Pedro IV de Aragón
Tiempos en que santos con vocación profética modelaban la Cristiandad:
el Compromiso de Caspe, inspirado por San Vicente Ferrer
Fernando de Antequera
San Vicente Ferrer, llamado "el Angel del Apocalipsis"
Alfonso V de Aragón, rey de Nápoles
Enrique IV de Castilla, "afecto a toda inferioridad"
...perseguía a su hermana, doña Isabel, la futura Reina Católica
Venciendo increíbles dificultades Isabel y Fernando iniciaron una nueva época en el Reino de las Españas
Toro
En Aragón también pugnaba la monarquía por imponerse a los
nobles: Don Pedro IV había destruido
con tal furor el “privilegio de la
Unión” que llegó a lastimarse las manos con el puñal. Luego
de Juan I y Martín I, concluyó la sucesión directa de la Casa real aragonesa.
Dos sobrinos del rey, el Conde de Urgel –aragonés-, y Don
Fernando “de Antequera” -infante
castellano-, pretenden el trono.
Aragoneses, catalanes y valencianos se reúnen en Caspe por medio de
representantes, en busca de una salida pacífica.
La opinión de más peso es la del predicador y taumaturgo San Vicente Ferrer –a quien llaman “el
Angel del Apocalipsis” por la gravedad de los tiempos y de sus anuncios, y por el
eco de su voz en las multitudes que lo siguen. “Su gran autoridad hizo que la
elección recayera en Don Fernando, el de Antequera”[1],
reafirmando el Compromiso de Caspe
la unidad de España por sobre intereses localistas.
Con Fernando I de
Antequera, hijo de Juan I de Castilla y de Leonor de Aragón, se inicia la rama
aragonesa de la Casa de Trastámara.
A don Fernando I lo sucede su hijo, Alfonso V, quien sigue alargando
el reino hacia el Mediterráneo. Nombrado heredero por la Reina de Nápoles, vence a los adversarios franceses
y se apodera del reino napolitano. Su
espectacular entrada en la ciudad se da al mejor estilo grecorromano. Convierte
su Corte en meca renacentista de la que nunca regresará a España.
A diferencia de Castilla, Aragón mira hacia Italia –manzana
de la discordia con Francia. La posesión de Cerdeña, Sicilia y Nápoles, le
permite dominar el Mediterráneo occidental y llevar el reino a un ápice
histórico.
Luego de Alfonso V (+1458), hereda Nápoles su hijo Fernando.
Aragón pasa a su hermano Juan –que reina como Juan II (1458-1479). Se intensifica la relación con Italia, lo que
se refleja en el arte y las costumbres españolas.
A Don Juan II de Aragón le toca hacer frente a don Carlos,
príncipe de Viana, que pretende su trono apoyado por los catalanes. La guerra
interior se termina por un acuerdo. Pero
muere el príncipe poco después, lo que despierta sospechas y mueve a los
catalanes a declararse independientes de Juan II. Finalmente, tras luchas, idas
y venidas, vuelven a la obediencia y amistad del rey de Aragón.
El fin de una era – Una encrucijada
histórica - Se perfilan Fernando e Isabel
En Castilla, luego de Juan II, el de la corte “refinada y
blanda”, reina su hijo Enrique IV. “Era urgente la necesidad de un rey
fuerte que uniera los estados cristianos y finalizara la reconquista. Pero el cetro
de San Fernando había caído en manos del medio hermano de Isabel, conocido como
Enrique el Impotente. Su aspecto, afín a sus costumbres, era chocante. Calzaba
borceguíes moriscos, cubiertos de barro. Su mirada daba miedo”. Era afecto “a toda
inferioridad”.
Ante los moros, combatidos
vigorosamente por los buenos reyes, “era lo que ahora se llama un pacifista.
Síntoma, también, de todas las decadencias”. Los nobles sospechaban
que se entendía con ellos en secreto. “Su
reinado es, acaso, el más triste y desgraciado que nunca hubo en España”.
Ante las evidencias, conformes a los
usos y costumbres reales, de que ninguno de sus dos matrimonios se había
consumado –el primero, con doña Blanca de Navarra, y el segundo, con doña Juana
de Portugal-, causó revuelo el
nacimiento, en 1462, de una infanta. Esta fue Juana de Trastámara y Enríquez, y su paternidad se atribuyó a
Beltrán de la Cueva,
noble renacentista cuya asiduidad con la reina era pública y notoria. El rey,
“queriendo encubrir el defecto natural que
tenía para engendrar, publicó que el preñado de la reina era suyo”.
La pretensión real de imponer como
legítima sucesora a “la Beltraneja” condujo
al enfrentamiento con los nobles, que querían que Enrique IV reconociera como
heredero al infante Don Alfonso, hermano entero de lsabel.
Con posterioridad a la victoria de
las armas reales en Olmedo, murió el infante don Alfonso. Los nobles ofrecieron
la corona a Doña Isabel. Temiendo perder la bendición de Dios respondió que,
mientras viviese Enrique IV, heredero legítimo del Rey, su padre, no la
aceptaba, pero sí asumía el carácter de heredera, desconociendo los pretendidos
derechos de “la Beltraneja”.
El rey se vio obligado a acceder a
ello en el Tratado de Toros de Guisando, aunque luego intentaría obstinadamente
otras maniobras, inclusive arrestarla, sin lograr sus designios.
Había varios pretendientes a la mano
de la futura Reina de Castilla, para aquella boda en que “se jugaba la suerte
de España”. Isabel se inclinaba a la unión con el infante de Aragón, Fernando,
su primo segundo, y el pueblo castellano en todos sus estamentos la acompañaba.
Las preferencias personales se
aunaban a los intereses dinásticos. La unión castellano-aragonesa había sido
fundamental en los gloriosos días de Las Navas y el Salado. Era hora de unir
ambos reinos por la unión sacramental de sus futuros soberanos. El casamiento
providencial debió celebrarse sin la autorización del monarca, en circunstancias de riesgo y aventura que no
faltarían en la vida de los Reyes Católicos…, el 19 de octubre de 1469.
Tres años
después, “tras la muerte de Enrique IV, Isabel fue proclamada Reina, el 13 de
diciembre de 1472 a
las puertas de la Iglesia
de San Miguel, en Segovia, ciudad y Alcázar a los que fue muy adicta…”.
Equilibradas
las cargas con Fernando con respecto a sus derechos y preeminencias, que no
debían invadir las libertades castellanas ni el poder de la Reina –como fundadamente se
temía-, se creó un escudo de armas “en el cual figuraban castillos y leones,
por Castilla y León; barras rojas por Aragón y águilas por Sicilia y además,
flechas por Fernando y las Y, por Isabel”.
Se le
agregaron asimismo dos barras que simbolizan las Columnas de Hércules.
“Adoptaron
también el lema: Tanto monta, monta, tanto, Isabel como Fernando”, dice Adela
F. A. de Schorr.
Pero no se apagaron tan pronto las
querellas dinásticas. El rey Alfonso V de Portugal, apoyado por un sector de
nobles españoles, quería imponer a su sobrina, la Beltraneja, y aún
pensaba con gran osadía en casarse con ella, previa dispensa papal, para
apoderarse del trono castellano. Vencido en la decisiva batalla de Toro por
Isabel y Fernando, debió firmar la paz. La
problemática princesa se recluyó en un convento.
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