viernes, 25 de noviembre de 2016

Las Dos Rosas, el Azul de Chartres y los buscadores de Pulchrum - Rincón de la Conversación


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AZUL DE CHARTRES, LAS DOS ROSAS Y LOS BUSCADORES DE PULCHRUM – SOCIEDAD ORGANICA, FIBRA Y MASIFICACION

Las conversaciones junto al fuego estimulan la imaginación –que, rectamente usada, es un inmenso reservorio de ingenio e inocencia.  Me tocó estar en Cayara, Potosí, con la estufa prendida en febrero, donde se veía a cholas y chunchos ejecutando vistosas danzas de altura a la vera del camino.

El juego de llamas y brasas sugiere inciertos y cambiantes cuadros, muy personales: piratas cuyos ojos y bigotes se mueven al soplo que aviva las brasas, dragones incandescentes de furor que abren las fauces soltando fuego y humo, ciudades perdidas o inaccesibles cuevas de Altamira de bisontes colosales que fascinaban a los artistas cazadores de la época del renogaucho-carretero-de-rugendas-reducido

Esta magia también está presente en la inmensidad del campo, como se ve en el gaucho carretero de Rugendas con su sombrero en forma de cerro ranquelino y su barba patriarcal, poblada de anécdotas, aventuras y versos que entretienen en las veladas de largas travesías. A cielo abierto, estos gauchos tal vez evocan la idea del más allá de los antiguos diaguitas, para quienes las estrellas eran almas de guerreros que brillaban con fulgor acorde a su bravura.

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En contacto con misioneros de la talla del Padre Barzana fueron comprendiendo aquellos naturales que existen  guerreros del espíritu buscadores de pulchrum (Belleza),  hoy silenciados en el ambiente banal y positivista de la sección cultural de tantos medios masificantes de comunicación.

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Quien desee ahondar en este filón poco explotado encontrará en La Estética de la Edad Media, del catedrático de Lovaina Edgar De Bruyne,  una cantera de piedras preciosas, rica en altos horizontes necesarios -o mejor imprescindibles- en todos los tiempos.

Bien al comienzo enumera el autor las fuentes en las que los pensadores medievales descubrieron sus definiciones estéticas. El  primer lugar corresponde a las propias Sagradas Escrituras.

El concepto de belleza corporal –clave para contrarrestar los efectos del arte y la arquitectura deformantes y omnipresentes- les era sugerido por el Cantar de los Cantares y otros textos donde se encuentran el color y la forma, la luz y la apariencia exterior, la belleza interior y la gracia del cuerpo. Cualidades que impregnan las sublimes escenas de la Transfiguración del Señor sobre el Monte Tabor y la irradiación luminosa de Moisés bajando del Sinaí.

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Escenas preciosas para una buena formación, que mueven a desear el cielo, que así pinta el Apóstol: ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre comprendió lo que Dios tiene preparado para los que lo aman.

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Ver y oír: vemos el rol que juegan los sentidos…  El Dios Creador, el Dios de los vivos, no nos espera en un Cielo abstracto, fantasmal, como insinúa el ambiente de ciertas iglesias que parecen fábricas cuando no naves espaciales…

Otra cuestión debruynesca: ¿Cómo es la casa de Dios? ¿Alguien la puede describir?

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David –que a los 15 años tocaba el arpa y cantaba con la misma perfección con que aniquilaba a  Goliat de una sola pedrada-, le canta a la belleza del palacio de Dios: Señor, amo la belleza de tu casa! Los exégetas se preguntaban si esto debía entenderse en sentido propio o alegórico. Unos  -los más interesantes a mi juicio- se pronunciaban por lo real y concreto apoyándose en la riqueza y belleza de las catedrales góticas que  hasta hoy asombran al mundo.

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Sigamos. Después de la creación, Dios dejó planear la mirada sobre su obra artística; y vio que todo era bello, perfectamente bello. Pues perfectos son los cielos y la tierra y todo su ornato.

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Ideas lógicas que inspiraron a la  escuela de Chartres a consagrar obras enteras a su desarrollo. Que se tradujeron en vitrales de un azul inigualable que vemos en esta página.


En el horizonte de las relaciones entre el alma y lo sensible estudiaron el papel de los placeres, que el materialismo hedonista de la Revolución, insanablemente ciego,  mancha y deforma por completo.

En este campo Santo Tomás, el Doctor Angélico, recogiendo enseñanzas de Aristóteles y Cicerón,  afirmará la supremacía de las delectaciones de la vista sobre las de los otros sentidos -más biológicos y prácticos.  No obstante a su lado los victorinos  “atribuyen un valor estético a todos los sentidos sin discriminación” (ibid.).

