III Jornada de
Cultura Hispanoamericana por la Civilización Cristiana
- Notas para ponencia
ARISTOCRACIA,
SOCIEDAD ORGANICA Y ESPIRITU DE GESTA EN LA ARGENTINA CAPITULAR
–
Luis María Mesquita
Errea
EL CABILDO Y EL BIEN COMUN TEMPORAL, ESPIRITUAL Y CULTURAL
·
(...) la civilización no está por inventar, ni la ciudad nueva por
construir en las nubes. Ha existido, existe; es la civilización cristiana, es
la ciudad católica. No se trata más que de instaurarla y restaurarla sin cesar
sobre sus fundamentos naturales y divinos contra
los ataques siempre nuevos de la utopía malsana, de la revolución y de la
impiedad: omnia instaurare in Christo" (San Pío X, Notre Charge
Apostolique).
San Pío X, al invitar a los católicos a luchar por el
estandarte de la Cristiandad, dice que
debemos restaurarla sobre sus fundamentos contra los ataques de la utopía
malsana y la revolución. Esto explica por qué la Revolución
anticristiana, trata de ocultarnos nuestro pasado para evitar que podamos conocer sus fundamentos y restaurarla.
Siguiendo sus enseñanzas, afirmamos que existió una gloriosa
civilización cristiana y mariana, documentada por un torrente irrefutable de hechos, parte de los cuales expusimos en
“Siglos de Fe en Argentina y América preanuncian un futuro glorioso – La
formación de la civilización cristiana y mariana en nuestro suelo y su
resistencia a la Revolución
igualitaria”:
in
“Ponencias de la II Jornada
de Cultura Hispanoamericana por la Civ. Cristiana, Salta”, 7 y 8 de septiembre de
2006, presentadas en el Inst. Güemesiano
el 24 de mayo pasado) ;
y que entre sus paladines se cuentan los fundadores,
primeros pobladores y vecinos de nuestras ciudades.
Los veremos en acción analizando el Cabildo, institución
clave, base de la aristocracia católica existente dentro de la monarquía,
comentando la obra especializada de Constantino Bayle, S.I., “Los cabildos
seculares en América”.
La fundación de las ciudades, centro de la colonización
hispánica comprendía tres elementos fundamentales:
·
el acta fundacional,
·
el reparto de solares
·
la designación de los
alcaldes y regidores de su primer Cabildo.
El Cabildo significaba un órgano vital: justicia y gobierno de la ciudad; y nexo
orgánico con el Rey y autoridades superiores.
Su objeto era el bien común; recurrían al Rey para lograr “Cuanto les parecía conducente al bien
temporal, espiritual o cultural: los aspectos todos de la vida ciudadana”
(Bayle: 248).
La consagración al bien común como deber de estado caracteriza
la Nobleza. Pese
a la difusión del espíritu egoísta del Renacimiento, que provocaba una división
interna en el espíritu de los vecinos señoriales, este ideal mantenía gran
vigor.
Era causa de que los cabildantes fueran llamados “padres de la patria”. (Bayle:289) y “señoría de la ciudad”, o
directamente “la ciudad”. En Nueva España emplean esta fórmula: “…estando el
señor México en su ayuntamiento…” (Bayle:415).
Sociedad orgánica
En la sociedad católica, las partes que la componen son órganos diferenciados y armónicos, que
constituyen una unidad, ordenada jerárquicamente. La célula social y modelo es
la institución clave de la familia, sobre la cual se construye una familia de
almas y familia de familias.
Un ejemplo de funcionamiento orgánico, de gobierno
participado:
Toda nueva autoridad presentaba antes de entrar en funciones
sus designaciones ante el Cabildo. “Sin el tal requisito no se debía obediencia
a nadie, ni era válido acto alguno de jurisdicción” (Bayle:411). Äl fundar
ciudad el teniente de gobernador y señalar los miembros del Cabildo, éste le exigía
al mismo que les dio las varas exhibiese los títulos de su cargo (ibid.).
En ocasiones extraordinarias, se convocaba al pueblo para un
Cabildo abierto, representado por
los patriarcales jefes de las familias principales. Por eso los revolucionarios
precursores del superestado moderno, en los siglos 18 y 19 los tuvieron siempre
en la mira.
La composición del
Cabildo
En ciudades sufragáneas de Lima sus principales integrantes
eran dos Alcaldes, ocho Regidores y oficiales reales; Alguacil, Escribano y Mayordomo
(Bayle:405 y ss.). El Fiel Ejecutor, controlaba las pesas y medidas del
comercio y a las falsas las clavaba en el rollo de justicia. Existían
pintorescos oficios menores, como el yegüero, el relojero, el pregonero negro que
daban color a la vida cotidiana.
Ceremonias de
elección y renovación,
Había solemnidades para anunciarla y
oraciones para elegir bien. “… los cabildantes, oían misa del Espíritu Santo…el presidente ocasional les endosaba
un discurso “sobre votar según Dios y conciencia, sin aficiones
e intereses, a las personas más conducentes al pro común. Y se procedía a los
votos de los alcaldes, regidores y demás oficios (136).
La costumbre:
“el primero de año
el
Cabildo oía misa en una capilla de la catedral, la cual acabada “se van a casa
del Cabildo …, y allí se dan las gracias a los alcaldes passados …, y anxí
dexan las varas en el dicho Cabildo, y se salen fuera; y luego se platica cerca
de la elección de los alcaldes para aquel año, la qual se haze la mejor forma
que pueden a su parecer,
poniendo las varas en
los vecinos más antiguos y más calificados;
y
esta elección va por la mayor parte de votos…y ansí hecha …, se envían a llamar
a los vecinos y se les entregan las varas y hazen el juramento que se requiere
de derecho; y acabado de hazer esta elección y la del fiel ejecutor…se sale del
Cabildo” (Bayle:133-4).
La preferencia por los vecinos más antiguos y calificados va
en la línea del “gobierno de los mejores”, esencia de la aristocracia.
Los
cabildantes salientes designaban a los entrantes. No podían ser
reelegidos hasta transcurrir dos años de pausa
o hueco (Bayle:113), ni votar a
sus parientes próximos.
Era requisito la confirmación
del gobernador o corregidor; a falta de éstos en Santiago
del Estero, 1752, el Alcalde de primer voto, efectuado el recuento de votos
“dijo que en el nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo, y del Rey nuestro señor, que Dios guarde…
confirmaba y confirmó en cuanto puede y ha lugar por derecho, la elección de
alcalde de primer voto” (Actas, cit. por Bayle:135).
Sin
los Alcaldes y los Regidores, llamados Justicia
y Regimiento respectivamente, no había Cabildo.
El Alcalde
Con
funciones de juez de primera instancia, el prestigio legendario del Alcalde,
cabeza del Cabildo, se debe a que
encarnaba algo imprescindible para la formación de una
mentalidad católica en el pueblo: la respetabilidad de la ley al servicio del
bien.
Debía
ser “hombre bueno”, hidalgo o
encomendero, y requería la vecindad:
“tener casa poblada y fincas en el lugar: Diego de Quiroga, en Mendoza,
oponiéndose a un foráneo, dijo: soy
vecino morador, y tengo casa y biña y ganado, indios y otros bienes”
(Bayle:114).
