sábado, 12 de enero de 2019

Misión de la clase aristocrática en la vida política y social del país (5ta. nota)


Elegancia y refinamiento en el palacio de los Paz, en plaza San Martín, de Buenos Aires – Actualmente, Círculo Militar
  

San Rafael Arnaiz, sobrino de los Duques de Maqueda

La Infanta Leonor de España

La varonil estampa de un rey carlista. Así como las fuerzas de la naturaleza producen un árbol o un banco de coral, la sociedad destila naturalmente una aristocracia. El rey debe ser el pináculo de la nobleza, el auge, en el orden temporal, de todas las excelencias de que el hombre es capaz. 
         


Señorial casona salteña

 Continuamos publicando el Apéndice IV de Nobleza y Elites tradicionales análogas, “La aristocracia en el pensamiento de un Cardenal del siglo XX, controvertido pero nada sospechoso de parcialidad a favor de ella”

  1. Aristocracia política


    “…de pie estaba Carlos V/que en España era primero/con gallardo y noble talle/con noble y tranquilo aspecto” (“Un castellano leal”, Duque de Rivas(

Carlos VII con su mastín

Hasta aquí se ha tratado de aristocracia considerada en sí misma en cuanto clase social. De ahora en adelante el tema pasará a ser la misión de la clase aristocrática en la vida política y social del país.

A quienes les haya podido parecer excesivamente conservadora, e incluso reaccionaria, la doctrina de los anteriores apartados tal vez les sorprendan agradablemente las palabras con que el esquema aborda el tema de la aristocracia política.

“La aristocracia social tiene una función que


Pureza y firmeza en la mirada de San Luis Gonzaga, hijo del Marqués de Gonzaga, uno de los más altos príncipes de la Cristiandad

ejercer directa e inmediatamente cerca del pueblo. Pero por ley natural ejercerá siempre una función política cerca del poder. Participará del poder en beneficio del pueblo.”

Tras hacer referencia de paso al gobierno “llamado mixto, donde tiene su función la ‘monarquía’, la aristocracia y el pueblo” como “el mejor gobierno, según la filosofía católica”, el esquema continúa:


Prohombres aristocráticos en las repúblicas sudamericanas de la “Belle Époque”

“La aristocracia, colocada entre la autoridad suprema, digamos monarquía, en sentido filosófico, mando de uno, y el pueblo, es elemento de moderación, de ponderación, de continuidad, de unión”.

En esa perspectiva:

“1. La monarquía sin aristocracia fácilmente conduce al absolutismo.

“2. Pueblo sin aristocracia no es pueblo; es masa.

“3. La aristocracia defiende la monarquía y la modera.

“4. La aristocracia es cabeza del pueblo, educadora del mismo, encauzadora de sus energías.

“5. Aristocracia sin pueblo es oligarquía, es decir, privilegio odioso de una casta en la sociedad.”



La búsqueda de lo maravilloso y refinado en la élite tradicional argentina


 En la próxima edición publicaremos el ítem 7° de este Apéndice, Misión social moderna de la aristocracia
Compartido con nobleza.org
Algunas ilustraciones no se reproducen bien. Recomendamos ver el artículo con las ilustraciones haciendo click en nobleza.org 

domingo, 6 de enero de 2019


La leyenda de los tres Reyes Magos,  por el Abad de Marienau (s. XIV)
♦ Para despertar nuestra inocencia y amor a la sublimidad, y ser como niños, según el consejo de NSJC...

Los Santos Reyes adorando al Divino Rey en el pesebre y presentándole sus regalos - Beato Angélico

