miércoles, 23 de diciembre de 2015

Boletín Nobleza y Elites - "El pueblo que habitaba en las tinieblas vio la gran luz" - Refutación de errores de la Rev. Francesa - Sumario temático del Libro: prólogo de los Duques de Maqueda - Rincón de la Conversación: Ntra. Sra. de la O - Regreso al Orden: el vínculo feudal era sagrado

Populus Qui Habitabat In Tenebris
Vidit Lucem Magnam

Plinio Corrêa de Oliveira


“Catolicismo” Nº 12, Diciembre de 1951

En la fiesta de la Santa Navidad hay varias nociones que se superponen. El nacimiento del Niño Dios nos permite ver con claridad el hecho de la Encarnación. Es la segunda Persona de la Santísima Trinidad que asume naturaleza humana y se hace carne por amor a nosotros.

Es el principio de la existencia terrenal de Nuestro Señor. Principio refulgente de claridades, que encierra una degustación anticipada de los episodios admirables de Su vida pública y privada. En lo alto de esta perspectiva está la Cruz; pero en las alegrías navideñas apenas se ve lo que hay de sombrío en esto. Vemos caer en cascada sobre nosotros la Redención.

La Navidad es así el preanuncio de nuestra liberación, la señal de que las puertas del Cielo van a abrirse nuevamente, la gracia de Dios va a difundirse sobre los hombres y la tierra y el Cielo constituirán otra vez una sola sociedad bajo el cetro de un Dios Padre y ya no apenas Juez.

Si analizamos detenidamente cada una de estas razones de alegría comprenderemos lo que es el júbilo de la Navidad, este gozo cristiano ungido de paz y caridad que hace que por unos días todos los hombres se sientan penetrados de un sentimiento raro en este triste siglo XX: la alegría de la virtud.

                                             *   *   *

 La primera impresión que nos viene del hecho de la Encarnación es la idea de un Dios sensiblemente presente, muy junto a nosotros. Antes de la Encarnación Dios era, para nuestra sensibilidad, lo que sería para un hijo un padre inmensamente bueno viviendo en tierras distantes. De todas partes recibíamos los testimonios de su bondad.

Pero no teníamos la ventura de haber sentido personalmente sus suavidades, su mirada divinamente profunda posándose sobre nosotros, gravemente comprensivo, noblemente afectuoso.No conocíamos la inflexión de su voz.

La Encarnación significa para nosotros el gozo de este primer encuentro, la alegría de la primera mirada, el crecimiento cariñoso de la primera sonrisa, la sorpresa y el aliento de los primeros instantes de intimidad. Por eso, en Navidad, todos los afectos se vuelven más expansivos, las amistades más generosas, la bondad más presente en el mundo.

                                         *   *   *

En la alegría  navideña hay una gran nota de solemnidad. El hecho de la Encarnación trae a nuestro espíritu la noción de un Dios que asumió la miseria de la naturaleza humana en la más íntima y profunda de las uniones que existe en la creación.

Si de parte de Dios vemos la manifestación de una casi incalculable condescendencia, recíprocamente, en lo que se refiere a los hombres, hay una casi inexpresable promoción. Nuestra naturaleza fue promovida a un honor que jamás podríamos haber imaginado. Nuestra dignidad se acrecentó. Fuimos rehabilitados, ennoblecidos, glorificados.

Por esta causa hay algo de discreto y familiarmente solemne en las fiestas navideñas. Los hogares se decoran como para los días más importantes, cada uno viste sus mejores galas, la gentileza de todos se hace más quintaesenciada. Comprendemos, a la luz del pesebre, la gloria y la bienaventuranza de ser, por la naturaleza y por la gracia, hermanos de Jesucristo.

En la alegría de la Navidad hay también algo del júbilo del prisionero indultado, del enfermo curado. Júbilo constituido de sorpresa, bienestar y gratitud.

Nada hay que pueda expresar la tristeza manifiesta del mundo antiguo. El vicio había dominado la tierra, y las dos actitudes posibles ante él llevaban igualmente a la desesperación. Una consistía en buscar en él el placer y la felicidad. Fue la solución de Petronio, que murió suicidándose.

