Velázquez - Cuadro del Infante don Baltasar Carlos en su "jaquita"
El Conde-Duque de Olivares a caballo, por Velázquez
Así se gestaba una tradición histórica hispano-americana, con protagonistas castellanos e indígenas. …En los tiempos de la Casa de Austria, de los descendientes de la gran Isabel, que estaba a la altura del más aguantador jinete, que se presentaba en los campos de batalla, construía Santa Fe en piedra -para tomar Granada-, cuando el incendio consumía las tiendas; que galopaba días y noches enteros para cumplir su vocación de reina católica.
La España de los “Austrias menores” en el siglo XVII no tenía tal vez toda la garra de la España de Isabel y de Felipe II. Pero era como un galeón grandioso, con su arboladura dañada por los cañonazos, con una cuota de esplendor de “Siglo de oro” que repercutió en toda Europa y marcó la Francia del Rey Sol, hijo de Ana de Austria y marido de María Teresa, princesas españolas Habsburgo.
Encontramos la figura voluminosa y compleja del Conde Duque de Olivares y la de aquel florón tierno y varonil del Infante don Baltasar Carlos. A ambos los pintó Velásquez en inmortales escenas ecuestres que marcaron época.
Podemos enrostrarle al Conde Duque los errores que tanto costaron al mundo hispánico en desmedro de su misión histórica y en beneficio del anglo-sajón protestante y positivista. Pero no se puede negar que consagró sus mejores años a servir, mal o bien, a España.
Y es interesante para la consideración de este tipo humano que era uno de los mejores caballistas de España y que cabalgó casi hasta el día de su muerte. Y que en medio de sus graves responsabilidades de gobernar un Imperio fabuloso jamás visto en la historia (Busaniche), no se sentía él si no iba en persona a las dehesas de Madrid a apartar los toros para las grandes corridas (Marañón).