sábado, 26 de julio de 2014

El Papado sostenido por Pipino, rey de los francos y "Patricio de los Romanos" - Germina el Sacro Imperio



esfera y cruz con sombraCon motivo de los 1200 años de la coronación de Carlomagno como sacro Emperador Romano de Occidente, un acontecimiento ápice…,  venimos comentando en esta sección la orgánica y gradual ascensión del linaje carolingio a la dignidad imperial por manos de los Sumos Pontífices. Nacía el tiempo en que, como enseñó León XIII, “el Sacerdocio y el Imperio estaban ligados entre sí por una feliz concordia y por la permuta amistosa de buenos oficios. (Encíclica “Immortale Dei”, l.XI.1885 – “Bonne Presse”, París, vol. II, p. 39).

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Bosquejamos en notas anteriores la colorida historia de Pipino, padre de Carlomagno, ungido por San Bonifacio, Apóstol de Germania, como rey de los francos, como monarca llamado a cumplir una misión providencial gobernando a su pueblo en las vías del Evangelio, edificando la Cristiandad. Vemos tornarse realidad la misión excelsa de un Príncipe católico, elevado al trono por un misionero de la talla de San Bonifacio, inspirado en los ejemplos bíblicos, consagrando en los hechos las palabras de la Sabiduría eterna: “Per me regnant reges” (Por Mí reinan los reyes…), manteniéndose así una vinculación entre el Cielo y la tierra, entre Cristo Rey y la civilización cristiana, por intercesión de María Reina,  de la que difícilmente podemos hacernos una idea en estos tiempos de neo-paganismo revolucionario.

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Comentamos el aprieto en que se encontraba el Papado en tiempos del gran Pontífice Esteban II, amenazado por los lombardos ex arrianos y semi-bárbaros que venían conquistando toda Italia y pretendían establecer su trono en la propia Ciudad Eterna.
A pesar de todas las infidelidades y aún apostasías de los Emperadores Romanos de Oriente (Bizancio), los Soberanos Pontífices habían mantenido en el orden temporal su carácter de súbditos, remanente del antiguo Imperio romano. Ante la amenaza lombarda, habían solicitado al emperador una ayuda efectiva, fuerzas militares capaces de frenar al enemigo.

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Esteban II había lanzado por última vez un grito de angustia hacia Bizancio, supremo llamamiento que “no tuvo eco entre los cobardes tiranos del mundo imperial” (Kurth). Teniendo entonces que escoger entre la salvación de un pueblo abandonado por sus defensores naturales y la alianza con los francos, el Papa “levantó su ánimo a la altura de su deber, y se dirigió resueltamente a Pipino el Breve” (ibid.). Ya sus predecesores habían pedido a Carlos Martel y al mismo Pipino apoyo a la causa de la civilización cristiana. Este tenía una deuda de gratitud con el Papado, gracias al cual se había podido dar sin perturbaciones el necesario cambio de dinastía por él propuesto.

