos señores o muy nobles señores, dejando el noble a secas para los regidores [gradación]. También fueron llamados “sus mercedes”.

Prerrogativas de los regidores:

declaraban como testigos en su casa; [Espíritu jerárquico] al entrar en el Cabildo, todos se levantaban y permanecían de pie y descubiertos hasta que el recién llegado se sentara. Eran preferidos en repartos de comestibles, eximidos de cargas personales, oficios viles y administraciones forzosas.

El más antiguo guardaba una de las llaves del archivo y las llaves simbólicas de la ciudad,  que ofrecía al Virrey entrante; en las juntas, hablaba en nombre de la ciudad; le correspondía recibir los despachos reales, besarlos y ponerlos sobre su cabeza, él por todos, que estaban durante la ceremonia en pie y descubiertos. Recogía las varas de Alcaldes y oficiales cumplidos y las daba a los nuevamente nombrados (Bayle: 185-6).

 

AMBIENTES, COSTUMBRES, CIVILIZACIONES

La civilización hispanoamericana enriqueció la tradición y generó gestos, fórmulas y ceremonias sacrales y majestuosas.

En Quito, el primero del año 1536: “…fue recibido juramento en forma debida de derecho, so cargo del cual se les encargó que usen bien y fielmente del dicho oficio y cargo de Alcaldes,

[primero servir a Dios] mirando primeramente el servicio de Dios, y luego el servicio de Su Majestad y el bien y pro comunes de todos los vecinos y moradores desta dicha villa, y que … harían justicia a las partes y castigarían los pecados públicos

y que … el primero día de Año Nuevo, entregarían las varas en este Cabildo para las dar a los nuevamente elegidos” (Libro I, Cabildo de Quito, ap. Bayle:138-9).

En Santiago de Chile, el 25 de enero de 1551, el Cabildo solemniza el acto de la jura: “…los dichos señores Justicias e Regidores dentro de la iglesia mayor tomaron e recibieron juramento por Dios e por Santa María e por santos cuatro Evangelios…en un libro misal e por una señal de la cruz, donde … cada uno de ellos pusieron sus manos derechas corporalmente, que como buenos e fieles cristianos temerosos de Dios, guardando sus conciencias, que [cumplirán todos los deberes enunciados anteriormente].

[Fe en la Justicia divina que premia y castiga].

E si así lo hicieren, Dios Nuestro Señor les ayudase en sus ánimas y en los cuerpos y en las haciendas, hijos e bienes, e después de su fin e muerte, los lleve a su santa gloria del Paraíso. …lo contrario haciendo, Dios Nuestro Señor les demandase mal e caramente, como a malos cristianos, así en las ánimas y en los cuerpos y en las haciendas, e los llevase a las penas del infierno, como a personas que juran e perjuran su santo nombre en vano” (Bayle:139).

En la Sala Capitular se encontraba el retrato del Monarca, símbolo vivo del Reino, el crucifijo y las tallas de la Virgen o de los santos patronos (Bayle:330), expresando la unión del trono y del altar.

En 1714, el Ayuntamiento de Buenos Aires “acordó que la semana que viene se haga el Cabildo acostumbrado en el convento de Nuestra Señora de la Merced, para lo tocante al santo entierro de Cristo” (Bayle:327).

 

Ceremonias del beso de la Real Cédula y de la obediencia

Llegado el documento de Su Majestad Católica, todos se descubrían y en representación del cuerpo, el Regidor más antiguo la besaba y se procedía a su lectura.

El ordenamiento jurídico contenía una magnífica libertad no siempre bien entendida: la posibilidad de acatar una orden y no cumplirla.

En actas se dejaba constancia: “se acata, pero no se cumple…”, sabio remedio para evitar males que una disposición de la metrópoli podía a veces ocasionar.

Ante esa situación, el Cabildo apelaba y la aplicación de la orden quedaba suspendida: esto armonizaba la fidelidad al poder real con el bien común de los vasallos.

“También al escribano tocaba leerlas [reales cédulas y provisiones], de pie y destocado, y asimismo las obedecían los cabildantes:

la obediencia estaba en tomarlas, besarlas y ponerlas sobre su cabeza, como mandato de su Rey y señor natural: ceremonia que jamás se omitía, por dura que fuese la orden.

Este “procedimiento…no fue tapadera de desobediencia y arte de no hacer caso, antes muy legal y permitido por el Rey, cuando de la ejecución se preveían inconvenientes graves” (Bayle:428-29).

 

LIBERTADES

El ejemplo muestra que no nacieron en la cancha de pelota ni en la toma de la Bastilla.

Eran la esencia de la sociedad pues “…los cuerpos sociales intermedios entre el Estado y el individuo…hacían de las naciones pre-revolucionarias conjuntos pujantes de “sociedades orgánicas”…” (cf. “Nobleza y élites tradicionales análogas”, cit., Apéndice III, p. 226).

Era requisito jurar las libertades desde el primer día:

Don Jerónimo Luis de Cabrera funda Córdoba de la Nueva Andalucía, designa su primer Cabildo y ante él "Dijo que juraba y juró por Dios Nuestro Señor, e por Santa María, y por las palabras de los sagrados Evangelios y señal de la cruz, en que puso su mano derecha, que guardará y cumplirá a esta dicha ciudad de Córdoba todas las gracias, franquezas y libertades" (cf. L. Mesquita Errea, “Devisadero de luces doradas en aquel reino del Tucumán”).

Una de las franquicias más valoradas era la de verse libres de impuestos, lo que llegaba a ser penado con la excomunión

el gobernante que introdujera nuevos impuestos. Quito, en 1550, con el benéfico objetivo de realizar obras públicas, careciendo de “propios” (caudales del Cabildo), acuerda imponer un tomín de oro a cada arroba de mercancía que entrare en la ciudad; a los caballos y mulas, un peso, a las vacas, dos tomines, un real a las cabras y un tomín por cada diez cerdos exportados.