Una rica leyenda escrita por un autor medieval  que recoge muchas tradiciones populares en que se combinan la imaginación,  la historia y la Revelación, que ayuda a admirar el misterio de los Tres Santos Reyes
Los Reyes Magos ejercieron una poderosa atracción sobre la Cristiandad medieval. Su generosidad, espíritu de fe y de aventuras, y su grandeza, despertaron gran fascinación en las almas sedientas de maravilloso.
Caballeros y peregrinos  traían de Tierra Santa narraciones acerca de los misteriosos personajes reales que formaron la leyenda. El docto Johannes von Hildesheim, fecundo escritor,  Abad de Marienau, y profesor en Avignon y París (s. XIV), fue un destacado recopilador de estos relatos, cuya versión de la leyenda encantaba al propio Goethe. Veamos algunos pasajes de este relato penetrado de un perfume de inocencia, propio de la auténtica Navidad (*).
Primeros fieles de la gentilidad
“Todo el mundo de Oriente a Occidente alaba y honra a los Tres Santos Reyes. Como fulgurantes rayos de sol brilla su fama. En la tierra del Levante se desarrolló su vida corporal. Allí buscaron al verdadero Dios Hombre, lo adoraron y le trajeron sus dones, tan ricos en significado.
“Fueron estos primeros fieles de la gentilidad los primeros paganos que se convirtieron e hicieron votos de castidad y pureza y llevaron una vida santa”. Sus reliquias se veneran en la portentosa Catedral de Colonia, elevada en su honor.
El Monte de las Victorias
La Montaña de Vaus, en la India, llamada también Mons. Victorialis –Cerro de las Victorias- sobresalía por su altura sobre todas las demás. Allí los Indos mandaban vigías para anunciar cualquier peligro por señales de fuego o de humo, según la hora. El profeta Balaam había anunciado: “surgirá una estrella de Jacob y derribará a todos los hijos de Set” (los enemigos de Dios).
Los ancianos pagaron generosamente vigías y ellos mismos subieron al Monte Vaus para observar si, de día o de noche, de cerca o de lejos, aparecía una estrella o una luz inesperada, debiendo comunicarlo de inmediato.
La profecía se mantuvo por mucho tiempo en todos los pueblos de Oriente. Había una estirpe de “los nobles de Vaus”; a ella pertenecía el rey Melchor, que regaló el oro al Niño Dios.
También existía en Oriente la ciudad de Akkon, de magnificencia legendaria.  Allí se dirigieron desde la India los nobles de Vaus, construyendo un poderoso castillo de esplendor real. Conservaba una corona de oro recamada de gemas, piedras preciosas y perlas. Tenía inscripciones con letras del alfabeto caldeo y el signo de la cruz,  además de una estrella. Habría pertenecido a Melchor, que también era rey de Nubia. Dios obró por ella milagros en honor a los tres reyes. Cuando alguien caía víctima de apoplejía, se la ponían sobre la cabeza y enseguida se levantaba, curado.
Vigilia en lo alto del cerro
Aumentaba entre los gentiles el deseo de que se cumpla la profecía de Balaam, sobre la cual, aunque paganos, no tenían la menor duda. Buscaron doce hombres sabios y dignos y los enviaron al cerro. Cuando uno moría, otro lo reemplazaba. Su misión era descubrir la estrella y advertir el Nacimiento del Hombre al que las estrellas servían.
Era el mejor lugar para contemplar el firmamento y tenía un espacio destinado a un fin especial que fue cumplido después del Nacimiento: levantar una capilla. Allí pusieron una columna finamente labrada sosteniendo una estrella que giraba con el viento y brillaba a lo lejos.
La estrella se levanta sobre la montaña de Vaus
A la misma hora en que nacía el Salvador, se levantaba sobre el Monte de las Victorias una estrella. Lentamente, como si fuera un águila, permaneciendo inmóvil sobre la cumbre. Iluminaba al mundo entero.
Ni siquiera el sol del mediodía lograba oscurecerla. Tenía la figura de un niño y el signo de la cruz. Una voz se oyó de la estrella diciendo: “Hoy ha nacido el Señor, el Rey de los Judíos, que es la esperanza y el Señor de los gentiles. ¡Id, pues, buscadlo y adoradlo!”
Los reyes se ponen en camino
Los que vieron y oyeron esto se atemorizaron, admirados, pero no dudaron que fuese la estrella anunciada por Balaam.
En la India, Caldea y Persia, los tres reyes  recibieron la noticia, llenos de alegría de que les fuera permitido vivir los días de bendición en que apareciera el astro.
No se conocían entre sí ya que sus reinos quedaban distantes, pero recibieron la noticia al mismo tiempo. Se prepararon debidamente, con regalos de profunda significación, vestimentas magnificas y lujo real, con caballos, mulas y camellos, y una larga comitiva, y partieron a buscar y adorar al Rey recién nacido, que sentían tan por encima de ellos . Por eso se vistieron del modo más rico y distinguido y enviaron una gran caravana con comida, bebida y bastimentos.
La estrella los guiaba en el camino. Durante el día descansaban y a la noche andaban, ya que su brillo era como el del sol.
Eran tiempos de paz. Las puertas de las ciudades estaban abiertas. Los habitantes de los reinos que recorrían se atemorizaban y llenaban de admiración al ver a estos reyes con sus grandes escoltas, que viajaban de noche alumbrados como en el día. Nadie sabía de dónde venían ni hacia dónde iban. Dejaban los caminos marcados por los cascos de incontables animales. Largo tiempo se habló de esto en Oriente.
Encuentro en Jerusalén: alegría de los buenos y terror de los malos
“Por diversos caminos llegaron a Jerusalén. Al tener noticia uno del otro se abrazaron llenos de alegría, relatándose el milagro que los reunía allí para el gran acontecimiento esperado por los siglos. Conocieron que ésa era la ciudad real que sus antepasados conquistaran varias veces esperando encontrar al Rey recién nacido”.
Frente a semejante comitiva, tan bien equipada cuanto inesperada, Herodes y los habitantes tuvieron miedo: era tan grande que los muros no podían contener la multitud de hombres y animales. La mayor parte acampó en las afueras, como un ejército alrededor de la urbe.
Sobre la reacción de Herodes y los doctores, que les informaron que el rey habia nacido “en Belén de Judá”, comenta el autor:
“Los doctores sabían desde antes del Nacimiento del Señor, y conocían el lugar de su Natividad. Luego, no tuvieron excusa por su falta de fe y su negativa posterior”. Citando a San Gregorio, añade: “Los judíos tenían el espíritu de profecía pero estaban ciegos y no veían a Aquel de quien tantas cosas habían anunciado. Negaban que Cristo hubiese nacido  pero sabían que nacería. Conocían hasta el lugar de su Nacimiento y lo anunciaron a Herodes a su pedido”.
Los reyes llegan a Belén, guiados por la estrella
Por el camino a Belén encontraron a los pastores, que les anunciaron el mensaje del Angel; los Magos les dieron ricos presentes.
Poco antes de llegar se engalanaron con las más finas vestimentas reales. La estrella los condujo hasta un pesebre, deteniéndose sobre él en el cielo. Un fulgor maravilloso iluminaba la caverna, y, al entrar, vieron al Niño con María, su Madre, cayeron de rodillas y lo adoraron. Luego abrieron sus cofres y le ofrecieron sus dones: oro, incienso y mirra de sus reinos.
Los dones significaban tres propiedades de la Persona de Nuestro Señor Jesucristo: majestad divina, poder real y mortalidad humana.
El incienso significa sacrificio, el oro tributo y la mirra se utiliza para enterrar los muertos, en espera de la resurrección. La santa Fe los ofrece continuamente honrando al verdadero Dios, verdadero Rey y verdadero Hombre.
El oro es un símbolo de honra y templanza virginal, que representa la castidad de los reyes; el incienso, refuerza la idea de pureza sumada a la de devoción y entrega; y la mirra, símbolo de mortificaron, refleja el carácter pasajero de la carne, que por obra de Dios resucitará.
Los tres reyes besaron el suelo frente al pesebre y las delicadas manos del Hijo de Dios. Con modestia y sacralidad depositaron sus dones cerca de la cabeza del Niño. Algunos habían pertenecido a Alejandro Magno y luego a la reina de Saba, que los llevara al templo, de donde fueron robados cuando la destrucción de la ciudad real.

