- la Nobleza y las élites tradicionales en una verdadera democracia
Ello incluye:
- el concepto católico de pueblo, tan distinto de la masa
- verdadero y falso tradicionalismo, y otros.
Esperamos con interés los comentarios del apreciado lector.
Hemos visto (ver visión de conjunto anterior) las enseñanzas de Pío XII sobre la misión presente de la Nobleza. Toca ahora analizar el papel de las élites tradicionales —principalmente de la Nobleza— en preservar la tradición y ser así factor de progreso, y sobre la perennidad de tales élites y su perfecta compatibilidad con una verdadera democracia.
1. Formación de élites incluso en países sin pasado monárquico ni aristocrático
La formación de élites tradicionales con tono aristocrático es tan profundamente natural que se manifiesta incluso en países sin pasado monárquico ni aristocrático: “Hasta en las democracias de fecha reciente, tras las cuales no se encuentran vestigios de pasado feudal, se ha venido formando por la propia fuerza de las cosas una especie de nueva Nobleza y aristocracia: es la comunidad de las familias que ponen por tradición todas sus energías al servicio del Estado, su Gobierno y su Administración, y con cuya fidelidad puede éste contar en todo momento.” [1] Magnífica definición de la esencia de la Nobleza, que recuerda las grandes estirpes de descubridores, colonizadores y agricultores que construyeron el progreso de las Américas y, manteniéndose fieles a sus tradiciones, constituyen la preciosa riqueza moral de las sociedades en que viven.2. La herencia en la Nobleza y élites tradicionales
Un hecho natural vinculado a la existencia de las élites tradicionales
es la herencia. “Grande y misteriosa cosa es la herencia, es decir, el paso
a lo largo de una estirpe, perpetuándose de generación en generación, de un
rico conjunto de bienes materiales y espirituales, la continuidad de un mismo
tipo físico y moral que se conserva de padre a hijo, la tradición que a través
de los siglos une a los miembros de una misma familia. Su verdadera naturaleza
se puede desfigurar, sin duda, mediante teorías materialistas; pero también se
puede y se debe considerar una realidad de tal importancia en la plenitud de su
verdad humana y sobrenatural.
“(…)
“Pero lo que más cuenta es la herencia espiritual transmitida, no
tanto por medio de los misteriosos lazos de la generación material como por la
acción continua de ese ambiente privilegiado que la familia constituye; por la
lenta y profunda formación de las almas en la atmósfera de un hogar rico en
altas tradiciones intelectuales, morales y, sobre todo, cristianas; por la
mutua influencia entre aquellos que habitan una misma casa, influencia cuyos
beneficiosos efectos se proyectan (…) en aquellas almas elegidas que saben
fundir en sí mismas los tesoros de una preciosa herencia con la contribución de
sus propias cualidades y experiencias.
“Es éste el patrimonio, más valioso que ningún otro, que, iluminado
por una Fe firme, vivificado por una fuerte y fiel práctica de la vida
cristiana en todas sus exigencias, elevará, refinará y enriquecerá las almas de
vuestros hijos” [2]
3.Las élites, propulsoras del verdadero progreso y guardianas de la tradición
Existe un vínculo entre Nobleza y tradición: aquella es la guardiana
natural de ésta; es, en la sociedad civil, la clase responsable, más que
cualquier otra, de mantener vivo el nexo por el cual la sabiduría del pasado
gobierna el presente sin con ello inmovilizarlo.
a) ¿Son las élites enemigas del progreso?
Contra la participación de la Nobleza y las élites tradicionales en la
dirección de la sociedad los espíritus revolucionarios suelen hacer la objeción
de que están vueltas hacia el pasado, dando la espalda al futuro, donde se
encuentra el verdadero progreso. Constituirían un obstáculo para que éste sea
alcanzado por la sociedad.
Sin embargo, Pío XII nos enseña que sólo hay progreso auténtico en la
línea de la tradición, y que éste sólo es real si constituye, no necesariamente
un retorno al pasado, sino un armónico desarrollo del mismo, pues, rota la
tradición, la sociedad queda expuesta a terribles riesgos: [3]
“Las cosas terrenas corren como un río por el lecho del tiempo; el
pasado cede necesariamente su puesto y el camino al porvenir, y el presente no
es sino un instante fugaz que une a ambos. Es un hecho (…); no es en sí un mal.
Un mal sería si este presente (…) se convirtiera en una tromba marina que todo
arrasara a su paso (…) y que con su furiosa destrucción y violencia excavase un
abismo entre lo que ha sido y lo que será. Esos bruscos saltos que da la Historia (…) constituyen
y determinan, pues, lo que se llama una crisis, es decir, un paso peligroso,
que puede conducir a la salvación o a una ruina irreparable (…)”. [4]
La tradición evita a las sociedades el estancamiento, el caos y la
rebelión. La tutela de la tradición, a la que alude Pío XII, es la misión
específica de la Nobleza
y de las élites análogas. Rompen con ella no sólo las que se ausentan de la
vida concreta, sino también las que pecan por el exceso opuesto: ignorando su
misión, se dejan absorber por el presente, renegando de todo el pasado.