La respuesta de Pipino al llamado pontificio no se hizo esperar: llegaron a Roma sus embajadores, el Obispo de Metz, Chrodegang, y el legendario duque Augier, popular en Francia por un tradicional juego de cartas. Los emisarios invitaron al Pontífice a trasladarse a donde Pipino se encontraba.
Después de reflexionar con madurez, el prudente y animoso pontífice adoptó una resolución que en un principio espantó a sus familiares, pero que mantuvo con energía: corresponder a la invitación de ir al encuentro del rey franco, pero antes presentarse personalmente ante el rey enemigo Astolfo, acompañado de la embajada franca y también de la bizantina –mencionada en el artículo anterior.
Dados los antecedentes de Astolfo, sus familiares –ayudantes y consejeros de la Curia romana- temían por la vida del Pontífice. Pero no lograron disuadirlo. El 14 de octubre de 753, consigna solemnemente el Liber Pontificalis, se puso en camino, acompañado del legado imperial griego, Juan el Silenciario, del Obispo de Metz y del Duque Augier, y de una comitiva de altos personajes de Roma y ciudades vecinas. “Acompañóle en su camino, durante algún tiempo, una muchedumbre inmensa ‘que lloraba, sollozaba’, dicen los Anales del Pontificado, y queria retenerle’ porque preveía los grandes peligros que le esperaban en Pavía” (Mourret). ¡Tocante escena viva de la Cristiandad!
A pesar de que una comisión de Astolfo se adelantó para rogarle que no le diga a éste ni una palabra de sus malhadadas conquistas, el Papa le presentó sin temor sus reclamaciones, en nombre del imperio –como le había pedido el emperador- y en nombre de la Iglesia. Astolfo, impresionado por la actitud de los dos enviados francos, que subrayaron el discurso del Pontífice con palabras “breves y claras”, rechazó las demandas de Bizancio e intentó hacer desistir al Papa de su viaje al rey Pipino.
Sus exhortaciones y amenazas no lograron quebrantar la constancia del Vicario de Cristo, que luego de despedir a la embajada imperial, y a los laicos de su séquito, se dirigió a Francia con algunos clérigos, franqueando el San Bernardo y bajando a la Abadía de San Mauricio.
Allí lo esperaban dos comisionados del rey franco que lo acompañaron hasta Sangres, donde le salió al encuentro el joven hijo del rey, Carlos, el futuro Carlomagno, que contaba con doce años; y luego el mismo Pipino, que se adelantó tres millas.

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A la vista del Papa, el rey desmontó de su cabalgadura, tributándole profundos homenajes y tomando las riendas del caballo del Pontífice, caminando un trecho a su lado “a guisa de escudero” (Mourret). Señera expresión de espíritu jerárquico feudal.

El Papa y sus clérigos correspondieron, homenajeando a su vez a Pipino como monarca católico y defensor de la Iglesia, vestidos de cilicios, cubiertas sus cabezas de ceniza y suplicándole pusiese mano en la defensa de “la causa de San Pedro y de la República de los romanos”. También le rogó el Pontífice hacer restituir el Exarcado de Ravena a su legítimo posesor, el emperador, supremo acto  de condescendencia de Esteban II con respecto a la infiel Constantinopla.
Pipino accedió de buen grado a las demandas y, para acomodarse al consejo del Papa de evitar en lo posible la efusión de sangre, intentó resolver la cuestión por la vía diplomática.
Tres embajadas sucesivas y la ofrenda generosa de 12.000 sueldos de oro no movieron a Astolfo a abandonar sus pretensiones. Su perfidia llegó al punto de lograr que el Abad de Monte Cassino –súbdito lombardo-, donde llevaba vida religiosa Carlomán, hermano de Pipino, lo enviara a sembrar discordias contra el Papa y el rey franco.
La reaparición del príncipe-monje en el mundo abandonando el monasterio para estos insidiosos manejos provocó un verdadero escándalo. Felizmente, la maniobra fracasó.
Se imponía una urgente acción militar. Pipino se dispuso virilmente a ella a pesar de la oposición de algunos señores, fomentada por las maniobras de Astulfo y Carlomán, que hicieron fracasar una asamblea de barones.

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Una segunda asamblea, celebrada en Kiersy-sur-Oise el 14 de abril de 754, mostró un cambio para mejor y precisó que la finalidad de la expedición sería la de restituir al Apóstol San Pedro los territorios ocupados por el lombardo. Se celebró entre el católico rey franco y el Sumo Pontífice el Pacto de Kiersy, que algunos llaman ‘restitución’ o ‘promesa’, y que “tiene la forma de una ‘donación’; es una ‘restitución’, porque lo que da de hecho era posesión de san Pedro, o sea del Papa; y es una ‘promesa’, porque lo que da Pipino, no lo había conquistado todavía”. A cambio de tan importante donación, “Pepino da y no reclama en retorno sino oraciones” (Mourret).
La tercera asamblea se hizo el 28 de julio de 755 en la histórica Abadía de Saint-Denis, marco de una ceremonia de gran significado. El Papa renovó la consagración real de Pipino, asociando a ella a su hijo Carlomagno –y a su hermano, declarando a los tres Patricios de los Romanos.
Semejante consagración de un rey y de sus hijos por el Sumo Pontífice no tenía precedentes en la historia. No sólo confirmaba la legitimidad de Pipino y su descendencia, “sino parecía elevar la realeza de los francos por encima de las demás realezas de Europa”. Por lo que el Papa lo llamará “el ungido de San Pedro” (ibid.).
El título de ‘patricio de los romanos’ –a diferencia del de ‘patricio’ a secas, que había sido concedido anteriormente a otros por la Santa Sede, sugería la idea de un derecho de protección efectiva sobre el Estado pontificio. Habían perdido su razón de ser las funciones de Duque de Roma y la restauración de un exarca de Ravena (bizantino). “El Sacro Imperio se hallaba en germen en las actas de la asamblea de Saint-Denis” (ibid.).