Otra consistía en luchar contra él. Fue la de Catón, que, después de la derrota de Tarsos, aplastado por la borra del imperio, puso fin a su vida exclamando: “Virtud, no eres más que una palabra!” La desesperación era, pues, el término final de todos los caminos.

Jesucristo vino a mostrarnos que la gracia nos abre avenidas de virtud, que hace posible en la tierra la verdadera alegría, que no nace de los excesos y desórdenes del pecado sino del equilibrio, de los rigores, de la bienaventuranza, de la ascesis. La Navidad nos hace sentir la alegría de una virtud que se tornó practicable, y que es en la tierra un ante-gozo de la bienaventuranza del Cielo.

                                           *   *   *

No hay Navidad sin Angeles. Nos sentimos unidos a ellos y partícipes de aquella alegría eterna que los inunda. Nuestros cánticos tratan de imitar en este día los de ellos. Vemos el Cielo abierto ante nosotros, y la gracia elevándonos desde ya a un orden sobrenatural en que las alegrías trascienden todo cuanto el corazón humano puede pensar.

Es que sabemos que con ella comienza la derrota del pecado y de la muerte. Que constituye el comienzo de un camino que nos llevará a la Resurrección y al Cielo. Cantamos en Navidad la alegría de la inocencia redimida, de la resurrección de la carne, la alegría de las alegrías que es la eterna contemplación de Dios.

Y es por eso que, cuando las campanas anuncien a la Cristiandad la Santa Navidad, habrá una vez más alegría santa sobre la tierra.



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LA IGUALDAD CATOLICA logra un acuerdo admirable entre las distintas condiciones de vida ◊ ERRADOS CONCEPTOS socialistas -pseudo cristianos de Le Sillon

Continuamos presentando el Apéndice II de Nobleza y Elites, en que el autor denuncia los desvíos de la Revolución Francesa exponiendo las relegadas enseñanzas del magisterio tradicional de la Iglesia. Ilustramos los textos (numerados como 4 y 5 en el original) con algunas imágenes.

   Patriarca campesino de Baviera 300 dpi palacio y gente con cabras

Las primeras dos fotos muestran ambientes y tipos humanos de la Civilización Cristiana. La elegante Sala del Duque de Alba, la pintoresca escena de gente de campo trajinando con sus cabras, y el patriarcal campesino bávaro (cuya descripción y comentario se encuentra en el sitio Aristocracia y Sociedad Orgánica).
Marc Sangnier
La tercera foto contrasta con estas escenas: nos muestra a Marc Sangnier, precursor de la peligrosa familia de almas de los socialistas “cristianos”. Su fisonomía tiene una notable marca de dureza, tal vez de obcecación, que condice con su rechazo al  orden del universo que Dios creó. Los “soñadores” socialistas anhelan un mundo distinto del creado por Dios; hay en esto soberbia ilimitada, que los lleva a pensar que son capaces de imaginar una sociedad mejor que la que el propio Dios ha hecho, que esté basada en sus tendencias igualitarias. Conociendo, al menos intuitivamente, que chocan con ese orden, adoptan aires desafiantes. El inmortal San Pío X condenó las utopías de Le Sillon, antecesoras de las actuales versiones socialistas niveladoras,  que usurpan el nombre de cristianas para mejor disfrazar sus fines.

Textos del Apéndice II de Nobleza y Elites tradicionales análogas 

4. La igualdad cristiana “no elimina todas las diferencias
entre los hombres, sino que de acuerdo con la variedad
de modos de vida, profesiones e inclinaciones,
alcanza aquel acuerdo admirable y, por así decir,
armonioso, que conviene por naturaleza
a la utilidad y a la dignidad de la vida civil”