El símbolo de su autoridad era la vara
–sinónimo
de fuero judicial en el Brasil de hoy.
Este
enigma de Pérez de Herrera la pinta imponente:
Hembra soy larga y
delgada;
Pónenme cruz en la
frente;
Soy de todos
respetada,
Y de un metal
coronada
Con que hago temblar
la gente.
Representaba el cetro
real. La realzaban
chapeados de plata y sobre todo la Cruz, símbolo de
la autoridad que reconocía su origen en
Dios, concepto odiado por el liberalismo revolucionario (ver texto pontificio y comentarios en “Nobleza y élites
tradicionales análogas en las alocuciones de Pío XII…”, Apéndice III, p. 213).
Aunque
el cetro del rey y la vara del alcalde parezcan distantes, son “una y misma
cosa: bastón con que se rige la grey del pueblo, como cayado y báculo” (Bayle).
“Sobre esa cruz se
hacían los juramentos
de
cumplir fielmente con los cargos, o decir verdad los testigos. Los mismos gobernadores
juraban guardar los fueros de las ciudades o administrar rectamente la
provincia sobre la vara de los alcaldes, aunque se las acabaran de dar ellos
mismos” (Bayle:261).
Los hombres de entonces no
resistían a un Alcalde munido de su vara. Sin ella, en cambio, quedaba como desarmado.
Es
el misterioso poder de los símbolos cristianos...
“La
vara había de acompañar a los justicias siempre, porque sin ella ni se conocía
ni se respetaba su cargo. Y dejarla en casa salía a la colada de la residencia. “Y la razón era que exponía a desacatos su
persona y autoridad, pues aun los que lo conocían se consideraban exentos
de reverenciarlos y obedecerlos”
(Bayle:261).
El Alcalde en la sala de justicia del Cabildo juzgaba
pleitos y hacía arreglos entre las partes como amigable componedor en base a su sabiduría natural y experiencia
y,
en caso necesario consultaba, a abogados y moralistas, como la gran Reina
Isabel.
El Regidor
De
categoría funcional algo menor,
era el cabildante por
excelencia, que votaba
en
las cuestiones administrativas y de gobierno que competían al Cabildo.
Desempeñaba
un amplio haz de funciones: ejecutar
ordenanzas, visitar la cárcel y procurar que no duerman las causas de pobres, forasteros y desvalidos, vigilar la construcción de edificios y
puentes, impidiendo falsificaciones en las mezclas; controlar las ventas, mesones y tambos, impidiendo abusos. Prevenía las fiestas
de Corpus, los toros, recepciones de Virreyes, Presidentes y Obispos,
comisiones costosas en las que hacía
aportes de su peculio. [amparo a la gente común y pobres; aportes
económicos]
El Alcalde, el Gobernador, o su Teniente presidían el
Cabildo pero no votaban.
La
célebre libertad capitular exigía que sólo los Regidores lo hicieran. Así se lo
recordó, airado, el Contador Ortuño de Ibarra, en Méjico, al Alcalde Diego de
Guevara “porque el asistir los alcaldes ordinarios desta ciudad en el Cabildo
della es para tener en justicia a los regidores e no para votar en los negocios
del Cabildo” (Bayle:166-7).
El
Alcalde tenía más honras y preeminencias; el Regidor, poder colegiado de
resolución.
Sesionaban juntos pero decidían los Regidores, quienes se sentaban y votaban por orden de
antigüedad (Bayle:425). [Espíritu jerárquico]
Los privilegios de
los Cabildos se remansaban en sus
cabezas, los alcaldes,
que
ocupaban sillas en funciones públicas, la delantera en recibir a Virreyes y
gobernadores, donde lucían ropas rozagantes, ornadas de cadenas; [Sacralidad]
el privilegio de llevar el palio el día del Corpus y las llaves del encierro el Jueves Santo; primacía en
repartos de víveres y de indios mitayos. Honras: su elección se anunciaba con
chirimías, los llamaban magníficos señores o muy
nobles señores, dejando el noble
a secas para los regidores [gradación]. También fueron llamados “sus mercedes”.
Prerrogativas de los
regidores:
declaraban
como testigos en su casa; [Espíritu jerárquico] al entrar en el Cabildo, todos se levantaban y permanecían de pie y
descubiertos hasta que el recién llegado se sentara. Eran preferidos en
repartos de comestibles, eximidos de cargas personales, oficios viles y
administraciones forzosas.
El
más antiguo guardaba una de las llaves del archivo y las llaves simbólicas de
la ciudad, que ofrecía al Virrey
entrante; en las juntas, hablaba en
nombre de la ciudad; le correspondía recibir los despachos reales,
besarlos y ponerlos sobre su cabeza, él por todos, que estaban durante la
ceremonia en pie y descubiertos. Recogía las varas de Alcaldes y oficiales
cumplidos y las daba a los nuevamente nombrados (Bayle: 185-6).
AMBIENTES, COSTUMBRES, CIVILIZACIONES
La civilización hispanoamericana enriqueció la tradición y
generó gestos, fórmulas y ceremonias sacrales y majestuosas.
En
Quito, el primero del año 1536: “…fue recibido juramento en forma debida de
derecho, so cargo del cual se les encargó que usen bien y fielmente del dicho
oficio y cargo de Alcaldes,
[primero servir a Dios]
mirando primeramente el servicio de Dios, y luego el servicio de Su Majestad y
el bien y pro comunes de todos los vecinos y moradores desta dicha villa, y
que … harían justicia a las partes y castigarían
los pecados públicos…
y
que … el primero día de Año Nuevo, entregarían las varas en este Cabildo para
las dar a los nuevamente elegidos” (Libro I, Cabildo de Quito, ap. Bayle:138-9).
En
Santiago de Chile, el 25 de enero de 1551, el Cabildo solemniza el acto de la
jura: “…los dichos señores Justicias e Regidores dentro de la iglesia mayor tomaron e recibieron juramento por Dios e
por Santa María e por santos cuatro Evangelios…en un libro misal e por
una señal de la cruz, donde … cada uno de ellos pusieron sus manos derechas
corporalmente, que como buenos e fieles cristianos temerosos de Dios, guardando
sus conciencias, que [cumplirán todos los deberes enunciados anteriormente].
[Fe en la Justicia divina que
premia y castiga].
E
si así lo hicieren, Dios Nuestro
Señor les ayudase en sus ánimas y en los cuerpos y en las haciendas, hijos e
bienes, e después de su fin e muerte, los lleve a su santa gloria del Paraíso. …lo
contrario haciendo, Dios Nuestro Señor les demandase mal e caramente, como
a malos cristianos, así en las ánimas y en los cuerpos y en las haciendas, e
los llevase a las penas del infierno,
como a personas que juran e perjuran su santo nombre en vano” (Bayle:139).
En la
Sala Capitular se encontraba el retrato del Monarca, símbolo
vivo del Reino, el crucifijo y las tallas de la Virgen o de los santos
patronos (Bayle:330), expresando la unión del trono y del altar.
En
1714, el Ayuntamiento de Buenos Aires “acordó que la semana que viene se haga el Cabildo acostumbrado en el convento de Nuestra Señora de la Merced, para lo tocante al
santo entierro de Cristo” (Bayle:327).
