Nobleza,
calma, serenidad… Sentimiento de alegría con algo de gloria, armonía y
templanza, como una música de Mozart, con trompetas y cuerdas,
reforzadas por el trueno del timbal, o aquellas doradas “Músicas reales
en Notre Dame”, de Mouret.
Parafraseando con reverencia versos del Pequeño Oficio de la SSma. Virgen, el ímpetu del río alegra la ciudad de Dios, diríamos: la imponencia del cerro nevado alegra la ciudad de Dios…
Alegría
de lo incontaminado. Sensación de estar ante una gran fortaleza, un
castillo de roca azulada magno -como Carlomagno, el gran Emperador
católico-, invencible y elevado. Pues el propio lenguaje de las Sdas.
Escrituras nos da ejemplo de aplicar su riqueza de imágenes para
interpretar al mundo que nos rodea y…al propio Dios Creador.
Monte envuelto en una aureola de un aire muy puro en el que se regocija.
En la cresta, miradores, torres carolingias, de panoramas increíbles,
de horizontes insondables como los del
Sacro Imperio, desde donde se contemplan, en la Historia, pueblos física
y espiritualmente variados, diversos, pero unidos en una misma Fe y
civilización católica. Vitral medieval de variedad en la unidad, como
los acordes majestuosos del órgano de las catedrales góticas.
Cerro lejano pero no inasible; imponente pero no asustador. expresión de fuerza con levedad y gracia. Reflejo de aquel Rey del Universo, “vistoso en hermosura por sobre los hijos de los hombres”, en cuyos labios “se derrama la gracia”, por lo que Dios “lo bendijo para siempre”: “diffusa est gratia in labiis tuis” (ps. XXIII).
Al pie del monte, una cota de azul misterioso lo separa, y por momentos lo recoge hacia un mundo aparte…, pero pronto vuelve a estar a nuestro alcance.
En la cima, flotando en el cielo sereno, una graciosa pluma blanca de águila o de cisne, como aquella de los Lansquenetes (Landsknechte) del Antiguo Régimen, cuya marcha Vom Barette schwankt die Feder proclama a los cuatro vientos:
Del morrión flamea la pluma, se hamaca y curva al soplo del viento/nuestra casaca, de cuero de búfalo, bordada está de estocadas y lanzazos…
La famosa pluma blanca a la manera de los lansquenets flamea en el morrión de un joven húsar de aires principescos en las calles de Munich, captado por el leve pincel de Carl Spitzweg, gran observador de ambientes y actitudes
Más abajo en el valle, reflejo más directo de la Ciudad de Dios, la capilla.
En contraste armónico con el cerro: pues
éste es gran fortaleza protectora y ella es pequeña, graciosa, restalla
de luz, se alegra porque encierra la hostia inmaculada. Allí recibe al
peregrino la serenísima Virgen blanca de la Candelaria, de maternal y
señorial sonrisa. Custodiada por el santo varonil, San Sebastián, que
protegía a los guerreros de la incipiente Cristiandad hispano-indígena
argentina de los primeros siglos contra las flechas envenenadas de las
tribus del Chaco; generoso, fiel al César, pero
más fiel a su Señor. Los vivos rojos y los brazos atados al árbol testimonian la sangre que derramó con valor, por Cristo Rey, asaeteado por los propios soldados de los que era Capitán.
Más abajo aún, una austera sala
castellana con la amplia sonrisa blanca de su parapeto ornada por dos
pináculos, bondadosa y acogedora, como aquellos estancieros que
recibían a los viajeros cansados de largas travesías, que creían estar
llegando a una posada salvadora en la que reclamaban cuja y comida; allí
los alojaban y alimentaban y finalmente -para su sorpresa- al pedir la
cuenta, ¡no les cobraban!… y les brindaban caballos para seguir, y les
escondían en sus carretas botellas de piedra con mantequilla y panes
caseros, para que se alimentasen en la travesía (*). En esas estancias
de patrones proverbialmente hospitalarios descubrió un indiscreto minero
inglés (el Sr. Head) a una anciana negra que vivía en la casa
principal, y era objeto de todos los cuidados por los miembros de la
familia a quienes había servido fielmente toda una vida.
Se trataba de verdaderos aristócratas
católicos que -al decir del Papa Pío XII- son imagen de la la Divina
Providencia para los pobres y pequeños.
La sala ubicada sobre la barranca que
mira al Saliente está astillada y artillada con pináculos que quieren
subir a las alturas de la montaña nevada, como buscando un orden de
cosas que debe ir “al frente y hacia lo alto”, como Ciudad de Dios.
Pináculos cuya agudeza exterior invita a afinar el alma y, en caso
necesario, cuando los valores simbolizados por la Capilla se ven
amenazados, convertirse en lanza defensora.
Los tres forman como una familia
trinitaria cuya esencia es la nívea blancura inmaculada: participan de
una misma luz, pero cada uno a su modo. El cerro, la claridad natural
que Dios creó, sumo encanto de esta “tierra de exilio” que nos prepara
para la patria celestial: la luz del día reflejada en la nieve.
La capilla, la blancura que acoge a
todos, como una madre inmaculada; la luz de la candela que guía, que no
tiene pacto con el mal, que limpia de los errores de la herejía, de las
suciedades de la impureza y de la degradación. Refleja la nieve real del
cerro que la ampara y el color nieve del inocente estilo colonial de la
sala que le hace de muralla protectora: rocíame con el hisopo y quedaré transformado, lávame y quedaré más blanco que la nieve (Rey David).
…con su campanario sonoro y alegre para
animar y guiar a las almas con una música que encarna las realidades más
sublimes -de “Ciudad de Dios”- de esta vida, inclusive cuando dobla
tristemente llamando a las puertas del cielo para que se abran a acoger a
uno de sus hijos.
Diríamos así , trascendiendo, como vimos
en otros “Rincones”, que la sala representa el orden temporal al
servicio del espiritual -la Iglesia, que es columna de la verdad y del
orden de las sociedades. Encarna el solar familiar, la vida de trabajo y
de producción de bienes temporales, el abrigo del hogar paterno, el
fuego acogedor que predispone para la conversación -el alimento
espiritual de la familia-; que sería también como un imaginario cuartel
general de los Alféreces a caballo, listos para salir a la carga a todo
galope cuando la fe o la patria están en peligro.
Tres seres reales que simbolizan, en
escala ascendente, el orden natural, el orden temporal y el orden
espiritual, en un rincón de nuestra querida patria, que hoy cumple dos
siglos de su constitución formal como nación independiente. ¡Viva la
patria cristiana y mariana! ¡Vivan las libertades legítimas! ¡Viva la
Inmaculada Virgen de Luján, nuestra Reina y Patrona! ¡Que Ella edifique
plenamente en las naciones de América la “Ciudad de Dios”!
ººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººº(*) ver Boletín del Instituto Güemesiano de Salta, edic. 2014, ESCENAS SALTEÑAS DE HIDALGUIA Y HEROISMO: ítem HIDALGA HOSPITALIDAD DE UN PATRIARCA RURAL – HACENDADOS SEÑORIALES
NOBLEZA.ORG
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