De la encíclica de León XIII, Humanum Genus, del 20 de abril de 1884 contra la Masonería, extraemos el siguiente trecho:
“En consecuencia, habiendo encontrado no sin razón ocasión oportuna para ello, renovamos lo que ya hemos manifestado en otras ocasiones: que es conveniente propagar y proteger con gran celo la Orden Tercera de San Francisco. (…) Así pues, sea renovada con diarios progresos esta santa asociación, de la cual podemos esperar muchos frutos, y especialmente el insigne fruto de que sean elevados los espíritus hacia la libertad, fraternidad e igualdad de derechos, no como absurdamente las imaginan los masones, sino tal como las dispuso Jesucristo para el género humano y las siguió San Francisco. Nos referimos aquí a la libertad de los hijos de Dios, por la cual no servimos ni a Satanás, ni a las pasiones, perversísimos señores; a la fraternidad cuyo origen reside en Dios Creador y Padre común de todos; a laigualdad que, erigida sobre los fundamentos de la justicia y de la caridad, no elimina todas las diferencias entre los hombres, sino que de acuerdo con la variedad de modos de vida, profesiones e inclinaciones, alcanza aquel acuerdo admirable y, por así decir, armonioso,que conviene por naturaleza a la utilidad y a la dignidad de la vida civil.”1


5. Una filosofía de la cual la Iglesia está lejos de tener que gloriarse
En su carta apostólica Notre Charge Apostolique, de1 25 de agosto de 1910, en la cual condena el movimiento francés de izquierda católica Le Sillon, de Marc Sangnier, así analiza San Pío X la célebre trilogía:
“Le Sillon tiene la noble preocupación por la dignidad humana; pero entiende esta dignidad a la manera de algunos filósofos de los que la Iglesia está lejos de gloriarse. El primer elemento de esta dignidad es la libertad, entendida en el sentido de que, salvo en materia de religión, cada hombre es autónomo. De este principio fundamental saca las conclusiones siguientes.Hoy en día el pueblo está bajo la tutela de una autoridad distinta de él; debe liberarse de ella:emancipación política. Está bajo la dependencia de patrones que, reteniendo sus instrumentos de trabajo, lo explotan, oprimen y rebajan; debe sacudirse su yugo: emancipación económica. Está dominado, finalmente, por una casta llamada dirigente, a la cual su desarrollo intelectual asegura una preponderancia indebida en la dirección de los asuntos; debe eludir su dominación: emancipación intelectual.“Desde este triple punto de vista, la nivelación de las condicionesestablecerá entre los hombres la igualdad,y esta igualdad es la verdadera justicia humana. Una organización política y social fundada sobre esta doble base, la libertad y la igualdad (a las cuales enseguida se unirá lafraternidad): he aquí lo que [los partidarios de le Sillon] llaman Democracia. (…)
“En primer lugar,
 en política, le Sillon no suprime la autoridad; la juzga, por el
contrario, necesaria; pero quiere repartirla, o, mejor dicho, multiplicarla de tal modo que cada ciudadano se convierta en una especie de rey. (…)
“Guardadas las debidas proporciones,
 lo mismo ocurrirá en el orden económico. Sustraída de las manos de una clase particular, la condición de patrono quedará tan multiplicada, que cada obrero vendrá a ser una especie de patrono. ( …)
“He aquí ahora el elemento capital, el elemento moral. ( …) Arrancado de la estrechez de sus intereses privados y elevado a los intereses de su profesión, y más arriba, a los de la nación entera, y más arriba aún, a los de la Humanidad (porque el horizonte de le Sillon no se detiene en las fronteras de la patria, sino que se extiende a todos los hombres hasta los confines del mundo), el corazón humano, dilatado por el amor al bien común, abrazaría a todos los camaradas de la misma profesión, a todos los compatriotas, a todos los hombres. y he aquí la grandeza y la nobleza humana ideal realizada por la célebre trilogía: 
libertad, igualdad, fraternidad. (…)
“Esta es, en resumen, la teoría —el sueño, se podría decir- de le Sillon.”1

San Pío X se inserta, por tanto, en la estela de sus predecesores, quienes, desde Pío VI, condenaron los errores sugeridos por el lema de la Revolución Francesa.

1) ASS XVI [1906] 430-431

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Nota original: Nobleza y élites tradicionales análogas – Prólogo, por los Duques de Maqueda – Visión de conjunto  – Parte I (4) – publicada en este boletín el 23.11.13
http://nobleza.org/nobleza-y-elites-tradicionales-analogas-prologo-por-los-duques-de-maqueda-vision-de-conjunto-4/

Nota actual:  selección temática de la nota original – Visión de Conjunto – Parte II – nota 4 bis

 

Prólogo de Nobleza y élites por los Duques de Maqueda. Principales temas abordados.

El Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, figura ampliamente conocida en los medios católicos y conservadores de todo Occidente. Su actuación: Diputado Federal católico, docente universitario, conferenciante, periodista, escritor: 2500 títulos publicados, entre libros y artículos.

Sus obras “En defensa de la Acción Católica” (’43) y “La libertad de la Iglesia en el Estado Comunista” (’63) alabadas por la SantaSede. En 1981, gran repercusión mundial de su manifiesto El socialismo autogestionario: frente al comunismo, ¿barrera o cabeza de puente?, publicado en 155 diarios de gran circulación.

Repercusión profunda de su ensayo Revolución y Contra-Revolución,traducido a numerosas lenguas. Describe la crisis del mundo moderno detonada por los movimientos plenamente revolucionarios del Humanismo, Renacimiento y Protestantismo, que preparan la Revolución Francesa. Radicalizadas, tales doctrinas y tendencias dan lugar al marxismo y la Revolución Rusa, la propaganda comunista y la súbita aparición de la revolución cultural inaugurada por el movimiento de la Sorbona  y los correlativos fenómenos de rock, hippismo y punk. El Telón de Acero se desmorona: el comunismo parece entrar en decadencia. Sin embargo el autor discierne una astuta metamorfosis por la que -de acuerdo al propio Marx- el comunismo, camuflado en revolución ecológica socialista y autogestionaria procura imponer transformaciones más profundas que la etapa del capitalismo de Estado.

A la luz de Revolución y contra-Revolución, el autor funda un movimiento de inspiración católica, la Sociedad Brasileña de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad, que se extiende por América y Europa, formando entidades afines en Africa, Asia y Oceanía. Se constituye así el mayor conjunto de entidades anticomunistas de inspiración católica del mundo contemporáneo, de intensa actuación.

Dentro de este enorme acervo ha de comprenderse  Nobleza y Elites…, la más reciente obra del autor a ser difundida en los 5 continentes. 

Responde cuestiones fundamentales para el hombre contemporáneo, que duda entre dos modelos de sociedad. Uno, de inspiración católica y tradicional, en que las desigualdades proporcionales y armónicas están en total consonancia con la doctrina católica, abierto a la opción preferencial por los pobres y la existencia de élites auténticas, con vigorosa base religiosa y familiar, sin las cuales la sociedad es como un cuerpo sin cabeza. El otro, basado en la idea de que toda desigualdad es injusta, que conduce la sociedad a la lucha de clases y a la esterilidad -o a la sub-producción.

Al ilustre pensador le parece importante preservar esta gran verdad en los medios católicos, minados por una crisis de autoridad e identidad que llevó al Papa Pablo VI a afirmar que “La Iglesia atraviesa hoy un momento de inquietud. Algunos se ejercitan en la autocrítica, se diría que hasta en la autodemolición”; y que se tiene la sensación de que “por alguna fisura ha penetrado el humo de Satanás en el templo de Dios”.

Dado el carácter esencialmente jerárquico de la Iglesia fundada por N.S.J.C., y la suprema autoridad de los Soberanos Pontifices, el autor pensó con acierto que, para orientar a las multitudes católicas, nada podría compararse en eficacia a un estudio que diera a conocer los principales documentos pontificios sobre esta materia. Se trataba de poner en evidencia que, sin perjuicio de la opción preferencial por los pobres, los católicos fieles deben ejercer también una opción preferencial por los nobles.

Eso le llevó a estudiar a fondo las catorce magníficas alocuciones con que Pío XII habló con paternal afecto y entusiasmante sabiduría sobre qué es en nuestros días la Nobleza y cuáles los deberes que le corresponde cumplir ante un pasado que ha de ser continuado con fidelidad.

También Pío XII demostró que las puertas de la Nobleza deben abrirse a ciertas categorías nuevas, puestas en relieve en el mundo contemporáneo por las transformaciones sociales y económicas, en un régimen de colaboración y ósmosis gradual. (…) extendiendo los predicados de una verdadera élite, ayudándolas a ascender gradualmente desde las carencias intelectuales y morales del “nuevo-riquismo” hacia los altos valores de la tradición. (…) para el bien común de la sociedad, transformándose en élites análogas y hermanas de la Nobleza, y no en rivales y adversarias de ésta

Estas enseñanzas, completadas con las de otros Papas, de Santo Tomás y de otros Doctores de la Iglesia ayudarán a la Nobleza e Hidalguía españolas a conservar celosamente su identidad, y a encontrar la definición precisa de su misión y razón de ser en la sociedad contemporánea.