Ceremonias del beso
de la Real Cédula
y de la obediencia
Llegado el documento de Su Majestad Católica, todos
se descubrían y en representación del cuerpo, el Regidor más antiguo la besaba
y se procedía a su lectura.
El ordenamiento jurídico contenía una magnífica libertad no
siempre bien entendida: la posibilidad
de acatar una orden y no cumplirla.
En
actas se dejaba constancia: “se acata, pero no se cumple…”, sabio remedio para evitar males que una disposición de la
metrópoli podía a veces ocasionar.
Ante esa situación, el Cabildo apelaba y la aplicación de la
orden quedaba suspendida: esto armonizaba la fidelidad al poder real con el
bien común de los vasallos.
“También
al escribano tocaba leerlas [reales cédulas y provisiones], de pie y destocado,
y asimismo las obedecían los
cabildantes:
la obediencia estaba
en tomarlas, besarlas y ponerlas sobre su cabeza, como mandato de su Rey y
señor natural:
ceremonia que jamás se omitía, por dura
que fuese la orden.
Este “procedimiento…no
fue tapadera de desobediencia y arte de no hacer caso, antes muy legal y
permitido por el Rey, cuando de la ejecución se preveían inconvenientes
graves” (Bayle:428-29).
LIBERTADES
El
ejemplo muestra que no nacieron en la cancha de pelota ni en la toma de la Bastilla.
Eran la esencia de la
sociedad pues
“…los cuerpos sociales intermedios entre el Estado y el individuo…hacían de las
naciones pre-revolucionarias conjuntos pujantes de “sociedades orgánicas”…”
(cf. “Nobleza y élites tradicionales análogas”, cit., Apéndice III, p. 226).
Era requisito jurar las libertades desde el primer día:
Don
Jerónimo Luis de Cabrera funda Córdoba de la Nueva Andalucía, designa su
primer Cabildo y ante él "Dijo que juraba y juró por Dios Nuestro Señor, e por Santa
María, y por las palabras de los sagrados Evangelios y señal de la cruz, en que
puso su mano derecha, que guardará y cumplirá a esta dicha ciudad de Córdoba
todas las gracias, franquezas y libertades" (cf. L. Mesquita Errea, “Devisadero de luces doradas en aquel
reino del Tucumán”).
Una de las franquicias más valoradas era la de verse libres
de impuestos, lo que llegaba a ser penado
con la excomunión
el
gobernante que introdujera nuevos impuestos. Quito, en 1550, con el benéfico
objetivo de realizar obras públicas, careciendo de “propios” (caudales del
Cabildo), acuerda imponer un tomín de oro a cada arroba de mercancía que
entrare en la ciudad; a los caballos y mulas, un peso, a las vacas, dos
tomines, un real a las cabras y un tomín por cada diez cerdos exportados.
El acuerdo duró sólo
un mes y medio,
pues
el Obispo recordó a sus mercedes “estar prohibidos los portazgos y otros impuestos
sin licencia del Rey, pena de excomunión reservada al Papa” (Libro II de
Acuerdos, ap. Bayle:316).
Para
evitar impuestos, los Reyes recomendaban conservar bienes para “tener propios …; porque de otra suerte es molestar a los vecinos, habiendo de hacerlos a
su costa” [amparo real a los vecinos]
(carta del Rey al Ayuntamiento de Medellín, 1676, Actas, ap. Bayle:301).
Los
“propios” eran fuentes de recursos con que acudir a los gastos precisos del
común, sin echar mano de [contribuciones] odiosas…; pues antaño se buscaban caminos
menos duros a la bolsa de los ciudadanos (Bayle:301).
El Procurador,
defensor de las libertades y derechos concretos
No
sólo los cabildantes como miembros de élite de la sociedad velaban por “el
común”.
El Procurador del Cabildo representaba al pueblo en la
defensa de sus derechos.
Ante
cualquier resolución o circunstancia que perjudicara sus intereses espirituales
o materiales exponía su queja, aunque
fuese contra lo resuelto por el propio Concejo, que muchas veces anulaba la resolución
recurrida; de no hacerlo, el Procurador apelaba. No era fácil ejercer este
oficio que se prestaba para roces con cabildantes, o con gobernadores
autoritarios.
Entre las libertades consagradas mencionemos:
·
Epistolar: cualquier vasallo podía escribirle al Rey lo que quisiera; era
inviolable, llegaba y era oído.
·
De voto:
“Repetidamente está mandado a los Virreyes, Presidentes y Oidores que no se
introduzcan en la libre elección de
oficios que toca a los capitulares, ni entren con ellos en Cabildo” (ley 2,
tít. 3, libro V, Recopilación de Leyes de Indias, Solórzano; ap. Bayle:132).
·
De discusión: cuando se trataba un asunto que concernía a cualquier
persona presente, así fuera el mismísimo Virrey, debía retirarse. Nada menos
que al Marqués Pizarro lo obligó a salir el Cabildo de Lima, contradiciendo su
nombramiento de un regidor (Bayle:133). A veces pedían al gobernador que se
retirara para votarle un homenaje por acciones de gobierno excepcional.
·
Capitular: era la autonomía del Cabildo para ejercer su jurisdicción sin ser
invadida por otros poderes.
·
La de acatar y no cumplir una ordenanza
considerada dañosa a los vecinos y moradores
Estas libertades concretas deben considerarse dentro del
marco de la mayor y más auténtica libertad: la de practicar el bien, que el
Presidente mártir García Moreno expresaba así: “Libertad para todo y para
todos, menos para el mal y los malos”.
Este cuadro permite palpar el orden equilibrado de aquella
monarquía moderada vigente bajo el “cetro
de oro” de los Austrias, atemperado por poderes intermedios y autonomías.
La
armonía del orden medieval entre los estamentos de Clero, Nobleza y pueblo
termina en 1308 cuando Felipe IV el Bello, Rey de Francia, descarga por medio de sus enviados la
“bofetada de Anagni” sobre el rostro del Papa Bonifacio VIII, que muere de
indignación. Trágico preludio del camino que irá recorriendo el centralismo
hasta desembocar en el absolutismo real de los siglos 17 y 18, que “…parecía la
consolidación del principio de autoridad, [pero] no era sino un principio
revolucionario: la omnipotencia del Estado ante las leyes de Dios y de la Iglesia”, como observa con
agudeza Plinio Corrêa de Oliveira.
El
proceso se inicia en esta época pre-renacentista: los legistas desentierran del
derecho imperial romano la idea del
monarca de poderes omnímodos (prefigura del superestado moderno) y comienza
el avasallamiento de los poderes intermedios, rumbo a su progresiva extinción.
Amenazados por los desbordes de los funcionarios, los
Cabildos hispanoamericanos defenderán heroicamente su autonomía.
En el siglo XV hay manifestaciones de centralismo con
respecto a las asambleas de Clero, Nobleza y pueblo reunidas con los monarcas:
“…las Cortes en España empezaron a caer desde
los Reyes Católicos, tenaces para concentrar poderes en las manos reales…,
bajaron más a los ojos del Emperador en Santiago, al enfrentársele, y en las
juntas subsiguientes de los comuneros; ni decían con el carácter absoluto de su hijo, el Prudente [Felipe II], ni menos con
el de otros Felipes, ni después con los Borbones; las Cortes quedaron reducidas
a solicitar subsidios y a la jura del heredero.” (Bayle:240).
