26/08/2021
General Pedro
Nicolás de Brizuela, Teniente de Gobernador de la Gobernación del Tucumán (s.
XVII), fundador del Mayorazgo de San Sebastián de Sañogasta
Alcaldes indígenas
del antiguo Virreinato del Perú – La mestización y la evangelización caracterizaron
la obra colonizadora de España con Isabel la Católica y sus descendientes de la
Casa de Austria – En tiempos de esta dinastía vino Pedro Nicolás a estas
tierras
Casa de los
Brizuela y Doria en el Alto de la Iglesia (antiguo Alto del Vínculo) – Fue la
última construida durante la vigencia del Mayorazgo de San Sebastián (s. XIX)
Pedro Nicolás de
Brizuela fue pionero de la agricultura y ganadería , construyó molinos e hizo
la primera bodega de esta zona En el paisaje luminoso sañogasteño, se ven
garzas blancas y caballos en medio de nogales y viñas
La señorial Imagen
de Nuestra Señora de la Candelaria de Copacabana, Patrona de la Parroquia, fue
traída por Pedro Nicolás de Brizuela del Alto Perú – Su Mayordoma es siempre
una integrante de la familia Brizuela y Doria
Pedro
Nicolás de Brizuela, un pionero de la Cristiandad
Luis María Mesquita Errea (*)
El General Pedro Nicolás de Brizuela,
personaje destacado en la historia de la Argentina naciente del siglo XVII,
llegó de España al territorio argentino, entonces parte del Virreinato del
Perú, en 1632. Su familia –como declara en su testamento*- era de Sotoscuevas,
jurisdicción del Corregimiento de Villarcayo, “cabeza de las siete merindades
de Castilla la Vieja” (* = Archivo Mesquita-Brizuela y Doria, documento
gentilmente facilitado en facsímil por el Lic. Alejandro Moyano Aliaga,
Director del Archivo Histórico de Córdoba).
Entró por el puerto de Buenos Aires,
en la expedición que traía al gobernador del Río de la Plata, Pedro Esteban de
Avila, dirigiéndose a Córdoba, que ya era una de las ciudades principales del
Tucumán, primera Gobernación que se fundó en el país que se iba formando, por
decisión del Rey Católico Felipe II, con la bendición del Papa San Pío V que
instituyó, a pedido del monarca, la primera diócesis argentina, el Obispado del
Tucumán.
La razón por la que Brizuela se
dirigió a Córdoba era que el Tucumán se encontraba en guerra con motivo de una
rebelión de un grande y poderoso sector de indios de guerra, el “Gran
Alzamiento Calchaquí”.
Las relaciones con los calchaquíes,
desde la fundación de la primera ciudad argentina en 1550, si bien habían
pasado por buenos momentos, tarde o temprano terminaban en enfrentamientos
bélicos. No obstante, las autoridades nunca dejaban de aspirar a la conversión
plena y pacificación de aquellos.
La fulminante I Guerra Calchaquí,
movida en 1562 por el gran jefe don Juan Calchaquí, había casi aniquilado el
Tucumán, destruyendo tres de sus cuatro ciudades, salvándose sólo su capital,
Santiago del Estero. La “Madre de Ciudades” logró salvarse por la acción
decidida de sus vecinos (propietarios y encomenderos que tenían la obligación
personal de defensa, a riesgo de sus vidas), y por la protección de la
Providencia (como católico, creo en la acción de Dios en la historia,
frecuentemente a través de la Ssma. Virgen, como lo confirman muchos hechos y
documentos).
Imagen de San
Sebastián, reliquia familiar traída por Pedro Nicolás de Brizuela de su
Castilla la Vieja natal
En la época que nos ocupa, otro gran
jefe indígena, el Cacique Chalimín (del Valle de Hualfín, Catamarca), había
logrado mover a una gran rebelión. Comenzó cuando el encomendero Urbina, su
familia y un fraile franciscano fueron masacrados al amanecer y hechos comer
por los perros; luego, pueblos de indios amigos, haciendas y poblados
fueron arrasados, con muerte de indios y españoles, las Iglesias fueron
destruidas con profanación de hostias consagradas y de Imágenes,
capellanes y misioneros fueron cruelmente martirizados, como el sacerdote
riojano Padre Torino, a quien los indios atiles colgaron de un árbol y
descuartizaron falange por falange, hueso por hueso.
Las causas de la guerra fueron varias
y no están debidamente esclarecidas. Se culpa al Gobernador don Felipe de
Albornoz de haber ofendido a un hijo de Chalimín, de acuerdo al testimonio del
historiador, Padre Lozano; pero éste dice también que el famoso corte de pelo
del hijo del cacique fue a causa de “ciertos desmanes” que desconocemos. Por
otro lado, 3 años antes que este gobernador llegase, los sacerdotes jesuitas de
las misiones en el valle de Calchaquí las desampararon, porque sentían crecer
la animadversión de los calchaquíes. Más tarde fue el episodio del corte de
pelo, pero pasaron 3 años más sin que la guerra estallara, lo que ocurrió en
1630.
Fiestas Patronales
de N.S. de la Candelaria y San Sebastián en Sañogasta, devociones iniciadas por
Pedro Nicolás de Brizuela en la Capilla de San Sebastián de Sañogasta
(Monumento Histórico Nacional)
El mismo gobernador Albornoz en sus
cartas da como razón específica del inicio del Gran Alzamiento el
descubrimiento que hizo el infeliz Urbina de una mina de oro. Los indios se
rebelaron ante la perspectiva de trabajar en la mina, pero mostraron
refinamientos de odio religioso y crueldad que revelan una problemática más
honda y compleja que debe ser profundizada.
Lo cierto es que, por las razones que
sean, los calchaquíes:
1)
iniciaron la guerra, y lo hicieron cometiendo crímenes terribles;
2)
por la extensión de la rebelión, amenazaban la subsistencia de las ciudades del
Noroeste argentino, principalmente de La Rioja.
De esta manera, corría peligro de
perderse el fruto de 8 décadas de labor, de importante grado de unión y fusión
con el indígena, de enseñanza de primeras letras y evangelización, de
desarrollo de ciudades, pueblos, fincas y estancias, de inauguración de una prestigiosa
universidad y de establecimientos educativos, de hospitales, caminos y puertos,
de industrias propias de cada zona y de comercio interregional, de nacimiento
de una cultura propia que se expresó en poesía, en música folclórica, en el
bello estilo colonial argentino.
Iglesia de San
Sebastián de Sañogasta, fundada por Pedro Nicolás de Brizuela y Mariana Doria
(s. XVII – M.H.N.)
De haber triunfado los calchaquíes
rebelados, nada de civilización cristiana hubiese quedado en pie. Ni La Rioja,
ni Salta, ni Tucumán, ni ninguna ciudad. Los indios del Tucumán hubieran sido
sometidos por los calchaquíes con la vuelta a la situación anterior, de
aislamiento y falta de progreso.
Por ese motivo, la guerra asumió
ribetes religiosos y de servicio al bien común. Por la salvación o la
destrucción de una civilización que, a pesar de sus limitaciones y defectos,
tenía algo sagrado en su esencia: el fundamento cristiano de la sociedad,
amparando a españoles, indios, negros y a los descendientes de los múltiples
cruzamientos entre estas razas, que avanzaban hacia la fusión y
homogeneización. Nacía el criollo, el americano, el argentino.
Esto explica, a mi entender, que en todo momento las ciudades y haciendas del Tucumán (como Santiago del Estero, Jujuy, Salta, San Miguel de Tucumán, La Rioja, Córdoba, y el Valle de Catamarca) tuvieran el apoyo decisivo de indios amigos que no querían ver la Religión Católica destruida, la vuelta a los brujos e ídolos, a las borracheras y ritos sangrientos, la desaparición de las escuelas de las Ordenes religiosas, de las ciudades, de las iglesias, de las estancias y chacras, de las reducciones de indios de paz.
Ante esa situación, Pedro Nicolás de
Brizuela, por entonces con unos 26 años, se dirige a Córdoba a prestar
servicios en esta guerra crucial para el futuro de la Argentina.
Era lo que Roberto Levillier llama
“hidalgos de pro”: guerreros que combatían “a su costa y minción”, sin pago ni
ayuda material. Hacer la guerra en estas condiciones, requería tener una buena
situación económica, señal de que Pedro Nicolás la tenía. Además, exigía mucho
valor pelear contra los aguerridos indios calchaquíes, que tenían hábiles
tácticas de guerra, coraje, atacaban por sorpresa, envenenaban aguas, cortaban
acequias, provocaban devastadores derrumbes de lo alto de los cerros y eran, en
cantidad, abrumadoramente más numerosos que los españoles y contaban con las
caballadas que les iban tomando.
Deben haber pesado en Pedro Nicolás
de Brizuela dos motivaciones principales.
Primero, su sangre de hidalgo, o
noble caballero, pública y notoria entre sus contemporáneos. Esa condición le
permitió formar una familia con una persona de su misma calidad, la riojana
Doña Mariana Doria, hija de encomenderos y vecinos principales de Santiago del
Estero. (El uso de “don” o “doña” denotaba nobleza muy notoria; era un
privilegio de que gozaban ciertas familias nobles españolas e indígenas; los
caciques , luego de su bautismo, eran conocidos como “don Juan Calchaquí”,
“doña Marina”, “don Rodrigo Cacique” –el hijo de Chalimín, luego de la guerra-,
etc.).