Por la fuerza de la herencia, los nobles prolongan en la tierra la
existencia de los grandes hombres del pasado: “Al recordar a vuestros
antepasados es como si los hicierais revivir; reviven en vuestros nombres y en
los Títulos que os han dejado por sus méritos y grandezas.” [5]
Esto da a la Nobleza
y a las élites tradicionales una misión moral muy particular, pues son las que
aseguran al progreso la continuidad con el pasado:
(…)
“Ahora bien: ¿cuál es el papel que se os ha confiado de manera
especial a vosotros, amados hijos e hijas? ¿Qué función singular se os ha
atribuido? Precisamente la de favorecer este desarrollo normal; aquella que
desempeña y realiza en la máquina el regulador, el volante, el reóstato, los
cuales participan en la actividad común y reciben su parte de la fuerza motriz
para garantizar el movimiento que rige el funcionamiento del aparato. En otros
términos, vosotros, Patriciado y Nobleza, representáis y continuáis la
tradición.” [6]
b) Sentido y valor de la verdadera tradición
El aprecio a una tradición bien entendida es virtud rarísima en
nuestros días. Porque el ansia de novedades, el desprecio por el pasado, son
actitudes de alma que la
Revolución ha hecho frecuentísimas; [7] y porque los
defensores de la tradición la entienden a veces de un modo enteramente falso.
La tradición no es un mero valor histórico, ni un simple tema para variaciones
de nostalgia romántica; es un valor que ha de ser entendido, no de modo
arqueológico, sino como factor indispensable para la vida contemporánea.
La palabra tradición, dice el Pontífice, “suena importuna a muchos
oídos; desagrada, con razón, cuando ciertos labios la pronuncian. Algunos la
comprenden mal; otros la convierten en falsa divisa de su inactivo egoísmo.
Ante tan dramática confusión y desacuerdo, no pocas voces envidiosas, con
frecuencia hostiles y de mala fe, con más frecuencia aún ignorantes o
engañadas, os preguntan y apostrofan con descaro: ‘¿Para qué servís?’ Antes
de responderles, conviene ponerse de acuerdo sobre el verdadero significado y
valor de esta tradición, cuyos principales representantes vosotros queréis ser.
“Muchos espíritus, aun sinceros, se imaginan y creen que la tradición
no es sino un recuerdo, el pálido vestigio de un pasado que ya no existe ni
puede volver, que a lo sumo ha de ser conservado con veneración, hasta con
cierta gratitud, relegado a un museo que [sólo] unos pocos aficionados o amigos
visitarán. Si en esto consistiera
o a ello se redujese la tradición, y si implicara la negación o el desprecio
del camino hacia el porvenir, habría razón para negarle respeto y honores, y
habrían de ser mirados con compasión los soñadores del pasado, retardatarios
frente al presente y al futuro y, con mayor severidad aún quienes, movidos por
intenciones menos respetables y puras, no son sino desertores de los deberes
que impone una hora tan luctuosa.
“Pero la tradición es algo muy distinto del simple apego a un pasado
ya desaparecido; es lo contrario de una
reacción que desconfía de todo sano progreso. La propia palabra, desde un punto
de vista etimológico, es sinónimo de camino y avance. Sinonimia, no
identidad. Mientras, en realidad, el progreso indica tan sólo el hecho de
caminar hacia adelante, paso a paso, buscando con la mirada un incierto
porvenir, la tradición significa también un caminar hacia adelante, pero un
caminar continuo que se desarrolla al mismo tiempo tranquilo y vivaz, según las
leyes de la vida, huyendo de la angustiosa alternativa: ‘Si jeunesse savait, si
vieiIIesse pouvait!’; [8] semejante al de
aquel Señor de Turenne, de quien se dijo: ‘II a eu dans sa jeunesse toute la
prudence d’un âge avancé, et dans un âge avancé toute la vigueur de la jeunesse’ [9] (Fléchier,
Oraison funèbre, 1676). Gracias a la tradición, la juventud, iluminada y guiada
por la experiencia de los ancianos, avanza con un paso más seguro, y la vejez
transmite y entrega confiada el arado a manos más vigorosas que proseguirán el
surco comenzado. Como lo indica su nombre, la tradición es el don que pasa
de generación en generación, la antorcha que, a cada relevo, el corredor pone
en manos de otro sin que la carrera se detenga o disminuya su velocidad.
Tradición y progreso se completan mutuamente con tanta armonía que, así como la
tradición sin el progreso se contradice a sí misma, así también el progreso sin
la tradición sería una empresa temeraria, un salto en el vacío.
“No, no se trata de remontar la corriente ni retroceder hacia formas
de vida y de acción propias a épocas pasadas, sino más bien de avanzar hacia
el porvenir con vigor de inmutable juventud, tomando lo mejor del pasado y
continuándolo.” [10]
c) Importancia y legitimidad de las élites tradicionales
El soplo demagógico de igualitarismo que atraviesa todo el mundo
contemporáneo crea una atmósfera de antipatía contra las élites tradicionales,
en gran parte por el apego que éstas tienen a la tradición. Hay en esa
antipatía una grave injusticia, siempre que dichas élites entiendan la
tradición rectamente:
“Al proceder así, vuestra vocación resplandece, grande y laboriosa, ya
bosquejada. Debería mereceros la gratitud de todos y haceros superiores a las
acusaciones que os han sido dirigidas de una u otra parte.
