Una sociedad inclusiva y jerárquica, católica y fraternal, familiar y pujante:
LA SOCIEDAD ORGANICA
Elena B. Brizuela y Doria de Mesquita E.
El análisis de este tema puede ser tomado desde diferentes aspectos y dar lugar a opiniones variadas.
Las realidades basadas en hechos de la historia, y en las verdades de la fe, podrán ser conversadas, discutidas, interpretadas, pero lo hecho, hecho está y hay que construir para adelante. El tema no es fácil, pero es importante tocarlo porque se han silenciado muchas cosas y se ha distorsionado otro tanto. Por eso vamos a hablar desde estos dos puntos de vista: la historia y la Fe católica, que se entrelazan, y vamos a ir viendo hechos pasados como ejemplos de que se puedase vivir orgánicamente, construyendo el futuro desde ese punto, basándonos en el pensamiento del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira y aportando algunos ejemplos históricos adicionales.
*SOCIEDAD: es un grupo de personas o pueblos con la identidad propia que da la tradición, las creencias, el afecto, las costumbres comunes de las familias que la forman.
*ORGANICA: es porque todos los que componen el grupo cumplen el rol que es necesario para que
se desarrolle y viva, armónicamente, esa sociedad. Tomemos como ejemplo el cuerpo humano, que está compuesto por muchas partes para sustentar las diferentes necesidades del cuerpo: ojos, oídos, boca, piel, cabeza, brazos, manos, pies, corazón, sangre, venas y arterias, etc. Todas y cada una se desenvuelven en su propia función, orgánicamente, complementándose mutuamente.
Así también en una sociedad, las personas forman parte de una familia que les dio la vida y las formó. Una familia, más otra familia, más otra, en conjunto cumplen los roles que permiten cubrir las necesidades del grupo social del pueblo, de la ciudad, de la provincia, de la nación.
Esto debe darse naturalmente, según las inclinaciones, las habilidades, las capacidades de las personas o grupos, y por otro lado las tareas, oficios, profesiones, cuyos roles hace falta cubrir, tanto en el aspecto material y técnico, como espiritual.
Aquí es fundamental tener en cuenta que hay algo que mueve todo, para que esto se dé así. ¿Qué es ese algo?
Sabemos que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. Dios nos hizo a Su imagen. Es nuestra tarea desarrollarnos a semejanza de Dios.
Para eso nos dio ese algo, que es LA GRACIA DE DIOS, que se difunde por un canal natural y
maternal: la Virgen Madre de Jesucristo y Madre nuestra.
Para que todo salga bien en una sociedad y sea verdaderamente orgánica, es necesario: creer, pedir, confiar, ser fiel a la Gracia y ser virtuoso. Entonces la sociedad puede crecer en el bien. El bien tiende a difundirse por intercesión de la Reina de los corazones, y está presente Jesucristo cumpliendo Su promesa: “Cuando dos o más se reúnen en Mi nombre Yo estoy en medio de ellos”.
San Agustín enseña que una sociedad bien constituida sólo es posible cuando cada uno ocupa el lugar que debe ocupar, para su propio bien y el bien del conjunto; no hay organicidad posible sin la Gracia de Dios, que es la que nos mueve y nos fortalece, nos induce y nos hace ver el camino.
¿Cuál es el órgano en el que todo esto se desarrolla y tiene vida propia?
LA FAMILIA. En la familia el padre ejerce la autoridad. Presta un alto servicio a sus hijos; no debe ser dominador, pero no hay igualitarismo. Ellos lo respetan, lo obedecen, lo reverencian. El padre debe reconocer los derechos auténticos de la mujer. Los padres deben ser APOSTOLES de los hijos para que haya un verdadero espíritu familiar. Es esencial mantener el afecto, es el lazo de unión en la familia. Y es lo que hace posible el difícil deber de amar al prójimo –segunda parte del primer Mandamiento.
Esto es la base de las instituciones y de los grupos intermedios: colegios, universidades, hospitales, clubes, corporaciones, asociaciones de cualquier tipo.
La familia ampara la vida. Es la atmósfera ideal: engendra, cuida, acompaña, forma, complementa, desde la cuna hasta la vejez honrosa de la persona. Por espíritu cristiano cobija a sus miembros y atiende sus necesidades graves.