El hidalgo español era un guerrero
cristiano excelente, que luchó durante ocho siglos en la Reconquista española
contra los infieles musulmanes, y contra otros enemigos en el rol de defensor
de la Cristiandad.
Estos hidalgos, que protagonizaron la
gesta colonizadora de América, estaban siempre dispuestos a defender y servir
al Rey, que encarnaba la patria, y al Papa, que representa a la Iglesia, lo que
se expresaba en la fórmula “servir a las dos Majestades”.
La rebelión de los calchaquíes era
vista por ellos como una nueva guerra contra infieles, contra enemigos de la
Cristiandad, a quienes no se trataba de aniquilar pero sí de vencer para
impedir que consumaran la destrucción de lo que se había logrado con tanto esfuerzo.
En segundo lugar, consideraban que,
arriesgando su caudal en armarse e ir a la guerra, en un momento crucial
en que los españoles y criollos eran una pequeña minoría, a vivir en situación
de disponibilidad y riesgo permanente, con altas probabilidades de morir o ser
martirizados, de dejar huérfanos a sus hijos y viudas a sus mujeres y de
perderlo todo, los hacía acreedores al reconocimiento del Rey.
“Era una muy honrosa designación
–dice Félix Luna, refiriéndose al nombramiento Don Alvaro de Luna y Cárdenas
como jefe de un tercio riojano, en 1680-, aunque resultaba gravosa para los
vecinos, que debían abandonar familia, sembrados y cosechas para concurrir de
su peculio a campañas que podían durar muchos meses” (“Los Luna”, ed. 2004, p.
51).
Esperaban que, si la muerte no los
sorprendía en la guerra -en cuyo caso irían al Cielo por dar su vida en defensa
de la Fe-, Su Majestad Católica les “haría merced”, concediéndoles tierras –que
eran abundantes en estas zonas aún hoy poco pobladas- y dándoles encomiendas de
indios.
El encomendero recibía un grupo de
indios a su cargo (muchos o pocos, había distintas situaciones). Debía
ampararlos, ocuparse de su evangelización y recibir de ellos el pago del
impuesto que les correspondía, como hombres libres; y –por otra parte- el
servicio remunerado de trabajar sus tierras, mediante turnos y condiciones
pactados con sus jefes o curacas. No podía “poner los pies” en el poblado
indígena (Levillier).
Más allá del beneficio económico del
pago de la tasa –que podía ser nulo, módico o grande, según las situaciones-
confería prestigio. Ser vecino feudatario o encomendero era como un título de
nobleza, muy apreciado en la época.
Con este doble objetivo de prestar un
valioso servicio con la esperanza incierta de recibir una recompensa, que
estaba en el espíritu de los “hidalgos de pro”, intervino Pedro Nicolás de
Brizuela en el Gran Alzamiento Calchaquí en defensa de la Cristiandad
tucumanense.
Esta II Guerra Calchaquí conocida
como “Gran Alzamiento”, como expongo en el trabajo de seminario “Pedro
Nicolás de Brizuela – Conquistador, encomendero y fundador – Protector del
indio y gobernante”)., se dividió en cuatro etapas, que duraron un total de 16
años (1630-1646). El alcance de este artículo no permite entrar en detalles, pero
diremos lo imprescindible relacionado con el soldado Brizuela.
En la primera etapa, las
parcialidades diaguito-calchaquíes que seguían al Cacique Chalimín en
esta zona sur del Tucumán intentaron destruir la ciudad de Londres y haciendas
cercanas, las haciendas del Valle de Catamarca y la Ciudad de La Rioja.
Amenazada gravemente varias veces,
debió La Rioja solicitar la ayuda de Córdoba. El jefe que se destacó, del lado
hispano-indígena cristiano, era un criollo, nacido en estas tierras, el Gral.
Jerónimo Luis de Cabrera (nieto del fundador de Córdoba).
Le tocó luchar contra el terrible
Chalimín. Al principio fue derrotado por éste, que lo obligó a abandonar la
ciudad de Londres. Pensemos en lo que significa abandonar una ciudad, entonces
y ahora: algo tremendo. Perder casi todo…
Pero Cabrera logró ejecutar con
maestría algo muy difícil: poner toda la población de Londres en sus carretas y
llevarla sana y salva a La Rioja, perseguido por las fuerzas enemigas.
Cuando llegó a La Rioja, ésta era
atacada por indios a caballo, portando antorchas incendiarias. Sin tiempo de
descansar, logró salvar la ciudad. Y esto se repitió.
Es entonces cuando entra en escena
Pedro Nicolás de Brizuela. Llega desde Córdoba para sumarse a estas fuerzas,
como guerrero por cuenta propia, en lo económico, y bajo las órdenes del
General Cabrera.
Brizuela era infante y combatía con
arcabuz. Era toda una especialidad manejar estas armas, que había que recargar
mientras las flechas y asaltos del enemigo repartían la muerte por todas partes.
Las probanzas del citado guerrero son
concluyentes. No fue un soldado común. Fue un guerrero excepcional; lo digo con
todas las letras. Excepcional por su coraje y serenidad, por la obediencia a
sus oficiales, por su entereza. Le tocaron misiones siempre difíciles y muy
arriesgadas. Ir a pie toda la noche por el Famatina; llegar a destino y no
tener nada para comer salvo “un poco de nieve”. Llegar con los pies lastimados,
chorreando sangre. Cuidar la parte más difícil, donde el enemigo pegaba más
fuerte: la retaguardia.
Pues la táctica de Cabrera era hacer
frente a Chalimín, tomarle prisioneros y retirarse –en lo posible-
ordenadamente. Así, el “frente” que daba al enemigo era justamente la parte de
atrás, donde siempre se ponía a Brizuela a encabezar el grupo de ocho o nueve
guerreros de quienes dependía la seguridad de todo “el campo”, como se llamaba
al contingente guerrero, acompañantes y prisioneros.
En esta difícil posición, fue herido
muchas veces, y gravemente. Una vez estuvo a punto de ser quemado. Otra vez
protagonizó un hecho increíble, ganando una batalla para el ejército del Gral.
Cabrera con un tiro de arcabuz.
Oigamos algo tomado al vivo de la
declaración de un testigo en el expediente de probanzas levantado ante el
Cabildo de La Rioja (doc. original en el Archivo Hist. de Córdoba, gentilmente
cedido por su Director, Lic. Moyano Aliaga).
2ª pregunta:
§ Entra al Valle de Guandacol y Capayanes con Don
Jerónimo Luys de Cabrera; se obtienen felices sucesos
§ Para sorprender al enemigo en Guatungasta hacen una
durísima marcha de 24 horas por los altos del Famatina
§ Atacan una junta de 500 indios en Tinogasta, le
causan bajas y toman 150 prisioneros, con buen suceso
§ Se guarecen en una Iglesia quemada; los 27
españoles son atacados por fuerzas de Chalimín capitaneadas por un Indio
Belicoso que intenta capturarlo; lo mata con su arcabuz: el enemigo se retira
§ Al alba son atacados; para poder marchar, Cabrera
designa 8 soldados de satisfacción para defender la retaguardia; marchan dos
leguas peleando, Brizuela es herido, se consolida la victoria.
(Pregunta a los testigos): Si saben que el dicho Pedro Nicolas de Brizuela continuando el Real Servicio salio a muchas ocasiones a campear a la jurisdicción de esta Ciudad y de la de Londres y como (fo 17) tal soldado acudio a todo lo que se ofrecía del Real Servicio, peleando con valor contra los Indios enemigos como fue en todas las corredurías de que se tubieron felices sucesos, especialmente en la entrada del Valle de Guandacol y Capayanes que se habían retirado, y tenido noticia de que estaban metidos en el Valle de Guatungasta para tomarlos por las espaldas, el dicho General don Jerónimo (L. de Cabrera) envió doce soldados a pie con ochenta amigos por unas cordilleras asperísimas y entre los doce fue el dicho Pedro de Brizuela y como las sierras eran asperas pasaron mucho trabajo caminando veinticuatro horas a pie sin parar y sin comida, descalzos, por solo cumplir la orden de su General, y encontrarse con el atajando el paso, y con notable riesgo de las vidas llegaron a ocasión de que mediante esta diligencia otro dia hallaron al enemigo en Junta de quinientos Indios y peleando con ellos en el Valle de Tinogasta se les mató muchos y se tomaron ciento cincuenta prisioneros y acabada esta acción , y buen suceso, el dicho General se retiró a una Iglesia quemada donde no siendo mas de veinte y siete Españoles y estando con riesgo volvio el enemigo con socorro que tuvieron del Cacique Chalimin a embestir aquella tarde al Real cercándole por todas partes y habiendo un Indio Belicoso que traía el dicho socorro apretado con valor y obstinación, el dicho Pedro de Brizuela con animo le esperó, habiendo embestido con cinco Indios a quererle tomar a mano y tirándole con el arcabuz lo derribó muerto, con lo que (fo 18) la junta se retiró hasta el otro dia; que al cuarto del alba volvio el enemigo a dar sobre el Real y apretarle de forma que para poder salir y marchar se dispuso por el dicho General escogiendo para la retaguardia ocho soldados de mas satisfacción y entre ellos al dicho Pedro de Brizuela los cuales marchando y defendiéndose dos leguas a pie salio herido el suso dicho (y) con aquella victoria se ganó por las razones dichas =
Cinco testigos calificados que se
encontraron en esta campaña declaran con lujo de detalles corroborando todo lo
que se intenta saber en la pregunta. Y esto es sólo una parte de los hechos.
