Adoración de los Reyes Magos - Zurbarán |
A
nuestros queridos amigos les deseamos, a los pies del Divino Rey, toda Su ayuda
y gracia, por las manos virginales de María Santísima, en esta Santa Navidad y
Año de Gracia 2014 que pronto se inicia, cargado de incertidumbres, pero con la
esperanza inquebrantable en la
Salvación que El nos trae.
Que
el Niño Dios, Luz del Mundo, nos conceda fortaleza y fidelidad para defender el
ideal perenne de Civilización Cristiana, en este momento de auge de la ofensiva
de la Revolución
anticristiana.
Que
brille en nuestras almas y se concrete cuanto antes la luminosa promesa de
Nuestra Señora en Fátima:
“Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará”
Aristocracia y Sociedad orgánica
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Invitamos a nuestros lectores a leer esta gran visión del misterio de la Navidad
LUZ, EL GRAN REGALO
Plinio
Corrêa de Oliveira
Estaban velando en aquellos contornos unos pastores, haciendo
centinela de noche sobre su majada, cuando un ángel del Señor apareció junto a
ellos rodeándolos con su resplandor una luz divina, lo cual los llenó de sumo
temor. Díjoles entonces el ángel: No temáis, pues vengo a daros una nueva de
grandísimo gozo para todo el pueblo. Y es que hoy nos ha nacido en la ciudad de
David el Salvador, que es el Cristo, el Señor (San Lucas, II, 8 a 11 ).
Promediaba la noche. Las tinieblas habían llegado
al auge de su densidad. En torno de los rebaños todo era interrogación y
peligro. Quizás algunos pastores, relajados o vencidos por el cansancio, estuviesen
durmiendo. Sin embargo, había otros a quienes el celo y el sentido del deber
les impedía el sueño. Vigilaban; y presumiblemente también rezaban, para que
Dios apartase los peligros inminentes.
Súbitamente, se les apareció una luz y los
envolvió: "la claridad de Dios los envolvió”. Toda la sensación de peligro
se deshizo. Y les fue anunciada la
Solución para todos los problemas y todos los riesgos de
algunos pobres rebaños de un pequeño puñado de pastores.
Mucho más que los problemas y los riesgos que ponen
en continuo peligro a todos los intereses terrenos. Sí, les fue anunciada la
solución para los problemas y riesgos que afectan lo que los hombres tienen de
más noble y más precioso, es decir, el alma. Los problemas y los riesgos que
amenazan, no a los bienes de esta vida -que tarde o temprano
perecerán- sino a la vida eterna, en la que tanto el éxito como la derrota no
tienen fin.
Sin la menor pretensión de hacer lo que se podría
llamar una exégesis del Texto Sagrado, no puedo dejar de notar que estos
pastores, rebaños y tinieblas hacen recordar la situación del mundo en el día
de la primera Navidad.
Numerosas fuentes históricas de aquel tiempo lejano
nos dicen que se había apoderado de muchos hombres la sensación de que el mundo
había llegado a un fracaso irremediable; una maraña inextricable de problemas
fatales les cerraba el camino a cuyo fin habían llegado. Más allá de ese punto,
sólo se divisaba el caos y la aniquilación.
Considerando
el camino andado desde los primeros días hasta entonces, los hombres podían
sentir una comprensible ufanía. Estaban en un auge de cultura, riqueza y poder.
¡Cómo se habían distanciado las grandes naciones
del Año I de nuestra era –y, más que todas, el super-Estado Romano-, de las
tribus primitivas que deambulaban por la inmensidad del mundo, entregadas a la
barbarie y agotadas por factores adversos de todo tipo.
Poco a poco, surgían las naciones. Habían tomado fisonomía
propia, engendrado culturas típicas, creado instituciones inteligentes y prácticas,
abierto caminos, iniciado la navegación y difundido por todas partes tanto los
productos de la tierra como los de la industria naciente.
Por cierto, también había abusos y desórdenes. Pero
los hombres no los percibían por entero, pues cada generación sufre de una sorprendente
insensibilidad respecto de los males de su tiempo.
Lo crucial de la situación en que se encontraba el Mundo
Antiguo no estaba, pues, en que los hombres no tuviesen lo que querían. Consistía en que, “grosso modo”, disponían de
aquello que deseaban; pero después de haber obtenido laboriosamente esos
instrumentos de felicidad, no sabían qué hacer con ellos. De hecho, todo cuanto
habían deseado a lo largo de tanto tiempo y tantos esfuerzos, les dejaba en el
alma un terrible vacío. Más aún, no raras veces los atormentaba. Pues el poder
y la riqueza de los que no se sabe sacar provecho sirven tan sólo para dar trabajo
y producir aflicción.
Así,
alrededor de los hombres, todo era tinieblas. Y en esas tinieblas, ¿qué hacían?
Lo que hacen los hombres siempre que baja la noche. Unos corren a las orgías,
otros se hunden en el sueño. Otros, finalmente –y cuán pocos- hacen como los
pastores. Vigilan, al acecho de los enemigos que irrumpen desde la oscuridad
para agredir. Se aprestan para darles rudos combates. Rezan con la atención
puesta en el cielo oscuro.