El acuerdo duró sólo un mes y medio,

pues el Obispo recordó a sus mercedes “estar prohibidos los portazgos y otros impuestos sin licencia del Rey, pena de excomunión reservada al Papa” (Libro II de Acuerdos, ap. Bayle:316).

Para evitar impuestos, los Reyes recomendaban conservar bienes para “tener propios …; porque de otra suerte es molestar a los vecinos, habiendo de hacerlos a su costa” [amparo real a los vecinos] (carta del Rey al Ayuntamiento de Medellín, 1676, Actas, ap. Bayle:301).

Los “propios” eran fuentes de recursos con que acudir a los gastos precisos del común, sin echar mano de [contribuciones] odiosas…; pues antaño se buscaban caminos menos duros a la bolsa de los ciudadanos (Bayle:301).

 

El Procurador, defensor de las libertades y derechos concretos

No sólo los cabildantes como miembros de élite de la sociedad velaban por “el común”.

El Procurador del Cabildo representaba al pueblo en la defensa de sus derechos.

Ante cualquier resolución o circunstancia que perjudicara sus intereses espirituales o materiales  exponía su queja, aunque fuese contra lo resuelto por el propio Concejo, que muchas veces anulaba la resolución recurrida; de no hacerlo, el Procurador apelaba. No era fácil ejercer este oficio que se prestaba para roces con cabildantes, o con gobernadores autoritarios.

Entre las libertades consagradas mencionemos:

·         Epistolar: cualquier vasallo podía escribirle al Rey lo que quisiera; era inviolable, llegaba y era oído.

·         De voto: “Repetidamente está mandado a los Virreyes, Presidentes y Oidores que no se introduzcan en la libre elección de oficios que toca a los capitulares, ni entren con ellos en Cabildo” (ley 2, tít. 3, libro V, Recopilación de Leyes de Indias, Solórzano; ap. Bayle:132).

·         De discusión: cuando se trataba un asunto que concernía a cualquier persona presente, así fuera el mismísimo Virrey, debía retirarse. Nada menos que al Marqués Pizarro lo obligó a salir el Cabildo de Lima, contradiciendo su nombramiento de un regidor (Bayle:133). A veces pedían al gobernador que se retirara para votarle un homenaje por acciones de gobierno excepcional.

·         Capitular: era la autonomía del Cabildo para ejercer su jurisdicción sin ser invadida por otros poderes.

·         La de acatar y no cumplir una ordenanza considerada dañosa a los vecinos y moradores

Estas libertades concretas deben considerarse dentro del marco de la mayor y más auténtica libertad: la de practicar el bien, que el Presidente mártir García Moreno expresaba así: “Libertad para todo y para todos, menos para el mal y los malos”.

Este cuadro permite palpar el orden equilibrado de aquella monarquía moderada vigente bajo el “cetro de oro” de los Austrias, atemperado por poderes intermedios y autonomías.

La armonía del orden medieval entre los estamentos de Clero, Nobleza y pueblo termina en 1308 cuando Felipe IV el Bello, Rey de Francia,  descarga por medio de sus enviados la “bofetada de Anagni” sobre el rostro del Papa Bonifacio VIII, que muere de indignación. Trágico preludio del camino que irá recorriendo el centralismo hasta desembocar en el absolutismo real de los siglos 17 y 18, que “…parecía la consolidación del principio de autoridad, [pero] no era sino un principio revolucionario: la omnipotencia del Estado ante las leyes de Dios y de la Iglesia”, como observa con agudeza Plinio Corrêa de Oliveira.

El proceso se inicia en esta época pre-renacentista: los legistas desentierran del derecho imperial romano la idea del monarca de poderes omnímodos (prefigura del superestado moderno) y comienza el avasallamiento de los poderes intermedios, rumbo a su progresiva extinción.

Amenazados por los desbordes de los funcionarios, los Cabildos hispanoamericanos defenderán heroicamente su autonomía.

En el siglo XV hay manifestaciones de centralismo con respecto a las asambleas de Clero, Nobleza y pueblo reunidas con los monarcas:

“…las Cortes en España empezaron a caer desde los Reyes Católicos, tenaces para concentrar poderes en las manos reales…, bajaron más a los ojos del Emperador en Santiago, al enfrentársele, y en las juntas subsiguientes de los comuneros; ni decían con el carácter absoluto de su hijo, el Prudente [Felipe II], ni menos con el de otros Felipes, ni después con los Borbones; las Cortes quedaron reducidas a solicitar subsidios y a la jura del heredero.” (Bayle:240).

Con los Borbones, la monarquía se tornará absoluta: es el principio del fin de los Cabildos y del régimen de libertades concretas. Y también del propio  Imperio español, que conmoviendo sus fundamentos entrará en vías de autodemolición

(cf. L. Mesquita Errea, “Siglos de Fe en Argentina y América preanuncian un futuro glorioso – La formación de la civilización cristiana y mariana en nuestro suelo y su resistencia a la Revolución igualitaria”, cit.).