Carlos Decaro sintetiza su desempeño
guerrero con la siguiente frase: “Su actuación fue tan destacada, que sus
acciones podrían llenar capítulos enteros de aventuras increíbles…” (“Reseña
Histórica de la Ciudad de Chilecito y sus Distritos”, Lic. Efraín de la Fuente
– Prof. Carlos Decaro, Ed. Auspiciada por el Min. de Salud y Educación de la
Prov. de La Rioja y por el Hon. Concejo Deliberante de Chilecito, año 2003, p.
52).
No queremos hacer un panegírico de
Pedro Nicolás de Brizuela. Apenas relatar lo que surge convincentemente de sus
probanzas y certificaciones otorgadas por los Gobernadores y Cabildos del
Tucumán. Lo que surge con meridiana claridad de esos testimonios es que fue un
guerrero de un coraje y efectividad fuera de lo común, de gran lealtad y muy
sacrificado. Fue herido numerosas veces, pero no desfalleció. Siempre guerreó y
a fuerza de buen pelear prestó una contribución importantísima a la sociedad
criolla que intentaba penosamente consolidarse. Lo hizo derramando
generosamente su sangre. Pero además se desprende de los documentos que había
algo en su persona que le hacía granjearse el respeto y la estimación general.
De lo que declaran los testigos tomamos una frase de la declaración del Capitán
Sebastián de Sotomayor:
“y asi en esta ocasión como en todas
las demás que ha dicho, este testigo siempre lo ha visto y han andado
juntos, por lo cual ha sido honrado y estimado, y por su persona y nobleza
ha sido Alcalde electo de la Santa hermandad en esta Ciudad y esto responde” =
(cf. L. Mesquita, “Pedro Nicolás de Brizuela…”, op. cit., cap. II, p. 50).
***
Lo visto anteriormente nos permite
formarnos una idea veraz de la personalidad y la actuación de Pedro Nicolás de
Brizuela. Estaba en plena juventud y vigor, esforzándose denodadamente en la
lucha en defensa de La Rioja, amenazada de correr la misma suerte de Londres
–ciudad arrasada por las huestes de Chalimín luego de su abandono forzado- y
labrando un porvenir para él y su familia.
Su valiente comportamiento y las
calidades de su persona le granjearon simpatía y prestigio. Los vecinos
feudatarios de La Rioja lo acogieron con estima en ese medio abierto a personas
nobles y heroicas.
Así, pasó a desempeñar durante toda
su vida diferentes cargos en el Cabildo riojano: Alcalde ordinario, Fiel
Ejecutor y Alcalde de la Santa Hermandad. Era el Cabildo una institución clave
en las ciudades virreinales: era el motor de la vida de la ciudad; tenía funciones
de gobierno comunal, de justicia, de control de pesos y medidas, de policía y
de defensa.
Todo ello se basaba en la fidelidad a
“las dos Majestades” –el Papa y el Rey, la Iglesia y el reino o estado. Esa
lealtad era la base del sistema y guarda afinidad con el sistema feudal, del
que dijo la famosa historiadora Régine Pernoud que fue el único sistema en la
Historia basado en la fidelidad.
Entre los cargos que ocupó Pedro
Nicolás de Brizuela como alcalde, miembro del Cabildo, fue uno de los más honrosos:
el de Procurador de la Ciudad de La Rioja. El Procurador representaba a la
ciudad ante el Gobernador de la Provincia del Tucumán, con sede en Santiago del
Estero. Era, si se quiere, como un embajador, que abogaba por sus intereses. Es
evidente que tenía que ser una persona que gozara de la general confianza y
estimación. Y que estuviera dispuesta a recorrer grandes distancias para
cumplir su noble misión.
Entre tanto, hemos dicho que el Gran
Alzamiento Calchaquí pasó por 4 etapas. Al finalizar la primera, Jerónimo Luis
de Cabrera se retiró a Santiago. No pudo o no se empeñó en terminar la guerra.
Pero contuvo al Cacique Chalimín impidiéndole extender su poderío de manera que
pudiera amenazar La Rioja, el Famatina o el Valle de Catamarca. No muy lejos de
su centro de operaciones –el Valle de Hualfín- Cabrera reedificó la destruida
ciudad de Londres: es la que se conoce como Londres de Pomán, o San Juan
Bautista de la Rivera de Pomán.
Fue un paso estratégico fundar un
fuerte allí, a las espaldas del Cerro Ambato, cerca del Valle amparado por la
Virgen, como reconocen los historiadores Bruno y Ramón Rosa Olmos, mal que les
pese a las personas escépticas. Desde el Valle de Catamarca se podría socorrer
al Fuerte y ciudad de Londres de Pomán.
En la segunda etapa, el Teniente de
Gobernador de esta ciudad, el valeroso Ramírez de Contreras, luego de arduas
luchas, idas y venidas que le demandaron esfuerzos espantosos y jornadas
tremendas, logró vencer a Chalimín. Este cacique, que tenía árbol de justicia y
castigaba arbitrariamente con la muerte a los indios e indias que no merecían
su confianza, fue duramente ejecutado por Ramírez de Contreras. El alzamiento
sufrió una gran pérdida en este curaca valiente y cruel.
En la tercera etapa, los indios
rebelados volvieron a organizarse y a asolar las regiones catamarqueñas y
riojanas (no hablamos de las del norte por escapar al tema). Se destacó el
célebre encomendero y jefe militar Nieva y Castilla. Como era habitual, tuvo
que poner mucho de su hacienda, arriesgar su vida y la de los suyos. Pero su
gestión fue eficaz en amparar las ciudades y haciendas, impidiendo su
destrucción.
Entre tanto, Pedro Nicolás de
Brizuela, por los servicios tan grandes que había prestado y los que continuaba
prestando, había ascendido notablemente en la carrera militar que iniciara, a
semejanza de los guerreros medievales que ponían su destreza al servicio del
reino, a su “costa y minción”. Había ganado una dura y rica experiencia. Se
había familiarizado con el lugar, con los indios, con sus costumbres guerreras
y su idiosincrasia.
El conocimiento profundo de estos
elementos como también de la sociedad española, a la que pertenecía por sangre
y ambiente, y cualidades eminentes de gobierno hicieron que fuera destinado
para una de las misiones más delicadas que existían entonces: la de Visitador
de Encomiendas.
El Visitador de Encomiendas tenía
funciones que tenían analogía con lo judicial. Debía visitar a los indios en
sus pueblos o reducciones y también en las haciendas de los encomenderos en que
prestaban servicios. Interrogarlos para saber cómo cumplían los encomenderos
sus obligaciones.
La institución de la encomienda, como
su nombre lo indica, viene de encomendar un grupo de aborígenes a una persona
que, idealmente, debía ser un buen cristiano, pues era responsable de
ampararlos de ataques de otros indios o de quien fuera, y proveer a su
evangelización, reuniéndolos en lugares apropiados y pagar los gastos del cura
doctrinero.
Era un vecino, debía tener casa en la
ciudad, y también mercedes de tierras. Por sus funciones, era un promotor nato
del progreso, pues estaba en su interés y en el de todos que trajese adelantos,
semillas, plantas, plantines y sistemas o maquinarias para el trabajo artesanal
de las industrias caseras, como el hilado de algodón, la carpintería, la
elaboración de vinos y aguardientes, etc. Los intereses del vecino feudatario o
encomendero eran los de la sociedad toda, dice Roberto Levillier.
Por lo tanto la misión de visitar los
indios encomendados era doblemente delicada: tenía que satisfacer a los indios
y en lo posible no perjudicar a los encomenderos. Pero lo que primaba era la
justicia.
A su vez el encomendero, por esas
funciones benéficas para el indio, cobraba la tasa o impuesto que éste, como
vasallo libre, debía aportar. Como el indio aportaba también la mano de obra
para el trabajo de las fincas e industrias artesanales, el encomendero debía
pagarle esos servicios. Era común que –aunque no estaba permitido- el impuesto
–en lugar de pagarlo en plata o mercaderías- lo pagase con su trabajo. Y si
trabajaba de más, el encomendero debía pagarle el jornal correspondiente.
Pedro Nicolás de Brizuela cumplió sus
funciones de Visitador de Encomiendas con gran satisfacción de los indios. Les
hizo las cuentas y como, en muchos casos, los encomenderos les quedaban
debiendo, esto les permitió a unos cobrar, y a otros ponerse al día. Sabemos al
menos que los indios quedaron muy contentos. Esperemos que los encomenderos
también…, pues se consideraba que “desagraviar a los indios” era un servicio al
bien común.
El Gobernador Acosta y Padilla
certificó este alto servicio refiriéndose a “los buenos medios que ha usado”
(…): “y asimismo en el desagravio de los Indios naturales de las dos
jurisdicciones de ambas ciudades (La Rioja y San Juan Bautista de la Rivera o
Londres de Pomán) haciéndoles pagar mucha cantidad que les debían sus
encomenderos en la Visita que por mi orden hizo (…)” (Certificación expedida en
Salta el 25 de mayo de 1650; v. texto en L. Mesquita, “Pedro Nicolás de Brizuela
– Conquistador, encomendero y fundador – Protector del indio y gobernante”,
cap. V, p. 83).