La familia tiene que ser también una escuela de entretenimiento; los niños crecen con sus hermanos y primos, o vecinos y amigos, jugando, andando a caballo, paseando, inventando cosas, escuchando cuentos, aprendiendo de los padres o hermanos mayores los quehaceres propios de su oficio o los de la casa.
En la convivencia aprenden las tradiciones familiares y las valoran. Por ejemplo de abuelos abogados, también suelen ser los hijos, los nietos y demás, de abuelas costureras aprenden las hijas y las nietas, igualmente en otras profesiones, oficios u ocupaciones; la devoción a un santo cuya imagen veneran y pasa de una generación a otra, anécdotas de antepasados, el escudo o documentos familiares si los hubiera, las joyas de las abuelas, la finca, el campo o la huerta, la casa patriarcal, y cuántas cosas más. Todo se adecua al nivel y al ambiente de las familias.
Hay restos vivos de Civilización Cristiana que conservan la organicidad, en los pueblos y las ciudades chicas, tal vez más que en las grandes ciudades.
En las historias de las familias se refleja la historia de la nación. El conjunto de familias constituyen la patria, que es la tierra de los padres. La sociedad orgánica debe tener ante todo amor a Dios y al prójimo (primer mandamiento); carácter familiar, protección de los desvalidos, un lugar propio para cada uno, jerarquía armónica, originalidad, tradiciones vivas.
En una sociedad católica la familia de cualquier condición debe tratar de, en primer lugar, santificarse, y luego avanzar, ascender. Los padres quieren que sus hijos mejoren en todo, sin invadir el campo de otros. La tradición católica da impulso a esa fuerza de virtud fundamental para mantener el país. Para que haya ascenso general, se debe beber en la familia el amor a lo bueno, a lo excelente, a lo sublime, impulsando toda la vida hacia lo alto.
La Cristiandad produjo el tipo humano que tiene como deber de estado ser impulsor de la virtud y de un estilo de vida elevado en todo: su manera de hablar, de tratar con los demás, de organizar instituciones civiles y gubernamentales, de servir al bien común: eso es la aristocracia católica. Hay muchos ejemplos en la historia, en especial en la Edad Media; vamos a dar uno: en Hungría la realeza nació con San Esteban y su hijo San Américo, como fruto del apostolado de San Enrique, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y de su mujer, Santa Cunegunda.
Gobernar desde este ángulo, mucho más que mandar y dictar leyes, consiste en favorecer la organicidad y dirigir las sanas aspiraciones de la sociedad. Todo pueblo que sea verdaderamente orgánico debe tener una buena cabeza, con arraigo, y brazos fuertes en sus componentes, que nunca deben debilitarse para que el país siga siendo fuerte. Todos han de tener conciencia de ese valor. No hay lugar en la sociedad orgánica para las aberraciones ni los avasallamientos.
En la Sagrada Familia encontramos que San José, carpintero de profesión, era Príncipe de la Casa de David y heredero legítimo del trono de Israel, usurpado por Herodes. La Virgen María también era noble; en la liturgia tradicional se canta: “María se nos manifiesta refulgente, nacida de sangre real” (León XIII, 1903, Ap. Nobleza y Elites… I, p. 288). La nobleza católica no desvirtuada ni desviada en sus costumbres y deberes, es parte de la sociedad orgánica. Las élites tradicionales ocupan ese lugar donde no hay Nobleza.
El Cardenal español Herrera Oria enseña que una sociedad no puede llamarse perfecta si no existe la aristocracia, porque es la llamada a funciones de gobierno y defensa, es la protectora natural del pueblo, y en caso de que hubiera monarquía, también es la fiel auxiliar del Rey. Según Santo Tomás (coincidiendo con Aristóteles) el mejor gobierno es la monarquía atemperada por algo de aristocracia y algo de democracia, para poner freno al absolutismo.
En una sociedad ordenada cada estamento, desde el más bajo al más alto no chocan ni envidian; se ufanan de ser lo que son y tratan de serlo con excelencia.
Ocupar el primer lugar en la sociedad es inseparable de grandes riesgos e innumerables obligaciones. Un ejemplo: los vecinos feudatarios del Tucumán debían estar permanentemente atentos y prevenidos para defender las ciudades de los ataques inesperados de tribus levantiscas. Podían estar comiendo o durmiendo, cosechando, celebrando la Navidad o en el casamiento de una hija; debían dejar todo y empuñar las armas para la defensa, sin saber si volverían. La condición de noble o de aristócrata se logra adquiriendo un espíritu en pro del bien común, y una tradición que requiere varias generaciones.
