-Bueno, chicos,
les voy a contar la historia de los Reyes Magos, como ustedes piden, contestó
la catequista. Hacía calor, pese a que estaban en Antofagasta de la Sierra, célebre por el
frescor de sus tardes. De las cumbres del cerro, como de un gigantesco volcán,
salían nubes enormes que tapaban el cielo.
Los chicos, en
rueda, miraban el grabado que mostraba la catequista, donde aparecían, recortados
en el cielo de Oriente -de donde nace la luz- envueltos en una nube que se fundía con los
insondables desiertos, unos hombres misteriosos, patriarcales, cuyas barbas,
como de fina lana, parecían envolver muchas historias y leyendas.
Veían a Melchor
-anciano lleno de sabiduría; a Gaspar - joven vigoroso y bello; y a Baltasar,
alegre y sacrificado negro, retinto y reluciente, cuya barba tenía más curvas
que el retortuño del campo.
De ellos dijera el
Rey Profeta David -ancestro del Niño Jesús- : "lo adorarán todos los reyes de la tierra" y "los Reyes de Arabia y Saba traerán sus
regalos" (Sl 71). ¿Eran persas, caldeos, etíopes o indos? Es parte del
misterio que los rodea…
-Pero lo más
probable es que vinieran de Arabia..., siguió la catequista, ante los niños
azorados por tantos nombres y pueblos extraños...
El profeta Balaam castigando a su mula
-Que en aquellos desiertos y oasis no habían olvidado lo que miles de años antes profetizara Balaam: "una estrella se elevará de Jacob , un cetro surgirá de Israel y aniquilará a los Príncipes de Moab". Por eso subían a los cerros a observar el cielo, esperando descubrir algo nuevo.
-Que en aquellos desiertos y oasis no habían olvidado lo que miles de años antes profetizara Balaam: "una estrella se elevará de Jacob , un cetro surgirá de Israel y aniquilará a los Príncipes de Moab". Por eso subían a los cerros a observar el cielo, esperando descubrir algo nuevo.
¿Y cómo habrían
podido encontrar al Niñito, escondido en una cueva?
La señorita les
contó que Dios ya había guiado al pueblo por el desierto por medio de una
columna de nube, que de noche brillaba como el fuego. Y que a los Reyes los
guió con la estrella más cristalina y brillante.
- Para San
Crisóstomo, la estrella de Belén era un Angel. ¿No les parece bello? Todos
asintieron...
-Y la estrella los
guió hasta Jerusalén, y allí... desapareció. En ese lugar esperaba a los reyes
una desilusión muy grande, toda una probación para su fe. Pues Dios, para
fortalecer a sus fieles, permite a veces pruebas dolorosas…
Jerusalén era la
capital de Israel, y ante un acontecimiento como la Natividad del Mesías
prometido, debería haber habido festejos y alegría. Y encontraron todo menos
eso.
Herodes, relajado usurpador del trono de Israel,
que le correspondía a San José
Un usurpador, Herodes, ocupaba el trono de Israel (trono que le correspondía a San José, conforme enseñan San Pedro Julián Eymard, San Juan Bosco en su Historia Sagrada, etc.).
que le correspondía a San José
Un usurpador, Herodes, ocupaba el trono de Israel (trono que le correspondía a San José, conforme enseñan San Pedro Julián Eymard, San Juan Bosco en su Historia Sagrada, etc.).
Los judíos les
dijeron a los Reyes dónde encontrar al rey recién nacido, a Quien, aunque lo esperaban
hacía milenios, no se molestaron en ir a adorar...
"Tenían las Sagradas Escrituras pero no tenian fe..."
Tenían las Sagradas Escrituras pero no tenían fe y vivían olvidados del Redentor, al que imaginaban un rey poderoso y próspero, que los haría grandes y ricos. Y era todopoderoso, en verdad, pero tenía otros designios…
"Tenían las Sagradas Escrituras pero no tenian fe..."
Tenían las Sagradas Escrituras pero no tenían fe y vivían olvidados del Redentor, al que imaginaban un rey poderoso y próspero, que los haría grandes y ricos. Y era todopoderoso, en verdad, pero tenía otros designios…
-Los Santos Reyes
Magos no estaban ciegos como los judíos -dice San Agustín. Sin dejarse
impresionar por las apariencias frustrantes permanecieron fieles a esa
expectativa que Dios había puesto en sus almas y siguieron su camino para encontrar
al Niño Dios. ¡Qué alegría cuando, al salir del ambiente pesado de la ciudad
ingrata, volvió a brillar la estrella en el cielo para indicarles el camino!