 

Un golpe que amenaza reducir todo a escombros

Las influencias renacentistas y protestantizantes se hicieron sentir en toda la sociedad europea, incluyendo la española, y en el seno de las universidades y órdenes religiosas hervían tendencias del llamado “reformismo erasmista”, versión de apariencias moderadas, y por ende más peligrosa,  del reformismo protestante, que se vuelve contra la tradición medieval y la escolástica, y en Alemania, por influencia directa de Erasmo, siembra el odio al Clero católico (cf. “Bartolomé de las Casas”, cit., “Dictionnaire des Biographies”, Universidad de Paris, “Erasme, Gérard”),

Enarbolando la defensa del indígena de un modo apasionado y falto de ecuanimidad, 

su meta era borrar la autoridad señorial, privando a los vecinos feudatarios de poder de gobierno sobre los indígenas encomendados y acabando con la institución de la encomienda. Argumentaba que “el vasallo no debe tener muchos amos; (que) es preferible la administración regalista a la señorial” (“Bartolomé de las Casas”, cit., p.94). Incitaba al Monarca a agrandar la potestad real suprimiendo la de los feudatarios, protagonistas de la colonización, a quienes comparaba con “dragones”: “para que aquellos pueblos hayan de tener más del señor inmediato y natural…y éste no deba ni haya de ser sino Vuestra Majestad” (ibid., pp. 92 y 94).  

La ofensiva se dirigía contra quienes ejercían orgánicamente una aristocracia, sistema que la Revolución odia más que la monarquía absoluta (*).

 

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(*) “Por más que la Revolución odie el absolutismo regio, odia más aún los cuerpos intermedios y la monarquía orgánica medieval. Es que el absolutismo monárquico tiende a poner a los súbditos, aun a los de más categoría, en un nivel de recíproca igualdad, en una situación disminuida que ya preanuncia la aniquilación del individuo y el anonimato, los cuales llegan al auge en las grandes concentraciones urbanas de la sociedad socialista. Entre los grupos intermedios que serán abolidos, ocupa el primer lugar la familia. Mientras no consigue extinguirla, la Revolución procura reducirla, mutilarla y vilipendiarla de todos los modos” (Plinio Corrêa de Oliveira, “Revolución y Contra-Revolución”).

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 Un golpe amenaza reducir todo a escombros: es la guerra movida contra los Cabildos por fray Bartolomé de las Casas dice Constantino Bayle, S.I.

Como vimos anteriormente, la “Brevísima Relación de la destrucción de Indias” de Las Casas carece de todo valor probatorio. Fue la obra de un encomendero frustrado,

cuyos fracasos se hacen evidentes en la fallida república comunitaria indígena de Cumaná (Venezuela),  que los propios indios arrasan en la primera oportunidad. Más tarde es el Obispo unilateral que imparte draconianas instrucciones contra los encomenderos, intentando privarlos de los bienes adquiridos como fruto de sus esfuerzos, presionándolos “in articulo mortis”.

No en vano autores de la envergadura de Menéndez y Pelayo, Menéndez Pidal y Rodolfo Jimeno, lo consideran un subvertidor del orden, un desequilibrado mental e inclusive un paranoico, lo que es bien sintomático y coincide con las investigaciones de Carbia y del propio Bayle

(cf. Ramón Menéndez Pidal, “El Padre Las Casas. Su doble personalidad”, Espasa-Calpe, 1963; Rodolfo Jimeno, de la Real Academia de la Historia, “Las Leyendas y el Padre Las Casas”, Ed. Calamon, Madrid, 1983, ap. “Cristiandad auténtica o revolución comuno-tribalista – La gran alternativa de nuestro tiempo”, Comisión Inter-TFPs de Estudios Hispanoamericanos, Ed. Fernando III el Santo, Madrid, 1993, p. 61; José Alcina Franch, “Bartolomé de las Casas”, Ed.  Historia 16, Quórum, pp. 83 y ss).

Carlos V, impresionado a fondo por Las Casas, consideró seriamente la posibilidad de abandonar la empresa colonizadora y evangelizadora.  Bajo la presión del movimiento inspirado por Las Casas sancionó las imprudentes y en parte injustas Leyes Nuevas (1542), causando enorme turbación en los reinos de ultramar.

Era un golpe contra quienes habían abierto las puertas de la Civilización Cristiana a todo un continente,

librando a multitud de indios del despotismo incaico, de las  sangrientas tiranías de los Aztecas, cuyos satánicos cultos incluían la antropofagia en gran escala, de los horrores que practicaban con naturalidad con sus enemigos tribus como los jívaros, lules y tobas, llegando a devastar pueblos enteros devorándolos, como hacían los chiriguanos con los chaneses (cf. L. Mesquita Errea, La Civilización Cristiana, Mariana y orgánica de la Argentina auténtica, I Jornada de Cultura Hispanoamericana por la Civ. Cna. - Salta, 2005; La sociedad peruano-tucumanense del siglo XVI en la mirada de fray Reginaldo de Lizárraga, OPLos 400 Años de la Orden de Santo Domingo en Córdoba – Ed. Junta Provincial de Historia de Córdoba et al. – Córdoba, 2004; Gobernantes, vasallos y pueblos – Un vistazo a las mentalidades, ambientes y vida religiosa peruano-tucumanenses del siglo XVI según el testimonio de fray Reginaldo de Lizárraga, OP – II Jornadas de Historia de la Orden Dominicana en la Argentina – Actas – Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino – San Miguel de Tucumán, agosto de 2005).

 

Eran los Beneméritos de Indias quienes fundaban las ciudades y organizaban las haciendas, cuyos intereses constituían los de la sociedad toda (Levillier). Por tanto, el golpe alcanzaba a toda la sociedad incluido el indígena, amenazado de volver al atraso y al paganismo.

“Las Casas se declaró enemigo personal de todos los conquistadores y pobladores  y [éstos] se lo pagaron con la misma moneda;

cruzó el mar catorce veces… prácticamente en daño de los españoles; y tras él venían los procuradores de las ciudades a contrarrestar sus arremetidas. …” (Bayle:246).