El buen éxito con que desempeñó
varias difíciles misiones, hizo que el Gobernador Gutierre de Acosta y Padilla
pensara en él para otra obra imprescindible: terminar con el Gran Alzamiento
Calchaquí. A tal fin, lo nombró Teniente de Gobernador de La Rioja, Capitán a
guerra y Justicia mayor de La Rioja, revistiéndolo de la máxima autoridad, como
representante del Gobernador en la ciudad y territorio riojano, con funciones
de gobierno, máxima instancia judicial local y comando superior de la fuerza
militar.
Podemos medir lo que significaba esta
honrosa designación. Se había alistado como un guerrero o soldado voluntario,
“hidalgo de pro” sin grado específico. Ahora comandaba las fuerzas de
españoles, criollos e indios amigos para acometer un difícil objetivo militar:
terminar con el alzamiento, lo que debía hacer con “los Vecinos encomenderos de
la Ciudad de la Rioxa y los de la de Londres e Indios amigos de ambas jurisdicciones”
(certificación citada).
El hombre fuerte de los indios
rebeldes era el mentado Cacique Utimba, que había dado grandes dolores de
cabeza al bando cristiano.
Las certificaciones elocuentes del
Gobernador Acosta y Padilla, y del Cabildo de la ciudad de San Juan Bautista de
la Rivera de Pomán (la Londres reedificada a espaldas del Ambato), describen su
accionar, que consistió básicamente en dos ofensivas.
Una fue una especie de golpe
psicológico. Reunió todas las fuerzas que pudo de vecinos feudatarios, soldados
e indios amigos. Y con ellos se dirigió en persona a Pituil, “de donde
envió a llamar a los Indios abaucanes asegurándoles en nombre de Su
Majestad, y mío –dice el Gobernador- perdón de sus delitos si diesen la
obediencia y sino que los avía de sujetar por fuerza”. Tres veces tuvo que
hacerles la severa advertencia, luego de lo cual se presentaron los indios
rebeldes, enviándolos al pueblo de Anguinán, donde se radicaron.
El “ardid de guerra” incruento dio
resultado. La pacificación se iba extendiendo.
La segunda acción no pudo limitarse a
esto. Fue una acción guerrera que muestra la inteligencia de su obrar y el
ascendiente que había logrado sobre los vasallos indios del Rey Católico, por
su trato recto, su bondad y su generosidad. Puede sonar a “leyenda”, pero nos
lo dicen los documentos y el resultado que finalmente obtuvo, como veremos
enseguida.
Sus guerreros indígenas fueron
quienes, siguiendo sus instrucciones, se dirigieron al eternamente rebelde
Valle de Hualfín y combatieron con los indios alzados contra la sociedad
cristiana. Y triunfaron. Muchos prisioneros fueron tomados, entre ellos
familiares próximos del temible Cacique Utimba.
Ante esa situación, el guerrero optó
por deponer las armas y entregarse. ¿Qué significó esto?
Que el Superintendente de Guerra de
La Rioja, Londres y Valle de Catamarca, Pedro Nicolás de Brizuela logró nada
menos que darle fin al Gran Alzamiento Calchaquí. Usando de buenos medios, en
todo lo que la guerra permite.
Así consta en las palabras del
Gobernador Acosta y Padilla: Enterado de la derrota incruenta de los abaucanes,
“le nombré por Superintendente de las materias de guerra de la dicha Ciudad de
la Rioxa y de la de Londres y Valle de Catamarca para que mejor pudiese obrar
hasta la conclusión de la guerra y habiéndose recibido y presentado el dicho
titulo (de Superintendente de Guerra) bajó al dicho Fuerte del pantano, e hizo
Junta General de Indios amigos de ambas jurisdicciones, y nombrando los Cabos
(jefes) y dándoles mantenimientos de harina y cantidad de vacas a su costa del
dicho General (Brizuela), los despachó al pueblo de Malfin (Hualfin) adonde se
peleó con el enemigo y se le tomaron quarenta prisioneros (entre) los Indios
más belicosos y entre ellos un hijo de Utimba, Cacique el más principal del
Valle de Calchaquí y se trajeron al dicho Fuerte del Pantano; de esta acción y
de haber ejecutado mis Ordenes con tanta puntualidad,
concierto, valor y brío ha resultado la paz de aquellas fronteras por lo
cual le nombré General de ellas, La Rioxa, Londres y Valle de Catamarca, y en
el tiempo que lo ha sido hasta hoy, que asi mismo lo es, ha acudido y acude a
la Conservación de ellas en lo de Justicia y guerra, con (lo) que las dichas
fronteras han estado, y estan quietas y pacificadas por los buenos medios de
que ha usado (…).
Oigamos las palabras agradecidas de
los cabildantes de San Juan Bautista de la Rivera de Londres (Pomán):
“De estas (fo 7) acciones
obradas con tan buen acierto y Resolución se ha seguido la total paz, y
tranquilidad de toda esta Jurisdicción así porque el dicho Capitán Pedro
Nicolas de Brizuela ha procedido con grande entereza rectitud y brío en el
servicio de Vuestra Majestad, gastando en el avío (equipamiento) y socorros que
ha dado para el despacho de la gente para los dichos efectos cantidad de
hacienda, vacas y otros avíos (aportes materiales, pertrechos), como
personalmente con puntualidad, desvelo y vigilancia agasajo y buenos respetos,
obligando a los Soldados y a los Indios amigos, acudiéndoles y
socorriéndoles en lo que han habido menester sin haber tenido
interés ninguno ni movídole más que el Servir a Vra Magd, concluyendo guerra
tan penosa que a mas de dieciséis años que duraba con muchas muertes de
españoles y daños de hacienda que causaron en
| ||la Ciudad que hicieron despoblar (Londres) y su distrito y hoy se halla
toda esta tierra casi sin cuidado y en toda quietud. Por lo cual es merecedor
el dicho Capitán Pedro Nicolás de Brizuela de que Vra Magestad le honrre y haga
merced. Porque esto es verdad lo Certificamos y damos fee y lo firmamos de nros
nombres (…) en el libro de (fo 8) nro acuerdo queda la razon de esta
Certificación para que en todo tiempo Conste, que es fecho en la Ciudad
de San Juan de la Rivera en Siete días del mes de Diciembre de mil y
seiscientos y quarenta y siete años. Pedro Sanchez de Herrera = Antonio
de Iriarte = Gonzalo de Barrionuevo = Pedro Sanches de Herrera y Vega =
Jerónimo Sánchez deaspitía =
Es notable todo lo que nos dicen
estas certificaciones del modo de obrar del ya entonces General Pedro Nicolás
de Brizuela. Dejamos al lector que lo analice y extraiga sus propias
conclusiones.
OTRAS IMPORTANTES FUNCIONES
DESEMPEÑADAS
Lo visto anteriormente es suficiente
para formarnos una idea del desempeño de Pedro Nicolás de Brizuela.
Su lealtad y efectividad de hidalgo,
de “vasallo de buen servicio” fueron el secreto de su brillo en la Gobernación.
Fue Teniente de Gobernador en La
Rioja.
No sólo en el Tucumán prestó
servicios. Durante la Gobernación del Paraguay del Oidor don Andrés de León
Garabito, necesitando de una persona de confianza para secundarlo, pensó en él.
Obtuvo el permiso del gobernador del Tucumán para llevarlo al Gral. Brizuela a
las lejanas tierras paraguayas en 1649, como de costumbre, a su costa y
minción. No se piense que iban a enriquecer. Iban a servir. Y lo hacían
generosamente.
Gastó en ello mucho caudal propio y
regresó al Tucumán cargado de honras y experiencia, luego de más de dos años de
gestión.
Así consta en la certificación de
servicios otorgada por el Gobernador del Tucumán Alonso de Mercado y
Villacorta:
“y pasando a governar las Provincias
del Paraguai el señor Licenciado don Andres de Leon Garavito –Oydor de la Real
Audiencia de la plata, teniendo rason de su capacidad, y experiencia y la
permision deste dicho Govierno, le llebo consigo para la asistencia de los
negocios del servicio de su Magd en que iba empleado, dilatado viaje en que
gasto dos años y mucho caudal proprio volviendo con nueba graduación , y
experiencias (…)” (L. Mesquita, o.c., p. 96).
Unas dos décadas después de su
gestión en el Paraguay, Pedro Nicolás de Brizuela seguía prestando servicios a
la causa pública. Recordemos que la dedicación al bien común de la sociedad
civil es lo que caracteriza el estado de un hidalgo o caballero, de acuerdo al
concepto cristiano de nobleza (así como un religioso se dedica por estado al
bien común religioso).
Acababa de finalizar la última Guerra
Calchaquí (1658-1667), movida por el falso Inca Pedro Bohórquez, y continuada
obstinadamente por algunos caciques rebeldes y sus guerreros, que preferían
despeñar a sus mujeres e hijos y suicidarse antes que aceptar la pacificación y
someterse a la autoridad hispana (ver, entre otros: “El Tucumán”, Ed. Dunken,
año 2003, y “El Segundo Levantamiento Calchaquí”, Univ. Nac. de Tucumán, de
Adela F. A. de Schorr; “Pedro Bohórquez – El Inca del Tucumán”, Teresa Piossek
Prebisch, Ed. Magna).