Acentúan, junto con el autor, que la condición fundamental para que la Nobleza, Hidalguía y élites análogas cumplan sus importantes misiones de modo ejemplar es que perseveren con firmeza en la Fe, en la práctica de los Mandamientos y en la vida de piedad, alimentada por la frecuencia de los Sacramentos, pues sin estos recursos sobrenaturales el apóstol de hoy nada conseguirá hacer, como nada hubieran hecho los apóstoles de antaño. […]

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Era muy “nuevo” cuando vi y –como le habrá pasado al lector en situaciones análogas- me llamó la atención aquel nombre desconocido –que me sonó a centroamericano- de María de la O. Sin sospechar que era una riqueza de nuestro pueblo latinoamericano, grabado en la pupila de la Virgen de Guadalupe, Emperatriz de América.

Y digo latinoamericano –como podría decir hispanoamericano o iberoamericano- con admiración por todo lo que representa la latinidad, forja que amalgamó a tantos pueblos cristianos, latinos y germánicos, y mestizos de sangre europea, indígena y africana. Y, naturalmente, a aquellos de quienes, sin tener sangre latina decían los primeros pobladores: “las Indias, sin indios, no son Indias”. Pues también recibieron su influencia cristiana benéfica,

Mundo latino-americano que encierra imágenes de fértiles extensiones del Lacio, donde pacían aquellos “vitulii” protohistóricos de grandes cuernos de forma musical, que dieron su nombre a Italia.

Grandezas de “Mare Nostrum”, gestos célebres como el cesáreo “alea jacta est” (la suerte está echada), que pasó para siempre al “salón de los espejos” de la leyenda.

Mundo cuya alma es la Roma Eterna de pontífices y emperadores, tan odiada por los adversarios de la Iglesia, externos e implacables, o internos y “auto-demoledores –cf. S.S. Pablo VI-, y no menos implacables.

La que tiene como protectoras las aguas fontanas brotadas milagrosamente del rebote de la cabeza de San Pablo al caer bajo la espada en defensa de la Fe, y la sangre del Príncipe de los Apóstoles, San Pedro, poderosas “simientes de cristianos”.

La que las muy latinas España y Portugal trajeron a América en temerarias embarcaciones que desafiaron la inmensidad y deslumbraron a los nativos con la Santa Cruz de sus velas.

Continente de la esperanza cuyas naciones –parafraseando al Santo Padre Juan Pablo II- ‘nacieron marianas’.

 

El Padre Francisco de Paula Morell, SJ dice que se llama a esta fiesta –de la que proviene el devoto nombre – Nuestra Señora de la O,  por las antífonas(bello término!) que empiezan con esa letra , cantadas en la liturgia tradicional hasta las vísperas de la Navidad.

Ese “Oh!” expresa la admiración de la Virginal Reina ante la proximidad del alumbramiento de su Hijo, por lo que, de acuerdo al mandato de patriarcales Arzobispos de Toledo, se conoce a la festividad como la Expectación del Parto.

…Para recordar los ardientes deseos con que los santos suspiraron por ver nacido y hecho Redentor del mundo al Niño Dios. Ya nuestros primeros padres aliviaron con esta esperanza las penas a las que por su transgresión y desobediencia se vieron sujetados.

El propio Nuestro Señor manifestaba que el patriarca Abraham (desde la sombra acogedora y fresca de sus coposos terebintos) había deseado ver su venida a este mundo, diciéndole a los judíos “Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis, porque muchos reyes y profetas desearon verlo y no lo alcanzaron”.

Jacob, prefigura de los elegidos, decía: “Señor yo esperaré vuestra salud y vuestro Salvador”. Moísés le pedía que enviara al que había de enviar.