“Mientras os esforzáis previsoramente en contribuir al verdadero
progreso hacia un futuro más sano y feliz, sería injusticia e ingratitud
reprocharos o imputaros como una deshonra la veneración hacia el pasado, el
estudio de su historia, el amor a las santas costumbres, la inconmovible
fidelidad a los principios eternos. Los ejemplos gloriosos o infaustos de
quienes precedieron a la época presente son [para
vosotros] una lección y una luz que ilumina vuestros pasos; pues se ha dicho
con razón que las enseñanzas de la
Historia hacen de la humanidad un hombre que camina sin cesar
y jamás envejece. No vivís en la sociedad moderna como emigrados en un país
extranjero, sino como ciudadanos beneméritos e insignes, que quieren y desean
trabajar y colaborar con sus contemporáneos con el fin de preparar el
restablecimiento, la restauración y el progreso del mundo.” [11]
4. La bendición de Dios ilumina, protege y besa todas las cunas, pero no las nivela
Otro factor de hostilidad contra las élites tradicionales se encuentra
en el prejuicio revolucionario de que toda desigualdad de cuna es contraria a
la justicia. Se admite habitualmente que un hombre pueda destacarse por méritos
personales; pero no que el hecho de proceder de una estirpe ilustre sea para él
un título especial de honor y de influencia. Con respecto a ello, el Santo
Padre Pío XII, nos imparte una preciosa enseñanza: “Las desigualdades
sociales, también aquellas que están vinculadas al nacimiento, son inevitables;
la benignidad de la
Naturaleza y la bendición de Dios sobre la humanidad iluminan
y protegen las cunas, las besan, pero no las igualan. Mirad aun las
sociedades más inexorablemente niveladas. Mediante ningún artificio se ha
podido nunca conseguir que el hijo de un gran jefe, de un gran conductor de
masas, continuase exactamente en el mismo estado que un obscuro ciudadano perdido
entre el pueblo. Pero si tan inevitables desigualdades pueden aparecer ante
ojos paganos como una inflexible consecuencia del conflicto entre las fuerzas
sociales y el poder adquirido por los unos sobre los otros mediante las leyes
ciegas que se supone que rigen la actividad humana y regulan tanto el triunfo
de los unos como el sacrificio de los otros, una mente cristianamente
instruida y educada no puede considerarlas sino como una disposición de Dios,
querida por Él por la misma razón que las desigualdades en el interior de la
familia, y destinada, por tanto, a unir aún más a los hombres entre sí en su
viaje de la vida presente hacia la patria del Cielo, ayudándose los unos a los
otros del mismo modo que el padre ayuda a la madre y a los hijos.” [12]
5. Concepción paternal de la superioridad social
La gloria cristiana de las élites tradicionales está en servir no sólo
a la Iglesia,
sino también al bien común. La aristocracia pagana se ufanaba exclusivamente de
su ilustre progenitura; la
Nobleza cristiana suma a este título otro aún más alto: el de
ejercer una función paternal frente a las demás clases: “El nombre de
Patriciado Romano despierta en Nuestro espíritu una reflexión sobre la Historia y una visión de
ella aún mucho mayores. Si la palabra patricio, patricius, significaba
en la Roma
pagana el hecho de tener antepasados, de no pertenecer a una familia corriente,
sino a una clase privilegiada y dominante, toma ella a la luz cristiana un
aspecto mucho más luminoso y resuena más profundamente, pues asocia a la
idea de la superioridad social la de ilustre paternidad. Es éste el
Patriciado de la Roma
cristiana, que tuvo sus mayores y más antiguos resplandores no tanto en la
sangre como en la dignidad de protectores de Roma y de la Iglesia: Patricius Romanorum
fue el título usado desde el tiempo de los Exarcas de Ravena hasta Carlomagno y
Enrique III. A través de los siglos, los Papas contaron también con armados
defensores de la Iglesia
procedentes de las familias del Patriciado romano; y Lepanto consagró y
eternizó uno de sus grandes nombres en los fastos de la Historia.” [13]
Del conjunto de estos conceptos se desprende ciertamente una impresión
de paternidad que impregna las relaciones entre las clases más altas y las más
humildes.
Contra ella se presentan con facilidad al espíritu del hombre moderno
dos objeciones: por un lado, no faltan quienes afirman que los frecuentes actos
de opresión practicados por la
Nobleza o élites análogas en el pasado desmienten toda esta
doctrina; por otro, muchos ponderan que toda afirmación de superioridad elimina
del trato social la cordura, la suavidad, la amenidad cristiana, pues
—argumentan— toda superioridad despierta normalmente sentimientos de
humillación, pesar y dolor en aquellos sobre quienes se ejerce, y es contrario
a la dulzura evangélica despertar tales sentimientos en el prójimo.
Pío XII responde implícitamente a estas objeciones cuando afirma: “Aunque
esta concepción paterna de la superioridad social ha excitado a veces los
ánimos, por el entrechoque de las pasiones humanas, hacia desvíos en las
relaciones entre las personas de rango más elevado y las de condición humilde,
la historia de la humanidad decaída [por el pecado original] no se sorprende
con ello. Tales desviaciones no bastan para disminuir ni ofuscar la verdad
fundamental de que para el cristiano las desigualdades sociales se funden en
una gran familia humana; que, por lo tanto, las relaciones entre las
clases y categorías desiguales han de permanecer gobernadas por una justicia
recta y ecuánime, y estar al mismo tiempo animadas por el respeto y
afecto mutuos, de modo que, aun sin suprimir las desigualdades, se
disminuyan las distancias y se suavicen los contrastes.” [14]
Ejemplos típicos de esta aristocrática suavidad de trato se encuentran
en muchas familias nobles que saben ser intachablemente bondadosas con sus subordinados
sin consentir que sea negada ni empañada su natural superioridad: “¿No vemos
acaso, en las familias verdaderamente cristianas, a los mayores patricios y
patricias vigilantes y solícitos en conservar para con sus domésticos y cuantos
les rodean un comportamiento conforme, sin duda, a su clase, pero libre de
toda afectación, benévolo y cortés en palabras y modales, que demuestran la
nobleza de sus corazones, que no ven en ellos sino hombres, hermanos,
cristianos como ellos, a ellos unidos en Cristo por los vínculos de la caridad;
de aquella caridad que aun en los más antiguos palacios consuela, sostiene,
alegra y endulza la vida de grandes y humildes, principalmente en los tiempos
de tristeza y de dolor, que nunca faltan en este mundo?” [15]
6. Nuestro Señor Jesucristo consagró la condición de noble así como la de obrero
Así considerada la condición de noble o miembro de una élite
tradicional, se comprende que Nuestro Señor Jesucristo [16]
la haya santificado encarnándose en una familia de príncipes:
“Es un hecho que si bien Cristo Nuestro Señor prefirió, para consuelo
de los pobres, venir al mundo privado de todo y crecer en una familia de
sencillos obreros, quiso, sin embargo, honrar con su nacimiento a la más noble
e ilustre de las casas de Israel, a la propia estirpe de David.