Así llegaron hasta
donde había nacido el Redentor del mundo, una pequeña cueva que San Jerónimo
describe, en carta a Santa Marcela.
Adoración de los Reyes Magos al Niño Dios, por Fra Angelico
En ese pesebre
entraron los Reyes e, iluminados por Dios, no se escandalizaron ante su extrema
pobreza. Vieron al Niño, el Hijo de Dios hecho hombre, envuelto en pañales,
junto a su Madre, la Virgen,
más grande y luminosa que el sol.
En ese instante
sublime se postraron en el suelo y Lo adoraron. Siguiendo las costumbres
orientales, abrieron sus tesoros y le dieron al Niño sus regalos: oro, incienso
y mirra. Traían lo mejor de sus tierras y sabían, por el "magisterio
invisible del Espíritu Santo", que sus regalos eran apropiados. Pues el
oro representa la dignidad regia de Jesús, el incienso su Divinidad, y la mirra,
su naturaleza humana, mortal.
Luego de serles
comunicado en un sueño que no debían volver al hipócrita Herodes, que había fingido
alegrarse del nacimiento del Niño mientras tramaba insensatamente su muerte, se
volvieron a sus tierras. Viejos autores dicen que por mar.
Los Santos Reyes
Magos representan el comienzo del llamado a la Iglesia, Una, Santa, Católica,
Apostólica y Romana, a todos los pueblos de la tierra y nuestra vocación a la
luz de la verdadera Fe y de la verdadera civilización cristiana, que cada pueblo,
dentro de la unidad católica, realiza a su manera.
Los dones de los
Reyes Magos simbolizan también otras cosas. El oro, la sabiduría, el incienso,
la fuerza de la oración, y la mirra, la mortificación de la carne, el amor a la
pureza.
El Papa San
Gregorio Magno enseña que su vuelta por otro camino significa que nuestro hogar
es el paraíso y que, después de conocer a Jesús, no podemos continuar por el
camino que veníamos siguiendo. Habíamos perdido la senda por orgullo,
desobediencia y apego a falsos placeres; sólo podemos volver a encontrarlo por
la penitencia, la obediencia, el desprecio de las cosas terrenales y el dominio,
con el auxilio de la gracia, de las tendencias avasalladoras que llevan al
pecado.
-Así vemos, niños,
cómo el mensaje de Navidad y el ejemplo de los Santos Reyes Magos es siempre actual,
¡hoy más que nunca!, concluyó la catequista.
En ese instante,
sucedió un fenómeno curioso. Era la oración. Sobre las murallas azuladas de la Cordillera de San
Buenaventura se veían unas delicadas vetas rosadas, que pronto se transformaron
en una “capa” luminosa, como los cuellos de encaje de Rembrandt o Van Dyck.
Hacia el noroeste,
un arco iris, poco frecuente a esa hora, tomaba una coloración especial, con un
verde, un rojo, un amarillo acaramelados: junto al arco una nube proyectaba una
cónica aureola de luz.
Una niña preguntó:
¿señorita, veremos en el cielo la
Virgen con el Niño?
Más lejos, la
nubazón era un archipiélago de radiantes islas de oro.
El Niño Jesús y la Virgen sonreían al pequeño
grupo de fieles que evocaba los misterios de la Epifanía, regalándoles un
atardecer de fuego y luz. Cada uno volvió a su casa con la mente poblada de
reyes misteriosos, nubes doradas y del Verbo, que "moraba en el principio
y principio no tenía", manifestándose en grandeza y pequeñez a los embajadores
de la gentilidad de Oriente.
La catequista los
despidió con estas palabras: -Chiquitos míos, nunca olviden estas bellas
lecciones pues Jesús enseñó que, si no conservamos alma de niños a lo largo de
toda nuestra vida, no entraremos al Reino de los Cielos. En la suma de las
edades, lo bueno de cada tiempo se va acumulando y acrisolando, preparándonos
para ver a Dios como lo vieron los Reyes Magos en el pesebre. Es el ejemplo que
ellos nos dan en su día!
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