Con los Borbones, la
monarquía se tornará absoluta: es el principio del fin de los Cabildos y
del régimen de libertades concretas. Y también del propio Imperio español, que conmoviendo sus
fundamentos entrará en vías de autodemolición
(cf.
L. Mesquita Errea, “Siglos de Fe en Argentina y América preanuncian un futuro
glorioso – La formación de la civilización cristiana y mariana en nuestro suelo
y su resistencia a la
Revolución igualitaria”, cit.).
Un golpe que amenaza
reducir todo a escombros
Las
influencias renacentistas y protestantizantes se hicieron sentir en toda la
sociedad europea, incluyendo la española, y en el seno de las universidades y
órdenes religiosas hervían tendencias del llamado “reformismo erasmista”,
versión de apariencias moderadas, y por ende más peligrosa, del reformismo protestante, que se vuelve
contra la tradición medieval y la escolástica, y en Alemania, por influencia
directa de Erasmo, siembra el odio al Clero católico (cf. “Bartolomé de las
Casas”, cit., “Dictionnaire des Biographies”, Universidad de Paris, “Erasme,
Gérard”),
Enarbolando
la defensa del indígena de un modo apasionado y falto de ecuanimidad,
su meta era borrar la
autoridad señorial,
privando a los vecinos feudatarios de poder de gobierno sobre los indígenas
encomendados y acabando con la institución de la encomienda. Argumentaba que “el vasallo no debe tener muchos
amos; (que) es preferible la administración regalista a la señorial”
(“Bartolomé de las Casas”, cit., p.94). Incitaba al Monarca a agrandar la
potestad real suprimiendo la de los feudatarios, protagonistas de la
colonización, a quienes comparaba con “dragones”: “para que aquellos pueblos
hayan de tener más del señor inmediato y natural…y éste no deba ni haya de ser
sino Vuestra Majestad” (ibid., pp. 92 y 94).
La ofensiva se dirigía contra quienes ejercían orgánicamente
una aristocracia, sistema que la
Revolución odia más que la monarquía absoluta (*).
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(*)
“Por más que la Revolución
odie el absolutismo regio, odia más aún los cuerpos intermedios y la monarquía
orgánica medieval. Es que el absolutismo monárquico tiende a poner a los súbditos, aun a los de más categoría,
en un nivel de recíproca igualdad, en una situación disminuida que ya preanuncia la aniquilación del individuo
y el anonimato, los cuales llegan al auge en las grandes concentraciones
urbanas de la sociedad socialista. Entre los grupos intermedios que serán
abolidos, ocupa el primer lugar la familia. Mientras no consigue extinguirla, la Revolución procura
reducirla, mutilarla y vilipendiarla de todos los modos” (Plinio Corrêa de
Oliveira, “Revolución y Contra-Revolución”).
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Un golpe amenaza reducir todo a escombros: es la guerra movida
contra los Cabildos por fray Bartolomé de las Casas dice Constantino Bayle,
S.I.
Como vimos anteriormente, la “Brevísima Relación de la
destrucción de Indias” de Las Casas carece de todo valor probatorio. Fue la
obra de un encomendero frustrado,
cuyos
fracasos se hacen evidentes en la fallida república comunitaria indígena de
Cumaná (Venezuela), que los propios
indios arrasan en la primera oportunidad. Más tarde es el Obispo unilateral que
imparte draconianas instrucciones contra los encomenderos, intentando privarlos
de los bienes adquiridos como fruto de sus esfuerzos, presionándolos “in
articulo mortis”.
No en vano autores de la envergadura de Menéndez y Pelayo,
Menéndez Pidal y Rodolfo Jimeno, lo consideran un subvertidor del orden, un desequilibrado mental e inclusive un paranoico, lo que es bien sintomático y
coincide con las investigaciones de Carbia y del propio Bayle
(cf.
Ramón Menéndez Pidal, “El Padre Las Casas. Su doble personalidad”,
Espasa-Calpe, 1963; Rodolfo Jimeno, de la Real Academia de la Historia, “Las Leyendas y
el Padre Las Casas”, Ed. Calamon, Madrid, 1983, ap. “Cristiandad auténtica o
revolución comuno-tribalista – La gran alternativa de nuestro tiempo”, Comisión
Inter-TFPs de Estudios Hispanoamericanos, Ed. Fernando III el Santo, Madrid,
1993, p. 61; José Alcina Franch, “Bartolomé de las Casas”, Ed. Historia 16, Quórum, pp. 83 y ss).
Carlos V, impresionado a fondo por
Las Casas, consideró seriamente la posibilidad de abandonar la empresa
colonizadora y evangelizadora. Bajo la
presión del movimiento inspirado por Las Casas sancionó las imprudentes y en
parte injustas Leyes Nuevas (1542),
causando enorme turbación en los reinos de ultramar.
Era un golpe contra quienes habían
abierto las puertas de la Civilización Cristiana a todo un continente,
librando a multitud de indios del despotismo
incaico, de las sangrientas tiranías de
los Aztecas, cuyos satánicos cultos incluían la antropofagia en gran escala, de
los horrores que practicaban con naturalidad con sus enemigos tribus como los
jívaros, lules y tobas, llegando a devastar pueblos enteros devorándolos, como
hacían los chiriguanos con los chaneses (cf. L. Mesquita Errea, La Civilización Cristiana,
Mariana y orgánica de la
Argentina auténtica, I Jornada de Cultura
Hispanoamericana por la Civ.
Cna. - Salta, 2005; La sociedad peruano-tucumanense del
siglo XVI en la mirada de fray Reginaldo de Lizárraga, OP – Los 400 Años de la Orden de Santo Domingo en
Córdoba – Ed. Junta Provincial de Historia de Córdoba et al. – Córdoba, 2004; Gobernantes,
vasallos y pueblos – Un vistazo a las mentalidades, ambientes y vida religiosa
peruano-tucumanenses del siglo XVI según el testimonio de fray Reginaldo de
Lizárraga, OP – II Jornadas de
Historia de la Orden
Dominicana en la
Argentina – Actas – Universidad del Norte Santo Tomás de
Aquino – San Miguel de Tucumán, agosto de 2005).
Eran los Beneméritos de Indias quienes fundaban las ciudades
y organizaban las haciendas, cuyos
intereses constituían los de la sociedad toda (Levillier). Por tanto, el
golpe alcanzaba a toda la sociedad incluido el indígena, amenazado de volver al
atraso y al paganismo.
“Las Casas se declaró
enemigo personal de todos los conquistadores y pobladores
y [éstos] se lo pagaron con la misma moneda;
cruzó
el mar catorce veces… prácticamente en daño de los españoles; y tras él venían
los procuradores de las ciudades a contrarrestar sus arremetidas. …”
(Bayle:246).
Fue
“La borrasca más dura que corrió el régimen español en Indias...suscitada por
las Leyes Nuevas, las que decretaron la libertad íntegra de los naturales, y la
consiguiente pobreza de los conquistadores, a los que se desposeía de las mercedes por el propio Rey otorgadas y
puestas como incentivo…; su cumplimiento
resultaba irrealizable, echaba por tierra el fruto de luchas y fatigas
increíbles, las esperanzas de vejez sosegada en los que pasaron la juventud peleando en servicio de
Dios y del Rey, la fe de éste, solemnemente empeñada, y lo que es de más peso,
la perpetuidad del dominio español y de
la conversión de aquella gentilidad” (Bayle:439-40).