Refiere el historiador Prudencio
Bustos Argañaraz que “Mercado y Villacorta, a quien le tocó gobernar durante la
segunda guerra de Calchaquí (segunda del siglo XVII, y tercera si se toma como
primera la del siglo XVI), era muy celoso en la defensa de los naturales”. Por
eso quiso organizar inmediatamente después de terminada la contienda una Visita
a las Encomiendas y pensó en Pedro Nicolás de Brizuela para hacerse cargo de
ella, pues consideró que reunía las condiciones de “singular confianza” para
esta delicada misión.
Es edificante considerar que Mercado
y Villacorta fue el vencedor de los indios alzados en esta guerra, así como el
Gral. Brizuela había concluido victoriosamente la anterior. Y que ambos se
destacaban por su amor y afán en proteger a los naturales. Combatividad y
paternal protección del más débil que no se excluyen en el espíritu de un
caballero católico.
No hay contradicción en esto, aunque
a algunos les cueste entender lo que es el espíritu caballeresco. Enfrentar las
tribus rebeldes fue un doloroso deber impuesto por las circunstancias del
alzamiento, para evitar la destrucción de la civilización hispano-indígena
tucumanense, que ya contaba con casi 120 años de existencia. Y amparar a los
vasallos indios del Rey Católico, ya fuesen indios amigos o rebeldes
pacificados, era otro deber igualmente necesario, que un caballero cristiano
prestaría con amor y dedicación.
Como fue en la Visita anterior, su
gestión desagravió a los indios repartidos en encomienda luego de la III Guerra
Calchaquí. Su buen desempeño es actualmente elogiado por modernos
investigadores, que destacan la dedicación y efectividad con que cumplió sus
funciones de Juez Visitador (“La visita de Luján de Vargas a las encomiendas de
La Rioja y Jujuy (1693-1694) Estudios preliminares y fuentes”, Roxana Boixadós
– Carlos Eduardo Zanolli, Ed. Univ. Nac. de Quilmes, Bernal, 2003, p.
26).
El Gobernador Mercado y Villacorta
expresó su satisfacción en estos términos: “… y necesitando por segunda vez en
mi tiempo y por el año pasado de sesenta y siete (…) las encomiendas de dichas
Ciudades de la Rioxa y Londres de paga y desagravio general de servicio (f°
3), puse a cargo de dicho Teniente General Pedro Nicolás de Brizuela esta
singular confianza, que desempeñó con desinterés, con ejecución y con celo, (…)
poniendo en modo y reparo mucha mal introducida costumbre con alibio y
satisfacción” de los naturales (L. Mesquita, “Pedro Nicolás de Brizuela… cit.,
p. 79).
Estaba en el ápice de su carrera y ya
orillando la vejez.
El Gobernador del Tucumán, conforme
por su desempeño en la Visita a los indios, le confió entonces el cargo de
mayor responsabilidad que había, luego del de Gobernador:
Teniente General de la Gobernación
del Tucumán. Eran funciones de Vice-Gobernador, como dice Bustos Argañaraz, que
ya había prestado en el Paraguay, pero ahora en la esfera tucumanense.
Así consta en la certificación
expedida por el Gobernador:
“…y dispuesto así dicho desagravio (a
los naturales) , y muriendo a este tiempo en la Ciudad de Córdoba mi
lugartheniente General Graviel Sarmiento de Vega, puse en persona de dicho
maestro de Campo Pedro Nicolas de Brizuela, el acierto de esta elección
nombrándole por mi lugartheniente General, Justicia mayor y Capitán a
guerra de esta dicha provincia con residencia en dicha ciudad, de Cordoba…” (L.
Mesquita, op. cit., p. 91).
Es interesante considerar la variedad
de funciones que estuvieron a su cargo desde marzo de 1668 a junio de 1670,
durante su desempeño como Teniente General de la Gobernación del Tucumán, que
implicaban ser buen juez y buen gobernante, reemplazar al Gobernador, ejercer
el mando militar superior, amparar a los vasallos españoles, criollos e indios
y a todos los habitantes y presidir el Cabildo. Esta capacidad para ejercer con
acierto tan variadas funciones fue una característica de los grandes hombres
que forjaron la Argentina naciente, en aquellos tiempos difíciles. Ellos
constituían, así, un noble arquetipo de vecino y estadista propio de nuestra
Historia, que llevaron a un ápice las descollantes figuras de fundadores y
colonizadores como Pérez de Zurita, Jerónimo Luis de Cabrera, Francisco de
Argañaraz y Murguía, Hernandarias, Garay, Juan Ramírez de Velasco y tantos
otros.
Entre los aspectos dignos de destaque
de su gestión de Teniente General cabe citar la organización de un fuerte
contingente militar para socorrer a Buenos Aires. Para comandarlo, el
Gobernador le expidió el título de Maestre de Campo de esas fuerzas.
Otro caso que tuvo gran repercusión
fue la caballeresca habilidad con que manejó el caso del Oidor don Francisco de
Meneses, Presidente de la Real Audiencia de Chile. Era un importante personaje
que debía custodiar, por encontrarse detenido bajo su jurisdicción, y al mismo
tiempo tratarlo con toda la deferencia debida a su cargo y jerarquía.
Así lo relata expresivamente Mercado
y Villacorta:
“…y aunque fueron muchos los casos y
negocios del Real Servicio en que dicho Theniente General (fo 4) dio
correspondiente satisfacción a la obligación que, con especial atención, y
desvelo, lo que obró cuydadoso en el cumplimiento de las Ordenes con que vino
remitido por preso a esta dicha provincia (el Tucumán) y a dicha ciudad de
Cordoba el Señor Presidente que fue de (la Real Audiencia de) Chile Don
Fran° Meneses, y en la disposición de las diligencias que se advertían por
requisitos de dicho Reyno (Chile) y demás dificultades y embarazos que causó
este accidente, en el dilatado espacio de más de un año que le tuvo a su
cargo resultándole de este empeño de tan irregular experiencia y de
lo con él sucedido, un señalado crédito en estas provincias y en los tribunales
Superiores a quien tocó regular la materia” (L. Mesquita, op. cit., p. 102).
En resumen, su gestión de gobierno se
caracterizó por cuatro notas características : acierto, verdad, limpieza y
cordura:
“…procediendo dicho Theniente General
así con el apresto de dichas Compañías (las fuerzas militares que organizó para
el socorro de Buenos Aires) y como en el uso de los cargos e administración de
justicia y Gobierno de la Republica con un acierto, y desempeño de verdad, de
limpieza , y cordura bien observado del Señor Presidente y Real Audiencia de
Buenos Ayres y todo el cuerpo de avistadores en ambos fueros y con más
particular conocimiento, y aprobación del Gobierno desta dha provincia”
(Certificación de servicios de Pedro Nicolás de Brizuela por el Gobernador
Mercado y Villacorta; ibid., p. 100).
El elevado concepto que mereció el
Gral. Brizuela por parte de Don Alonso de Mercado y Villacorta lo llevó a
expresar que lo consideraba digno de ser nombrado Gobernador del Tucumán.
Aunque este nombramiento no tuvo lugar, el testimonio de un personaje tan
destacado nos permite conocer más a fondo la figura que estamos investigando:
“…y por ser así todo lo referido, por haber pasado lo más a mi vista y
por juzgar a dicho Teniente General Pedro Nicolás de Brizuela por digno de ser
recompensado con cualquiera merced y empleo aunque sea con el del Gobierno de
esta dicha Provincia en cuya tenencia General queda al presente
continuado el adquirido merito…” (ibid., p. 102).
He aquí descripta, con apoyo en los
documentos de época, la notable foja de servicios del General Pedro Nicolás de
Brizuela.
Faltaría decir algo de su obra como
pionero en el Oeste riojano.
PIONERO EN EL OESTE RIOJANO: FUNDADOR
DE LA FE CATOLICA EN EL PUEBLO DE SAÑOGASTA – ADELANTOS EN LA AGRICULTURA Y EN
LA INDUSTRIA ARTESANAL
Ya hemos explicado cómo era acorde a
las costumbres de la época, que ciertos caballeros de iniciativa y valor
prestasen importantes servicios al bien común, en la defensa o en el gobierno,
sin recibir una remuneración, con la esperanza de obtener una recompensa.
“En virtud de la acumulación de
méritos y servicios a favor de la Corona, los españoles estaban en condiciones
de solicitar al Rey las justas remuneraciones: las encomiendas de indios y la
propiedad de la tierra” (Dra. Roxana Boixadós, “Familia, herencia e identidad.
Las estrategias de reproducción de la élite en La Rioja colonial”).
La recompensa esperada era de dos
tipos, que muchas veces se combinaban:
§ Mercedes de tierras
§ Mercedes de encomiendas
La merced o concesión de tierras la
hacía el Rey o las autoridades en su nombre a personas beneméritas, que habían
prestado tales servicios. Nunca podían ser dadas tierras pertenecientes a
terceros, por ejemplo a pueblos indígenas. Si esto se intentaba, los indios,
debidamente aleccionados por personas justas y funcionarios celosos–como hemos
visto en la Visita a las encomiendas- recurrían a las autoridades y a los
tribunales. En todos los casos que conocemos, el Rey, sus gobernantes y los
tribunales los favorecían.
La encomienda importaba una
obligación doble, por parte del encomendero y por parte de los indios
encomendados.
El encomendero les prestaba un
servicio importante: ampararlos, protegerlos, inclusive con su fuerza militar
de vecino feudatario; y otro más precioso, encaminado a la salvación de su alma
y a su formación religiosa: proveer a su evangelización. Esto redundaba en un
señalado beneficio cultural, en tiempos en que se consideraba que “evangelizar
es civilizar”, y “civilizar es evangelizar”.
A su vez los indios le pagaban con
trabajo o abonando una tasa o impuesto. En el citado estudio de la Dra.
Boixadós, se desprende que, en la Visita a las Encomiendas del Oidor Luján de
Vargas, se detectaron situaciones en que los indios denunciaron abusos, malos
tratos y deudas, y otras en que los naturales manifestaron que querían seguir
estando con sus encomenderos, que éstos eran buenos, los trataban bien y no les
debían nada (L. Mesquita, op. cit., p. 106).
Es totalmente inexacto considerar que
era una esclavitud encubierta este régimen aunque, como todas las cosas, se
prestaba a abusos, contra los cuales las autoridades, los misioneros e
inclusive los buenos vecinos lucharon denodadamente.
Así, los “beneméritos de Indias”
podían recibir tierras en propiedad, y encomienda de indios, lo que les
permitía contar con mano de obra, de acuerdo a tratos hechos con cada grupo
indígena. Esto beneficiaba directamente al vecino feudatario y su familia, pero
también a la sociedad como un todo, incluyendo a los indígenas, pues implicaba
el desarrollo de un sistema de vida y la consolidación de cultivos y crianza de
animales que se extendían a todos.
Recibir tierras no implicaba
necesariamente recibir encomiendas, pero era su corolario lógico para contar
con personas que la trabajaran.
En el caso de Pedro Nicolás de
Brizuela, recibió en merced tierras y encomiendas.
La merced de tierras que recibió
fueron las “sobras y demasías” del entonces pueblo de indios de
Sañogasta. La expresión es clara y significa que lo que recibió fueron tierras
que sobraban o estaban de más debido a que los naturales no las ocupaban ni
explotaban. No hubo denuncia alguna contra Brizuela por parte de los indios, ni
al recibir la merced ni después. Lo cual expresan con humilde grandeza en el
solemne acto de testar, en que lo religioso y lo temporal se armonizan
totalmente, como reflejo de la civilización cristiana hispano-indígena: “y
declaramos y confesamos por la cuenta que hemos de dar a Dios Nro Señor (que a
estos nuestros bienes) los tenemos ciertos y seguros y en quieta y pacífica
posesión y procuraremos mientras su Divina Majestad fuere servido darnos vida
tenerlos siempre en ser y aumentarlos…” (testamento del Gral. Pedro Nicolás de
Brizuela y Doña Mariana Doria, La Rioja, 6 de enero de 1663).
Muchos años más tarde hubo juicio, en
que una de las partes era una descendiente del Gral. Brizuela, no por la
legítima posesión de la tierra, sino por problemas de límites y por uso de
agua. Los naturales que se consideraron damnificados obtuvieron fallo a su
favor ante la Real Audiencia de Charcas, que dispuso el envío de un oficial
real a deslindar los terrenos, con entera satisfacción de los indios.
La encomienda que el vecino
feudatario Pedro Nicolás de Brizuela recibió estaba también ubicada en Sañogasta,
lo que facilitó el inmenso progreso agrícola y ganadero que imprimió a sus
propiedades, en beneficio de toda la zona.
El centro de su actividad, que lo
convirtió en pionero de la agricultura y la ganadería fue las mentadas
“sobras y demasías” de Sañogasta, por merced concedida por el Gobernador del
Tucumán, Don Francisco de Avendaño y Valdivia. Allí fundó “el sitio y estancia
de San Sebastián de Sañogasta”, como denominó a su hacienda (merced que incluía
tierras aledañas en el valle del Famatina), que completó por compra a dos
indios naturales de apellido Chuña e Icaño, valuando la propiedad con sus
importantes mejores en cuatro mil pesos.
A dichas tierras ubicadas en el
pueblo de Sañogasta las amplió mediante adquisiciones en zonas próximas,
que en el testamento se detallan (es interesante constatar la gran diferencia
de valuación con las propiedades de las que no se mencionan mejoras):
“Yten mas una estansia que linda con
dhas tierras de sañogasta que esta a las faldas de la sierra tres leguas arriba
que ubimos por comprarreal del colegio de la compañía de Jesús desta dha ciud y
su rretor en quinientos pesos según consta según consta de la escritura de
venta otorgada ante Ju°castellanos es(criva)no rreal
Yten otro sitio y tierra sobre
las del dicho sitio de sañogasta que compramos con un marco de agua ordinario
que se toma delrrio de sañogasta de Don Fransisco detoledo Pimentel y su mujer
Doña Ana de Vega Sarmiento llamado Pocle en quinientos pessos según consta dela
escritura debenta= ….. 0900 p
Yten mas la aguada de ticajana la
estansia que fue de Juan de Miranda= La estancia deaicuña el balle debandacol=
la estansia queconpramos de pedro Díaz de Loria- todas ellas en mil pessos
según las compras que constan por escrituras y abaliasion fecha por los
oficiales reales para el derecho de la media anata…………. 1000 p” (testamento
cit.).
Todas estas propiedades, más una
cuadra de tierra en la Ciudad de La Rioja, que les donara Doña Menciana de
Salcedo –la madre de Mariana Doria-, y “una aguada” en la misma ciudad (ambas
valuadas en 400 pesos…), fueron vinculadas para constituir el Mayorazgo de San
Sebastián de Sañogasta, del que hablaremos enseguida.
Su valor conjunto (6.400 pesos) era
menos de la tercera parte de la totalidad de bienes del matrimonio. Fuera de
estos bienes vinculados en el acto de testar y fundar el Mayorazgo, eran dueños
de “… las tierras y estancia de bilgo (Vilgo) que costó quinientos pesos
…….0500 p, más las tierras y estancia de Salsacate que costo mil pesos………1000
p”.
El resto del patrimonio representaba
un valor de más del doble de la estancia y sitio de San Sebastián de Sañogasta.
Algunos elementos nos pintan la economía de una familia señorial de la época.
Por ejemplo elementos necesarios para la finca y hacienda, con su industria
artesanal, como un fondo grande y una paila, un alambique traído de Coquimbo
(venido a lomo de mula de Chile), 40 bueyes, cuatro carretas y botijas para el
transporte del vino y otras mercaderías que producían, barretas de hierro
grandes “calsadas de asero” y “dusientas fanegas de trigo en la troxa de la
estancia de Sañogasta”.
Incluye también una cantidad de
hacienda que sorprende para el lugar y la época: cerca de 500 mulas, 500
burras, 500 yeguas y 40 padrillos (“garañones obreros”), 350 vacas de vientre,
700 cabras y ovejas, 25 burros mansos de carga . Asimismo contaban con la
importante suma de “un mil y seis sientos pesos en reales”.
Como “hijodalgos de solar conocido”
–como reza la famosa frase de Felipe II-, eran dueños de una casa en La Rioja,
que sin duda estaba de acuerdo a la jerarquía de sus dueños, en la sociedad
riojana: “un solar en la trasa desta ciudad que linda con la ermita del señor
san Nicolás, Calle Real en medio, con sala y aposento de vivienda” . La
casa familiar contaba con adornos, muebles, cajas, cujas, un escritorio, y sus
habitantes tenían “estameñas, ruanes y otros generos de Castilla”, de tanto
valor económico como el propio solar. Bienes sin duda muy apreciados por el
General eran sus “dos escopetas de rastrillo buenas y sanas”, y sus tres
arcabuces de guerra, que conservaba, como buen guerrero, “bien aviados”.
Dos fieles esclavos cristianos,
Domingo y Lorenzo, integraban la sociedad heril. ¿Habrán sido antepasados de la
famosa “mama Dominga”, que con dedicación ejemplar atendiera dos siglos después
a la pequeña hija de Solana de Brizuela y Doria, Isora, candidata a los altares
con el nombre de Sor Leonor de Santa María? ¿O de aquel negro Joaquín,
inmortalizado en “Mis Montañas” por Joaquín V. González, servidor de su
bisabuelo Nicolás Dávila, hijo legítimo del gobernante de la Provincia,
Francisco Javier de Brizuela y Doria?
