lunes, 14 de septiembre de 2020

REVOLUCION Y CONTRA-REVOLUCION - Plinio Corrêa de Oliveira - Prólogo del autor para la 1ra. ed. argentina (R-CR, 1, Introd., 1)


REVOLUCION Y  CONTRA-REVOLUCION  

Plinio Corrêa de Oliveira






Siendo aún muy joven, 
Consideré enlevado las ruinas de la Cristiandad,
A ellas les entregué mi corazón
Le dí las espaldas a mi futuro, 
E hice de aquel pasado cargado de bendiciones
Mi porvenir...

 

Prólogo del autor para la 1ª edición argentina

 

Mis jóvenes y brillantes amigos de la Sociedad Argentina de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad me pidieron, para esta nueva edición de “Revolución y Contra-Revolución” (1), un prólogo sobre los puntos de contacto de este libro con el “Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen” de San Luis María Grignion de Montfort.

Muchos son hoy -fuera de los medios progresistas (2), es claro- los católicos que conocen y admiran la obra del fogoso y gran misionero popular del siglo XVIII.


Nació en Montfort-sur-Meu o Montfort-la-Cane (Bretaña) en el año 1673. Ordenado sacerdote en 1700, se dedicó, hasta su muerte en el año de 1716, a predicar misiones a las poblaciones rurales y urbanas de Bretaña, Normandía, Poitou, Vendée, Aunis, Saintonge, Anjou, Maine. Las ciudades en que predicó, inclusive las más importantes, vivían en gran medida de la agricultura y estaban profundamente marcadas por la vida rural. De suerte que San Luis María, si bien no haya predicado en forma exclusiva a campesinos, puede ser considerado esencialmente un apóstol de poblaciones rurales.

En sus prédicas, que en términos modernos podrían ser llamadas aggiornate (3), no se limitaba a enseñar la doctrina católica de modo que sirviesen para cualquier época y cualquier lugar, sino que sabía dar realce a los puntos más necesarios para los fieles que lo oían.

El género de su aggiornamento dejaría probablemente desconcertados a muchos de los prosélitos del aggiornamento moderno. No veía los errores de su tiempo como meros frutos de equívocos intelectuales, oriundos de hombres de insospechable buena fe: errores que por esto mismo serían siempre disipados por un diálogo diestro y ameno.

Capaz del diálogo afable y atrayente, no perdía de vista, sin embargo, toda la influencia del pecado original y de  los pecados actuales, así como la acción del príncipe de las tinieblas, en la génesis y en el desarrollo de la inmensa lucha movida por la impiedad contra la Iglesia y la Civilización Cristiana.

La célebre trilogía demonio, mundo y carne, presente en las reflexiones de los teólogos y misioneros de buena ley en todos los tiempos, él la tenía en vista como uno de los elementos básicos para el diagnóstico de los problemas de su siglo. Y así, conforme las circunstancias lo pedían, sabía ser ora suave y dulce, como un ángel-mensajero de la dilección o del perdón de Dios, ora batallador e invicto, como un ángel enviado para anunciar las amenazas de la Justicia Divina contra los pecadores rebeldes y endurecidos. Ese gran apóstol supo alternadamente dialogar y polemizar, y en él el polemista no impedía la efusión de las dulzuras del Buen Pastor, ni la mansedumbre pastoral aguaba los santos rigores del polemista.

Estamos, con este ejemplo, bien lejos de ciertos progresistas para quienes todos nuestros hermanos separados, heréticos o cismáticos, serían necesariamente de buena fe, engañados por meros equívocos, de suerte que polemizar con ellos sería siempre un error y un pecado contra la caridad.

La sociedad francesa de los siglos XVII y XVIII (nuestro Santo vivió, como vimos, en el ocaso de uno y en las primeras décadas del otro) estaba gravemente enferma. Todo la preparaba para recibir pasivamente la inoculación de los gérmenes del Enciclopedismo y desmoronarse enseguida en la catástrofe de la Revolución Francesa.