Las Casas, la Leyenda Negra y la substitución
de España por las potencias protestantes en el predominio mundial
Las diatribas de Las Casas,
difundidas por los enemigos de la Cristiandad, generaron
además la Leyenda Negra, que
minó las bases del Imperio español
creando condiciones para el surgimiento
de las potencias protestantes que llenaron el vacío por él dejado, desviando de su misión a los pueblos iberoamericanos.
Reacción viril de los
Cabildos
En
Nueva España (Méjico), se prepararon para recibir al enviado real vestidos de
luto –lo que finalmente logró impedir el Virrey Mendoza. Se presentaron el
Cabildo y los vecinos “con sus memoriales y sus caras hoscas”, diciéndole al
visitador real lo que escribieron al Emperador el 1 de junio de 1544: “Lamentan
esté tan lejos y no pueda oír “los clamores que continuamente damos,
necesitados por las siniestras y no
verdaderas relaciones que a V.M. se han
hecho, cubiertas con el velo de su servicio”. Piden “con la humildad
antigua y fidelidad española” ser oídos
antes que las leyes se ejecuten, por entender que es más servicio de Dios y de S.M., “bien y perpetuidad de los
naturales” que no se ejecuten, pues de lo contrario aceptarían dichosos que
“nuestras personas y bienes fuesen del todo desechos”. “Y porque así lo creen y
no han de caer en la deslealtad de
callar a su Príncipe lo que le conviene, avisan cómo la tierra se pierde… cada
uno buscando camino para irse y dejar la tierra…“temiendo que los postreros
(en irse) han de padecer martirio” a
manos de los naturales”.
“El Cabildo habla con la dignidad y mesura de Cabildo; el
sentir crudo de los conquistadores… lo rezuman cartas particulares, como la de
Francisco de Terrazas … Expone lo que importa
perpetuar las encomiendas en vez de quitarlas; lo mucho que gastan los encomenderos en sostener la evangelización …
nuestros hijos le pedirán justicia, si
antes V.M. no fuese servido en hacerla; a nosotros, y a ellos Jesucristo se la hará contra los consejeros que han sido
parte para lo contrario…; que no es
posible ni quiera Dios que creamos que
V.M. por sí de tal crueldad usará contra sus vasallos…
suplico a V.M. mire bien la lealtad y grandes servicios
destos sus vasallos tan fidelísimos, que
con tanto trabajo y muertes de hombres y derramamiento de sangre tantos reinos
han acrecentado en su real corona… Mire que no hay príncipe en el mundo que tenga tan leales vasallos como son los
españoles…; y no somos remunerados, si
nuestros hijos han de ir a pedir por Dios [a mendigar]; y no es mucho que
V.M. les dé algo y parta con quien se lo dio, porque de otra manera no habrá
hombre que aventure su vida por ganar palmo a V.M., pues se ven todos mal
galardonados…” (Epistolario de N. España, ap. Bayle:441).
El virrey Mendoza y el Obispo Zumárraga
interpusieron sus buenos oficios, y los Oidores escribieron al Emperador
advirtiéndole que de ponerse en práctica
“viéramos la total perdición e despoblación de la tierra” (ibid.).
Los vecinos y
Cabildos lograron impedir las consecuencias más extremas de esta ofensiva indigenista, que encontró eco en la Corona y los funcionarios
centralistas. El desarrollo pleno de la Nobleza de Indias quedó perjudicado, aunque no
frustrado. El núcleo social de conquistadores y feudatarios se afirmó y mantuvo
su condición dirigente
durante todo el período
hispánico, constituyendo una élite que, bajo renovadas formas, continuó
ejerciendo influencia a lo largo de toda la historia.
(Pío XII, en pleno siglo XX,
la considera un precioso fermento de regeneración social, si es fiel a su
misión de servir al bien común. Cf. “Nobleza y Elites tradicionales análogas”,
cit.).
Fidelidad y
holocausto en las horas aciagas
Fue otra
característica, propia de la condición
de noble, que hace honor al nombre de feudatario, que afloraba ante ataques
internos, como los lascasianos, o externos, de las tribus recalcitrantes en su
paganismo.
En
las grandes horas de aflicción los
Cabildos, eco de los vecinos, expresaban
los más altos sentimientos de fidelidad y holocausto.
Apretado
por furiosas oleadas araucanas, el de Santiago de Chile, intimado por la Audiencia a nombrar
capitán y aprestar gente para la guerra, escribe un memorial de servicios
“donde asoman almas viriles y doloridas”
(Bayle):
Expresan al Rey: “que a
nuestra costa…conquistamos y
poblamos esta ciudad de Santiago,
y vivimos cuatro años en continua guerra
con los indios…, en la una mano la lanza
y en la otra el arado [expresiones
bíblicas], ...padecíamos tanta
hambre que nuestro manjar era
cigarras del campo;
y
con todo este trabajo y miseria descubrimos
y ayudamos a poblar la ciudad de La Serena, la Concepción y Angol y la Imperial, todo a nuestra costa, y socorriendo de nuestros haciendas a los soldados, dándoles armas, caballos y
vestidos…”. Cuentan sus campañas y exorbitantes gastos “…
y por ello estamos
adeudados y pobres, …; y como no nos
queda cosa con que poder sustentar los golpes desta guerra sino el ánima,
deseamos darla a Dios, de quien la recibimos; … y sin embargo desto, …como
sus leales vasallos, acudimos al
llamamiento de V. Alteza , y
enviamos a nuestros hijos a la guerra,
y
los que no tienen hijos, ayudan con ropa, que toman fiada de mercaderes”… (ap.
Bayle:438-39).
Qué
lejos estaba la dura realidad de los vecinos del panorama que pintaba Las Casas
en la Europa
renacentista.
En el Paraguay y el Tucumán se vivieron similares horas de extremo
peligro y aflicción.
Hubo
frecuentes reuniones extraordinarias de vecinos y moradores para alistar
soldados y proveer recursos contra los bárbaros de los alrededores (Bayle:439).
Como en la
Edad Media, ante las oleadas de musulmanes o
bárbaros, era frecuente encontrar “la
ciudad en armas”.
EL VIGOR DE LOS CABILDOS Y LA TRADICION CABALLERESCA
Los testimonios históricos citados indican que en los siglos
XVI y XVII, pese a los fermentos hedonistas y anticristianos del Renacimiento, persistían
vigorosos trazos del espíritu de la caballería feudal de la Reconquista a los que se debe
el heroísmo y la resistencia que permitieron fundar una Cristiandad
americana. La base del sistema feudal era la fidelidad, requisito
indispensable para la cohesión del reino en las circunstancias del momento.
La condición de
Vecino Feudatario recuerda en varios aspectos la del Señor feudal.
A
diferencia de éste, por influjos legistas centralistas, no se le reconocía
poder jurisdiccional, y los anhelos de perpetuidad en las encomiendas
–recomendada por el Virrey Toledo y numerosos hombres representativos- nunca se
concretaron. No obstante,
tenía obligaciones feudales y un feudo con el que se vinculaba mediante una ceremonia “que revestía solemnidades de feudalismo:
…quitar
palos, cortar ramas, cambiar de sitio un pedrusco…” (Bayle:97).