Pobreza, intimidad sacral y grandeza
Encontraron al Niño en tan grande pobreza como les dijeran los pastores. En la humilde vivienda brillaba la luz de la estrella milagrosa con tanta intensidad que todos parecían encontrarse en llamas. Tan absortos estaban que de sus cofres tomaron lo primero que les vino a la mano. El rey Gaspar, con lágrimas en los ojos, trajo un envase con mirra. Un temor sagrado se apoderó de ellos, sumidos en profunda contemplación. Oyeron a la Ssma. Virgen decir suavemente, con la cabeza algo inclinada: “Dios sea alabado”.
Entre los dones se encontraba una esfera dorada que perteneciera a Alejandro Magno. Por su lado de orgullo humano, al tomarla el Niño Jesús, se convirtió en polvo y ceniza.
Como la roca, que, sin obrar humano, se separó de la montaña, y como en la terrible visión de Nabucodonosor, en que el ídolo se convirtió en polvo y ceniza, así también nació Cristo de una Virgen, sin intervención humana. Rebajó a los orgullosos que se sienten poderosos y elevó a los humildes de corazón, como los Santos Reyes Magos.
El poseía, en su deliberada pobreza y pequeñez, el poder de convertir en nada la esfera que representaba al mundo, y de mover las almas para edificar una civilización en que se haga su voluntad, así en la tierra como en el Cielo.

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* La Leyenda de los Tres Santos Reyes („Die Legende von den heiligen Drei Königen“, Ed. DTV, Munich, 1963). Textos del original traducidos por nuestra Redacción. Apareció en el Boletín Nobleza y élites tradicionales análogas el 5 de enero de 2014.
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"Ya vienen los Reyes, por el arenal, y le traen al Niño una torre real..." - Villancico
Los villancicos son un manantial de inocencia brotado de la tradición  católica de los más variados pueblos. Recomendamos a nuestros lectores los maravillosos cánticos navideños del Conjunto Pro Música de Rosario, que pueden hallarse fácilmente en internet.