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(*) Cfr. Sacralidad medieval: Pipino ungido Rey de los Francos por San Bonifacio, Apóstol de Germania y Legado papal

Ver artículos anteriores de esta serie haciendo click en el “tag” La civilización cristiana al vivo, 1200 años de Carlomagno, Sacro Imperio

BIBLIOGRAFIA CONSULTADA

Godofredo Kurth, “Los orígenes de la civilización occidental”, Emecé Editores, Buenos Aires
Fernando Mourret, “Historia General de la Iglesia”, t. III La Iglesia y el mundo bárbaro, 2ª. ed., Barcelona – París – Bloud y Gay, Editores

Frantz Funck-Brentano, “Les Origines”, L’histoire de France racontée à tous, 10ª ed., Hachette, Paris

Henri Pirenne, “Mahoma y Carlomagno”, Ed. Claridad, B

viernes, 18 de julio de 2014

X Jornada de Cultura Hispanoamericana por la Civilización Cristiana y la Familia - Salta, 29 y 30 de agosto de 2014 - Cómo vencer en el combate por la Civ. Cristiana y la Familia

04/07/2014[edit]

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X JORNADA DE CULTURA HISPANOAMERICANA por la CIVILIZACION CRISTIANA y la FAMILIA – SALTA 29 y 30 de AGOSTO DE 2014

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Santa Juana de Arco era una joven campesina que un buen día oyó la voz del Arcángel San Miguel convocándola a defender a Francia, “hija primogénita de la Iglesia”. Así, la Providencia se valió de una desconocida doncella del campo para la alta misión de preservar un emblemático reino en que abundaban los guerreros, los pensadores, los príncipes católicos...

San Francisco Solano carbonilla dibujoSan Francisco Solano carbonilla dibujoindex SFS
San Francisco Solano, con su “violín milagrero”, se internó solo en las selvas y cerros del continente, destacadamente en El Tucumán (NOA), y con su música, su palabra y sus notorios hechos sobrenaturales convirtió a la verdadera Fe y civilización a miles de aborígenes, edificó una cristiandad de más de 30 poblaciones indígenas y sostuvo las incipientes ciudades católicas que constituyeron la armazón de nuestra querida Argentina, fundando imperecederas ceremonias y tradiciones. Por esa gesta digna de figurar en la Légende Dorée fue llamado “el Apóstol de América”.
Son ejemplos de lo que pueden los hombres cuando se disponen a oir la gracia de Dios. Pues:

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“Cuando los hombres resuelven cooperar con la gracia de Dios, se operan las maravillas de la Historia: es la conversión del Imperio Romano, es la formación de la Edad Media, es la reconquista de España a partir de Covadonga, son todos esos acontecimientos que se dan como fruto de las grandes resurrecciones de alma de que los pueblos son también susceptibles. Resurrecciones invencibles, porque no hay nada que derrote a un pueblo virtuoso y que verdaderamente ame a Dios” (“Revolución y Contra-Revolución”, Plinio Corrêa de Oliveira, parte II, cap. IX).
¿Qué harían personas de Fe como San Francisco Solano y Santa Juana de Arco en nuestros conturbados días? …