Presentando aquí un cuadro circunscripto de ella y, por tanto,

Madame de Pompadour
forzosamente muy simplificado -indispensable, sin embargo, para comprender la prédica de nuestro Santo- puede decirse que en las tres clases sociales, clero, nobleza y pueblo, preponderaban dos tipos de alma: los laxos y los rigoristas. Los laxos, tendientes a una vida de placeres que llevaba a la disolución y al escepticismo.

                                  Madame de Pompadour>

<Jean Calvin
Los rigoristas, propensos a un moralismo yerto, formal y sombrío, que llevaba a la desesperación cuando no a la rebelión. Mundanismo y jansenismo eran los dos polos que ejercían una nefasta atracción, inclusive en medios reputados como los más piadosos y moralizados de la sociedad de entonces.

Uno y otro -como tantas veces sucede con los extremos del error- llevaban a un mismo resultado. En efecto, cada cual por su camino apartaban las almas del sano equilibrio espiritual de la Iglesia. Esta, efectivamente, nos predica en admirable armonía la dulzura y el rigor, la justicia y la misericordia. Nos afirma por un lado la grandeza natural auténtica del hombre -sublimada por su elevación al orden sobrenatural y su inserción en el Cuerpo Místico de Cristo- y por otro lado nos hace ver la miseria en que nos lanzó el pecado original, con toda su secuela de nefastas consecuencias.

Nada más normal que la coligación de los errores extremos y contrarios frente al apóstol que predicaba la doctrina católica auténtica: el verdadero contrario de un desequilibrio no es el desequilibrio opuesto, sino el equilibrio. Y así, el odio que anima a los secuaces de los errores opuestos no los arroja unos contra otros, sino que los lanza contra los Apóstoles de la Verdad. Máxime cuando esa verdad es proclamada con una vigorosa franqueza, poniendo en realce los puntos que discrepan más agudamente con los errores en boga.

Exactamente así fue la prédica de San Luis María Grignion de Montfort. Sus sermones, pronunciados en general ante grandes auditorios populares, culminaban, no pocas veces, en verdaderas apoteosis de contrición, de penitencia y de entusiasmo. Su palabra clara, llameante, profunda, coherente, sacudía las almas ablandadas por los mil grados de molicie y sensualidad que en aquella época se difundían desde las clases altas hacia los demás estratos de la sociedad.

Al final de sus sermones, frecuentemente los oyentes reunían en la plaza pública pirámides de objetos frívolos o sensuales y de libros impíos, a los cuales encendían fuego. Mientras ardían las llamas, nuestro infatigable misionero hacía nuevamente uso de la palabra, incitando al pueblo a la austeridad.

Esta obra de regeneración moral tenía un sentido fundamentalmente sobrenatural y piadoso. Jesucristo crucificado, su Sangre preciosa, sus Llagas sacratísimas, los Dolores de María eran el punto de partida y el término de su prédica. Por esto mismo promovió en Pont-Château la construcción de un gran Calvario que debería ser el centro de convergencia de todo el movimiento espiritual suscitado por él.

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(N. del E.1): julio de 1970

 (N. del E. 2): los medios progresistas: son bien conocidos: en oposición a la Tradición de la Iglesia y continuando y radicalizando las tendencias modernistas condenadas por San Pío X en la Enc. Pascendi, so capa de renovación y de adaptación al mundo actual, introducen toda clase de cambios doctrinarios, litúrgicos, criteriológicos, ambientales y promueven la Revolución en la Iglesia Católica. Normalmente, el “progresismo” adopta posturas políticas de izquierda, inspiradas en la “Teología de la Liberación”, condenada por S. S. Juan Pablo II.

 (N. del E. 3): “al día”

R-CR, Introd. TFPArgentina, 1

(Continúa en Introd., 2)

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