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El Alférez del Norte argentino: un alma de caballero en un hombre del siglo XXI - Rincón de la Conversación
Los Alférez galopan y pasan
ante los Santos Patronos, al frente de la Iglesia, En la procesión, el
Alférez Mayor grita: -¡Venia! y todas las banderas relumbran al vuelo en
honor de la Virgen y de San Sebastián
-De modo que nunca habías oído hablar de los alférez,
salvo del Alférez de Aeronáutica! Se ve que poco has andado tierra
adentro…, donde se conserva la Argentina auténtica, la que busca las
diversas formas de excelencia acordes a los distintos ambientes y
regiones.
-No, de ningún modo niego que también
vive en Buenos Aires y en nuestras grandes ciudades, que tienen tanto de
admirable. ¿Dónde hay parques como en Palermo, el Rosedal, el parque
Urquiza, de Paraná, con su temible yaguareté, y tantos otros que
embellecen y matizan los centros poblados de este gran País?
La Argentina auténtica vive en todo su
territorio. Sin conocerlo entero, estoy seguro de ello, pero tienes
razón, es un buen tema de discusión.
Pero Alférez de los Santos Patronos,
esa original adaptación del antiguo Alférez Real que conducía al combate
las pequeñas fuerzas de los Cabildos y guardaba -en su casa- el
Estandarte de la ciudad…eso no hay en todas partes. Que yo sepa, sólo en
el Noroeste, pero me alegraría saber que no es así y si algún lector
puede desmentirme le estaré muy agradecido. Pues el Alférez es un tipo
humano noble, es un hidalgo de campo, de rancia estirpe criolla.
Por mis venas corre sangre de una noble santiagueña, de mi corazón la dueña, la más perfumada flor…, le canta el bardo criollo a su Señora madre.
Y ese Santiago que tiene al gran
Aguirre cortando el aire con sus estocadas a los 4 vientos…, cuánta
hidalguía, qué Madre de Ciudades!!
Sus fundadores sufrieron lo indecible,
y es el origen de su grandeza. Los ataques de los indios, la escasez
tremenda, el desgaste de las ropas compradas en Talavera de la Reina,
reemplazadas por camisas de cabuya del campo. Lo cuenta Teresa Piossek en Poblar un pueblo… o en Los hombres de la Entrada. Su
rigor histórico y ricos documentos… no hay novela que los pueda igualar
en interés y suspenso… El tañido de un fierro para llamar a la tarde a
la oración, a falta de campana… los rezos y los himnos cantados por los
vecinos aprendidos en Castilla o Extremadura, de donde traían la imagen
que luego volcarían, con el indio austero, con el negro laborioso y
alegre, para levantar capillas blancas como copos de Palo borracho.
De pronto, un Juan Gregorio Bazán, un Teniente de Gobernador de 4 abolengos
perdido en una tierra casi irreal para un vasallo de Felipe II, hacía
tocar el fierro a todo vuelo para convocar a aquellos hombrazos.
-Señores, las tribus más belicosas se acercan embadurnadas con colores
de guerra. Esta madrugada a las 5 partimos, y mañana les haremos frente,
ayudados por los fieles Juríes, y al grito de “Santiago y a ellos!”,
para salvar esta aldea de Dios perdida en miles de leguas, pues este
islote es lo que resta en esta tierra de la cruz Redentora. El Divino
Rey nos está viendo y pensando: si mis santiagueños me irán a fallar!… A
su lado, el Apóstol caballero, nuestro Patrono, le dice: -Señor, si me
dejas, parto en mi caballo blanco a darle fuerza a mis hombres, que son
los Tuyos.
De esa pasta nacieron los Alférez. Los
hay por todo el Norte. Son los que han nacido como esclavos de la
Virgen o del Santo Patrono. En el caso de Sañogasta, aldea señorial que
vio nacer el Primer Mayorazgo argentino, sus madres los consagran desde
la más tierna edad al mártir San Sebastián, bajo la mirada bendita,
maternal y protectora de la Virgen de Copacabana, Nuestra Señora de la
Candelaria
Mira cuánto amor hay en ese pueblo de
Alférez -o Alféreces, si prefieres la corrección gramatical al uso
común. Esa es el alma del Alférez. Un gran amor, una gran dedicación,
una predisposición heroica a darlo todo en defensa de la Fe. Por eso son
elegantes y desfilan con ese garbo, como diciendo sin jactancia: -aquí
estamos! Somos pacíficos y respetuosos, pero queremos respeto a nuestras
tradiciones!
La lectura y los estudios profundos
requieren mucho tiempo sentados, pero no en la montura…, y los Alférez
son gauchos, les gusta la acción. Correr las vacas en el campo
inalambrable del Cerro, “cortar huella” sabiendo que por aquí pasó la
yegua overa con el potrillo colorado, con el macho tinto y “el tostado”.
Requiere mucha observación y haber nacido en eso. El Alférez es un
hombre inocente. Tiene la sabiduría del niño, que admiraba el propio
Nuestro Señor. Las cosas para él son simples, como aquel Kaunitz que
prestaba servicios a la gran María Teresa de Austria, que le decía una
vez a un jurisconsulto: “Perdón, Señor Doctor… No soy suficientemente
abogado para no ver claro en este asunto…”
Estos pueblos tienen una densidad de
caballos per cápita que no aparece en las estadísticas. Muchos son los
niños que al año o dos ya han dado unos trancos a caballo ayudados por
su padre o hermanos mayores. Más tarde, ¡quién los para!
Por eso, con el paso del tiempo, los
contingentes de alférez crecen sin cesar. Algunos se vienen de lejos,
andan varios días para poder estar en las fiestas para alegría de ellos y
de todo el pueblo.
El Alférez es un pregonero implícito
de una gran verdad enseñada por el Divino Maestro: “si no sóis como
niños, no entraréis en el Reino de los Cielos”…; ni aunque vengan degollando… dirían ellos.
Que la Virgen nos ayude a tener el
espíritu de lo maravilloso que caracteriza al niño, y que debemos
mantener toda la vida (la suma de las edades…) , para valorar nuestras
verdaderas y épicas tradiciones católicas caballerescas y toda
manifestación de excelencia.
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