“Por eso, fieles al espíritu de Aquél del Cual son Vicarios, los Sumos
Pontífices han tenido siempre en muy alta consideración al Patriciado y a la Nobleza romana, cuyos
sentimientos de indefectible adhesión a esta Sede Apostólica son la parte más
preciosa de la herencia recibida de sus antepasados y que ellos mismos
transmitirán a sus hijos.” [17]
“También
Jesucristo fue noble y nobles fueron María y José, descendientes de estirpe
real” (Benedicto XV, alocución de 1917).
Cuadro
de autor anónimo, de la escuela peruana del Cuzco, venerado en la sede
central de la TFP
brasileña en São Paulo.
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7. Perennidad de la Nobleza y de las élites tradicionales
Como las hojas secas caen al suelo, así ocurre, al soplo de la
revolución, con los elementos muertos del pasado. La Nobleza, sin embargo, en
cuanto especie dentro del género élites, puede y debe sobrevivir porque tiene
una razón de ser permanente:
“El soplo impetuoso de un nuevo tiempo arrastra con sus torbellinos
las tradiciones del pasado; pero así se pone en evidencia cuáles de ellas están
destinadas a caer como hojas muertas, y cuáles, en cambio, tienden a mantenerse
y consolidarse con genuina fuerza vital.
“Una Nobleza y un Patriciado que, por así decir, se anquilosaran en la
nostalgia del pasado, estarían condenados a una inevitable decadencia.
“Hoy más que nunca estáis llamados a ser no sólo una élite de la
sangre y de la estirpe, sino, lo que es más, de las obras y sacrificios, de las
realizaciones creadoras al servicio de toda la comunidad social.
“Y esto no es solamente un deber del hombre y del ciudadano que nadie
puede eludir impunemente; es también un sagrado mandamiento de la Fe que habéis heredado de
vuestros padres, y que debéis, como ellos, legar íntegra e inalterada a
vuestros descendientes.
“Desterrad, pues, de vuestras filas todo abatimiento y toda
pusilanimidad: todo abatimiento, ante una evolución de los tiempos que se lleva
consigo muchas de las cosas que otras épocas habían edificado; toda
pusilanimidad, ante los graves sucesos que acompañan a las novedades de
nuestros días.
“Ser romano significa ser fuerte en el obrar, pero también en el
soportar.
“Ser cristiano significa ir al encuentro de las penas y de las
pruebas, de los deberes y necesidades de los tiempos, con aquel coraje, con
aquella fortaleza y serenidad de espíritu de quien bebe en el manantial de las
eternas esperanzas el antídoto contra todo humano desaliento.
“Humanamente grande es el altivo dicho de Horacio: ‘Si fractus illabatur orbis, impavidum ferient ruinae’ [18] (Od., 3.3).
“Pero cuanto más bello, seguro y feliz es el grito victorioso que brota de los labios cristianos y de los corazones desbordantes de Fe: ‘Non confundar in aeternum!’ [19] (Te Deum). [20]
8. La ley no puede revocar el pasado
Así se entiende que, a pesar de haber sido proclamada en 1946 la República en Italia,
haya mantenido el Santo Padre Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana como
insigne recuerdo de un pasado del cual el presente debe conservar elementos
para asegurar la continuidad de una tradición beneficiosa e ilustre:
“Es verdad que en la nueva Constitución italiana ‘no se reconocen los
Títulos nobiliarios’ (salvo, naturalmente, en lo que respecta a la Santa Sede (…) [21]); pero esta
misma Constitución no ha podido hacer desaparecer el pasado ni la historia de
vuestras familias.” [22]
En la referencia explícita hecha por Pío XII a la abolición de los
Títulos nobiliarios por la República Italiana no figura ningún juicio de
valor. Constata simplemente el hecho de la abolición, pero afirma, con noble
desenvoltura, que la Iglesia
reserva para sí toda la validez de los Títulos de Nobleza por ella otorgados
otrora o que venga a otorgar en el futuro, y que esta validez continuaba en
vigor, incluso [23]
en el territorio de la
República Italiana, pues, un artículo de la Constitución Italiana
no tiene poder para hacer cesar unilateralmente la validez de los Títulos
pontificios de Nobleza, reconocidos por el Concordato de 1929. [24]
Así pues, continúa recayendo sobre el Patriciado y la Nobleza romana un pesado y
magnífico deber, consecuencia del prestigio que amigos y enemigos han de
reconocer: “Por consiguiente, el pueblo —ya esté a favor o en contra de
vosotros, ya sienta hacia vosotros respetuosa confianza o sentimientos
hostiles— también ahora mira y observa cuál es el ejemplo que dais en vuestra
vida. A vosotros os toca, pues, corresponder a esta expectación y mostrar que
vuestra conducta y vuestros actos están de acuerdo con la verdad y la virtud,
especialmente en los puntos de Nuestras recomendaciones anteriormente
recordados.” [25]
Considerando lo que la
Nobleza romana fue en el pasado, y no viendo ese recuerdo
como algo muerto, sino como “un impulso hacia el porvenir”, Pío XII,
movido “por motivos de honor y de fidelidad”, [26] mantuvo en esas alocuciones un trato de especial distinción para con
ella, e invitó a sus contemporáneos a asociarse a dicha actitud: “Saludamos
en vosotros a los descendientes y representantes de familias que se
distinguieron al servicio de la
Santa Sede y del Vicario de Cristo y permanecieron fieles al
Pontificado Romano aun cuando éste se hallaba expuesto a ultrajes y
persecuciones. Sin duda, el orden social puede evolucionar a lo largo de los
tiempos y su centro desplazarse. Las funciones públicas, que otrora estaban reservadas
a vuestra clase, pueden hoy ser atribuidas y ejercidas sobre la base de la
igualdad; pero aun así, el hombre moderno que quiera ser de rectos y ecuánimes
sentimientos no puede negar su comprensión y respeto a un tal testimonio de
reconocida memoria, que debe servir igualmente de impulso hacia el porvenir.” [27]
9. La democracia según la doctrina social de la Iglesia — Arqueologismo y falsa restauración: dos extremos a evitar
Se podría preguntar si con estas enseñanzas habría procurado Pío XII
reaccionar contra esa tendencia igualitaria condenando la democracia.