Me pregunto  si será posible degustar desinteresadamente, por puro amor a lo creado por Dios,  y sentir un recto placer corporal, que nos eleve y una al Creador, delicias y excelencias como un caviar, un champagne de pálido y dorado torrontés, admirando en el cristal sus “columnas” luminosas y el torrente de burbujas que nadan afanosas a la superficie… O un fortalecedor y espirituoso bife a la pimienta,  de buena carne de las pampas, o unas crêpes Suzette, ambos con la ceremonia ardiente del flambeado…, o una victoriosa mousse de chocolate, potente como un desfile militar?  Sentir la frescura y admirar el borgoña aterciopelado de la cereza, y su turgencia al morderla, superiormente equilibrada,  combinada con nívea crema Chantilly…, o soñar con tortas de la Selva Negra, y senderos escondidos como los de Hänsel y Gretel?

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Puede parecer que hablamos de fina gastronomía, pero lo esencial es ir más alto glorificando a Dios en los valores presentes en el pulchrum de las comidas. Recurriendo a la intercesión de su Madre virginal, que la Iglesia invoca con bellas imágenes: “Más dulce que la miel”, “Aurora rutilante”, “Gema refulgente”, “Zarza ardiente”, “Ciudad de Dios” (Letanías Peruanas).

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¿No se nos abre así todo un “miroir”, un Speculum majus, un espejo mayor y mirador  –como los medievales llamaban a sus compendios o imágenes del mundo?  Un “miroir”  de rosáceas, perfumes y sabores que estimula notas profundas que Dios puso en el alma de cada uno… ¿No es El quien creó su Casa, al decir de David, nos hizo a su imagen y semejanza y nos invitó a su “cena que recrea y enamora” (S. Juan de la Cruz)? ¿No es El la Belleza increada y el “Deseo de las colinas eternas”?

Tal vez depende mucho de la vocación a que Dios  llama a cada familia de almas y a contrarrestar nuestras flaquezas con la virtud de la vigilancia. De buscar lo sublime en los placeres de la buena mesa dispuestos a renunciar a ellos con toda firmeza si fuere necesario. Como los sufridos Vecinos feudatarios de las primeras ciudades hispanoamericanas, que a todo momento podían ser convocados a defenderlas -en primer lugar con sus propias personas-, y con sus hombres.

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Intentemos ejercitarnos en el estudio de los absolutos que se reflejan en ciertos seres creados. La primavera –apacible o embravecida con temporales- nos presenta el lapacho recién florecido prodigando una cascada de flores, como constelaciones de estrellas rosadas.

Preludia la lluvia de pétalos de rosa que caen en su fiesta honrando el paso de San Vicente Ferrer, con sus alas y trompeta de plata de Angel del Apocalipsis,  en los arcos de flores de las casas principales de la aldea señorial de Nonogasta, en Octubre.

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El lapacho joven, esbelto y elegante, nos da su lección despretensiosa de suavidad y bondad. En ese juego de armonías de la cuarta vía de Santo Tomás, refleja un tipo de alma dotada de suavidad, mansedumbre y bondad libradas de caer en el exceso por la firmeza de su tronco, mantenidas con espíritu de cruz… Pues así nos advierte el dicho francés: el hombre tiene el defecto de sus cualidades  (“l’homme a le défaut de ses qualités”).

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No lejos del lapacho, erguido en una especie de “arboladura náutica”, el rosal nos brinda su ambiente propio. Cada rosa es un pequeño mundo de cavidades delicioso, de seda y color, de piedras semipreciosas, en que la luz perfumada emite destellos multicolores, digno del “sentido del ser” con que fue creado.

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¿Quién pudiera descifrar la esencia de la rosa, como Adán cuando daba los nombres perfectos a cada especie animal? ¿Será la plenitud de excelencia su cualidad primordial? …excelencia de forma, ornato, perfume…

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¡Con qué arte se ensamblan las rectas y curvas de sus pétalos, en capas de increíble hojaldre, sus puntas de “victorino” capuz como el del monje de Zurbarán! ¡Qué leçon-de-choses de armónicas y proporcionadas desigualdades negadas por el igualitarismo! …Y que mientras la admiramos nos prodiga efusiones de afecto maternal.

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Intentando audazmente una trascendencia, diríamos que la “misión” de la rosa podría ser la de símbolo del alma humana. Nos auxilia De Bruyne: “En cuanto al hombre, más bella que toda forma sensible es su alma,  que es, a su vez,  no sólo una similitud sino la imagen misma de Dios: como San Bernardo lo dice, ella es el símbolo del Infinito (…): la forma del alma, es la inmensidad” (De Br., cit.).

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Dos Casas principescas se disputaban el trono de Inglaterra. Cada una tenía como emblema una rosa: blanca la de York, roja la de Lancaster. Para manifestar su adhesión a uno u otro bando, los partidarios de cada Casa cortaron del parque del castillo donde estaban reunidos la rosa de su color.

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Las Guerras de las Dos Rosas dejaron para la historia que se prolonga y refina en leyenda, perfumes de tiempos caballerescos, de  hombres acostumbrados a optar entre excelencias concretas y reales –y no “virtuales”. Era una sociedad orgánica fuerte y  cristiana, por tanto llena de vida.  No conocía la masificación que desnaturaliza y disuelve de a poco las mentes y las sociedades…

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