Fue “La borrasca más dura que corrió el régimen español en Indias...suscitada por las Leyes Nuevas, las que decretaron la libertad íntegra de los naturales, y la consiguiente pobreza de los conquistadores, a los que se desposeía de las mercedes por el propio Rey otorgadas y puestas como incentivo…; su cumplimiento resultaba irrealizable, echaba por tierra el fruto de luchas y fatigas increíbles, las esperanzas de vejez sosegada en los que pasaron la juventud peleando en servicio de Dios y del Rey, la fe de éste, solemnemente empeñada, y lo que es de más peso, la perpetuidad del dominio español y de la conversión de aquella gentilidad” (Bayle:439-40).

 

Las Casas, la Leyenda Negra y la substitución de España por las potencias protestantes en el predominio mundial

Las diatribas de Las Casas, difundidas por los enemigos de la Cristiandad, generaron además la Leyenda Negra, que minó las bases del Imperio español creando condiciones para el surgimiento de las potencias protestantes que llenaron el vacío por él dejado,  desviando de su misión a los pueblos iberoamericanos.

 

Reacción viril de los Cabildos

En Nueva España (Méjico), se prepararon para recibir al enviado real vestidos de luto –lo que finalmente logró impedir el Virrey Mendoza. Se presentaron el Cabildo y los vecinos “con sus memoriales y sus caras hoscas”, diciéndole al visitador real lo que escribieron al Emperador el 1 de junio de 1544: “Lamentan esté tan lejos y no pueda oír “los clamores que continuamente damos, necesitados por las siniestras y no verdaderas relaciones que  a V.M. se han hecho, cubiertas con el velo de su servicio”. Piden “con la humildad antigua y fidelidad española” ser oídos antes que las leyes se ejecuten, por entender que es más servicio de Dios y de S.M., “bien y perpetuidad de los naturales” que no se ejecuten, pues de lo contrario aceptarían dichosos que “nuestras personas y bienes fuesen del todo desechos”. “Y porque así lo creen y no han de caer en la deslealtad de callar a su Príncipe lo que le conviene, avisan cómo la tierra se pierdecada uno buscando camino para irse y dejar la tierra…“temiendo que los postreros (en irse) han de padecer martirio” a manos de los naturales”.

“El Cabildo habla con la dignidad y mesura de Cabildo; el sentir crudo de los conquistadores… lo rezuman cartas particulares, como la de Francisco de Terrazas … Expone lo que importa perpetuar las encomiendas en vez de quitarlas; lo mucho que gastan los encomenderos en sostener la evangelización

nuestros hijos le pedirán justicia, si antes V.M. no fuese servido en hacerla; a nosotros, y a ellos Jesucristo se la hará contra los consejeros que han sido parte para lo contrario…; que no es posible ni quiera Dios que creamos que V.M. por sí de tal crueldad usará contra sus vasallos…

suplico a V.M. mire bien la lealtad y grandes servicios destos sus vasallos tan fidelísimos, que con tanto trabajo y muertes de hombres y derramamiento de sangre tantos reinos han acrecentado en su real corona… Mire que no hay príncipe en el mundo que tenga tan leales vasallos como son los españoles…; y no somos remunerados, si nuestros hijos han de ir a pedir por Dios [a mendigar]; y no es mucho que V.M. les dé algo y parta con quien se lo dio, porque de otra manera no habrá hombre que aventure su vida por ganar palmo a V.M., pues se ven todos mal galardonados…” (Epistolario de N. España, ap. Bayle:441).

El virrey Mendoza y el Obispo Zumárraga interpusieron sus buenos oficios, y los Oidores escribieron al Emperador advirtiéndole que de ponerse en práctica “viéramos la total perdición e despoblación de la tierra” (ibid.).

Los vecinos y Cabildos lograron impedir las consecuencias más extremas de esta ofensiva indigenista, que encontró eco en la Corona y los funcionarios centralistas. El desarrollo pleno de la Nobleza de Indias quedó perjudicado, aunque no frustrado. El núcleo social de conquistadores y feudatarios se afirmó y mantuvo su condición dirigente

durante todo el período hispánico, constituyendo una élite que, bajo renovadas formas, continuó ejerciendo influencia a lo largo de toda la historia.

(Pío XII, en pleno siglo XX, la considera un precioso fermento de regeneración social, si es fiel a su misión de servir al bien común. Cf. “Nobleza y Elites tradicionales análogas”, cit.).

 

Fidelidad y holocausto en las horas aciagas

Fue  otra característica,  propia de la condición de noble, que hace honor al nombre de feudatario, que afloraba ante ataques internos, como los lascasianos, o externos, de las tribus recalcitrantes en su paganismo.

En las grandes horas de aflicción los Cabildos, eco de los vecinos, expresaban los más altos sentimientos de fidelidad y holocausto.

Apretado por furiosas oleadas araucanas, el de Santiago de Chile, intimado por la Audiencia a nombrar capitán y aprestar gente para la guerra, escribe un memorial de servicios “donde asoman almas viriles y doloridas” (Bayle):

Expresan al Rey: “que a nuestra costaconquistamos y poblamos esta ciudad de Santiago, y vivimos cuatro años en continua guerra con los indios…, en la una mano la lanza y en la otra el arado [expresiones bíblicas], ...padecíamos tanta hambre que nuestro manjar era cigarras del campo;

y con todo este trabajo y miseria descubrimos y ayudamos a poblar la ciudad de La Serena, la Concepción y Angol y la Imperial, todo a nuestra costa,  y socorriendo de nuestros haciendas a los soldados, dándoles armas, caballos y vestidos…”. Cuentan sus campañas y exorbitantes gastos “

y por ello estamos adeudados y pobres, …; y como no nos queda cosa con que poder sustentar los golpes desta guerra sino el ánima, deseamos darla a Dios, de quien la recibimos; … y sin embargo desto, …como sus leales vasallos, acudimos al llamamiento de V. Alteza , y enviamos a nuestros hijos a la guerra,

y los que no tienen hijos, ayudan con ropa, que toman fiada de mercaderes”… (ap. Bayle:438-39).