La doctrina social de la
Iglesia siempre ha afirmado la legitimidad de las tres formas
de gobierno, tanto de la monárquica, como de la aristocrática y la democrática.
Siempre se ha negado también a aceptar
el principio de que la única forma de gobierno compatible con la justicia y la
caridad sea la democrática.
Es cierto que Santo Tomás de Aquino enseña que, en principio, la
monarquía constituye una forma de gobierno superior a las demás. Eso no excluye
que las circunstancias concretas puedan hacer más aconsejable la aristocracia o
la democracia en este o aquel Estado, y ve con especial agrado las formas de
Gobierno en que se articulan armónicamente elementos de la monarquía, de la
aristocracia y de la democracia. [28]
León XIII, al explicar la doctrina social de la Iglesia sobre las formas
de Gobierno, declara:
“Encerrándose en el terreno de la abstracción, se llega a determinar
cuál es la mejor de estas formas consideradas en sí mismas.” [29] Sin embargo, el
Pontífice no indica cuál de ellas es.
Es preciso notar, no obstante, lo categórico de su afirmación, aunque
ésta parezca condicional a primera vista: “se llega a determinar”.
Lo que el Pontífice afirma es que encontrar cuál es la forma
intrínsecamente mejor de gobierno es posible mientras quiera el pensador
mantenerse en el terreno de los principios abstractos. En efecto, añade: “Se puede afirmar igualmente, con toda
verdad, que cada una de ellas es buena siempre que sepa dirigirse directamente
a su fin, es decir, al bien común para el cual está constituida la autoridad
social. Conviene añadir, por fin, que desde un punto de vista relativo tal o
cual forma de gobierno puede ser preferible por adaptarse mejor al carácter y
costumbres de esta o aquella nación.” [30]
Falta ahora descubrir cuál sería, según el pensamiento del Pontífice,
esta forma de Gobierno, considerada mejor en el campo de los meros principios
abstractos.
Para responder, es necesario tomar en consideración la encíclica Aeterni
Patris (4.VIII.1879), sobre la restauración de la Escolástica conforme la
doctrina de Santo Tomás. Entre otros muchos encomios a la obra del gran Doctor
de la Iglesia,
pueden mencionarse:
“Consta que casi todos los fundadores y legisladores de las Órdenes
religiosas han mandado a sus miembros que estudien la doctrina de Santo Tomás y
se adhieran a ella del modo más escrupuloso, tomando cuidado para que a nadie
le sea lícito separarse impunemente en lo más mínimo de las huellas de tan
grande varón. (...)
“Pero, lo que es más, los Romanos Pontífices Nuestros predecesores han
elogiado la sabiduría de Tomás de Aquino con excepcionales encomios de estima e
importantísimos testimonios. (...)
“Por cierto, de estos juicios de los Pontífices máximos sobre Tomás de
Aquino, por decirlo así llega al auge el testimonio de Inocencio VI: Su doctrina (la de Tomás) posee, en comparación con todas las demás,
excepto con la canónica, precisión en las palabras, orden en la exposición,
verdad en las sentencias, de tal manera que nunca se verá a quienes la siguen
desviarse del camino de la verdad, y quien la impugne siempre será sospechoso
de error. (Sermón sobre Santo Tomás) (...)