Pero el que con mayor fuerza de razones expresaba estos deseos era el profeta Isaías: “Enviad Señor aquel Cordero que ha de señorear todo el mundo. Cielos, enviad vuestro rocío desde lo alto y las nubes lluevan al Justo: ábrase la tierra y brote y produzca al Salvador”.

Y agregaba: “Oh, si rompieses Señor esos cielos y descendieses y acabases de venir”. Oraciones de gran unción y poético encanto.

Si todos estos santos y profetas pedían el Mesías prometido con tanta insistencia, ¡qué haría la que era más santa que todos y tenía más lumbre del cielo para conocer y estimar este soberano beneficio, y más caridad para desear el remedio de todas nuestras pérdidas y calamidades…!

Ella sabía que el que traía en su seno virginal era verdadero hijo suyo y unigénito del Eterno Padre, y que se acercaba el bienaventurado día en que Ella habría de dar al mundo su Redentor, su Salvador, su vida, su gloria y su bienaventuranza.

Cómo se desharía en júbilo su espíritu viendo que ya eran oídas las súplicas de tantos justos, los gemidos de las naciones, y los ruegos y lágrimas, anhelos y arrobamientos de admiración con que Ella había suplicado a Nuestro Señor que no tardase en venir y manifestarse ‘vestido de su carne’ para dar espíritu a los hombres carnales  y hacerlos hijos de Dios!

Deseaba con increíble deseo verle ya nacido para adorarlo como a su Dios, reverenciarlo como su Señor, y abrazarlo y besarlo como a su dulcísimo Hijo.

A grandes deseos da Dios grandes cosas, dice el P. Morell.

Por eso la Santísima Virgen obtuvo con sus deseos tan ardientes que Dios abreviase nuestra redención,

Pidamos a la Medianera de todas las gracias que nuestro corazón también suspire en esta Navidad por ver, ya en esta vida, que es preparación para la futura, las perfecciones de Dios reflejadas en la belleza de las criaturas, en el heroísmo de los cruzados, en la sabiduría de los grandes pensadores y hombres de acción de la Cristiandad, en la distinción, delicadeza y fortaleza de una Isabel la Católica, en la virtud de un padre de familia o de un hijo ejemplar, y así nos preparemos, con la Expectación de hijos de María, a ver a nuestra Madre, “Clarísima Estrella del Cielo” y  “Diadema en la cabeza del Sumo Rey” (Letanías de la Orden de Predicadores).  …“Ut videntes Jesum, semper collaetemur” (Para que al ver a Jesús siempre nos alegremos,  cf. himno “Ave Maris Stella”.

Participando de los deseos de la Reina de los Corazones, nos despedimos deseándole a nuestros apreciados lectores y amigos una muy Feliz y Santa Navidad, y un Año Nuevo pleno de gracias y de cristianas realizaciones.


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Ilustración: Homenaje del Condado de Clermont-en-Beauvais

En la ceremonia de homenaje, ambos aspectos de protección y servicio eran simbólicamente prometidos por el superior al poner sus manos sobre las manos unidas del otro (N.: el vasallo). Se agregaba un acto de lealtad cuando las partes juraban sobre los Evangelios, o sobre reliquias de santos, ser fieles uno al otro. Cristo y Sus Santos eran los testigos que garantizaban su cumplimiento.

De ahí que estos actos trascendieran las meras ventajas materiales, ya que la salvación misma de las almas de los participantes dependían del cumplimiento de sus obligaciones feudales. En esa edad de Fe ambas partes tomaban seriamente el acto de fidelidad, comprendiendo que se establecía un compromiso que debía ser ejecutado con toda honestidad.
Por medio de este acuerdo cada uno daba al otro los derechos y elementos para defenderse mutuamente contra los abusos y los incumplimientos del contrato. La ruptura del vínculo feudal por cualquiera de las partes era considerado una felonía y un acto deshonroso, liberándolas de sus juramentos de lealtad y dándoles el derecho (e inclusive el deber) de resistir.

Ilustración: El homenaje prusiano, por Jan Matejko

Un tal vínculo de confianza mutua es inconcebible sin la virtud de la Fe. Eso explica porqué es tan mal entendido en nuestra época secular. Este vínculo espiritual sólo puede darse en una población imbuída de las virtudes cardinales y de las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad.