Estas
son las almas confortadas por la certeza de que el sol brillará por fin,
ahuyentará todas las tinieblas, eliminará o hará volver a sus antros a todos
los enemigos que la oscuridad oculta e invita al crimen.
En el
Mundo Antiguo, entre los millones de hombres aplastados por el peso de la
cultura y de la opulencia inútiles, había hombres selectos que advertían toda
la densidad de las tinieblas, toda la corrupción de las costumbres, toda la falta
de autenticidad del orden, todos los riesgos que rondaban en torno del hombre,
y sobre todo el sin sentido a que conducían las civilizaciones basadas en la
idolatría.
Estas
almas selectas no eran necesariamente personas de una instrucción o de una
inteligencia privilegiadas. Porque la lucidez para percibir los grandes
horizontes, las grandes crisis y las grandes soluciones viene menos de la
penetración de la inteligencia que de la rectitud del alma.
Se daban
cuenta de la situación los hombres rectos, para quienes la verdad es la verdad,
y el error, error. El bien es bien, y el mal, mal. Son las almas que no pactan
con los excesos del tiempo, acobardadas por la risa o por el aislamiento con
que el mundo cerca de los desconformes.
Eran
almas de estos quilates, raras y diseminadas
un poco por todas partes, entre
señores y siervos, ancianos y niños, sabios y analfabetos, que vigilaban por
las noches, rezaban, luchaban y esperaban la Salvación.
Esta
salvación comenzó a llegar para los pastores fieles. Pero, al ocurrir todo
cuanto el Evangelio nos relata, desbordó los exiguos límites de Israel y se
presentó como una gran luz para todos los que, en el mundo entero, rechazaban
como solución la fuga en la orgía o en el sueño estúpido y perezoso.
Cuando
vírgenes, niños, viejos, centuriones, senadores, filósofos, esclavos, viudas y
potentados comenzaron a convertirse, cayó sobre ellos la era de las
persecuciones. Ninguna violencia, sin embargo, los doblegaba. Y cuando, en la
arena, clavaban los ojos serenos y llenos de cristiana altivez en los césares,
en las masas estridentes y en las fieras, los Angeles del Cielo cantaban: Gloria a Dios en las alturas, y paz en la
tierra a los hombres de buena voluntad.
Ningún
oído escuchaba este cántico celestial. La sangre de esos héroes serenos e
inquebrantables se transforma así, en simiente de nuevos cristianos.
El viejo
mundo, adorador de la carne, del oro y de los ídolos, moría. Un mundo nuevo iba
naciendo, basado en la Fe,
en la pureza, en la ascesis, en la esperanza del Cielo: Jesucristo, Nuestro
Señor, lo resolverá todo.
¿Hay aún
hombres de buena voluntad auténticos, que vigilan en las tinieblas, que
escrutan el Cielo esperando con inquebrantable certeza la luz que volverá?
-Sí,
precisamente como en los tiempos de los pastores, nosotros, los de la TFP, los encontramos por todas
partes. En las calles, en las plazas, en los aviones, en los rascacielos, en
los sótanos y hasta en los lugares de lujo, donde junto a destellos de
tradición, medra y domina la “sapería”(*).
Así,
vemos a los que reciben con una sonrisa franca a los jóvenes pregoneros de un
ideal que no muere, porque está basado en Jesucristo, Nuestro Señor. Vemos a
los que esperan alguna interferencia de Dios en la Historia, que
eventualmente pruebe a los hombres para purificarlos, pero que cerrará un ciclo
de tinieblas para abrir otra era de luz.
A esos
auténticos hombres de buena voluntad, a esos genuinos continuadores de los
pastores de Belén, les propongo que entiendan como dirigidos a ellos las
palabras del Angel: “¡No temáis, porque vengo a daros una nueva de grandísimo
gozo para todo el pueblo!”
Palabras
proféticas, que encuentran su eco en la promesa marial de Fátima. Podrá el
comunismo(**) difundir sus errores por todas partes. Podrá hacer sufrir a los
justos. Pero, por fin –profetizó Nuestra Señora en la Cova da Iría- su “Inmaculado
Corazón triunfará”.
Esta es
la gran luz que, como precioso regalo de Navidad, deseo para todos los
lectores, y más especialmente, para los genuinos hombres de buena voluntad.
………………………………………………….
(*)
“Sapería”: burgueses, frecuentemente de buena y aún alta posición, que hacen de
quinta columna, prestigiando modas y gobiernos de izquierda y todo aquello que
contribuya a hundir Occidente y matar los restos de opiniones y costumbres de
orden. (N. d.l. R.).
(**)
El comunismo, de acuerdo a las enseñanzas del autor, no debe entenderse sólo en
su versión staliniana sino también en su versión gramsciana de “revolución
cultural”, que promueve, entre otros, el igualitarismo, el aborto, el
casamiento entre personas del mismo sexo, el nudismo, el ecologismo…; y sus versiones “cristianas”, como la Teología de la Liberación, condenada
por S.S. Juan Pablo II.
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