El pueblo llano, la burguesía, no tenía esas obligaciones. Atendían sus comercios, sus fincas, sus oficios, sin las preocupaciones de aquellos; contribuían al engrandecimiento de la nación sin riesgos.
Los pobres, en una sociedad cristiana estaban protegidos.
En la sociedad orgánica siempre está presente la Cruz. Se puede vivir en una tapera u ocupar una cartera ministerial, pero nada ennoblece tanto el alma como la Fe Católica, especialmente a los llamados al sacrificio, al heroísmo, a la excelencia. No hay sociedad orgánica sin Cruz; ante todo está la obligación de llevar la Cruz, como la llevó Nuestro Señor Jesucristo, cumpliendo Su misión redentora, hasta dar la última gota de su sangre.
Querer disfrutar de la organicidad, con egoísmos despegados del Plan de Dios y de las grandes cuestiones, es ser deshonesto e infiel. Personajes así son los que colaboraron para destruir la Civilización Cristiana, que golpearon a la Iglesia y quebraron la organicidad.
El pueblo no se limitaba a obedecer, intervenía en la formación de las leyes, por las costumbres, en las corporaciones de oficios, en las ferias; ejercía el derecho a intervenir en cargos concejiles, a gobernar las ciudades libres y a representarlas como procuradores en las cortes.
El principio general era favorecer la dirección de la sociedad por los más capaces.
La armonía de las clases fue rota por el absolutismo, el liberalismo y el estatismo. Los líderes políticos inauténticos, rodeados de obsecuentes que apoyan más en lo malo que en lo bueno, es el proceso que termina en gobiernos de incapaces gobernando a los capaces.
Lo orgánico es opuesto al autoritarismo. Debe haber equilibrio y templanza. La cabeza máxima del gobierno respeta las autonomías ejerciendo un poder limitado. En aquella organización feudal de la Edad Media –hoy tan distorsionada su historia por las ideologías liberales y de izquierda- el Rey no debía dominar los poderes inferiores, del mismo modo los señores que estaban por debajo del monarca, ejercían autoridad sobre otros señores, grupos intermedios y pueblo. Pero era una autoridad respetuosa, de Señor a súbditos calificados.
Es preciso que se dé así, con gran libertad para que puedan nacer y florecer talentos de arriba y de abajo en la sociedad. Esto tiene encanto y lleva a que lo bueno sea libre todo lo posible. Ese respeto se debe aplicar en todos los ámbitos: personal, social, institucional. Esto surge del principio católico de subsidiariedad. Cada grupo humano debe hacer todo lo que sea capaz, sin ser invadido por grupos superiores, so pretexto de hacerlo mejor. De este modo hay felicidad y progreso, las personas y las regiones brillan como piedras preciosas de diferentes tamaños, colores y formas.
La subsidiariedad es una de las condiciones de la autonomía, válido para las instituciones, familias y personas. En una sociedad orgánica se debe educar para la autonomía, no para la dependencia del estado, ni de lo que se les dé a cambio del voto. Es la forma en que un país sea una asociación de regiones, con respeto y amor por las características propias, sus méritos, sus originalidades, porque sus diferencias son enriquecedoras para el país, tanto en cultura, costumbres, tradiciones, como en la economía.
Los pueblos o ciudades nacieron siempre por algo especial: un cruce de caminos, un lago o río navegable o con rica pesca, por ser apta para una producción determinada. En fin, así nació la primera ciudad argentina, Barco, en 1550, con mucho sacrificio y grandes sufrimientos, con tres traslados, quedando al fin con el nombre de Santiago del Estero; allí nacieron los primeros argentinos. Luego surgieron otras, siempre tomadas de la mano de la Fe católica: Todos los Santos de la Nueva Rioja, San Salvador de Jujuy, San Miguel de Tucumán y Nueva Tierra de Promisión, San Fernando del Valle de Catamarca, San Juan de la Frontera, San Luis de la Punta de los Venados, Santa Fe de la Vera Cruz, Nuestra Señora de Talavera de Esteco, Ciudad de la Santísima Trinidad de los Buenos Aires, que tomó la segunda parte de su nombre, y es el que prevaleció, porque Nuestra Señora de Bonaria (Buen Aire), patrona de los navegantes, con tradición nacida en Italia, pasó a España, de allí a América y le dio el nombre a la capital argentina.