“Pero la mayor gloria, exclusiva de Tomás, (...) consiste en que los
Padres de Trento, quisieron que estuviera sobre el altar, en el propio centro
del cónclave, junto con los libros de la divina Escritura y los decretos de los
Pontífices Máximos, la Suma
de Tomás de Aquino, para que de ella se obtuviesen consejos, raciocinios y
respuestas.” [31]
No es de suponer que el pensamiento de León XIII difiriese del de
Santo Tomás en esta materia. Es digna de especial atención la siguiente frase
del mismo Pontífice: “No hemos querido jamás añadir nada, ni a las
apreciaciones de los grandes doctores sobre el valor de las diversas formas de
gobierno, ni a la doctrina católica y tradiciones de esta Sede Apostólica sobre
el grado de obediencia debida a los poderes constituidos.” [32]
Además, siendo la democracia el gobierno del pueblo, y siendo el
concepto de la doctrina católica sobre pueblo profundamente diferente del
concepto neopagano corriente —según el cual por pueblo se entiende solamente la
masa— se ve claramente que el propio
concepto católico de democracia difiere profundamente de lo que en general se
entiende como tal. [33]
Ante la avalancha igualitaria, Pío XII —sin entrar en preferencias
políticas— procura tomar en consideración la tendencia democrática tal y como
existe y guiarla de tal modo que se eviten daños para el cuerpo
político-social.
Es lo que hace ver cuando, al reorganizarse la Italia de la posguerra, da
a la Nobleza
romana el siguiente consejo: “Ahora bien, generalmente todos admiten que
esta reorganización no puede ser concebida como un puro y simple retorno al
pasado. No es posible un semejante retroceso. (…). La Historia no se detiene,
no puede detenerse; avanza siempre, prosiguiendo su curso, ordenado y
rectilíneo o confuso y sinuoso, hacia el progreso o hacia una ilusión de
progreso.” [34]
En la reconstrucción de la sociedad, así como en la de un edificio,
hay dos errores extremos a evitar: hacer una reconstrucción meramente
arqueológica; levantar un edificio enteramente diferente, es decir, una
reconstrucción que no sea tal:
“Así como la reconstrucción de un edificio que debe servir para usos
actuales no se puede concebir de un modo arqueológico, tampoco sería posible
llevarla a cabo según diseños arbitrarios, aunque fuesen teóricamente los
mejores y más deseables; hay que tener presente la imprescindible realidad, la
realidad en toda su extensión.” [35]
10. Las instituciones altamente aristocráticas son también necesarias en las democracias
La Iglesia no pretende destruir la democracia, pero desea que sea bien entendida
y que sea nítida la distinción entre el concepto cristiano y el concepto
revolucionario.
Es oportuno recordar lo que Pío XII enseña sobre el carácter
tradicional y el tono aristocrático de la democracia verdaderamente cristiana:
“Ya en otra ocasión hemos hablado Nos de las condiciones necesarias
para que un pueblo pueda considerarse maduro para una sana democracia. Pero,
¿quién puede conducirlo y elevarlo a esta madurez? (…) La Historia nos atestigua
que allí donde está vigente una verdadera democracia la vida del pueblo se
halla como impregnada de sanas tradiciones que es ilícito derribar.
Representantes de estas tradiciones son antes que nada las clases dirigentes, o
sea, los grupos de hombres y mujeres o las asociaciones que, como suele
decirse, dan el tono en el pueblo y en la ciudad, en la región y en el país
entero.
“De ahí que en todos los pueblos civilizados existan y tengan
influencia instituciones eminentemente aristocráticas en el sentido más alto de
la palabra, como son algunas academias de vasto y bien merecido renombre.
También la Nobleza
es de este número: sin pretender ningún privilegio o monopolio, es —o
debería ser— una de aquellas instituciones; institución tradicional fundada
sobre la continuidad de una antigua educación. Cierto es que, en una
sociedad democrática como quiere ser la moderna, el simple título del
nacimiento no es ya suficiente para gozar de autoridad y crédito. Para
conservar, por lo tanto, dignamente vuestra elevada condición y vuestra
categoría social, es más, para aumentarlas y enaltecerlas, debéis ser
verdaderamente una élite, debéis cumplir las condiciones indispensables en el
tiempo en que vivimos y corresponder a sus exigencias.” [36]
Una Nobleza o una élite tradicional cuyo ambiente sea caldo de cultivo
para la formación de altas cualidades de inteligencia, voluntad y sensibilidad,
y que funde su prestigio en los méritos de cada generación, no es, para Pío
XII, un elemento heterogéneo y contradictorio con una democracia verdaderamente
cristiana, sino un precioso elemento de la misma. Se ve así hasta qué punto la
democracia auténticamente cristiana difiere de la democracia igualitaria
pregonada por la Revolución,
en la cual la destrucción de todas las élites —entre ellas especialmente la Nobleza— es tenida por
condición esencial de autenticidad democrática. [37]
NOTAS
Es
tan grande la importancia de los párrafos que acaban de ser citados que
merecerían ser destacados en negrita de principio a fin. No lo hacemos para no
sobrecargar el aspecto visual de estas páginas.
Respecto a ello Rivarol, el brillante
polemista francés contemporáneo y adversario de la Revolución de 1789,
afirmó: “Los nobles son monedas más o menos antiguas que el tiempo ha
transformado en medallas” (M. Berville, Mémoires de Rivarol, Baudouin Frères, París, 1824, p. 212).
[7] El término “Revolución” es usado en este libro con sentido igual al
que se le atribuye en el ensayo del mismo autor, Revolución y Contra-Revolución –ver texto completo en el blog: Una obra clave:
Revolución y Contra-Revolución
[8] ¡Si la juventud supiera! ¡Si la vejez pudiera!
[9] Ha tenido en su juventud toda la prudencia de una edad avanzada, y en una edad avanzada todo el vigor de la juventud. Se refiere a Enrique de la Tour d’Auvergne, Vizconde de Turenne, Mariscal de Francia (1611-1675).
[10] PNR 1944, pp. 178-179; cfr. Capítulo VI, 5, a; Documentos VI.
[11] PNR 1944, p. 180.
