Es
tradicional celebrar la Navidad con una reunión familiar en torno de
una buena mesa, bien decorada, con comidas y bebidas exquisitas,
especialmente preparadas para la gran ocasión. En muchas casas se viste
el pesebre con devoción e ingenio, y se ha generalizado el árbol de
Navidad (de origen germánico católico), con sus luces, cintas y
colgantes de
colores, lugar privilegiado para los regalos. Toda esta atmósfera
encanta a quienes tienen sed de lo sobrenatural y lo maravilloso, esa
“alma de niños” que el Divino Maestro nos enseñó a tener para entrar en
el Reino de los Cielos…
Dejando de lado los excesos y
exageraciones, y el hecho evidente de que en el mundo materialista y
ateo de hoy la Natividad del Niño Dios pasa muchas veces a segundo plano o es directamente olvidada, ¿no tiene esa costumbre aspectos que merecen conservarse y afinarse?
La comida de Nochebuena, con su búsqueda
instintiva de excelencia, tiene cierta grandeza y esplendor, y de algún
modo expresa la felicidad del hombre por el nacimiento del Salvador.
La mesa bien arreglada, en estilo
familiar, las comidas decoradas espirituosamente, los vinos de calidad,
fruto de una suma de factores de primor –proporcionados a la familia de
cualquier condición que sea- dan realce a bienes materiales creados por
Dios “para su gloria extrínseca” y para la elevación del hombre. Elevan
pues corporizan valores de calidad, excelencia y buena presentación. Y
admirar esos valores torna el espíritu más abierto a las luces naturales
y sobrenaturales que nos trae cada Navidad.
La influencia del
espíritu de la Iglesia fue modelando el alma de los hombres -hecha a
imagen de Dios- y de los pueblos, elevándolos siempre más, en la medida
en que se dejaron modelar… Este cuadro de Carlos V, Sacro Emperador y
Rey de España y de los americanos “Reinos de Ultramar”, victorioso sobre
los protestantes en la batalla de Mühlberg, por el Tiziano, bien lo
muestra en mil imponderables, brillos, colores, penacho, gualdrapa,
etc. y en el propio caballo azabache, de gran brío pero obediente a la
mano de su amo y realzado por la influencia de la civilización
cristiana.
Pero hay toda una mentalidad, toda una
ideología que no afina con excelencias, árboles de Navidad ni con los
mismos pesebres, nacidos de la Fe y el sentido de lo maravilloso de San
Francisco de Asís. Y que hasta intenta justificar ese amargo rechazo con
pseudo-fundamentos religiosos.
El lector amante de los esplendores
navideños se alegrará en encontrar a continuación la respuesta de la
sabiduría católica a esa actitud pseudo-cristiana reñida con la
inocencia del niño, a ese “complejo de simplismo“ o bien
“miserabilismo” declarado, gusto por lo vulgar y masificante, rechazo
del ornato y la belleza.
⇑Llopis, educador
socialista (PSOE), bregaba para que las ideas materialistas e
igualitarias se apoderen radicalmente del alma de los niños destruyendo
todo vestigio de inocencia y natural sentido de lo maravilloso que, de
acuerdo al Evangelio, es condición para ganar el reino de los Cielos…
¿Adónde conduce una sociedad inspirada en tan nefastas ideologías y
mentalidades? Más radical aún es el miserabilismo versión “Teología de
la Liberación”, predicado por el ex Fray “Leonardo” Boff⇓
“Proposición impugnada”* (* nota: refutada más abajo)
“El Evangelio recomienda el desapego de
los bienes terrenales (Luc, 14, 33). Una sociedad verdaderamente
cristiana debe condenar el uso de todo lo que sea superfluo para la
subsistencia. Joyas, encajes, sedas y terciopelos costosísimos,
residencias innecesariamente espaciosas y llenas de adornos, comida
rebuscada, vinos preciosos, vida social ceremoniosa y complicada, todo
esto se opone a la simplicidad evangélica. Jesucristo deseó para sus
fieles un tenor de vida simple e igualitario…
Enriqueta
de Francia, Reina de Inglaterra, por van Dyck. Los mejores elementos de
la creación y la civilización -como el oro, la seda, los encajes-
sirven para realzar al ser humano, puesto por Dios en la cumbre como
auténtico “rey de la creación” conforme enseñan Fillion y los teólogos
verdaderamente católicos. La admirable elegancia, femeneidad y
naturalidad de la reina y la discreta ubicación en el cuadro de la
magnífica corona, son otras tantas afirmaciones implícitas del espíritu
de la Cristiandad, expresada en la fórmula de San Agustín: “ubi
humilitas, ibi majestas” (donde está la humildad, allí está la
majestad).
“Proposición afirmada
“El Evangelio recomienda el desapego de
los bienes terrenales. Ese desapego no significa que el hombre deba
evitar su uso, sino tan sólo que los debe usar con superioridad y fuerza
de alma, y con templanza cristiana, en lugar de dejarse esclavizar por
ellos.
Cuando el hombre no procede así y hace un
mal uso de esos bienes, el mal no está en los bienes sino en él. Así,
por ejemplo, el mal del borracho está en él y no en el vino precioso con
el que se embriaga. Tan es así que muchos son los que toman vinos de la
mejor calidad y no abusan de ellos. Lo mismo se puede decir de los
otros bienes.
La música, por ejemplo, ha sufrido muchas
deformaciones abominables en las épocas de decadencia. No es el caso de,
por esa causa, renunciar a ella bajo pretexto de que corrompe. Hay que
hacer buena música, y de la mejor, y usarla para el bien.
En el universo, todo fue admirablemente dispuesto por
Dios, y no hay nada que no tenga su razón de ser. Sería inconcebible
que el oro, las pedrerías, la materia prima de los tejidos preciosos
fuesen excepción a la regla. Existen, por designio de la bondad divina,
para un justo deleite de los sentidos, al mismo título que un bello
panorama, el aire puro, las flores y tantas otras cosas. Y además son
medios para adornar y elevar la existencia cotidiana de los hombres, afinarlos en la cultura, y hacerles conocer la grandeza, la sabiduría y el amor de Dios.
Fue
con este espíritu que la Iglesia utilizó siempre todos estos bienes
para lo que tiene de más sagrado, el culto divino. Lo que no habría
hecho de ningún modo si, de esa manera, se transgrediera la voluntad de
su Fundador.
Y en todos los tiempos ella estimuló a los individuos, las familias, las instituciones y las
naciones para que, con la misma templanza, siguieran su ejemplo,
adornando y dignificando así, para la grandeza espiritual y el bien
material de los hombres, los ambientes de la vida doméstica o de la vida
pública.
Por eso le ha sido dado muy justamente el título de benemérita de la cultura, del arte y de la civilización.
(…)”
(cfr. “Reforma Agraria – Problema de
conciencia”, de Antonio de Castro Mayer, Obispo de Campos, Geraldo de
Proença Sigaud S.V.D., Obispo de Jacarezinho, Plinio Corrêa de Oliveira y
Luis Mendonça de Freitas, Club de Lectores, Buenos Aires, 1963, pp.
85-7)⇑El “cáliz de San Remigio”, magnífica pieza de orfebrería del siglo XII, de oro macizo, filigranas, perlas finas y esmaltes, conservado en el Tesoro de la Catedral de Reims, utilizado en la misa de consagración del Rey de Francia afirmado en el trono por Santa Juana de Arco. ⇒Al costado, la corona del Sacro Imperio Romano-Germánico, constituido por el Papado en la persona de Carlomagno, en la Navidad del año 800.
Continuaremos desarrollando este tema tan lleno de matices en nuestro próximo boletín