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John Horvat II, “Vuelta al Orden: de una economía frenética a la Sociedad Orgánica Cristiana – Adónde estuvimos; cómo llegamos hasta aquí; y adónde tenemos que ir” (York, Pennsylvania. York Press, 2013), p. 195)








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martes, 24 de noviembre de 2015

Mares, nubes, selvas - La inmensidad admirada desde el aire - Rincón de la Conversación


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004 Título solo de Rincón de la Conversación

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Mares. Nubes. Selvas. La inmensidad vista desde el aire (II parte)

Texto y fotos de Ezequiel Mesquita
Nota: para no cortar la sucesión de ideas y analogías presentamos en el boletín anterior el texto completo, con las fotos de la primera parte. Por la misma razón, publicamos nuevamente la descripcion entera del vuelo, con las fotografías restantes, correspondientes a  la segunda parte.
Mapa viaje Ezequiel II
El recorrido que me llevó, con la protección especialísima de Nuestra Señora, a lo largo de 10.000 km. de desiertos, montañas, planicies, selvas, ríos y mares, se inició en Farmington, en el extremo noroeste del estado de Nuevo México, Estados Unidos. La región se llama “Four Corners” porque en ella convergen cuatro estados: Arizona, Colorado, Nuevo México y Utah.
Es todavía el “Lejano Oeste” profundo, tradicional y auténtico. La toponimia mezcla nombres anglosajones con indígenas e hispánicos, con predominio de estos últimos: San Ysidro, Las Ánimas, San Juan, Albuquerque.
Si desea agrandar las imágenes haga click sobre ellas.
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El desierto, en honor de Dios Padre
El paisaje es austero, grandioso y severo. Esas soledades inmensas, inasibles nos remontan, vistas desde el aire, al comienzo de la Creación, cuando Dios separó la tierra de las aguas, y la tierra estaba aún “sin orden y vacía”. Enormes formaciones rocosas de variados colores y texturas nos remontan a tiempos inmemoriales, de Santos Patriarcas, como Abraham y Moisés, de éxodos, de Profetas, y de imperios y civilizaciones desaparecidas bajo las arenas. En ese ambiente ascético y sacral, una gigantesca roca se alza desafiante. Los lugareños la llamaron “Shiprock”, la “roca barco”, porque se recorta como el velamen desplegado de una embarcación en el horizonte. A mí me recuerda al Mont Saint Michel y su abadía, y en estos tiempos de aridez, a la frase de Nuestro Señor a San Pedro: “Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”
La montaña, en honor de Dios Hijo
Continuando el lento ascenso, hasta más de 4000 m. de altura, para poder salvar las nevadas cumbres de las “Rockies” (las célebres montañas rocallosas), el nombre del cordón montañoso que ocupa en esta región me lleva a otra trascendencia: son los “Montes Sangre de Cristo”, llamados así por el color rojizo que toman en el amanecer y el ocaso.
Y lo encuentro un símbolo apropiado para Nuestro Señor Jesucristo: la montaña se yergue mediando entre la pequeñez humana y la inmensidad divina; encarnada en esta tierra, pero elevándose hacia el cielo; de grandeza y belleza inefables, pero también llena de vida y dulzura en las vertientes y arroyos, pinos y praderas de sus quebradas, recordándonos que Él es “el Camino, la Verdad y la Vida”.Diapositiva21

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Bosques y selvas, en honor de Dios Espíritu Santo*

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Luego de cruzar las montañas, y de una sucesión de mesetas áridas que se van volviendo más verdes hasta dar paso a las “great plains”, las grandes llanuras del medio oeste americano, el paisaje de Texas se va tornando cada vez más fértil, regado por ríos que van creciendo en caudal y número a medida que sobrevuelo los estados sureños de Louisiana, Mississippi, Alabama y Florida. A partir de ahora, grandes extensiones de agua y vegetación exuberante me acompañarán el resto del viaje, haciéndome pensar en los dones del Espíritu Santo, y en la oración “Veni, Sancte Spiritus”: “Envía tu Espíritu y todo será creado, y renovarás la faz de la tierra”