No se imagine el lector que Pío XII omite con este sabio consejo los graves peligros resultantes de la sobrevaloración de la técnica moderna. En efecto, he aquí lo que enseña en ese sentido:
“Parece innegable que la misma técnica, llegada en nuestro siglo al apogeo de su esplendor y eficacia, se transforme por circunstancias de hecho en un grave peligro espiritual. Parece comunicar al hombre moderno, postrado ante su altar, un sentido de autosuficiencia y de satisfacción de sus aspiraciones de conocimiento y poderío ilimitados. Con sus múltiples usos, con la absoluta confianza que en ella se deposita, con las inagotables posibilidades que promete, la técnica moderna despliega en torno al hombre contemporáneo una visión tan vasta que llega a ser confundida por muchos con el propio infinito. En consecuencia, se le atribuye una autonomía imposible, la cual a su vez se transforma, en el pensamiento de algunos, en una concepción equivocada de la vida y del mundo, designada con el nombre de ‘espíritu técnico’. Pero, ¿en qué consiste exactamente esto? En considerar como el más alto valor humano y de la vida extraer el mayor provecho de las fuerzas y de los elementos de la naturaleza; en fijarse como finalidad, prefiriéndola a todas las demás actividades humanas, los métodos técnicamente posibles de producción mecánica y en ver en ellos la perfección de la cultura y de la felicidad terrena” (Radiomensaje de Navidad de 1953, in Discorsi e Radiomessaggi, vol. XV, p. 522).
[12] PNR 1942, p. 347.
[13] Marco Antonio Colonna, el Joven, Duque de Pagliano (1535-1584). San Pío V le confió el mando de las doce galeras pontificias que participaron en la batalla. Se batió con tanto heroísmo y pericia que fue recibido triunfalmente en Roma a su vuelta. PNR 1942, pp. 346-347.
[14] PNR 1942, pp. 347-348.
[15] PNR 1942, p. 348.
[16] Cfr. Capítulo IV, 8.
[17] PNR 1941, pp. 363-364; cfr. Documentos IV.
[18] Si el mundo se deshiciera en pedazos, sus ruinas le herirían, pero él permanecería imperturbable.
[19] ¡No seré confundido eternamente!
[20] PNR 1951, pp. 423-424.
[21] Cfr. Capítulo II, 1.
[22] PNR 1949, p. 346.
[23] Cfr. Capítulo 11,1.
[24] A propósito de la abolición radical y sumaria de una tan antigua y benemérita institución como la nobleza —realizada evidentemente bajo la fuerza de impacto del igualitarismo radical que sopló en tantos países después de la segunda y primera Guerras Mundiales— es preciso lamentar que no hayan sido tomadas en absoluto en consideración estas enseñanzas de alta sabiduría proferidas por Santo Tomás de Aquino en la Suma Teológica (I-II, q. 97, a. 2) bajo el título “Si la ley humana ha de modificarse siempre que se presente un bien mejor”:
“Está establecido en las ‘Decretales’ que ‘es un absurdo y una afrenta detestable permitirse quebrantar las tradiciones que de antiguo hemos recibido de nuestros antepasados’.
“Respondo diciendo que, como hemos dicho, la ley humana se modifica rectamente solo cuando mediante esta modificación se busca el bien común; pero la propia modificación de una ley es en sí misma un detrimento del bien común, porque la costumbre ayuda mucho a que sean cumplidas las leyes, de tal modo que lo que se hace en contra de una costumbre común, aunque sea de sí leve, se ve como grave. Por eso, cuando se modifica una ley, disminuye su poder represivo en la medida en que la costumbre es suprimida, y por eso nunca debe modificarse la ley humana, sino cuando el bien común sea compensado por una parte tanto cuanto por la otra se le perjudica. Esto sucede en realidad, o bien cuando del nuevo decreto emana una utilidad grandísima y evidentísima; o bien en caso de extrema necesidad, cuando la ley vigente contiene una injusticia manifiesta o su cumplimiento es extremamente nocivo. Por eso dice el jurisconsulto que ‘para establecer nuevas normas, es necesario que su utilidad sea evidente, para que justifique el abandono de aquello que se ha considerado equitativo durante mucho tiempo’.”
[25] PNR 1949, p. 346.
[26] 1950, p. 357.
[27] 1950, p. 357.
[28] Para una correcta comprensión de lo aquí expuesto respecto a la Doctrina de la Iglesia y el pensamiento de Santo Tomás de Aquino sobre las diversas formas de Gobierno, es de capital importancia la lectura de los textos pontificios y del Santo Doctor transcriptos en el Apéndice III y acompañados por comentarios del autor.
[29] Au milieu des sollicitudes in ASS XXIV [1891-92] 523.
[30] Ibídem.
[31] ASS XII [1894] 109-110.
[32] Carta al Cardenal Matthieu, 28/3/1897 in La paix intérieure des Nations, Desclée & Cie, 1952, p. 220.
[33] cfr. Capítulo III.
[34] PNR 1945, p. 274.
[35] Ibídem.
[36] PNR 1946, pp. 340-341.
[37] Sobre la legitimidad y necesidad de que exista la Nobleza en una sociedad auténticamente católica, véase el sustancioso esquema —transcripto y comentado en el Apéndice IV de este libro— publicado bajo el título de “Aristocracia” en un importante homiliario elaborado bajo la dirección del Cardenal Ángel Herrera Oria.
[9] Ha tenido en su juventud toda la prudencia de una edad avanzada, y en una edad avanzada todo el vigor de la juventud. Se refiere a Enrique de la Tour d’Auvergne, Vizconde de Turenne, Mariscal de Francia (1611-1675).