El gran nonogasteño evoca la lealtad
de los hombres de color en los tiempos en que su familia, perseguida por las
montoneras, se refugió en su “morada señorial” en el campo: “No teníamos más
custodia que los negros criados en la casa, descendientes de los antiguos
esclavos, quienes por gratitud a la libertad que se les dio (…) se esclavizaron
más por el amor a sus antiguos amos, hasta dar la vida por defenderlos”. Admira
su “lealtad a muerte, nacida de la comunidad del sufrimiento entre señores y
criados, en cuyas relaciones más parecía obrar el vínculo del amor que el de la
servidumbre”. La sentida descripción nos revela algo de la intimidad de esta
relación de protección y servicio. Hablando “del negro Joaquín, esclavo de mi
bisabuelo”, dice que era “un hombre libre que pagaba con abnegación el cariño
acendrado de sus amos, quienes le lamaban 2Tata”. En sus brazos se criaron mi
abuelo, mi padre y mis tíos; él les enseñó a montar a caballo, enjaezándolo
primorosamente (…), él los entretenía por las tardes en los paseos por las
faldas pintorescas o por los arroyos silenciosos de las sierras cercanas; él
les tranzaba lacitos para que aprendieran a ‘pealar’ en la yerra como
verdaderos gauchos, asimilándolos a la vida campesina (…) mostrándoles también
el arte difícil de enlazar de a caballo (…) en el cerro empinado; él les enseñó
a no tener miedo a los difuntos ni a los vivos, llevándolos a largas
expediciones a pasar la noche al raso, durmiendo sobre el suelo en el fondo de
una quebrada obscura (…)”. Este admirable personaje era fruto de toda una larga
tradición familiar de protección y servicios mutuos entre señores y servidores,
impregnada por el convivio de una civilización cristiana: “…así el negro
transmitía de hijos a nietos la tradición de la familia, y en sus lecciones
experimentales solía sellar, con el ejemplo de los antepasados, la moral de sus
sencillas pero santas doctrinas” (“Mis Montañas”, cap. VI “El Huaco”).
Los elementos reunidos en estas
rápidas notas nos permiten completar el cuadro de la vida y obra de Pedro
Nicolás de Brizuela como vecino feudatario, encomendero y Señor de sus tierras.
El prestigio personal por su elevada
trayectoria, la nota de heroísmo y generosidad que brotaba de su presencia
señorial fueron la columna de toda una obra de gran repercusión regional. El
fue el fundador, y como tal fue el algarrobo poderoso que se levanta en la
soledad del campo enfrentando con vigor las inclemencias de la naturaleza y las
adversidades de la vida, extendiendo sus ramas vigorosas a toda una obra
familiar que se mantendrá a lo largo de los siglos, apuntalando el orden
naciente, fortaleciendo el cabildo, la institución representativa, a un tiempo
señorial, aristocrática y democrática (en el sentido tomista y católico),
preparando la transición hacia la emancipación –período en que sus
descendientes marcarán en buena medida los destinos de la provincia de La Rioja
y ejercerán una influencia de alcance regional y aún nacional en el Congreso de
Tucumán, en la expedición auxiliar a Chile, en la autonomía riojana y en
aportes materiales significativos para los ejércitos de la Independencia. Luego
de las cruentas guerras civiles, en que varios miembros de la familia Brizuela
y Doria-Dávila derramarán su sangre en defensa de las libertades legítimas
propias de la civilización cristiana, los descendientes Brizuela y Doria y
Ocampo del General Brizuela seguirán prestando valiosas contribuciones a la
Iglesia y a la sociedad, entre los cuales se distinguirá la nombrada Isora,
nacida en la soledad y rudeza de los campos del Famatina colonizados por su
gran antepasado, “como el Niño Dios”, mientras otros miembros de la familia
continuarán las tradiciones agrícolas y participarán de la política y el
gobierno.
“Nemo sumo fit repente”: nada de
grande se hace de repente. Esa señalada obra familiar, en la que durante
generaciones habrá tenientes de gobernador, gobernadores o vice-gobernadores de
La Rioja entre los descendientes directos de Pedro Nicolás y Mariana, hasta
entrado el siglo XX, fue resultado de los cimientos colocados por los
fundadores de la familia.
El testamento que hemos citado nos da
pautas importantes para entenderlo. La profunda religiosidad, la idea del
servicio a Dios como lo más importante en la vida, y luego el servicio al Rey,
que encarnaba el reino en cualquier punto del gran Imperio de la Casa de
Austria, y en todo una filosofía no escrita pero manifiesta de luchar por una
civilización cristiana desarrollando la misión propia de la Nobleza española y
de su heredera en América, la élite análoga de familias tradicionales.
Misión silenciada por los grandes
medios de comunicación, y aún –lamentablemente!- por aquellos que debían ser
sus grandes portavoces, los maestros en la Fe. Misión que ha sido
maravillosamente definida por los Papas del siglo XX, en particular Pío XII,
destinada al servicio del bien común, a la defensa de las tradiciones de la
sociedad, a la irradiación de cultura, refinamiento y excelencia, tan
necesarias en la vida de los hombres, sin los cuales la convivencia humana cae
en lo torpe, lo grosero y lo inmoral.
La obra de Pedro Nicolás de Brizuela
se enmarca claramente en estos carriles. En su sitio y estancia de Sañogasta
introduce cultivos nuevos para la zona, como la vid, y el trigo –comida de
nobles en España, según Aldo Ferrer- oriundos de Castilla que amplían las
posibilidades del maíz y otros tesoros agrícolas de los valles del Tucumán.
Introduce simples y grandes adelantos industriales, como el “molino corriente y
moliente” para convertir esos granos en harina, y construyendo la primera
bodega, que elaborará el mosto de sus “diez mil sepas de biña que da fruto, con
su lagar de madera y usillo”. Con su vino y aguardiente, elaborado con
aquel “alambique nuevo que costo en Coquimbo sinqueenta pessos” podrá favorecer
la vocación eclesiástica de su hijo mayor, el Maestro (cura) Blas Cristóstomo
de Brizuela, y dotar a sus hijas para que puedan hacer el aporte al matrimonio:
“Yten declaramos que al tiempo y cuando casamos a la dicha doña Mensiana de
brisuela con el dicho alcalde Juan de Soria Medrano le dimos en dote y
casamiento otros nueve mil pesos, en esta manera. Los sinco mil enrreales
plata labrada, mulas y ajuar y quatro mil pesos en mil arrobas devino a cuatro
pesos arroba las quinientas por por nuestra cuenta”.
Así, estos padres espléndidos
derramaban sobre sus hijos el fruto de los bienes que habían logrado reunir en
una vida de sacrificio y servicios, comprometiéndose a seguir luchando por
acrecentarlos para darles más oportunidades a sus descendientes: “y procuraremos
mientras su Divina Majestad fuere servido darnos vida tenerlos siempre en ser y
aumentarlos…”.
Aparte de los hijos legítimos, entre
los que se destacó especialmente el heredero del Mayorazgo, Gregorio de
Brizuela y Doria, hubo tres hijos extra-matrimoniales del Gral. Brizuela, que
fueron Andrés, Domingo y Miguel. Heredaron de su padre el apellido y él y
–estimamos, por ese reconocimiento, también Doña Mariana- se preocuparon
por su educación y su futuro. Andrés fue un personaje destacado, y Domingo y
Miguel recibieron una importante herencia en tierras en Aicuña y Amaná
respectivamente.
En esta obra de progreso a un tiempo
familiar y social, la introducción de miles de cabezas de caballos, mulares,
burros, vacas y ganado menor significó un cambio para mejor incalculable, en
relación a la realidad existente antes. Para los naturales de Sañogasta y la
región, podemos medir fácilmente lo que significó poder contar con animales
lecheros y productores de carne, el caballo para movilizarse y la introducción
de carretas.
Pues estos bienes tienden de por sí a
difundirse. El indígena, profundamente ligado a la tierra por ancestralidad,
pronto se apropió de estos bienes y se hizo jinete y ganadero, además de
agricultor, que ya lo era ancestralmente. Es el origen de las incontables
tropillas que pastan en el Famatina y pertenecen a las antiguas estirpes
criollas de Sañogasta, Vichigasta, Nonogasta y pueblos del valle.
“El bien gusta de difundirse” ha
dicho Santo Tomás de Aquino de acuerdo a Aristóteles (cf. Mons Henri Delassus,
“La Conjuration Antichrétienne”, t. III, ed. Desclée, de Brower, p. 755). Y
estos bienes imprescindibles para el verdadero progreso de las pequeñas o
grandes comunidades, tenían como “llave de cúpula” un Bien superior, el de
servir a Aquel que es “Bueno, Verdadero y Bello”.
En ese sentido, el testamento es
aleccionador y refleja las mentalidades y costumbres de esa clase noble
que dirigía la sociedad virreinal. “La clase señorial tenía una concepción
trascendente de la vida y creía en el fundamento sobrenatural de todo el
sistema de relaciones vigente en el mundo” (J. L. Romero, “Latinoamérica,
las ciudades y las ideas”, Ed. Siglo XXI, Bs. As. 2004, p. 29).
Si retomamos la idea de Pío XII, de
que las familias nobles o tradicionales son –especialmente en estos tiempos-
las representantes “ante todo” de las tradiciones católicas, y aquella otra de
Benedicto XV, que se refirió al “sacerdocio de la Nobleza”, comprenderemos
mejor la importancia que tuvo en Iberoamérica la radicación de esas familias
que fueron foco de irradiación de la Fe católica. A pesar de defectos
personales, de actitudes inconsistentes con los preceptos de la Iglesia,
propias de los seres humanos, es innegable que una clase señorial imbuida de
los principios de la civilización cristiana –como lo reconoce el ilustre y muy
liberal y revolucionario historiador citado- no pudo dejar de irradiar esa
influencia que constituye parte esencial de su misión perenne (ver sobre este
tema la magistral obra del Prof. Plinio Correa de Oliveira “Nobleza y élites
tradicionales análogas – en las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la
Nobleza romana”, ed. Fernando III el Santo, Madrid, 1995; sobre el Apéndice
hispanoamericano de la obra, redactado por Alejandro Ezcurra Naón et alii, presentamos
la ponencia “Nobleza y élites tradicionales en Hispanoamérica: origen,
desarrollo y perspectivas actuales”, en las Jornadas Iberoamericanas de Nobleza
en Indias, organizadas por el Centro de Estudios Genealógicos y Heráldicos de
Córdoba, mayo de 2004).