Qué lejos estaba la dura realidad de los vecinos del panorama que pintaba Las Casas en la Europa renacentista.

En el Paraguay y el Tucumán se vivieron similares horas de extremo peligro y aflicción.

Hubo frecuentes reuniones extraordinarias de vecinos y moradores para alistar soldados y proveer recursos contra los bárbaros de los alrededores (Bayle:439).

Como en la Edad Media, ante las oleadas de musulmanes o bárbaros, era frecuente encontrar “la ciudad en armas”.

 

EL VIGOR DE LOS CABILDOS Y LA TRADICION CABALLERESCA

Los testimonios históricos citados indican que en los siglos XVI y XVII, pese a los fermentos hedonistas y anticristianos del Renacimiento,  persistían vigorosos trazos del espíritu de la caballería feudal de la Reconquista a los que se debe  el heroísmo y la resistencia que permitieron fundar una Cristiandad americana. La base del sistema feudal era la fidelidad, requisito indispensable para la cohesión del reino en las circunstancias del momento.

La condición de Vecino Feudatario recuerda en varios aspectos la del Señor feudal.

A diferencia de éste, por influjos legistas centralistas, no se le reconocía poder jurisdiccional, y los anhelos de perpetuidad en las encomiendas –recomendada por el Virrey Toledo y numerosos hombres representativos- nunca se concretaron. No obstante,

tenía obligaciones feudales y un feudo con el que se vinculaba mediante una ceremonia “que revestía solemnidades de feudalismo:

…quitar palos, cortar ramas, cambiar de sitio un pedrusco…” (Bayle:97).

La encomienda también se entregaba al feudatario con ceremonias que manifestaban sus sagrados deberes

de amparar a los naturales ante cualquier peligro y costear y velar por su enseñanza religiosa.

Esta respondía a la divisa misionera de que “evangelizar es civilizar y civilizar es evangelizar”, y a la catequesis iba asociado al aprendizaje de primeras letras que abría a los naturales el mundo de los libros.

“Igual solicitud mostraron la justicias y regimientos por las escuelas elementales… En este punto estaban mejor atendidos los muchachos naturales, pues en sus pueblos debía haber escuela…a cargo del doctrinero (cf. “España y la educación popular en América” de C. Bayle, S.I.; cf. “Los Cabildos seculares en América”, cit., p. 547).

 

El Alférez y el estandarte: punto de reunión y refugio

de los guerreros de la Cristiandad

En la defensa y la lucha es donde más se manifiestan las tradiciones feudalizantes de aquellos forjadores de la Argentina temprana, “para quienes la espada constituía miembro integrante de su ser” (Bayle).

No existían ejércitos regulares sino fuerzas integradas por los vasallos del Rey cuando la provincia se hallaba en peligro. Su élite la formaban los vecinos feudatarios con su persona, armas y caballos, quienes armaban a sus hijos y paniaguados; y aún a los soldados.

La insignia de esa milicia era el estandarte con las armas del Rey y de la ciudad,  símbolo sagrado para todos. Lo custodiaba el Cabildo por medio del Alférez Real.

En la antigua España el Alférez, ocupaba el mayor lugar de honra en la casa del Rey, según consta por Alfonso el Sabio. La costumbre guerrera lo mantuvo en Indias pues “mucho de honra ponía la tradición en las armas reales y en el privilegio de pasearlas y guardarlas: testimonio público de lealtad,

en quien se depositaba lo más preciado, simbólicamente que los vecinos tenían: el honor de su Rey y su lealtad, cifrado en el pendón. (Bayle:195).

Al primer Alférez de Santiago le correspondió hacer a su costa “un estandarte de seda, y que en él se borden las armas de esta ciudad, y el apóstol Santiago encima de su caballo” (ibid.:196).

Entre los privilegios del Alférez, Felipe III estableció  “que tenga en el regimiento asiento y voto, y el mejor y más preeminente lugar delante de los regidores, aunque sean más antiguos que él; de manera que después de la Justicia (Alcaldes) tenga el primer voto y el primer lugar” (ibid.).

En tiempos de guerra, le tocaba regir la hueste, no mandarla.

Debía ser tal “…que en sus manos no palideciesen los colores del estandarte”.

Las ordenanzas del Virrey Toledo

recuerdan el papel de Charcas en la sofocación de alzamientos, castigo de revoltosos y hallazgo de los minerales de Potosí y Porco, por los que la ciudad obtuvo del Marqués de Cañete armas que él confirma, modificándolas, para incluir en ellas

un crucifijo, “cuya imagen el emperador, de gloriosa memoria, traía siempre en sus enseñas y estandarte, en las guerras en que militó…, con el patrón general de la nación española, el bien aventurado señor Santiago, y que ansí traen en las dichas enseñas con las reales armas los capitanes generales súbditos y vasallos de Su Majestad, para que con su voz y nombre [grito de guerra y oración] los fieles y leales vasallos suyos se puedan acoger y acojan debajo de la Fe y amparo del dicho estandarte, donde reconozcan en él sus armas reales, y entiendan que las han de defender contra todos los hombres del mundo, perdiendo la vida por ello, si fuere menester”.

Manda el Virrey que de hoy en adelante, cada año se saque de la casa del encargado, el cual lo traiga a las casas del Cabildo acompañado de toda la gente de la ciudad, adonde la Justicia y Regimiento levante el pleito homenaje al regidor (o Alférez Mayor) que le hubiere tenido aquel año, y recibiéndolo el Corregidor o el Alcalde más antiguo “de los vecinos encomenderos”, le tome en el dicho Cabildo, le den y entreguen al alcalde y regidor (o Alférez) nombrado para que lo tenga el año siguiente.

