viernes, 25 de mayo de 2012

Nobleza de una dama salteña, Señora de Olañeta, en tiempos de la Emancipación

                                                        Princesa Antonia Carolina de Borbón, por F. X. Wintelhalter
                     Conde d'Eu, por F. X. Winterhalter -                                   

                                                    Abajo: Condesa Pushkin, por F. X. Winterhalter


La nobleza de una dama salteña de los tiempos de la Emancipación, la Señora de Olañeta
Las crónicas de los viajeros nos pintan los ambientes y personas que dejaron en ellos las impresiones más vivas. Leyendo estas descripciones de contemporáneos notamos la presencia marcante de nobles valores de alma y de cuerpo que, sin ser exclusivos de ellas, aparecían con particular brillo  -es natural- en las clases más elevadas. Es tocante, atractiva y sincera la descripción que el inglés J. Andrews (a pesar de muchos prejuicios de su típica mentalidad anglo-sajona) hace de la distinción, valor y fidelidad de esta dama salteña que acompañó en el esplendor y en la desgracia a su marido, el bravo General Olañeta, que mantuvo su fidelidad al Rey de España hasta dar su vida. La influencia europea en la educación y en los trajes de la élite hispanoamericana hasta entrado el siglo XX es notoria. No contando con un retrato de la Señora de Olañeta evocamos personajes y ambientes del siglo XIX con dos excelentes retratos femeninos y uno de niño de Franz X. Wintelhalter que, aunque posteriores, reflejan sutilmente valores perennes como elegancia, estilo, prestancia, "maintien"..., que ilustran el comentario que hoy presentamos a nuestros lectores. Esperamos con interés sus opiniones. 
 
Jamás olvidaré mi despedida de la señora viuda de Olañeta. Esta dama era mujer de treinta años, más o menos, con facciones que se dirían bellas más bien que hermosas, esbelta de formas y de modales graciosamente cautivadores, detalle muy común en las damas salteñas.
Realzaba estas cualidades una expresión de tristeza en el rostro que armonizaba con el luto de su vestido y la situación del momento. La soledad había aumentado su abatimiento, pero aún así, su natural dulzura y bondad de corazón dejábanse ver en todo. La comparé con una linda flor trasplantada de la luz a la sombra; palidecían sus colores y sin embargo conservaba su perfume y belleza en tanto que su situación fuera de lugar tornábala sumamente interesante.
El héroe de Ayacucho, general Sucre, habíala prestado solícita protección contra la anarquía que sobrevino a raíz de la caída de su esposo, muerto en una sublevación de tropas en Tumusla, cerca de Tupiza. Dotada de gran valor, no llegaba éste a eclipsar lo femenino de sus gracias y prendas que la hacen tan distinguida. Su exquisita educación y la afabilidad de sus cautivadoras maneras, envueltas en suave tristeza, cautivan al momento el espíritu del que por primera vez la trata, dejando profunda huella.
La adhesión de Olañeta a la causa de Fernando, adhesión que sólo terminara con su vida es, entre sus enemigos, tema de encomiástico comentario, honroso para su memoria. (…)
El excelso espíritu de la señora de Olañeta  consoló a su esposo hasta los últimos momentos de su vida. Compañera en sus triunfos, fue también ángel guardián en la adversidad.

Sobre la generosidad heroica de Don Pedro Antonio de Olañeta, vizcaíno, nacido en 1777, radicado en América a los doce años,  comenta el autor:

Propietario principal de las ricas minas de Chiromo, puso todos sus recursos e intereses a disposición de la causa realista (…). Después de la batalla de Ayacucho, su actuación desenvolvióse en constante incertidumbre hasta su muerte. En cierta ocasión entró en correspondencia con el general Sucre y aunque le propusiera el distinguido oficial patriota salvarle generosamente la vida y hacienda, ni aceptó comprometer su honor con tal solicitud, ni así dañar la causa del rey (…). (…) sólo puede encontrarse explicación de su conducta en la esperanza de un milagro que le sacara del apuro (…). Combatió Olañeta hasta el último momento, acompañado por algunos fieles amigos (…).
J. Andrews, “Viaje de Buenos Aires a Potosí y Arica”, ed. Hyspamérica, pp. 140-1

viernes, 11 de mayo de 2012

Los hacendados salteños resisten al absolutismo - El guerrero y el caballo en la gesta hispanoamericana (6ª nota)

No era una sociedad ovejuna y dependiente donde el absolutismo iba a intentar imponerse. Tal vez no hubiera estado en sus objetivos si no fuese que las fuerzas de ocupación necesitaban remontar sus caballadas y alimentar sus combatientes. No tardaron en enviar contingentes militares para incautarse de reses y montas. Los hacendados salteños, justamente alarmados, se dispusieron a defender el fruto de su trabajo y el sustento de sus peones y familias (texto final de la entrada anterior).



Don Luis Burela los convoca a la resistencia armada, a la salida de la misa dominical, como lo cuentan Luis Arturo Torino y otros autores.


-“… ¿con qué armas? , le preguntaron.


-“¡Con las que les quitaremos!”, respondió presto Burela, y a pedido de los presentes se puso al frente de la resistencia.


Cumplía esta misión confiscatoria el Teniente cuzqueño Ezenarro, que dirigía una partida de 30 soldados de caballería. Soberbio y altanero, se incautaba de los animales que encontraba, sin pagar nada. Tres horas después regresaba Burela, con sus peones y los paisanos de sus amigos, cayendo sobre el pelotón, desarmándolo y haciéndolos prisioneros, jefe incluido.


No se quedó allí pues había decidido arriesgar su holgada situación económica y el plácido entorno familiar que endulzaba su pacífica y bucólica existencia poniéndose a la cabeza de sus gauchos.


Sin esperar la reacción de los realistas, salió a campaña, capitaneando 60 hombres armados de tercerolas y sables quitados al enemigo. Avanzó en dirección a Salta a esperar a los efectivos que saldrían a castigar su rebelión, lo que ocurrió a la madrugada siguiente.


Escondiendo sus efectivos en la espesura, les cayó de súbito por la retaguardia, consiguiendo con la sorpresa apresarlos a todos. Luego los remitió con los anteriores a Tucumán, a disposición de la autoridad militar. ¡Admirable golpe!


A su vez don Pedro de Zabala, propietario de El Carril, se levantaba en actitud belicosa, organizando los gauchos de sus dominios de San Agustín, formando el “Escuadrón de Zabala”, para pelear en la Guerra Gaucha con 60 hombres.


En Salta, con la victoria lograda poco después por Güemes sobre Saturnino Castro en el Tus cal de Velarde, la guerra de partidas avanza.


“Velarde es en esta guerra de recursos un modelo de emboscada táctica. A una legua de Salta, entre los espesos montes que flanquean el camino, ocultó el caudillo la fuerza de la encamisada [nota: ataque que en la guerra antigua se hacía de noche con camisas blancas]. Una partida empieza a tirotear las avanzadas y Castro, con ochenta dragones, sale a exterminarla. Hábilmente lo conducen al lugar elegido donde surgen del monte con gran ruido los jinetes salteños. Unos pocos enemigos, a uña de caballo, se salvan de los sables y machetes de los gauchos” (Be nencia).


Los gauchos se van adueñando también de la periferia de Salta, obstruyendo las comunicaciones de los invasores con Jujuy.


Había refriegas casi diarias dentro de las mismas calles del pueblo, en que se manifestaba su forma típica de pelea: arrebataban con el lazo, según palabras de Pezuela, a todo soldado realista que se alejara, aunque fuera a una cuadra de la plaza principal.
(continúa próximamente)