[10] PNR 1944, pp. 178-179; cfr. Capítulo VI, 5, a; Documentos VI.
[11] PNR 1944, p. 180.
No se imagine el lector que Pío XII omite con este sabio consejo los graves peligros resultantes de la sobrevaloración de la técnica moderna. En efecto, he aquí lo que enseña en ese sentido:
“Parece innegable que la misma técnica, llegada en nuestro siglo al apogeo de su esplendor y eficacia, se transforme por circunstancias de hecho en un grave peligro espiritual. Parece comunicar al hombre moderno, postrado ante su altar, un sentido de autosuficiencia y de satisfacción de sus aspiraciones de conocimiento y poderío ilimitados. Con sus múltiples usos, con la absoluta confianza que en ella se deposita, con las inagotables posibilidades que promete, la técnica moderna despliega en torno al hombre contemporáneo una visión tan vasta que llega a ser confundida por muchos con el propio infinito. En consecuencia, se le atribuye una autonomía imposible, la cual a su vez se transforma, en el pensamiento de algunos, en una concepción equivocada de la vida y del mundo, designada con el nombre de ‘espíritu técnico’. Pero, ¿en qué consiste exactamente esto? En considerar como el más alto valor humano y de la vida extraer el mayor provecho de las fuerzas y de los elementos de la naturaleza; en fijarse como finalidad, prefiriéndola a todas las demás actividades humanas, los métodos técnicamente posibles de producción mecánica y en ver en ellos la perfección de la cultura y de la felicidad terrena” (Radiomensaje de Navidad de 1953, in Discorsi e Radiomessaggi, vol. XV, p. 522).
[12] PNR 1942, p. 347.
[13] Marco Antonio Colonna, el Joven, Duque de Pagliano (1535-1584). San Pío V le confió el mando de las doce galeras pontificias que participaron en la batalla. Se batió con tanto heroísmo y pericia que fue recibido triunfalmente en Roma a su vuelta. PNR 1942, pp. 346-347.
[14] PNR 1942, pp. 347-348.
[15] PNR 1942, p. 348.
[16] Cfr. Capítulo IV, 8.
[17] PNR 1941, pp. 363-364; cfr. Documentos IV.
[18] Si el mundo se deshiciera en pedazos, sus ruinas le herirían, pero él permanecería imperturbable.
[19] ¡No seré confundido eternamente!
[20] PNR 1951, pp. 423-424.
[21] Cfr. Capítulo II, 1.
[22] PNR 1949, p. 346.
[23] Cfr. Capítulo 11,1.
[24] A propósito de la abolición radical y sumaria de una tan antigua y benemérita institución como la nobleza —realizada evidentemente bajo la fuerza de impacto del igualitarismo radical que sopló en tantos países después de la segunda y primera Guerras Mundiales— es preciso lamentar que no hayan sido tomadas en absoluto en consideración estas enseñanzas de alta sabiduría proferidas por Santo Tomás de Aquino en la Suma Teológica (I-II, q. 97, a. 2) bajo el título “Si la ley humana ha de modificarse siempre que se presente un bien mejor”:
“Está establecido en las ‘Decretales’ que ‘es un absurdo y una afrenta detestable permitirse quebrantar las tradiciones que de antiguo hemos recibido de nuestros antepasados’.
“Respondo diciendo que, como hemos dicho, la ley humana se modifica rectamente solo cuando mediante esta modificación se busca el bien común; pero la propia modificación de una ley es en sí misma un detrimento del bien común, porque la costumbre ayuda mucho a que sean cumplidas las leyes, de tal modo que lo que se hace en contra de una costumbre común, aunque sea de sí leve, se ve como grave. Por eso, cuando se modifica una ley, disminuye su poder represivo en la medida en que la costumbre es suprimida, y por eso nunca debe modificarse la ley humana, sino cuando el bien común sea compensado por una parte tanto cuanto por la otra se le perjudica. Esto sucede en realidad, o bien cuando del nuevo decreto emana una utilidad grandísima y evidentísima; o bien en caso de extrema necesidad, cuando la ley vigente contiene una injusticia manifiesta o su cumplimiento es extremamente nocivo. Por eso dice el jurisconsulto que ‘para establecer nuevas normas, es necesario que su utilidad sea evidente, para que justifique el abandono de aquello que se ha considerado equitativo durante mucho tiempo’.”
[25] PNR 1949, p. 346.
[26] 1950, p. 357.
[27] 1950, p. 357.
[28] Para una correcta comprensión de lo aquí expuesto respecto a la Doctrina de la Iglesia y el pensamiento de Santo Tomás de Aquino sobre las diversas formas de Gobierno, es de capital importancia la lectura de los textos pontificios y del Santo Doctor transcriptos en el Apéndice III y acompañados por comentarios del autor.
[29] Au milieu des sollicitudes in ASS XXIV [1891-92] 523.
[30] Ibídem.
[31] ASS XII [1894] 109-110.
[32] Carta al Cardenal Matthieu, 28/3/1897 in La paix intérieure des Nations, Desclée & Cie, 1952, p. 220.
[33] cfr. Capítulo III.
[34] PNR 1945, p. 274.
[35] Ibídem.
[36] PNR 1946, pp. 340-341.
[37] Sobre la legitimidad y necesidad de que exista la Nobleza en una sociedad auténticamente católica, véase el sustancioso esquema —transcripto y comentado en el Apéndice IV de este libro— publicado bajo el título de “Aristocracia” en un importante homiliario elaborado bajo la dirección del Cardenal Ángel Herrera Oria.