La encomienda
también se entregaba al feudatario con ceremonias
que manifestaban sus sagrados
deberes
de
amparar a los naturales ante cualquier peligro y costear y velar por su
enseñanza religiosa.
Esta
respondía a la divisa misionera de que “evangelizar es civilizar y civilizar es
evangelizar”, y a la catequesis iba asociado al aprendizaje de primeras letras
que abría a los naturales el mundo de los libros.
“Igual
solicitud mostraron la justicias y regimientos por las escuelas elementales… En
este punto estaban mejor atendidos
los muchachos naturales, pues en sus pueblos debía haber escuela…a
cargo del doctrinero (cf. “España y la educación popular en América” de C.
Bayle, S.I.; cf. “Los Cabildos seculares en América”, cit., p. 547).
El Alférez y el
estandarte: punto de reunión y refugio
de los guerreros de la Cristiandad
En la defensa y la lucha es donde más se manifiestan las
tradiciones feudalizantes de aquellos forjadores de la Argentina temprana,
“para quienes la espada constituía
miembro integrante de su ser” (Bayle).
No
existían ejércitos regulares sino fuerzas integradas por los vasallos del Rey
cuando la provincia se hallaba en peligro. Su
élite la formaban los vecinos feudatarios con su persona, armas y caballos,
quienes armaban a sus hijos y paniaguados; y aún a los soldados.
La insignia de esa
milicia era el estandarte con las armas del Rey y de la ciudad, símbolo sagrado para todos. Lo custodiaba el Cabildo por
medio del Alférez Real.
En
la antigua España el Alférez, ocupaba el mayor
lugar de honra en la casa del Rey, según consta por Alfonso el Sabio. La
costumbre guerrera lo mantuvo en Indias pues “mucho de honra ponía la tradición
en las armas reales y en el privilegio de pasearlas y guardarlas: testimonio
público de lealtad,
en quien se
depositaba lo más preciado, simbólicamente que los vecinos tenían: el honor de su Rey y su lealtad, cifrado en el pendón. (Bayle:195).
Al
primer Alférez de Santiago le correspondió hacer a su costa “un estandarte de
seda, y que en él se borden las armas de esta ciudad, y el apóstol Santiago
encima de su caballo” (ibid.:196).
Entre
los privilegios del Alférez, Felipe
III estableció “que tenga en el
regimiento asiento y voto, y el mejor y más preeminente lugar delante de los
regidores, aunque sean más antiguos que él; de manera que después de la Justicia (Alcaldes) tenga
el primer voto y el primer lugar” (ibid.).
En
tiempos de guerra, le tocaba regir la hueste, no mandarla.
Debía ser tal “…que
en sus manos no palideciesen los colores del estandarte”.
Las ordenanzas del Virrey Toledo
recuerdan
el papel de Charcas en la sofocación de alzamientos, castigo de revoltosos y
hallazgo de los minerales de Potosí y Porco, por los que la ciudad obtuvo del
Marqués de Cañete armas que él confirma, modificándolas, para incluir en ellas
un crucifijo, “cuya
imagen el emperador,
de gloriosa memoria, traía siempre en
sus enseñas y estandarte, en las guerras en que militó…, con el patrón
general de la nación española, el bien aventurado señor Santiago, y que ansí traen en las dichas enseñas con las
reales armas los capitanes generales súbditos y vasallos de Su Majestad, para
que con su voz y nombre [grito de guerra y oración] los fieles y
leales vasallos suyos se puedan acoger y
acojan debajo de la Fe
y amparo del dicho estandarte, donde reconozcan en él sus armas reales, y
entiendan que las han de defender contra
todos los hombres del mundo, perdiendo la vida por ello, si fuere menester”.
Manda
el Virrey que de hoy en adelante, cada año se saque de la casa del encargado,
el cual lo traiga a las casas del Cabildo acompañado de toda la gente de la
ciudad, adonde la Justicia
y Regimiento levante el pleito homenaje
al regidor (o Alférez Mayor) que le hubiere tenido aquel año, y recibiéndolo el Corregidor o el Alcalde
más antiguo “de los vecinos encomenderos”, le tome en el dicho Cabildo, le
den y entreguen al alcalde y regidor (o Alférez) nombrado para que lo tenga el
año siguiente.
A éste debían tomarle previamente el pleito-homenaje del siguiente modo: “Tomando el dicho corregidor o alcalde ambas las manos del dicho alférez con las suyas [como en el homenaje feudal],
y
diciendo: “Vos, señor fulano, ¿hacéis pleito homenaje como caballero hijodalgo
una y dos y tres veces; una y dos y tres veces; una y dos y tres veces, al modo
y fuero de España, en mis manos, como de hombre caballero hijodalgo, de guardar
y cumplir la fidelidad que debéis a Dios y al Rey don Felipe, vuestro señor y
rey natural, y a los reyes sucesores de la corona real de Castilla y León,
teniendo este estandarte de la ciudad, que os entrego en tal fe, seguro y guarda
y
que en todo lo que
fuere vuestras fuerzas y posible, primero perderéis la vida, si fuere
necesario, que el dicho estandarte, defendiéndole y amparándole contra todos
los hombres del mundo; el cual se os da y entrega para que le tengáis en vuestra casa [personalización de los cargos],
para
que mejor podáis asistir siempre con él, y que a ninguna persona le fiaréis ni
entregaréis, de paz ni de guerra… y que por
la confianza y fidelidad que de vos se hace, como de tal caballero hijodalgo...
Y que en cualquier ocasión de
motín, traición o levantamiento que haya en la dicha ciudad,
que sea necesario
sacar el dicho estandarte, luego y ante todas las cosas os pondréis a caballo
con vuestras armas, que para ello tendréis, con el dicho estandarte en las
manos, saldréis acompañado de la gente fiel que hubiere acudido a buscar la
insignia real, o solo, a la plaza o campo público que os parezca más conveniente, donde pueda acudir y ocurrir la gente fiel,
ansí
presidente, corregidor, alcaldes y Cabildo, como los demás vecinos feudatarios,
soldados, ciudadanos de la ciudad, y meterse debajo del dicho estandarte, y
después de metidos, haréis lo que el dicho presidente o corregidor en su
ausencia, o los alcaldes o cualesquier Justicia de Su Majestad ordenare… y que
el día que saliéredes con el dicho estandarte y se hubieren metido debajo de él
los fieles vasallos de Su Majestad, notificaréis que, acudiendo al dicho
estandarte todos los vecinos…
tendrán en él refugio
y amparo, sin que sea necesario salir de su ciudad, dejándola
desamparada,
para
ir a buscar al gobernador ni otro nombre ni voz de Su Majestad más de la que
tienen de presente… Todas las cuales dichas cosas habéis de cumplir e guardar so pena de caer en mal caso y en las penas
en que caen e incurren los hombres caballeros hijos dalgo que no guardan y
cumplen los pleito homenajes y fes que dan e prometen a sus reyes y señores
naturales”.
Y
luego el dicho alférez ha de responder en la forma siguiente: “Yo, Fulano, hago
el dicho pleito homenaje, como caballero hijo dalgo una e dos e tres veces, una
e dos e tres veces una e dos e tres veces, al modo y fuero de España, de
guardar y cumplir lo que se me ha dicho y referido por el dicho señor
corregidor o alcalde Fulano, so pena de incurrir en la pena que me ha sido
dicha, de que son testigos…” (cf. Libro de Cabildos de Lima, VIII, ap.
