jueves, 24 de octubre de 2013

De Alfonso el Batallador, de Aragón a Juan II de Castilla - El entronque de las Casas de Trastámara y de Austria y el "destino imperial" - 4ª nota

                                              Alfonso I el Batallador, de Aragón
                                   Alfonso XI de Castilla, vencedor de los musulmanes en El Salado
                             Batalla de Aljubarrota - En primer plano, el Rey lusitano combatiendo
                                                               El valiente Condestable du Guesclin
                   Gallarda representación del Condestable que auxilió decisivamente a los Trastámara
         Jaime I el Conquistador, de Aragón, tomó Ceuta, "la de los peligros constantes"
                                                  Juan II de Castilla, el de la corte refinada y blanda
                                                     "como la de cualquier reyezuelo moro"






         El Aragón medieval, forjado por el ímpetu y los mandobles de Alfonso el Batallador, se había separado tempranamente de Navarra, formando con el Condado de Cataluña un solo reino. Su ubicación lo envuelve en grandes cuestiones europeas que no afectan directamente a Castilla, participando en la cruzada contra los albigenses, negadores de la familia, la autoridad y la vida. El Rey Pedro II de Aragón los apoyó y fue muerto por los cruzados en la batalla de Muret. Su hijo, Jaime I, tomó severas medidas en su contra.
         Contemporáneo de San Fernando, don Jaime I el Conquistador se consagra a limpiar de moros la costa del Mediterráneo, complementando su obra.
Para afirmarse encara la conquista de las Baleares, bajo dominio almohade. Arma la primera flota aragonesa, y al frente de un poderoso ejército cae sobre Mallorca, Isla Dorada que es la primera conquista, seguida de Menorca e Ibiza. Importantísima es la conquista de Valencia, impregnada de la leyenda y heroísmo del Cid, que dos siglos antes la había tomado, perdiéndose después de su muerte.
         Guerrero medieval, organiza don Jaime una cruzada a Oriente, pero las tempestades la conducen al fracaso. No se desanima y emprende la toma de Ceuta, “la de los peligros constantes”, objetivo capital situado al norte de Marruecos. A su muerte deja engrandecida España, consolidada la unión con Cataluña y trazadas las políticas mediterránea y africana.
         A San Fernando lo sucede en el trono castellano su hijo Alfonso X el Sabio. Culto y soñador, aporta las Cantigas de Santa María y las Siete Partidas legendarias. Pero la Reconquista no avanza. Muere solitario en Sevilla (1284), sin lograr el Imperio romano, que anhelaba, derrotado por los moros y los “benimerines”, y enfrentado a su hijo, Sancho el Bravo.
         Faltaba un impulso final para terminar la Reconquista, que se detiene más de un siglo. Castilla es desgarrada por querellas intestinas. Una brillante excepción en esta pausa es la batalla del Salado.  Alfonso XI de Castilla ha juntado fuerzas con Aragón y Portugal para enfrentar a los de Granada, aliados a los “benimerines”. 200.000 moros caen en batalla. Es el fin de las invasiones africanas. Pero Granada y otras ciudades quedan aún por conquistar.
         En Aragón, Pedro III continúa la obra de don Jaime el Conquistador. Afianza la presencia cristiana en Túnez y, en el Mediterráneo, su poderosa escuadra obtiene la vital conquista de Sicilia. Más tarde seguirá Cerdeña, tomada por un sucesor, Jaime II.
         El afán conquistador lleva a Aragón a intervenir en Bizancio -acosada por los turcos. Sus victorias despiertan celos e incomprensiones y la relación bizantina concluye violentamente, en muertes y venganzas.
         Bajo Pedro IV, el Mediterráneo ya es un mar aragonés, en que, según los poetas, ni los peces asomaban sin llevar su escudo. En Africa, Ceuta y Túnez yacen bajo su planta[1].
Pero contradictoriamente el espíritu español se encontraba en decadencia como para concluir la Reconquista. La rebeldía y los vicios iban en aumento.
Hijo legítimo y sucesor de Alfonso XI -el vencedor del Salado-, gobernaba Castilla don Pedro I, apodado expresivamente “el cruel”. Peleaba con los nobles y con su medio hermano bastardo, don Enrique, Conde de Trastámara, -hijo de la gran señora, Da. Leonor de Guzmán-, quien quería quitarle el trono. Aficionado “a las cosas de moros y judíos”[2], don Pedro I llevaba vida licenciosa y guerreaba con reinos cristianos en lugar de continuar la cruzada.
Su hermano Trastámara llamó en su auxilio las Compañías Blancas de Francia, “tropas de aventureros de todos los países que eran famosas por su valentía desorganizada y loca. Con estos auxiliares Don Enrique logró vencer a su hermano en Montiel, y después de vencido, tuvo una disputa personal con él y lo asesinó con su propia mano” (1369)[3].
Es el comienzo, poco auspicioso, de la Casa de Trastámara, que un siglo después llevará a España a una situación inédita de grandeza bajo los Reyes Católicos, sus más ilustres y postreros monarcas.
Sobre el oscuro episodio –del que existen distintas versiones- agrega Frantz Funck-Brentano que “los españoles le reprochaban a Pedro el Cruel su alianza con los príncipes sarracenos y haber desposado una judía. Como estaba sostenido por los ingleses, los franceses se pronunciaron a favor de su rival. Du Guesclin llevó las bandas indisciplinadas al otro lado de los Pirineos…
         “En la batalla de Montiel (14 de marzo de 1369) las tropas de Pedro el Cruel fueron aplastadas por Du Guesclin… Pedro el Cruel fue hecho prisionero. Habiéndose desatado una pelea entre él y su hermano Enrique, éste lo mató con su daga. Enrique, Rey de Castilla, le dio a Du Guesclin su condado de Trastámara erigido en ducado. Du Guesclin volvió a Paris, donde recibió una acogida triunfal (1370)”[4].
El nuevo Rey, Enrique IIprimer soberano de la rama de Trastámara en Castilla-, sostuvo luchas con Aragón, Navarra y Portugal. 
Lo sucede  Juan I (bisabuelo de Isabel y de Fernando). Intenta imponer la unificación con Portugal, pero es derrotado en Aljubarrota, que asegura la independencia lusitana por dos siglos (1385).
Hereda el trono castellano Enrique III, el mejor rey del período, considera Pemán. Enfermo –lo llamaban “el Doliente”- fue un monarca de voluntad enérgica que supo mantener el poder real ante las excesivas pretensiones de un sector de la Nobleza, beneficiario de mercedes que debilitaron la Corona.
Con el advenimiento de don Juan II, la Corte “fue refinada y blanda como la de cualquier reyezuelo moro”, comenta el mismo autor[5]. Las guerras contra el Islam son sustituidas por justas y torneos, la política y las costumbres decaen, y aumentan la intriga y la mentira. El desgobierno abre paso al favorito, don Alvaro de Luna, que termina trágicamente ajusticiado para terrible remordimiento del Rey.

Continúa próximamente




[1] Pemán, o.c., p. 136-7.
[2] Pemán, o.c., p. 139.
[3] Íd., ibid.
[4] „Le Moyen Age“, ed. Hachette, pp.448-9.
[5] O.c., p. 141.

No hay comentarios:

Publicar un comentario