También esto va de la mano con los tiempos en que los gobernantes eran cristianos muy virtuosos. San Luis Rey de Francia, San Fernando de Castilla, San Enrique de Alemania, San Eduardo el Confesor, de Inglaterra. Si bien había malvados y enemigos de la Iglesia, era inmensa la cantidad de personas y familias para los que el cumplimiento de los Mandamientos de la Ley de Dios era condición esencial de la existencia humana, era el perfume de la sociedad católica, de una sociedad orgánica. Algo imposible si el hombre no está ordenado.
Hubo una Civilización Cristiana que se forjó bajo la matriz de miles de santos y católicos coherentes. Por ejemplo en el Diccionario de Biografías de la Universidad de la Sorbona se enseña que San Luis IX es el creador de Francia y “uno de los hombres que más contribuyeron a la grandeza y renombre de su país”. El gran Carlomagno, una figura exponencial, el legendario “Emperador de la barba florida”, guerrero férreo que encabezó cincuenta y tres expediciones militares en defensa del Papa y del Imperio. Carlomagno se hacía pequeño, se sentía una criatura ante el Sagrado Corazón de Majestad infinita, Rey y centro de todos los corazones.
Nuestro Señor Jesucristo era, en la sociedad en que reinaba la Civilización Cristiana, el arquetipo de hombre que inspiraba bondad paternal con los subordinados y desvalidos, inspiraba aspiración a lo perfecto. Era el Hijo de una Madre que es la “Obra Maestra de la creación” en belleza, vigilancia y todas las virtudes. Ellos fueron el modelo inspirador de las magníficas catedrales, de los vitrales coloridos, rosáceas multicolores engarzadas en las piedras que hasta los reyes traían con sus manos para su construcción. Esta belleza hizo que Clodoveo –el primer rey católico de los francos (Alemania y Francia), cuando entró por primera vez en una de esas catedrales preguntara a San Remigio: Padre, ¿ya estamos en el paraíso?
Nuestro Señor Jesucristo no era un extraño reducido al ámbito de las iglesias, mientras la agitación de la economía, la técnica, el deporte, el espectáculo, las novelas, los teléfonos, bullen en las calles y en casi todos los ambientes. El es el camino, la verdad y la vida. Que vino para que tengamos la vida en abundancia y así era considerado.
Se construían en las ciudades grandes murallas que defendían a todas las familias de los ataques de los sarracenos, los bandidos o los vikingos.
En esos pueblos había también males y malvados como en todas las épocas. Con la diferencia de que los virtuosos prevalecían en la sociedad, y los malos eran combatidos. Esto es una realidad histórica. No se repetirá maquinalmente, pero hay elementos válidos para todas las épocas, que como dijo el Papa León XIII: “ningún artificio de los adversarios logrará corromper u oscurecer”. Hay testimonios que no se pueden borrar: arte gótico, casas populares espaciosas y señoriales, municipios que son de ensueño, castillos inexpugnables, abadías y catedrales que se elevan a lo alto. En otro aspecto tenemos: desde las “Florecillas” de San Francisco de Asís, los Espejos de sabiduría de las Sumas de Santo Tomás a las seráficas reflexiones de San Buenaventura. El “Camino de Santiago”, los “Rolands” germanos, el Mont Saint Michel, Notre Dame de París, reflejando la idea perenne de Cristiandad. Con todo ello, conforme al Magisterio Pontificio, la filosofía del Evangelio gobernaba los estados. No es quimera. Es promesa y alivio. Es el ideal de la sociedad orgánica.
Conocer que la doctrina católica propone este modelo de sociedad nos dice que es posible vivirla en la normalidad.
El desorden, el caos, la brutalidad, el crimen, lo grotesco y deforme, el lenguaje torpe, la inmoralidad, el igualitarismo, van ganando en nuestros días fueros de ciudadanía. Conocer la sociedad orgánica propone otra cosa, otro modelo. Cuando tuvo vigencia, dice León XIII que “dio frutos superiores a toda esperanza”.
Entonces, ¿queremos esos frutos para nuestro país, para nuestros hijos?:
¡Luchemos por la Civilización Cristiana, para que vivamos en una verdadera Sociedad Orgánica!
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Actualizada a mayo de 2019
Presentada por primera vez en
VII JORNADA DE CULTURA HISPANOAMERICANA POR LA CIVILIZACION CRISTIANA – Salta, 26 y 27 de agosto de 2008 – Cabildo histórico
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