En el Tucumán, llamado por sociólogos serios "El salón habsburguiano" (para diferenciarlo de Buenos Aires -"el salón borbónico"), floreció ampliamente la sociedad orgánica, con sus estirpes señoriales, indias y populares, sus fuertes tradiciones de Fe, y sus estilos arquitectónicos con sabor a fortalezas, en medio del escenario grandioso de sus altas cumbres. Mucho de ese pasado tiene sorprendente vigencia, como en la renovación del "pacto de fidelidad" al Señor y a la Virgen del Milagro durante sus Fiestas Patronales de mediados de septiembre en Salta. Esa vigencia es una reserva y una promesa para el futuro.
Continuamos el desarrollo del tema "Sociedad Orgánica" iniciado en entrada anterior (ver : La sociedad orgánica, jerárquica, armónica y familiar, 27.V.09)
La sociedad orgánica en el Tucumán
Vimos algo de eso reflejado en el pícaro que se refugió en la ermita de los santos patronos de Ibatín, que le valió de santuario o refugio inviolable. Lo vemos en la carta afectuosa que el Maestre de Campo don Leandro Ponce de León le dirige a su encomendada, la india Bárbara Romero, tratándola de "hija mía Barbolita", aconsejándola como "vuestro encomendero", que el Dr. Prudencio Bustos Argañaraz reproduce en su "Manual de Historia Argentina"[i]. En las juntas de vecinos, como la que convocó Mercado y Villacorta en la ajetreada Londres para tratar de la Guerra, con la presencia de los encomenderos Juan Gregorio Bazán, Antonio del Moral, Lucas de Figueroa y Mendoza, Gabriel Sarmiento de Vega y otros notables de la Gobernación…
…En el carácter protector de los buenos gobernantes de entonces, como Ramírez de Velasco, "padre de todos y procurando acomodar las hijas de los conquistadores huérfanas en estado", como manifestaron los vecinos de San Miguel. Junto a él, estaba la figura maternal de su mujer, Doña Catalina de Ugarte, quien “con su caridad y afabilidad deseaba el bien y era muy gran consuelo en la tierra por ser tan buena intercedora y onrradora de todos y animadora de lo bueno"[ii], como dijeron los de Santiago del Estero[1].
La "cité antique" del Tucumán tenía un alma, y era el Cabildo, palabra que evoca reminiscencias profundas en el verdadero argentino identificado con su tradición. Allí se expresaba la voluntad de los vecinos principales, representantes auténticos de sus clanes familiares, sus paniaguados y sus encomendados –indígenas a quienes frecuentemente querían como a hijos[2] en esa sociedad que se honraba en ser auténticamente paternalista.
No sólo los grandes decidían los rumbos de la historia. Aquí no hubo espartanos e ilotas, como en ninguna parte del mundo donde se estableció la civilización católica, jerárquica y familiar. Dada la unión de la Iglesia y el Estado, en fecundas interacciones los gobernantes se ocupaban del bien espiritual de los gobernados, como los Obispos y sacerdotes se ocupaban de que el gobernador Mercado y Villacorta viajara con el decoro debito a su alta investidura; o de que los indios adquiriesen hábitos de higiene, usasen mesas y durmiesen en camas, como lo quería el Concilio Límense convocado por el gran Santo Toribio de Mogrobejo, Arzobispo de los Reyes.
Fue éste otra gran luminaria que nos alumbró desde la capital del virreinato al que pertenecimos por espacio de dos siglos y tres décadas, período que se intentó tapar con los 30 años de existencia del Virreinato del Río de la Plata en el que, de reinos, pasamos a ser colonias -de hecho, no de derecho[iii].
[1] Llama la atención que tantos científicos de la Historia y de la Antropología pasen por alto sistemáticamente estas realidades, porque no se ajustan a sus esquemas, lo que los distancia irremediablemente de los hechos. Realidades como “caridad”, “afabilidad”, “honrar”, “consuelo”, brillan por su ausencia, como también en las obras y el espíritu de aquel corrosivo filósofo contemporáneo de Rosas, para quien la lucha de clases y el conflicto mueven al mundo. Me refiero a Carlos Marx.
[2] Así lo declaran varios encomenderos en la Visita del Oidor Martínez Lujan de Vargas a !as encomiendas de La Rioja, transcriptas en el documentado estudio de la Dra. Roxana Boixadós y de Carlos E. Zanoli "La visita de Lujan de Vargas a las encomiendas de La Rioja y Jujuy (1693-1694) - Estudios preliminares y fuentes", Ed. Univ. Nac. de Quilmes, 2003. Y les creemos, pues está en el orden natural de las cosas y porque el amor entre grandes y pequeños es propio de una civilización cristiana.
