REVOLUCION Y CONTRA-REVOLUCION
Plinio Corrêa de Oliveira
Prólogo del autor para la 1ª edición
argentina
Mis jóvenes y brillantes amigos de
Muchos son hoy -fuera de los medios
progresistas (2), es claro- los católicos que conocen y admiran la
obra del fogoso y gran misionero popular del siglo XVIII.
Nació en Montfort-sur-Meu o Montfort-la-Cane (Bretaña) en el año 1673. Ordenado sacerdote en 1700, se dedicó, hasta su muerte en el año de
En sus prédicas, que en términos modernos podrían ser llamadas aggiornate (3), no se limitaba a enseñar la doctrina católica de modo que sirviesen para cualquier época y cualquier lugar, sino que sabía dar realce a los puntos más necesarios para los fieles que lo oían.
El género de su aggiornamento
dejaría probablemente desconcertados a muchos de los prosélitos del aggiornamento
moderno. No veía los errores de su tiempo como meros frutos de equívocos
intelectuales, oriundos de hombres de insospechable buena fe: errores que por
esto mismo serían siempre disipados por un diálogo diestro y ameno.
Capaz del diálogo afable y atrayente, no
perdía de vista, sin embargo, toda la influencia del pecado original y de los pecados actuales, así como la acción del
príncipe de las tinieblas, en la génesis y en el desarrollo de la inmensa lucha
movida por la impiedad contra
La célebre trilogía demonio, mundo y carne,
presente en las reflexiones de los teólogos y misioneros de buena ley en todos
los tiempos, él la tenía en vista como uno de los elementos básicos para el
diagnóstico de los problemas de su siglo. Y así, conforme las circunstancias lo
pedían, sabía ser ora suave y dulce, como un ángel-mensajero de la dilección o
del perdón de Dios, ora batallador e invicto, como un ángel enviado para
anunciar las amenazas de
Estamos, con este ejemplo, bien lejos de
ciertos progresistas para quienes todos nuestros hermanos separados, heréticos
o cismáticos, serían necesariamente de buena fe, engañados por meros equívocos,
de suerte que polemizar con ellos sería siempre un error y un pecado contra la
caridad.
La sociedad francesa de los siglos XVII y
XVIII (nuestro Santo vivió, como vimos, en el ocaso de uno y en las primeras
décadas del otro) estaba gravemente enferma. Todo la preparaba para recibir
pasivamente la inoculación de los gérmenes del Enciclopedismo y desmoronarse
enseguida en la catástrofe de
Presentando aquí un cuadro circunscripto de ella y, por tanto,
forzosamente muy simplificado -indispensable, sin embargo, para comprender la prédica de nuestro Santo- puede decirse que en las tres clases sociales, clero, nobleza y pueblo, preponderaban dos tipos de alma: los laxos y los rigoristas. Los laxos, tendientes a una vida de placeres que llevaba a la disolución y al escepticismo. Madame de Pompadour>
Los rigoristas, propensos a un moralismo yerto, formal y sombrío, que llevaba a la desesperación cuando no a la rebelión. Mundanismo y jansenismo eran los dos polos que ejercían una nefasta atracción, inclusive en medios reputados como los más piadosos y moralizados de la sociedad de entonces.
Uno y otro -como tantas veces sucede con
los extremos del error- llevaban a un mismo resultado. En efecto, cada cual por
su camino apartaban las almas del sano equilibrio espiritual de
Nada más normal que la coligación de los
errores extremos y contrarios frente al apóstol que predicaba la doctrina
católica auténtica: el verdadero contrario de un desequilibrio no es el
desequilibrio opuesto, sino el equilibrio. Y así, el odio que anima a los
secuaces de los errores opuestos no los arroja unos contra otros, sino que los
lanza contra los Apóstoles de
Exactamente así fue la prédica de San Luis
María Grignion de Montfort. Sus sermones, pronunciados en general ante grandes
auditorios populares, culminaban, no pocas veces, en verdaderas apoteosis de
contrición, de penitencia y de entusiasmo. Su palabra clara, llameante,
profunda, coherente, sacudía las almas ablandadas por los mil grados de molicie
y sensualidad que en aquella época se difundían desde las clases altas hacia
los demás estratos de la sociedad.
Al final de sus sermones, frecuentemente
los oyentes reunían en la plaza pública pirámides de objetos frívolos o
sensuales y de libros impíos, a los cuales encendían fuego. Mientras ardían las
llamas, nuestro infatigable misionero hacía nuevamente uso de la palabra,
incitando al pueblo a la austeridad.
Esta obra de regeneración moral tenía un
sentido fundamentalmente sobrenatural y piadoso. Jesucristo crucificado, su
Sangre preciosa, sus Llagas sacratísimas, los Dolores de María eran el punto de
partida y el término de su prédica. Por esto mismo promovió en Pont-Château la
construcción de un gran Calvario que debería ser el centro de convergencia de
todo el movimiento espiritual suscitado por él.
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(N. del E.1): julio de 1970
(N. del E. 2): los medios progresistas: son bien conocidos: en oposición a
(N. del E. 3): “al día”
R-CR, Introd. TFPArgentina, 1
(Continúa en Introd., 2)
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