Así, en el proyecto inteligentemente
concebido por el General Brizuela –al que alude la Dra. Roxana Boixadós,
infiriéndolo de los hechos-, había un vasto plan de realizaciones temporales y
espirituales. Recordemos que la obligación principal del encomendero –en el
proyecto de los Reyes Católicos, que tenía como principal objetivo evangelizar-
era proveer a la cristianización de sus indios encomendados.
En cumplimiento de tal obligación,
difundió en Sañogasta la devoción al mártir San Sebastián –muy venerado por los
conquistadores y feudatarios como se desprende de las actas del Cabildo de
Santiago del Estero y de los nombres de haciendas tucumanenses-, en cuyo honor
erigió en su sitio y estancia una capilla en la loma que pasó a llamarse el
“Alto del Vínculo” o “Alto de la Iglesia”. A la espléndida imagen del santo que
trajo de Castilla la Vieja –probablemente, un valioso legado familiar-, pronto
se le reunió la de la Reina de todos los Santos: una magnífica imagen de vestir
que trajo del Alto Perú, de Nuestra Señora de la Candelaria de Copa-Cabana.
Con profunda sacralidad, dispuso en
un acta: “…que todo queda dedicado a la Santa Imagen de Nuestra Señora de
Copa-Cabana y al glorioso santo San Sebastián, Patrón de este sitio y hacienda”
(cf. Elena B. Brizuela y Doria, “Historia de la Iglesia de San Sebastián” para
la Com. Nac. de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos”, Sañogasta).
El plan de largo alcance del General
Brizuela y Doña Mariana Doria se canalizó de una manera novedosa en el
Tucumán, luego seguida por otras familias: constituyeron el Mayorazgo de
San Sebastián de Sañogasta, con las propiedades y bienes que hemos mencionado
al hablar del testamento.
El mayorazgo era una antigua
institución, de raigambre bíblica, con analogías en las culturas de muchos
pueblos. En la legislación castellana vigente en el 1600, permitía vincular una
parte de los bienes familiares para constituir un legado patrimonial (y
cultural) indivisible, que debía garantizar el sustento de la familia
–“sustentarlo noblemente”, podemos decir, en el lenguaje capitular de la época.
Era la expresión de ese proyecto
familiar, destinado a hacer perdurar el patrimonio vinculado, con arraigo a las
tierras, casas y capilla de Sañogasta, para que los descendientes continuaran
la histórica tradición de los fundadores, desempeñando la misión de las
estirpes señoriales de acuerdo a la tradición cristiana.
Considerando las familias –y en
particular la propia- como instrumentos de ese “vivir bien” que, conforme Santo
Tomás, es la misión de la sociedad, enderezada a gozar de la felicidad de
poseer a Dios (cf. “Del Régimen de los Príncipes”), el cumplimiento de las
cláusulas del Vínculo o Mayorazgo pasaba a ser un deber de estado. Por ese
motivo, los fundadores concedían su bendición a los descendientes que fueran
fieles a dicha misión, y su maldición a quienes atentaren contra ella:
“…les mandamos en birtud del poder
natural de sus padres lexitimos que pena de nuestra maldición y la de Dios
todopoderoso en tiempo alguno no vayan en contrario de esta disposición y final
voluntad, y si lo tal hisieren en tiempo alguno por permision divina, se vean
pobres mendigos y arrastrados de puerta en puerta, y si cumplieren con todo el
tenor de este testamento y acudieren como nobles christianos obedientes a sus
padres difuntos, en vida los bendecimos en nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo tres personas y un solo Dios verdadero a quien humildemente
pedimos les dé su grasia y bienes espirituales y temporales para que los gosen
con su bendision y que procedan como hijos dalgo y buenos christianos –
Conscientes de la importancia de su
proyecto, y del bien que se seguiría para el conjunto de sus descendientes, no
obstante ser una sola rama la que heredaría el Vinculado, los exhortan a todos
a apoyarlo:
“… y mas les rogamos mandamos y
pedimos a los susodichos y a todos los demas nros hijos que con toda paz y
buena hermandad partan y dividan entre sí la herensia que a cada uno tocare, de
los dichos nros bienes que con eso excusarán pleitos, gastos costosos y costas
y lo peor es inquietud en sus consiensias, sin llevar el uno mas que el otro y
todos fomenten a que el dicho binculo no se disipe con suma y menoscave pues es
para bien de nros desendientes y en particular lo encargamos así al dicho nro
hijo Gregorio Gomes de Brisuela y mandamos que pues es Vinculo esento de deudas
y obligaciones, con la parte de herensia que le tocare, como a los demas nros
herederos fuera de dicho binculo, con ella lo repare y sustente por ser para su
utilidad y provecho y de sus herederos (y) los demas en quien pasare por
sucesión (…)”.
Queda clara la expectativa del
General y su mujer de que el Vinculado debía ser el centro y sostén de la
trayectoria familiar de una familia noble y cristiana y que implicaba de su
titular, el primer Señor de San Sebastián de Sañogasta –Gregorio- un privilegio
y una carga, ya que le recomendaban “reparar y sustentar” el Vínculo con su
herencia particular para su bien, de sus herederos y “los demás en quien pasare
por sucesión”.
Bien sabían ambos de la precariedad
de la situación económica de tantas familias de conquistadores y encomenderos
que quedaban de la noche a la mañana en la pobreza, cuando estos morían, o
cuando se acababan las “dos vidas” de la encomienda. Había ocurrido con el gran
Juan Gregorio Bazán, para cuya viuda pidieron los cabildantes santiagueños la
ayuda del Rey, pasaría con los descendientes del gran General don Gregorio de
Luna y Cárdenas y había pasado con los propios antepasados de Doña Mariana
Doria. Querían evitar que el proyecto familiar, tan importante para la zona, se
truncara, por falta de medios materiales –como ocurre ahora con tantas familias
tradicionales, que se ven relegadas e impedidas en buena medida de cumplir con
aquellos deberes que les señalara Pío XII, concentrándose las fortunas
actualmente, no pocas veces, en anónimas empresas de origen extranjero, en
personas audaces, surgidas de negocios sorprendentemente lucrativos o del
encumbramiento político-partidario, enteramente desinteresadas de cumplir cualquier
servicio al bien común religioso o temporal.
En contraste con estas situaciones
características de nuestra época, el legado más precioso de Pedro Nicolás de
Brizuela y Mariana Doria fue el de la Fe católica, que hizo de Sañogasta un
baluarte de la Fe, que se supo manifestar con vigor cuando se intentó destruir
su tradicional veneración a la Virgen de la Candelaria y San Sebastián.
La devoción a los Santos Patronos,
bajo cuyo amparo ponían la hacienda y Mayorazgo de San Sebastián, y en lugar
destacado, la Capilla (actual Iglesia), prendió como una luz
indeficiente en el alma de los naturales de Sañogasta, y hasta el día de hoy es
lo más típico y sagrado que tiene este pueblo. Mientras escribo estas líneas,
siento el sonido de las campanas y las bombas para “dar las 12”. Esta mañana
hemos oído “dar el alba”, antes del amanecer, con sonido de bombas y repique de
las históricas campanas que fueron fundidas, con los primeros cañones
argentinos, en tiempos de Francisco Javier de Brizuela y Doria, y sus hijos
Ramón y Nicolás Dávila (sobre la fundición de estos cañones ver Antonio Zinny,
“Historia de los Gobernadores de las Provincias Argentinas”, t. IV, parte I,
ed. Hyspamérica, p. 12; actualmente, una calle de Sañogasta recuerda el hecho
con el nombre “Primeros Cañones Argentinos”).
Sañogasta vive sus días de gloria
durante esta Novena en honor de la Virgen de la Candelaria y San Sebastián.
Asimismo, el 26 de agosto de cada año, celebra el “Día de Sañogasta”: es la
fecha de la concesión de la merced de tierras al General Pedro Nicolás de
Brizuela.
En cada Alférez sañogasteño de los
cientos que empuñan su estandarte con marcialidad para rendir honores a caballo
o a pie a los Santos Patronos, revive cada año el espíritu del fundador de la
civilización cristiana en Sañogasta, Pedro Nicolás de Brizuela, valiente
soldado, “vasallo de fiel servicio”, por sobre todas las cosas un pionero de la
Cristiandad en el Tucumán.
(*) Profesor de Historia y Lenguas
Extranjeras, Presidente del Centro de Estudios Históricos, Genealógicos y
Heráldicos del Mayorazgo de San Sebastián de Sañogasta
Ponencia
presentada en las Jornadas Histórico-Genealógicas del Tucumán y Cuyo,
Sañogasta, A.D. 2005
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