A éste debían tomarle previamente el pleito-homenaje del siguiente modo: “Tomando el dicho corregidor o alcalde ambas las manos del dicho alférez con las suyas [como en el homenaje feudal],

y diciendo: “Vos, señor fulano, ¿hacéis pleito homenaje como caballero hijodalgo una y dos y tres veces; una y dos y tres veces; una y dos y tres veces, al modo y fuero de España, en mis manos, como de hombre caballero hijodalgo, de guardar y cumplir la fidelidad que debéis a Dios y al Rey don Felipe, vuestro señor y rey natural, y a los reyes sucesores de la corona real de Castilla y León, teniendo este estandarte de la ciudad, que os entrego en tal fe, seguro y guarda y

que en todo lo que fuere vuestras fuerzas y posible, primero perderéis la vida, si fuere necesario, que el dicho estandarte, defendiéndole y amparándole contra todos los hombres del mundo; el cual se os da y entrega para que le tengáis en vuestra casa [personalización de los cargos],

para que mejor podáis asistir siempre con él, y que a ninguna persona le fiaréis ni entregaréis, de paz ni de guerra… y que por la confianza y fidelidad que de vos se hace, como de tal caballero hijodalgo... Y que en cualquier ocasión de motín, traición o levantamiento que haya en la dicha ciudad,

que sea necesario sacar el dicho estandarte, luego y ante todas las cosas os pondréis a caballo con vuestras armas, que para ello tendréis, con el dicho estandarte en las manos, saldréis acompañado de la gente fiel que hubiere acudido a buscar la insignia real, o solo, a la plaza o campo público que os parezca más conveniente, donde pueda acudir y ocurrir la gente fiel,

ansí presidente, corregidor, alcaldes y Cabildo, como los demás vecinos feudatarios, soldados, ciudadanos de la ciudad, y meterse debajo del dicho estandarte, y después de metidos, haréis lo que el dicho presidente o corregidor en su ausencia, o los alcaldes o cualesquier Justicia de Su Majestad ordenare… y que el día que saliéredes con el dicho estandarte y se hubieren metido debajo de él los fieles vasallos de Su Majestad, notificaréis que, acudiendo al dicho estandarte todos los vecinos…

tendrán en él refugio y amparo, sin que sea necesario salir de su ciudad, dejándola desamparada,

para ir a buscar al gobernador ni otro nombre ni voz de Su Majestad más de la que tienen de presente… Todas las cuales dichas cosas habéis de cumplir e guardar so pena de caer en mal caso y en las penas en que caen e incurren los hombres caballeros hijos dalgo que no guardan y cumplen los pleito homenajes y fes que dan e prometen a sus reyes y señores naturales”.

Y luego el dicho alférez ha de responder en la forma siguiente: “Yo, Fulano, hago el dicho pleito homenaje, como caballero hijo dalgo una e dos e tres veces, una e dos e tres veces una e dos e tres veces, al modo y fuero de España, de guardar y cumplir lo que se me ha dicho y referido por el dicho señor corregidor o alcalde Fulano, so pena de incurrir en la pena que me ha sido dicha, de que son testigos…” (cf. Libro de Cabildos de Lima, VIII, ap. Bayle:202).

Lo insólito y solemne de sacar el estandarte era pregón de que peligraba la paz pública y se ponía en contingencia la soberanía del Rey, y llamamiento a la lealtad de los vasallos, .

En Chile, por sublevación de los indios comarcanos, en una esquina de la plaza se enarboló el dicho real estandarte con toda veneración: los dichos señores alcaldes tomaron en sus manos un estandarte que estaba puesto en una lanza, el cual asomaron por una ventana, teniendo la lanza en las manos; [abajo estaba a caballo el capitán Jufré, alférez nombrado…, entregándole el estandarte de] “esta ciudad de Santiago del Nuevo Extremo, en nombre de Dios y de S.M., nuestro Rey y señor natural, y de esta ciudad y del Cabildo, justicia y regimiento de ella, para que con él sirváis a S.M. todas las veces que se ofreciere”. Y el dicho capitán Jufré “dijo que así lo recibía, e prometía e prometió de lo hacer así cumplir; y así lo recibió estando  a caballo. [escena] Y los dichos señores corregidor y alcaldes y los demás caballeros y vecinos de esta ciudad…se fueron acompañando el dicho estandarte hasta la iglesia mayor, adonde oyeron vísperas, y después de acabadas, tornaron a cabalgar y anduvieron por las calles de esta ciudad, hasta que volvieron a las casas del dicho capitán Juan Jufré, acompañando el dicho estandarte, con el cual se quedó en su casa” (Bayle 202-3).

 

Vigencia del espíritu de gesta: el paseo del estandarte – Vida participativa, representatividad orgánica

La vigencia del espíritu de gesta llevaba a que, en tiempos de paz, la principal fiesta cívica fuese el paseo del estandarte.

“La fiesta del pendón se llevaba la gala entre todas las civiles: considerábasela la fiesta de la ciudad por excelencia; el cumpleaños de su vida, el reconocimiento de su fidelidad al Soberano. Teníase en el aniversario de su fundación, que en Méjico fue el de la conquista”. En aparato, ostentación y regocijos no cedía a ninguna.

“El pendón [era] de tafetán o raso, sin color fijo, con las armas reales y  las de la ciudad. (…) Enarbolábalo un caballero designado por el Cabildo (antes que hubiera Alférez real), acompañado del Virrey, Audiencia, Cabildo y Tribunales, y de la caballería toda, que derrochaba lujo y ostentación e libreas, joyas, jaeces; oro y plata hasta en los arreos del caballo; perlas y diamantes en los cintillos; cadenas y veneras; a quién lucía más…” [ostentación y amor a la belleza].