Animados por esos ejemplos, y ante la crisis moral e ideológica de la sociedad actual, convocamos a todos los que quieran defender nuestro estilo de vida y raíces católicas tradicionales a participar de la

X JORNADA de CULTURA HISPANOAMERICANA por la CIVILIZACION CRISTIANA y la FAMILIA
Museo de la Ciudad Casa de Hernández –Salta, 29 y 30 de agosto de 2014

Declarada de interés por el Poder Ejecutivo y la Hon. Cámara de Diputados de la Provincia de Salta
Próximamente daremos a conocer más detalles.
COMISION ORGANIZADORA
Informes e inscripción: civilizacioncristianaymariana@gmail.com

X Jornada

007 Roland recortadoCOMO DEBE LUCHAR UN CATOLICO PARA QUE TRIUNFEN  LOS IDEALES DE LA CIVILIZACION CRISTIANA
jóvenes en semana de estudios de carnaval
Analicemos estas palabras, de las que hemos citado una parte en la clarinada anterior:

“Existe una fuerza propulsora de la Contra-Revolución, así como existe otra para la Revolución.
1. Virtud y Contra-Revolución
Señalamos como la más potente fuerza propulsora de la Revolución, el dinamismo de las pasiones humanas desencadenadas en un odio metafísico contra Dios, contra la virtud, contra el bien y, especialmente, contra la jerarquía y contra la pureza. Simétricamente, existe también una dinámica contra-revolucionaria, pero de naturaleza por completo diversa. Las pasiones, en cuanto tales -tomada aquí la palabra en su sentido técnico- son moralmente indiferentes; es su desarreglo lo que las vuelve malas. Sin embargo, en cuanto reguladas, son buenas y obedecen fielmente a la voluntad y a la razón. Y es en el vigor de alma -que le viene al hombre por el hecho de que en él Dios gobierna la razón, la razón domina la voluntad, y ésta domina la sensibilidad- donde es preciso procurar la serena, noble y eficientísima fuerza propulsora de la Contra-Revolución.
2. Vida sobrenatural y Contra-Revolución
Tal vigor de alma no puede ser concebido sin tomar en consideración la vida sobrenatural. El papel de la gracia consiste exactamente en iluminar la inteligencia, en robustecer la voluntad y en templar la sensibilidad de manera que se vuelvan hacia el bien. De suerte que el alma lucra inconmensurablemente con la vida sobrenatural, que la eleva por encima de las miserias de la naturaleza caída y del propio nivel de la naturaleza humana. Es en esa fuerza de alma cristiana que está el dinamismo de la Contra-Revolución.
3. Invencibilidad de la Contra-Revolución
Se puede preguntar de qué valor es ese dinamismo. Respondemos que, en tesis, es incalculable, y ciertamente superior al de la Revolución: “Omnia possum in eo qui me confortat” (Filip. 4, 13) (1).
Cuando los hombres resuelven cooperar con la gracia de Dios, se operan las maravillas de la Historia: es la conversión del Imperio Romano, es la formación de la Edad Media, es la reconquista de España a partir de Covadonga, son todos esos acontecimientos que se dan como fruto de las grandes resurrecciones de alma de que los pueblos son también susceptibles. Resurrecciones invencibles, porque no hay nada que derrote a un pueblo virtuoso y que verdaderamente ame a Dios”.

Plinio Corrêa de Oliveira

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(N. del E. 1): “Todo puedo en Aquél que me da fuerzas”.

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“Revolución y Contra-Revolución”, Cap. IX – La fuerza propulsora de la Contra-Revolución

viernes, 11 de julio de 2014

Deshaciendo objeciones previas - Nobleza y élites tradicionales análogas - Cap. I - Visión de conjunto

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Nobleza y élites tradicionales análogas:
DESHACIENDO OBJECIONES PREVIAS
Visión de conjunto – Capítulo I

Presentamos el capítulo inicial de la obra en que el autor, Plinio Corrêa de Oliveira, aborda la misión esencial de la Nobleza y élites tradicionales análogas -y dirigentes auténticos de todo nivel en nuestros días.