El mar, en honor de Nuestra Señora, Reina de todo lo creado

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Dejando atrás el vasto continente americano, que crucé casi de costa a costa (me faltaron California y Arizona), comienzo el cruce del mar, en el tercer día de esta travesía, sobrecogido por la inmensidad del Atlántico y su soledad. Al planificar la ruta y mirar los mapas, daba la impresión de que las islas se sucedían casi sin solución de continuidad; que pasado el primer tramo de algo más de 200 km. desde la costa de Florida a Grand Bahama, siempre habría alguna isla en el horizonte. También imaginaba que el Caribe estaría surcado en todas direcciones por innumerables cruceros, buques de transporte y veleros. No fue así, pasé horas sin tener tierra o barcos a la vista; sin embargo, la aprehensión que sentí en un comienzo ante esta inmensidad, fue superada rápidamente al perderme en la contemplación de los maravillosos y variados tonos de azul y turquesa de las aguas, y la resplandeciente blancura de las nubes. Este sublime paisaje, me llevó a imaginar el mar con sus tonos de azul profundo, y sus aureolas de intenso celeste y turquesa como el manto de Nuestra Señora, y a las islas que jalonan esas vastedades, como las piedras preciosas del mismo. Y así, rezando y admirando, fueron pasando las horas y las millas; las Bahamas, las Islas Vírgenes, las Antillas mayores y menores. Hasta llegar al anochecer del quinto día del viaje a Granada o Grenada, conocida también como la isla de las especias, por la variedad de sus aromáticas, pero que podría ser llamada la isla de Santa Rita, por la abundancia y variedad del arbusto florido que lleva su nombre, con flores blancas, carmín y púrpura, incluso combinadas en una sola planta, cosa que no había visto antes. Y así, tras un día de descanso para esperar que amaine el fuerte viento en contra, me preparé para el último y más largo tramo marítimo, desde Granada a Guyana, pasando al este de Trinidad y Tobago y de la inhóspita costa venezolana, cuyo único vestigio entre la bruma que se alzaba sobre el mar, fue la extensa lengua de agua amarronada que se volcaba al océano señalando la desembocadura del Orinoco, y las frecuentes plataformas petrolíferas que siguen sustentando, cada vez menos y Dios quiera que no por mucho tiempo, al dictatorial régimen socialista bolivariano.

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Y así, protegido por el maternal manto de Nuestra Reina y Madre, toqué tierra en Georgetown, en el extremo noreste del continente sudamericano. ¡Ave Maris Stella! Dei mater alma…

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Selvas y ríos nuevamente

Sobrevolando la infranqueable selva del Roraima, entre Guyana y Brasil, toqué finalmente

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tierra en Boa Vista, primer punto de este inmenso y bendecido país que me llevaría dos días y medio atravesar. De allí a Manaus, a orillas del misterioso y colosal Amazonas, y luego a lo largo del Río Madeira, hasta Humaitá (no confundir con su homónimo paraguayo),

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Y despidiéndome de las interminables selvas que me hacen preguntarme dónde está la tan mentada deforestación irreparable de la selva amazónica tan mentada por los ecologistas, pasé la última noche de mi viaje en Vilhena, para sobrevolar la mañana del día siguiente el Pantanal, un lugar de belleza y grandeza extrañas, ya que siendo una enorme extensión de agua de escasa profundidad, de la que emergen macizos montañosos, parece más un mar interior con sus islas que un cauce eternamente desbordado (el del Río Paraguay).

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Luego de pasar por aisladas fazendas con nombres gratamente familiares como Candelaria, San Sebastián y Nuestra Señora de Fátima, llegué a Corumbá (Brasil), en el límite con Bolivia (Puertos Quijarro y Suárez). Tras franquear los imponentes morros del Mirante do Pantanal, crucé el Río Aquidabán, y ya en territorio paraguayo seguí el curso del Paraguay a lo largo de Fuerte Olimpo, Concepción y San Pedro, hasta aterrizar en Nuestra Señora de la Asunción, madre de ciudades.


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Que Nuestra Señora, la Inmaculada Concepción venerada bajo las advocaciones de Aparecida, Caacupé, Luján, del Valle y del Milagro, nuestra Madre y Reina, nos siga protegiendo como lo hizo con éste, su humilde hijo a lo largo de este extenso y bendecido viaje.

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