Cuenta fray Diego de Valadés: Va el Alférez armado de punta en blanco, en su corcel a punto de guerra, con armadura resplandeciente” (Bayle 661-2).

[acción de gracias por la conquista] El día siguiente, …torna la comitiva y escuadrón a la iglesia, donde el Arzobispo canta la misa pontifical, con sermón panegírico, en que se exhorta al pueblo a dar gracias a Dios, que quiso rematar la victoria en aquel mismo sitio donde fenecieron mil españoles, donde tanta sangre se derramó.

Vuelve el Pendón y caballería como la tarde anterior, y el Alférez invita a comer a cuantos gusten [cohesión social y alegría popular] .Y el día entero se festeja con banquetes, toros y otros entretenimientos” (Bayle:661-62).

En una oportunidad, un Alférez llegó a poner una azucena de oro en el primer plato servido a los invitados.

“Realmente espectáculo solemne y vistoso el desfile del imponente Virrey seguido de su guarda de alabarderos; los Oidores y cabildantes con sus ropones de carmesí, la juventud dorada, esplendorosa de sedas y joyas; los corceles con frenos de plata y gualdrapas de terciopelo guarnecidas en oro; los arcos aquellos en que..se colgaban vajillas de plata y entremetían imágenes costosísimas…

y en medio , el pendón, símbolo de la majestad y de la fidelidad, sostenido en la cuja y arbolado por el Alférez, que aquel día representaba, con la gravedad y lujo que no cediese a nadie, al pueblo entero.

Y en las ventanas, mujerío a quien el rumbo de padres o maridos cuajaba de piedras preciosas…y en las calles, los miles y miles de curiosos, todos engalanados; los indios con sus mantas de cien colores, de seda; los españoles también endomingados, destocándose al paso del Virrey, inclinándose al pendón, señalando a los caballeros más apuestos, nombrando a los viejos de armas abolladas y a los rocines acecinados [charcones, diríamos nosotros, pura osamenta], testigos y actores de la conquista que aquel día se conmemoraba” (Bayle:663).

Se destacaban los músicos indios, que recibían educación artística para el culto. “Y para esto se junten los caciques y gobernadores de toda la jurisdicción desta villa, y ellos y sus indios ansí mismo hagan sus fiestas a su modo y costumbres, de manera que en entrambas repúblicas haya aquel día gran regocijo y contento, por ser, como es, todo esto en servicio de Dios Nuestro Señor [Dios Rey de la sociedad] y de Su Majestad y bien y provecho desta República…” (Bayle 664-5).

 

Indios conquistadores

“En Guatemala acompañaba el paseo una compañía de indios, mejicanos descendientes de los que ayudaron en la conquista; y el pendón, después de vísperas, quedaba arbolado en la ventana del Cabildo hasta la  hora de misa del día siguiente”.

 

Continuidad de la tradición caballeresca en nuestros días

Caló tan hondo el simbolismo del estandarte, tremolando en la batalla contra los paganos o herejes teñido de sangre, o en el esplendor de las festividades urbanas, que en el Tucumán germinó la popular figura del Alférez de los Santos Patronos,

orgánico defensor de la Fe y la Tradición, que a todo galope, con banda y estandarte, los custodia y honra con gallardía, cabalgando a veces varios días para poder homenajear al Santo durante algunas horas o tal vez minutos.

Vimos en la anterior Jornada que el Gran Alzamiento Calchaquí fue derrotado, en su lance final, por una fuerza militar compuesta exclusivamente de diaguitas fieles al Rey y al General Pedro Nicolás de Brizuela, vencedor final de la guerra, cuyas instrucciones fielmente cumplieron.

Es probable que la presencia de los  a y l l i s, custodios indios del Niño Alcalde de La Rioja, que van procesionalmente al encuentro de San Nicolás y sus Alféreces, sea un honor derivado de aquella memorable acción. Los Alféreces representan la Cuadrilla de Calchaquí, los nobles jinetes riojanos que combatieron junto a los indios amigos,  antecesores de los actuales    a y l l i s.

La devoción al Niño Alcalde, de “Majestad infinita” (Let. Sdo. Cor.) iniciada por San Francisco Solano en la milagrosa conversión de 9.000 indios diaguitas, eleva la excelencia del más alto oficio capitular a un grado de dignidad sublime, altamente honroso y edificante para los Vecinos Feudatarios o encomenderos que lo desempeñaban.

 

ARISTOCRACIA         Y ENNOBLECIMIENTO DE LAS CIUDADES

El orden hispánico se basaba en formas de representatividad orgánicas y señoriales.

Los fundadores designaban a los primeros cabildantes que al año nombraban a sus reemplazantes. Ejercían el gobierno municipal por todo el pueblo. Eran  sus representantes naturales así como lo era el Alférez en el paseo del estandarte.

Eran definidas características de aristocracia, sin embargo de la pobreza inicial de las ciudades con sus ranchos de adobe que fueron siendo sustituidos por los elegantes cabildos que conocemos.

La hidalguía de los conquistadores daba esa impronta de grandeza de nombres como el del Reino y Provincia del Nuevo Maestrazgo de Santiago y Nueva Tierra de Promisión (el Tucumán).

Salvador de Madariaga condensa la obra de España en América con el verbo ennoblecer.

Los Reyes Católicos, en su pragmática de Toledo, declaran que “se ennoblecen las ciudades…en tener casas grandes y bien fechas en que hagan sus Ayuntamientos y concejos” (Bayle:327). Su nieto el Emperador se preocupaba del ennoblecimiento de las ciudades, y  Felipe II creaba la gobernación del Tucumán y concedía a Santiago del Estero el escudo de armas, del que tanto se ufana.

La pragmática se aplicó justamente por ser “…de sentido común y de sentido del ennoblecimiento de las ciudades” (ibid.).