Comienza dando respuesta a algunos interrogantes que surgen en el espíritu de los lectores, que sufren la influencia de los sofismas igualitarios difundidos por todas partes. Enfrenta así con el coraje y fidelidad al Papado que caracterizaron toda su existencia –reconocidos por expresivos documentos de la Santa Sede- la acción de los avasalladores medios de difusión revolucionarios y de los difusores de tales sofismas.
No pretendemos sino continuar brindando  una visión de conjunto, necesariamente resumida y limitada, recomendando vivamente la lectura de esta obra que está a disposición de quien desee adquirirla (nota: los subtítulos y textos en bastardilla pertenecen a nuestra Redacción; los subtítulos numerados y en letra normal son tomados del original).
***
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Cuando la psicología de muchos lectores parece prevenida respecto a la materia a tratar, la situación del escritor es como la de un maquinista de tren que advierte que la vía está abarrotada de obstáculos, y que el viaje sólo podrá comenzar apartándolos. Son tantos los prejuicios respecto a la Nobleza y élites tradicionales análogas, que el asunto sólo puede tratarse después de apartarlos.

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1. Sin prejuicio de una justa y amplia acción en pro de los trabajadores, oportuna actuación a favor de las élites

Hablar de reivindicaciones a favor de los trabajadores es altamente loable. Pero insistir unilateralmente en ellas sin considerar los problemas y necesidades de otras clases –cruelmente afectadas por la gran crisis contemporánea- supone olvidar que la sociedad se compone de clases diversas, con funciones, derechos y deberes específicos y no únicamente de trabajadores manuales.
Asimismo, la formación de una sociedad sin clases es una utopía que ha sido tema invariable de los sucesivos movimientos igualitarios desde el siglo XV, predicada en nuestros días por socialistas, comunistas y anarquistas.
Las TFP y entidades afines son favorables a que se hagan para la clase de los trabajadores todas las mejores oportunas, pero sin que implique la desaparición de las demás clases, o una tal mengua de su significado, deberes, derechos y funciones específicas en favor del bien común que equivalga a su virtual extinción.
Resolver la cuestión social achatando todas las clases en ilusorio beneficio de una sola, supone provocar una auténtica lucha de clases, ya que suprimirlas en beneficio exclusivo de la dictadura de una sola –el proletariado- supone reducir a las demás a la alternativa de aceptar su legítima defensa o la muerte.
Es menester que nuestros contemporáneos bien orientados, en colaboración con las iniciativas en pro de la paz social por medio del justo y necesario apoyo a los trabajadores, desenvuelvan en favor del orden social una actuación opuesta a la de socialistas y comunistas, que lleva hacia la lucha de clases. Y para que el orden social exista, es condición que a cada clase le sea reconocido lo que en derecho le corresponde para subsistir dignamente y que, respetada en sus derechos específicos, se sienta capaz de cumplir los deberes que le corresponden en orden al bien común.

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Así, es indispensable que la acción a favor de los obreros se conjugue con otra a favor de las élites.
La Iglesia no se interesa por la cuestión social porque ame exclusivamente a los obreros; no es un partido laborista fundado para proteger una sola clase; Ella ama, más que a las diversas clases consideradas aisladamente y sin nexo con las demás, la Justicia y la Caridad, y por eso ama a todas las clases sociales… incluso a la Nobleza, tan combatida por la demagogia igualitaria (cfr. Caps. IV, 8, y V, 6).