Bayle:202).
Lo insólito y solemne de sacar el
estandarte era pregón de que peligraba la
paz pública y se ponía en contingencia la
soberanía del Rey, y llamamiento a
la lealtad de los vasallos, .
En
Chile, por sublevación de los indios comarcanos, en una esquina de la plaza se enarboló el dicho real estandarte con
toda veneración: “los dichos
señores alcaldes tomaron en sus manos un estandarte que estaba puesto en una
lanza, el cual asomaron por una ventana, teniendo la lanza en las manos;
[abajo estaba a caballo el capitán Jufré, alférez nombrado…, entregándole el
estandarte de] “esta ciudad de Santiago del Nuevo Extremo, en nombre de Dios y
de S.M., nuestro Rey y señor natural, y de esta ciudad y del Cabildo, justicia
y regimiento de ella, para que con él sirváis a S.M. todas las veces que se
ofreciere”. Y el dicho capitán Jufré “dijo que así lo recibía, e prometía e
prometió de lo hacer así cumplir; y así lo recibió estando a caballo. [escena] Y los dichos
señores corregidor y alcaldes y los demás caballeros y vecinos de esta
ciudad…se fueron acompañando el dicho estandarte hasta la iglesia mayor, adonde
oyeron vísperas, y después de acabadas, tornaron a cabalgar y anduvieron por
las calles de esta ciudad, hasta que volvieron a las casas del dicho capitán
Juan Jufré, acompañando el dicho estandarte, con el cual se quedó en su casa”
(Bayle 202-3).
Vigencia del espíritu
de gesta: el paseo del estandarte – Vida participativa, representatividad
orgánica
La
vigencia del espíritu de gesta llevaba a que, en tiempos de paz, la principal
fiesta cívica fuese el paseo del estandarte.
“La fiesta del pendón
se llevaba la gala entre todas las civiles: considerábasela la fiesta de la
ciudad por excelencia; el cumpleaños de
su vida, el reconocimiento de su
fidelidad al Soberano. Teníase en el aniversario de su fundación, que en Méjico fue el de la conquista”. En aparato, ostentación y regocijos no cedía a
ninguna.
“El
pendón [era] de tafetán o raso, sin color fijo, con las armas reales y las de la ciudad. (…) Enarbolábalo un
caballero designado por el Cabildo (antes que hubiera Alférez real), acompañado
del Virrey, Audiencia, Cabildo y Tribunales, y de la caballería toda, que
derrochaba lujo y ostentación e libreas, joyas, jaeces; oro y plata hasta en
los arreos del caballo; perlas y diamantes en los cintillos; cadenas y veneras;
a quién lucía más…” [ostentación y amor a
la belleza].
Cuenta
fray Diego de Valadés: Va el Alférez armado de punta en blanco, en su corcel a
punto de guerra, con armadura resplandeciente” (Bayle 661-2).
[acción de gracias por la conquista]
El día siguiente, …torna la comitiva y escuadrón a la iglesia, donde el
Arzobispo canta la misa pontifical, con sermón panegírico, en que se exhorta al
pueblo a dar gracias a Dios, que
quiso rematar la victoria en aquel mismo sitio donde fenecieron mil españoles,
donde tanta sangre se derramó.
Vuelve
el Pendón y caballería como la tarde anterior, y el Alférez invita a comer a cuantos gusten [cohesión social y alegría popular]
.Y el día entero se festeja con banquetes, toros y otros entretenimientos”
(Bayle:661-62).
En
una oportunidad, un Alférez llegó a poner una azucena de oro en el primer plato servido a los invitados.
“Realmente
espectáculo solemne y vistoso el
desfile del imponente Virrey seguido de su guarda de alabarderos; los Oidores y
cabildantes con sus ropones de carmesí, la juventud dorada, esplendorosa de
sedas y joyas; los corceles con frenos de plata y gualdrapas de terciopelo guarnecidas
en oro; los arcos aquellos en que..se colgaban vajillas de plata y entremetían
imágenes costosísimas…
y en medio , el
pendón, símbolo de la majestad y de la fidelidad, sostenido en la cuja y arbolado por el Alférez, que aquel día
representaba, con la gravedad y lujo que no cediese a nadie, al pueblo entero.
Y
en las ventanas, mujerío a quien el rumbo de padres o maridos cuajaba de
piedras preciosas…y en las calles, los miles y miles de curiosos, todos
engalanados; los indios con sus mantas
de cien colores, de seda; los españoles también endomingados, destocándose al paso del Virrey, inclinándose al pendón, señalando a los
caballeros más apuestos, nombrando a los viejos de armas abolladas y a los
rocines acecinados [charcones, diríamos nosotros, pura osamenta], testigos y
actores de la conquista que aquel día se conmemoraba” (Bayle:663).
Se
destacaban los músicos indios, que recibían educación artística para el culto.
“Y para esto se junten los caciques y gobernadores de toda la jurisdicción
desta villa, y ellos y sus indios ansí mismo hagan sus fiestas a su modo y costumbres, de manera que en entrambas repúblicas haya aquel día gran
regocijo y contento, por ser,
como es, todo esto en servicio de Dios
Nuestro Señor [Dios Rey de la
sociedad] y de Su Majestad y bien y
provecho desta República…” (Bayle 664-5).
Indios conquistadores
“En Guatemala acompañaba el paseo una compañía de indios, mejicanos descendientes de los que ayudaron en la conquista; y el pendón,
después de vísperas, quedaba arbolado en la ventana del Cabildo hasta la hora de misa del día siguiente”.
Continuidad de la
tradición caballeresca en nuestros días
Caló tan hondo el simbolismo del estandarte, tremolando en
la batalla contra los paganos o herejes teñido de sangre, o en el esplendor de
las festividades urbanas, que en el Tucumán germinó la popular figura del Alférez de los Santos Patronos,
orgánico
defensor de la Fe
y la Tradición,
que a todo galope, con banda y estandarte, los custodia y honra con gallardía,
cabalgando a veces varios días para poder homenajear al Santo durante algunas
horas o tal vez minutos.
Vimos
en la anterior Jornada que el Gran Alzamiento Calchaquí fue derrotado, en su
lance final, por una fuerza militar
compuesta exclusivamente de diaguitas fieles al Rey y al General Pedro
Nicolás de Brizuela, vencedor final de la guerra, cuyas instrucciones fielmente
cumplieron.
Es
probable que la presencia de los a y l
l i s, custodios indios del Niño Alcalde de La Rioja, que van
procesionalmente al encuentro de San Nicolás y sus Alféreces, sea un honor derivado de aquella
memorable acción. Los Alféreces representan la Cuadrilla de Calchaquí,
los nobles jinetes riojanos que combatieron junto a los indios
amigos, antecesores de los actuales a y l
l i s.
La devoción al Niño Alcalde, de “Majestad infinita” (Let.
Sdo. Cor.) iniciada por San Francisco Solano en la milagrosa conversión de
9.000 indios diaguitas, eleva la excelencia del más alto oficio capitular a un
grado de dignidad sublime, altamente honroso y edificante para los Vecinos
Feudatarios o encomenderos que lo desempeñaban.