La integración del Cabildo por vecinos feudatarios constituía un marcado trazo de aristocracia,

reforzado por la designación de los nuevos cabildantes “cadañeros” por sus pares salientes, lo que, sumado a los lazos de parentesco y camaradería guerrera hacían de los Beneméritos de Indias una clase señorial hereditaria.

“…acaso se exagere un poco al poner en el Cabildo colonial el origen de las democracias actuales…como hoy se entienden: un hombre, un voto. Allí no votaban, cuando más, sino docena y media; el régimen…más decantaba a…la aristocracia; mando de pocos, escogidos por pocos” (Bayle:102).

Así se configuró espontáneamente una aristocracia criolla, incompatible con los dogmas igualitarios de la Revolución Francesa conforme a la tradición de la Cristiandad.

 

 

 

 

 

 

 

1810-2010 – LA ARGENTINA AUTENTICA Y LA RESTAURACION DE LA CRISTIANDAD MARIANA Y ORGANICA

Al finalizar el período hispánico, como sostiene Busaniche –según lo expusimos en “Siglos de Fe en Argentina y América preanuncian un futuro glorioso – La formación de la civilización cristiana y mariana en nuestro suelo y su resistencia a la Revolución igualitaria”- en las ciudades argentinas, el Cabildo, autoridad corporativa (formaba un cuerpo) con funciones municipales, judiciales, policiales y de milicia, permitía el gobierno autónomo:  los vecinos afincados participaban obligatoriamente en el manejo del común. Conformaban así una aristocracia.

Que de ese gobierno autónomo y circunstancias afines se formó en la Argentina de entonces un sentimiento colectivo de grupo autónomo, en ciudades de vasta jurisdicción, de hecho ciudades-provincias, apoyado sobre una fuerte conciencia individualista, unida al prestigio lejano de la unidad y de la fuerza imperial.

Las logias apoyadas por Inglaterra y Francia intentaban desgarrar esa unidad. Estaba en los designios de la Revolución frustrar la Cristiandad iberoamericana sometiéndola a las potencias anglosajonas promotoras de la Revolución Industrial y del materialismo inherente a ésta, diametralmente opuesto al de esa Cristiandad, abierta a ideas de jerarquía, caballería y nobleza, de vigorosas connotaciones marianas.

En las invasiones inglesas, la Cristiandad argentina, monárquica y señorial triunfó sobre los invasores que traían esa agenda. El pueblo se mantuvo fiel a Dios, a la patria y al Rey, a pesar del absolutismo y de la tremenda decadencia de la monarquía española, cuando España se había transformado en “feudo del regicidio”, en longa manus del jacobino coronado Napoleón, al decir de Burke y de Ranke. Fidelidad católica y monárquica tan notoria que la I Junta se vio obligada a reconocerla públicamente en su primera proclama, empeñando su palabra en que sería fiel custodia de ese legado.

Los lazos de estos reinos de ultramar con la Península sena pos rodeó de su fuerza y  reconocida ayuda de la Ssma. ramatiandadguiroliciapariencia se mantéese mantenían firmes en los albores de la emancipación. Pero 260 años de crecimiento y espíritu de autonomía, en grandes provincias-países, conducía a una definición.

Mucha sangre habría de correr para imponer la dictatorial y rousseauniana “voluntad general” revolucionaria de la mal afamada “minoría logista” sobre las tendencias reales de los argentinos, que aspiraban a emanciparse sin desgarramientos ni renegar de sus bienamadas tradiciones.

La conspiración jacobina mundial, de la que tal minoría era cómplice, persistía en su designio de desmantelar el Imperio español, obstáculo para el avance del nivelador mundo de la máquina y del liberalismo socializante que se insinuaba, precursor de fenómenos como el marxismo demoledor o el hedonismo igualitario de Hollywood, antítesis del espíritu hispánico y mariano que se intentaba borrar.

Se planteaba la cuestión de la forma de gobierno. En un mundo monárquico, era una excelente ocasión para formar un gobierno que representara fielmente nuestra idiosincrasia católica e hispánica, en que las élites dirigentes, depositarias naturales de la Tradición, desempeñaran el papel preponderante que les corresponde, según el magisterio pontificio. Los siglos de gobierno capitular las preparaban ampliamente para ello.  

Existía una arraigada aristocracia de hecho, aunque comprimida por el absolutismo auto-demoledor. Ella debería haber acentuado sus caracteres y hacer que el día de hoy no fuera la negación del de ayer sino su armónica continuación, manteniendo la forma monárquica con algún príncipe legítimo que estuviera a la altura de las circunstancias.

Era una excelente oportunidad, asimismo, para formar la confederación de naciones hispánicas al servicio del común legado cultural y religioso. Así se hubieran evitado muchos males, como la supremacía de las naciones anglo-sajonas en el mundo iberoamericano y en todo Occidente.

Pero esas posibilidades de gobierno orgánico contrariaban profundamente la conjuración anticristiana, denunciada y combatida por los Papas y los católicos tradicionalistas. Y las logias apoyadas por las primeras potencias mundiales harían lo imposible para impedir que esta solución pudiese concretarse.

Pasados dos siglos de esos acontecimientos, algunas constantes se repiten. La Argentina auténtica necesita que sus élites auténticas y personas fieles a la Tradición encabecen una reacción salvadora contra el caos revolucionario que quiere degradar la Nación e introducir leyes inicuas promovidas por los ocultos centros de decisión mundiales que empujan la humanidad rumbo a la utopía revolucionaria, panteísta e igualitaria.

A los pies de nuestros venerados y sacrosantos Reyes,  el Señor y la Virgen del Milagro, depositamos el pedido de una restauración completa de la Cristiandad en Argentina, Iberoamérica y el mundo.