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Pío XII reconoce a la Nobleza una importante y peculiar misión -que corresponde análogamente a otras élites sociales. Lo hace en quince alocuciones concedidas al Patriciado y a la Nobleza romana (1940 a 1958).
Nadie ignora la multiforme ofensiva para mengua o extinción de la Nobleza y demás élites, ejerciendo una avasalladora presión para hacer abstracción, replicar o disminuir su papel.
En alguna medida, pues, la actuación a favor de la Nobleza y élites es hoy más oportuna que nunca. “Cabe por tanto formular con arrojo y serenidad la siguiente afirmación: en nuestra época, en la cual tan necesaria se ha vuelto la opción preferencial por los pobres, también se hace indispensable una opción preferencial por los nobles” y otras élites tradicionales “expuestas al riesgo de desaparecer y dignas de apoyo”.
(…)
“No, si la Nobleza debe ser considerada una clase parasitaria de dilapidadores de sus propios bienes; pero esta imagen de la Nobleza, que forma parte de la leyenda negra de la Revolución Francesa de 1789 y de las que la siguieron…es rechazada por Pío XII. Aun cuando afirma claramente que se han dado en sus medios abusos y excesos…dignos de severa censura…describe, en términos conmovidos, la consonancia de la misión de la Nobleza con el orden natural de las cosas instituido por el propio Dios, así como el carácter elevado y benéfico de esa misión”.

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2. La Nobleza: una especie dentro del género élites tradicionales

La expresión élites tradicionales designa una realidad socio-económica. Según los textos pontificios, la Nobleza constituye una élite, la más alta de ellas; pero no es, ciertamente la única.
Hay élites no nobiliarias ni hereditarias ex natura propria. V.gr. la condición de profesor universitario incorpora a sus titulares a lo que se puede llamar élite de una nación, como la condición de militar, diplomático y otras análogas. No pocos nobles se dedican a ellas sin que decaigan ipso facto de su condición; por el contrario, el ejercicio de esas actividades da fácilmente ocasión a que el noble marque su actuación en ellas con la excelencia de los atributos específicos de la Nobleza.

No se debe olvidar a las élites que propulsan la vida económica de una nación en la industria y el comercio, funciones lícitas, dignas y de evidente utilidad, cuya meta específica es el enriquecimiento de quienes las ejercen; enriqueciéndose, por una consecuencia colateral, enriquecen a la nación.
Esto no basta para dotar de un carácter de Nobleza a quienes las ejercen. Es indispensable una particular dedicación al bien común –especialmente a lo que tiene de más precioso, el cuño cristiano de la civilización- para que se pueda conceder esplendor nobiliario a una élite. No obstante, cuando las circunstancias proporcionan a industriales y comerciantes la ocasión de prestar servicios notables con sacrificio relevante de intereses personales legítimos, ese esplendor brille también en quienes los hayan prestado con la correspondiente elevación de espíritu.
Si una familia no noble, por una feliz conjugación de circunstancias, ejerce a lo largo de varias generaciones alguna de estas actividades, bien puede ser suficiente para elevarla a la condición de noble, como ocurrió con la Nobleza veneciana –habitualmente de comerciantes- que ejerció el gobierno de la Serenísima República y tuvo en sus manos el propio bien común de aquel Estado, elevándolo a la condición de potencia internacional. No sorprende que hayan accedido a la condición de nobles de modo tan efectivo y auténtico que asumieron todo el alto tono de cultura y maneras de la mejor Nobleza militar y feudal.

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Hay élites tradicionales fundadas desde su inicio en capacidades y virtudes cuya transmisibilidad –genética y del ambiente y educación familiares- es patente. Así se constituyen familias y aún vastos conjuntos de familias que se destacan por sus señalados servicios al bien común: surge así una élite tradicional.
“En ella se alía a la condición de élite el valioso predicado de ser tradicional; y muchas veces no se constituye formalmente como clase noble por el mero hecho de que la legislación de muchos países –influenciada por las doctrinas de la Revolución Francesa- veda al Poder público el otorgamiento de títulos de Nobleza. En ese caso se encuentran no sólo ciertos países europeos, sino también los del continente iberoamericano”.
Las enseñanzas pontificias sobre Nobleza son en gran medida aplicables a esas élites tradicionales por fuerza de analogía de situación; de ahí la importancia y actualidad de esas enseñanzas para quienes, aun siendo portadores de auténticas y elevadas tradiciones familiares, no hayan sido honrados con un Título de Nobleza, pero a quienes corresponde una noble misión en sus respectivos países a favor del bien común y de la Civilización Cristiana.
Lo mismo se puede decir de las élites no tradicionales, en la medida en que se van haciendo tradicionales.

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