ARISTOCRACIA Y
ENNOBLECIMIENTO DE LAS CIUDADES
El orden hispánico se basaba en formas de representatividad
orgánicas y señoriales.
Los
fundadores designaban a los primeros cabildantes que al año nombraban a sus
reemplazantes. Ejercían el gobierno municipal por todo el pueblo. Eran sus representantes naturales así como lo era
el Alférez en el paseo del estandarte.
Eran
definidas características de
aristocracia, sin embargo de la pobreza inicial de las ciudades con sus
ranchos de adobe que fueron siendo sustituidos por los elegantes cabildos que conocemos.
La
hidalguía de los conquistadores daba esa impronta
de grandeza de nombres como el del Reino y Provincia del
Nuevo Maestrazgo de Santiago y Nueva Tierra de Promisión (el Tucumán).
Salvador de Madariaga condensa la obra de España en América
con el verbo ennoblecer.
Los
Reyes Católicos, en su pragmática de Toledo, declaran que “se ennoblecen las ciudades…en tener casas grandes y bien
fechas en que hagan sus Ayuntamientos y concejos” (Bayle:327). Su nieto el
Emperador se preocupaba del ennoblecimiento de las ciudades, y Felipe II creaba la gobernación del Tucumán y
concedía a Santiago del Estero el escudo de armas, del que tanto se ufana.
La
pragmática se aplicó justamente por ser “…de sentido común y de sentido del ennoblecimiento de las ciudades” (ibid.).
La integración del Cabildo por vecinos feudatarios
constituía un marcado trazo de aristocracia,
reforzado
por la designación de los nuevos cabildantes “cadañeros” por sus pares
salientes, lo que, sumado a los lazos de parentesco y camaradería guerrera
hacían de los Beneméritos de Indias una clase señorial hereditaria.
“…acaso se exagere un poco al poner en el Cabildo colonial
el origen de las democracias actuales…como hoy se entienden: un hombre, un
voto. Allí no votaban, cuando más, sino docena y media; el régimen…más decantaba a…la aristocracia;
mando de pocos, escogidos por pocos” (Bayle:102).
Así se configuró espontáneamente una aristocracia criolla,
incompatible con los dogmas igualitarios de la Revolución Francesa
conforme a la tradición de la
Cristiandad.
1810-2010 – LA ARGENTINA AUTENTICA
Y LA RESTAURACION DE
LA CRISTIANDAD MARIANA
Y ORGANICA
Al finalizar el período hispánico, como sostiene Busaniche –según
lo expusimos en “Siglos de Fe en Argentina y América preanuncian un futuro
glorioso – La formación de la civilización cristiana y mariana en nuestro suelo
y su resistencia a la
Revolución igualitaria”- en las ciudades argentinas, el Cabildo, autoridad
corporativa (formaba un cuerpo) con funciones municipales, judiciales,
policiales y de milicia, permitía el gobierno autónomo: los vecinos afincados participaban
obligatoriamente en el manejo del común. Conformaban así una aristocracia.
Que de ese
gobierno autónomo y circunstancias afines se formó en la Argentina de entonces un
sentimiento colectivo de grupo autónomo, en ciudades de vasta
jurisdicción, de hecho ciudades-provincias, apoyado sobre una fuerte conciencia
individualista, unida al prestigio lejano de la unidad y de la fuerza
imperial.
Las logias apoyadas por Inglaterra y Francia intentaban desgarrar esa
unidad. Estaba en los designios de la Revolución frustrar la Cristiandad
iberoamericana sometiéndola a las potencias anglosajonas promotoras de la Revolución Industrial
y del materialismo inherente a ésta, diametralmente opuesto al de esa
Cristiandad, abierta a ideas de jerarquía, caballería y nobleza, de vigorosas
connotaciones marianas.
En las invasiones inglesas, la Cristiandad argentina, monárquica y señorial
triunfó sobre los invasores que traían esa agenda. El pueblo se mantuvo fiel a
Dios, a la patria y al Rey, a pesar del absolutismo y de la tremenda decadencia
de la monarquía española, cuando España se había transformado en “feudo del
regicidio”, en longa manus del jacobino coronado Napoleón, al decir de
Burke y de Ranke. Fidelidad católica y monárquica tan notoria que la
I Junta se vio obligada a reconocerla
públicamente en su primera proclama, empeñando su palabra en que sería fiel
custodia de ese legado.
Los lazos de estos reinos de ultramar con la Península sena pos rodeó de su fuerza y reconocida ayuda de la Ssma.
ramatiandadguiroliciapariencia se mantéese mantenían firmes en los
albores de la emancipación. Pero 260 años de crecimiento y espíritu de
autonomía, en grandes provincias-países, conducía a una definición.
Mucha sangre habría de correr para imponer la dictatorial y
rousseauniana “voluntad general” revolucionaria de la mal afamada “minoría
logista” sobre las tendencias reales de los argentinos, que aspiraban a
emanciparse sin desgarramientos ni renegar de sus bienamadas tradiciones.
La conspiración jacobina mundial, de la que tal minoría era cómplice,
persistía en su designio de desmantelar el Imperio español, obstáculo para el
avance del nivelador mundo de la máquina y del liberalismo socializante que se
insinuaba, precursor de fenómenos como el marxismo demoledor o el hedonismo
igualitario de Hollywood, antítesis del espíritu hispánico y mariano que se
intentaba borrar.
Se planteaba la cuestión de la forma de gobierno. En un mundo
monárquico, era una excelente ocasión para formar un gobierno que representara
fielmente nuestra idiosincrasia católica e hispánica, en que las élites
dirigentes, depositarias naturales de la Tradición, desempeñaran el papel preponderante
que les corresponde, según el magisterio pontificio. Los siglos de gobierno
capitular las preparaban ampliamente para ello.
Existía una arraigada aristocracia de hecho, aunque comprimida por el
absolutismo auto-demoledor. Ella debería haber acentuado sus caracteres y hacer
que el día de hoy no fuera la negación
del de ayer sino su armónica continuación, manteniendo la forma monárquica
con algún príncipe legítimo que estuviera a la altura de las circunstancias.
Era una excelente oportunidad, asimismo, para formar la confederación de
naciones hispánicas al servicio del común legado cultural y religioso. Así se
hubieran evitado muchos males, como la supremacía de las naciones anglo-sajonas
en el mundo iberoamericano y en todo Occidente.
Pero esas posibilidades de gobierno orgánico contrariaban profundamente
la conjuración anticristiana, denunciada
y combatida por los Papas y los católicos tradicionalistas. Y las logias
apoyadas por las primeras potencias mundiales harían lo imposible para impedir
que esta solución pudiese concretarse.
Pasados dos siglos de esos acontecimientos, algunas constantes se
repiten. La Argentina
auténtica necesita que sus élites auténticas y personas fieles a la Tradición encabecen una
reacción salvadora contra el caos revolucionario que quiere degradar la Nación e introducir leyes
inicuas promovidas por los ocultos centros de decisión mundiales que empujan la
humanidad rumbo a la utopía revolucionaria, panteísta e igualitaria.
A los pies de nuestros venerados y sacrosantos Reyes, el Señor y la Virgen del Milagro,
depositamos el pedido de una restauración completa de la Cristiandad en
Argentina, Iberoamérica y el mundo.