[i] "Manual de Historia Argentina", Ed. Eudecor, p. 117.
[ii] Roberto Levillier, "Nueva Crónica de la Conquista del Tucumán", t. III, pp. 223-4.
[iii] Cf. Tulio Halperin Donghi, "La revolución rioplatense y su contexto americano", en "Nueva Historia de la Nación Argentina", Academia Nacional de la Historia, Ed. Planeta, t. IV , p 249 y ss., en especial pp. 253-4.
Textos extraídos del ensayo : "Devisadero de luces doradas en...aquel reino del Tucumán", de L. Mesquita Errea, in "CRONICAS del TUCUMAN" nº 1, La Rioja, 2008
…En el carácter protector de los buenos gobernantes de entonces, como Ramírez de Velasco, "padre de todos y procurando acomodar las hijas de los conquistadores huérfanas en estado", como manifestaron los vecinos de San Miguel. Junto a él, estaba la figura maternal de su mujer, Doña Catalina de Ugarte, quien “con su caridad y afabilidad deseaba el bien y era muy gran consuelo en la tierra por ser tan buena intercedora y onrradora de todos y animadora de lo bueno"[ii], como dijeron los de Santiago del Estero[1].
La "cité antique" del Tucumán tenía un alma, y era el Cabildo, palabra que evoca reminiscencias profundas en el verdadero argentino identificado con su tradición. Allí se expresaba la voluntad de los vecinos principales, representantes auténticos de sus clanes familiares, sus paniaguados y sus encomendados –indígenas a quienes frecuentemente querían como a hijos[2] en esa sociedad que se honraba en ser auténticamente paternalista.
No sólo los grandes decidían los rumbos de la historia. Aquí no hubo espartanos e ilotas, como en ninguna parte del mundo donde se estableció la civilización católica, jerárquica y familiar. Dada la unión de la Iglesia y el Estado, en fecundas interacciones los gobernantes se ocupaban del bien espiritual de los gobernados, como los Obispos y sacerdotes se ocupaban de que el gobernador Mercado y Villacorta viajara con el decoro debito a su alta investidura; o de que los indios adquiriesen hábitos de higiene, usasen mesas y durmiesen en camas, como lo quería el Concilio Límense convocado por el gran Santo Toribio de Mogrobejo, Arzobispo de los Reyes.
Fue éste otra gran luminaria que nos alumbró desde la capital del virreinato al que pertenecimos por espacio de dos siglos y tres décadas, período que se intentó tapar con los 30 años de existencia del Virreinato del Río de la Plata en el que, de reinos, pasamos a ser colonias -de hecho, no de derecho[iii].
[1] Llama la atención que tantos científicos de la Historia y de la Antropología pasen por alto sistemáticamente estas realidades, porque no se ajustan a sus esquemas, lo que los distancia irremediablemente de los hechos. Realidades como “caridad”, “afabilidad”, “honrar”, “consuelo”, brillan por su ausencia, como también en las obras y el espíritu de aquel corrosivo filósofo contemporáneo de Rosas, para quien la lucha de clases y el conflicto mueven al mundo. Me refiero a Carlos Marx.
[2] Así lo declaran varios encomenderos en la Visita del Oidor Martínez Lujan de Vargas a !as encomiendas de La Rioja, transcriptas en el documentado estudio de la Dra. Roxana Boixadós y de Carlos E. Zanoli "La visita de Lujan de Vargas a las encomiendas de La Rioja y Jujuy (1693-1694) - Estudios preliminares y fuentes", Ed. Univ. Nac. de Quilmes, 2003. Y les creemos, pues está en el orden natural de las cosas y porque el amor entre grandes y pequeños es propio de una civilización cristiana.
[i] "Manual de Historia Argentina", Ed. Eudecor, p. 117.
[ii] Roberto Levillier, "Nueva Crónica de la Conquista del Tucumán", t. III, pp. 223-4.
[iii] Cf. Tulio Halperin Donghi, "La revolución rioplatense y su contexto americano", en "Nueva Historia de la Nación Argentina", Academia Nacional de la Historia, Ed. Planeta, t. IV , p 249 y ss., en especial pp. 253-4.
Textos extraídos del ensayo : "Devisadero de luces doradas en...aquel reino del Tucumán", de L. Mesquita Errea, in "CRONICAS del TUCUMAN" nº 1, La Rioja, 2008