martes, 15 de septiembre de 2020

Revolución y Contra-Revolución (2) - Con palabras de fuego, San Luis María denunció los gérmenes que minaban la Francia de entonces (R-CR, 2, Prólogo TFPArgentina, 2)

 


En la Cruz veía nuestro Santo la fuente de una superior sabiduría, la Sabiduría cristiana, que enseña al hombre a ver y amar en las cosas creadas manifestaciones y símbolos de Dios; a sobreponer la Fe a la razón orgullosa, la Fe y la recta razón a los sentidos rebelados, la moral a la voluntad desordenada, lo espiritual a lo material, lo eterno a lo contingente y transitorio.

Pero este ardoroso predicador de la genuina austeridad cristiana nada



<La expresión terriblemente amarga de J. Calvino, pintado por Holbein

tenía de la austeridad taciturna, biliosa y estrecha de un Savonarola o de un Calvino. Ella era suavizada por una tiernísima devoción a Nuestra Señora.

Puede decirse que nadie llevó más alto que él la devoción a la Madre de Misericordia. Nuestra Señora, en cuanto Mediadora necesaria -por elección divina- entre Jesucristo y los hombres, fue el objeto de su continuo enlevo (1), el tema que suscitó sus meditaciones más profundas, más originales. Ningún crítico serio puede negarles la calificación de inspiradamente geniales. En torno de la Mediación Universal de María -hoy verdad de Fe- San Luis María Grignion de Montfort construyó toda una mariología que es el mayor monumento de todos los siglos a la Virgen Madre de Dios.

Estos son los principales rasgos de su admirable prédica.

Toda esta prédica está condensada en los tres trabajos principales escritos por el Santo: la “Carta Circular a los Amigos de la Cruz”, el “Tratado de la Divina Sabiduría” y el “Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen”, una especie de trilogía admirable, toda de oro y de fuego, de la cual se destaca, como obra prima entre las obras primas, el “Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen”.

Por estas obras podemos darnos cuenta de la substancia de la prédica de San Luis María Grignion de Montfort.

 

*     *     *

Nuestro Santo fue un gran perseguido. Este rasgo de su existencia es realzado por todos sus biógrafos (*).

Un vendaval furioso, movido por los mundanos, por los escépticos enfurecidos ante tanta Fe y tanta austeridad, y por los jansenistas, indignados ante una devoción insigne a Nuestra Señora, de la cual dimanaba una suavidad inefable, se irguió contra su prédica. De ahí se originó un torbellino que levantó contra él, por así decir, a toda Francia.

No pocas veces, como sucedió en 1705 en la ciudad de Poitiers, sus magníficos "autos de fe" contra la inmoralidad fueron interrumpidos por

orden de autoridades eclesiásticas, quienes evitaban así la destrucción de esos objetos de perdición.  En  casi  todas  las  diócesis  de  Francia  le   fue negado el uso de las órdenes (2). Después de 1711, sólo los Obispos de La Rochelle y de Luçon le permitieron la actividad misionera. Y, en 1710, Luis XIV ordenó la destrucción del Calvario de Pont-Château.

Ante ese inmenso poder del mal, nuestro Santo se reveló profeta. Con palabras de fuego, denunció los gérmenes que minaban la Francia de entonces y vaticinó una catastrófica subversión que de ellos habría de derivar (cfr. “El Reino de María, realización del mundo mejor”, "Catolicismo", número 55, junio de 1955). El siglo en que San Luis María murió no terminó sin que la Revolución Francesa confirmase de modo siniestro sus previsiones.


Hecho al mismo tiempo sintomático y entusiasmante: las regiones en donde nuestro Santo tuvo libertad de predicar su doctrina y en las cuales las masas humildes lo siguieron, fueron aquellas en que los chouans se levantaron, armas en mano, contra la impiedad y la subversión. Eran los descendientes de los campesinos que habían sido misionados por el gran Santo, y preservados así de los gérmenes de la Revolución.

Del nexo entre la obra maestra de este gran Santo y el contenido de nuestro ensayo -tan disminuido por la comparación- es que nos debemos ocupar.

*     *     *

°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°

(N. del E. 1): La palabra portuguesa enlevo carece de equivalente en castellano; por ello, por la fuerza de expresión que el vocablo tiene y para no restar énfasis a lo que el autor ha querido significar, hemos preferido mantenerla en el idioma original. Significa, en este contexto, una admiración muy profunda acompañada de un acto de amor e inocencia que mueve a la dedicación.

También, de acuerdo al diccionario, elevación o vuelo de alma o del espíritu, encanto, éxtasis, arrobamiento, deleite, maravillamiento (cfr. Francisco da Silveira Bueno).

 

(*) Entre sus numerosas biografías, citamos las siguientes:

-Obras de San Luis María Grignion de Montfort, BAC, Madrid, tomo 111, preparada por el P. Camilo Abad, S.J.

-         Louis Le Crom, Un apôtre marial - Calvaire de Montfort, Pont-Château.

-         Mons. Laveille, Le Bienheureux Louis Marie Grignion de Montfort d' après des documents inédits, 1907, Pouisselgue.

 

(N. del E. 2): predicar y administrar los Sacramentos.

 

RCR, 2 Introd. TFPArgentina, 2 En la Cruz

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario