Alfonso XI de Castilla, vencedor de los musulmanes en El Salado
Batalla de Aljubarrota - En primer plano, el Rey lusitano combatiendo
El valiente Condestable du Guesclin
Gallarda representación del Condestable que auxilió decisivamente a los Trastámara
Jaime I el Conquistador, de Aragón, tomó Ceuta, "la de los peligros constantes"
Juan II de Castilla, el de la corte refinada y blanda
"como la de cualquier reyezuelo moro"
El Aragón medieval, forjado por el
ímpetu y los mandobles de Alfonso el
Batallador, se había separado tempranamente de Navarra, formando con el
Condado de Cataluña un solo reino. Su ubicación lo envuelve en grandes
cuestiones europeas que no afectan directamente a Castilla, participando en la
cruzada contra los albigenses, negadores de la familia, la autoridad y la vida.
El Rey Pedro II de Aragón los apoyó y fue muerto por los cruzados en la batalla
de Muret. Su hijo, Jaime I, tomó severas medidas en su contra.
Contemporáneo de San Fernando, don Jaime I el Conquistador se consagra
a limpiar de moros la costa del Mediterráneo, complementando su obra.
Para afirmarse encara la conquista de las Baleares, bajo
dominio almohade. Arma la primera flota aragonesa, y al frente de un poderoso
ejército cae sobre Mallorca, Isla Dorada
que es la primera conquista, seguida de Menorca e Ibiza. Importantísima es la
conquista de Valencia, impregnada de la leyenda y heroísmo del Cid, que dos
siglos antes la había tomado, perdiéndose después de su muerte.
Guerrero medieval, organiza don Jaime
una cruzada a Oriente, pero las tempestades la conducen al fracaso. No se
desanima y emprende la toma de Ceuta, “la de los peligros constantes”, objetivo
capital situado al norte de Marruecos. A su muerte deja engrandecida España,
consolidada la unión con Cataluña y trazadas las políticas mediterránea y
africana.
A San Fernando lo sucede en el trono
castellano su hijo Alfonso X el Sabio.
Culto y soñador, aporta las Cantigas de Santa María y las Siete Partidas
legendarias. Pero la
Reconquista no avanza. Muere solitario en Sevilla (1284), sin
lograr el Imperio romano, que anhelaba, derrotado por los moros y los
“benimerines”, y enfrentado a su hijo, Sancho el Bravo.
Faltaba un impulso final para terminar la Reconquista, que se
detiene más de un siglo. Castilla es desgarrada por querellas intestinas. Una
brillante excepción en esta pausa es la batalla
del Salado. Alfonso XI de Castilla ha juntado fuerzas con Aragón y Portugal
para enfrentar a los de Granada, aliados a los “benimerines”. 200.000 moros
caen en batalla. Es el fin de las invasiones africanas. Pero Granada y otras
ciudades quedan aún por conquistar.
En Aragón, Pedro III continúa la obra de don Jaime el Conquistador. Afianza la
presencia cristiana en Túnez y, en el Mediterráneo, su poderosa escuadra
obtiene la vital conquista de Sicilia. Más tarde seguirá Cerdeña, tomada por un
sucesor, Jaime II.
El afán conquistador lleva a Aragón a
intervenir en Bizancio -acosada por los turcos. Sus victorias despiertan celos
e incomprensiones y la relación bizantina concluye violentamente, en muertes y
venganzas.
Bajo Pedro IV, el Mediterráneo ya es un mar aragonés, en que, según los
poetas, ni los peces asomaban sin llevar su escudo. En Africa, Ceuta y Túnez
yacen bajo su planta[1].
Pero contradictoriamente el espíritu español se encontraba en
decadencia como para concluir la Reconquista. La rebeldía y los vicios iban en
aumento.
Hijo legítimo y sucesor de Alfonso XI -el vencedor del
Salado-, gobernaba Castilla don Pedro I,
apodado expresivamente “el cruel”. Peleaba con los nobles y con su medio
hermano bastardo, don Enrique, Conde de
Trastámara, -hijo de la gran señora, Da. Leonor de Guzmán-, quien quería
quitarle el trono. Aficionado “a las cosas de moros y judíos”[2],
don Pedro I llevaba vida licenciosa y guerreaba con reinos cristianos en lugar
de continuar la cruzada.
Su hermano Trastámara llamó en su auxilio las Compañías Blancas de Francia, “tropas de
aventureros de todos los países que eran famosas por su valentía desorganizada
y loca. Con estos auxiliares Don Enrique logró vencer a su hermano en Montiel,
y después de vencido, tuvo una disputa personal con él y lo asesinó con su
propia mano” (1369)[3].
Es el comienzo, poco auspicioso, de la Casa de Trastámara, que un siglo después
llevará a España a una situación inédita de grandeza bajo los Reyes Católicos,
sus más ilustres y postreros monarcas.
Sobre el oscuro episodio –del que existen distintas
versiones- agrega Frantz Funck-Brentano que “los españoles le reprochaban a
Pedro el Cruel su alianza con los príncipes sarracenos y haber desposado una
judía. Como estaba sostenido por los ingleses, los franceses se pronunciaron a
favor de su rival. Du Guesclin llevó las bandas indisciplinadas al otro lado de
los Pirineos…
“En la batalla
de Montiel (14 de marzo de 1369) las tropas de Pedro el Cruel fueron aplastadas
por Du Guesclin… Pedro el Cruel fue hecho prisionero. Habiéndose desatado una
pelea entre él y su hermano Enrique, éste lo mató con su daga. Enrique, Rey de
Castilla, le dio a Du Guesclin su condado de Trastámara erigido en ducado. Du
Guesclin volvió a Paris, donde recibió una acogida triunfal (1370)”[4].
El nuevo Rey, Enrique
II –primer soberano de la rama de
Trastámara en Castilla-, sostuvo luchas con Aragón, Navarra y
Portugal.
Lo sucede Juan I (bisabuelo de Isabel y de
Fernando). Intenta imponer la unificación con Portugal, pero es derrotado en Aljubarrota, que asegura la
independencia lusitana por dos siglos (1385).
Hereda el trono castellano Enrique III, el mejor rey del período, considera Pemán. Enfermo –lo
llamaban “el Doliente”- fue un monarca de voluntad enérgica que supo mantener
el poder real ante las excesivas pretensiones de un sector de la Nobleza, beneficiario de
mercedes que debilitaron la
Corona.
Con el advenimiento de don
Juan II, la Corte
“fue refinada y blanda como la de cualquier reyezuelo moro”, comenta el mismo
autor[5].
Las guerras contra el Islam son sustituidas por justas y torneos, la política y
las costumbres decaen, y aumentan la intriga y la mentira. El desgobierno abre
paso al favorito, don Alvaro de Luna, que termina trágicamente ajusticiado para
terrible remordimiento del Rey.
Continúa próximamente
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