Capítulo VI
Cooperación relevante de la Nobleza y las élites tradicionales en la solución de la crisis contemporánea
Las enseñanzas de Pío XII
VISION DE CONJUNTO
Santa Isabel de Hungría, Duquesa de Turingia, lava y cura las heridas de los enfermos de tiña - Murillo, 1672, Hospital de la Santa Caridad, Sevilla |
Tras haber estudiado
la legitimidad y necesidad de la existencia de élites tradicionales, se verá ahora
cómo éstas —según demuestra Pío XII— deben ejercer, con las cualidades y
virtudes que les son propias, la función de guías de la sociedad, a la cual no
tienen derecho a renunciar.
1. La virtud cristiana, esencia de la Nobleza
El noble de hoy
debe ser, ante todo, un hombre en el que brillen sus cualidades de alma. La
virtud y el ideal cristianos forman parte de la propia esencia de la nobleza.
“Levantad
vuestros ojos y posadlos firmemente en el ideal cristiano. Todas estas
agitaciones, evoluciones o revoluciones lo dejan intacto; nada pueden contra
aquello que es la más íntima esencia de la verdadera Nobleza, de aquella que
aspira a la perfección cristiana como la expuso el Redentor en el sermón de la Montaña. Fidelidad
incondicional a la doctrina católica, (…); capacidad y deseo de ser también
para los demás modelo y guía.” [1]
Pío XII
estimula a la Nobleza
a demostrar una santa intransigencia: “Oponed, en vuestras casas y en
vuestros ambientes, un dique a toda infiltración de principios funestos, de
condescendencias o tolerancias perniciosas que podrían contaminar u ofuscar la
pureza del matrimonio o de la familia. He aquí, ciertamente una insigne y santa
empresa, bien capaz de inflamar el celo de la Nobleza romana y cristiana
de nuestros tiempos." [2]
a) Cualidades de alma del noble actual
Para vencer los gravísimos obstáculos que se oponen al perfecto cumplimiento de su deber, el miembro de la Nobleza o de las élites tradicionales debe ser hombre de valor; así lo espera de él el Vicario de Cristo:“Por eso, lo que de vosotros esperamos es, antes que nada, una fortaleza de ánimo que ni las más duras pruebas consigan abatir; una fortaleza de ánimo que no solamente os convierta en perfectos soldados de Cristo para con vosotros mismos, sino también, por así decir, en animadores y sustentadores de quienes se sientan tentados de dudar o ceder.
“Lo que esperamos de vosotros, en segundo lugar, es una prontitud para la acción, que no se atemorice ni desanime en previsión de ninguno de los sacrificios hoy exigidos por el bien común [que]… os preserven de caer en un ‘abstencionismo’ apático e inerte, que sería gravemente culpable en una época en la que están en juego los más vitales intereses de la religión y de la patria.
“Lo que esperamos, por fin, de vosotros es una generosa adhesión —no meramente superficial y formal, sino [nacida] en el fondo del corazón y puesta en práctica sin reservas— al precepto fundamental de la doctrina y de la vida cristiana (…).
(…) [3]
El Pontífice desarrolla aún más esos conceptos en su alocución de 1949: “De fortaleza de ánimo todos tienen necesidad, especialmente en nuestros días, para soportar con valor el sufrimiento, para superar victoriosamente las dificultades de la vida, para cumplir con constancia su propio deber. ¿Quién no tiene algo por lo que sufrir? ¿(…) de qué dolerse? ¿(…) algo por lo que luchar? Solamente quien se rinde o huye. Pero vosotros tenéis menos derecho que muchos otros a rendiros o huir (…).
“Prontitud para la acción.
(…)
En todo aquello que es para servicio del prójimo, de la sociedad, de la Iglesia de Dios, debéis ser siempre vosotros los primeros; (…).
“Generosa adhesión a los preceptos de la doctrina y de la vida cristiana. Son éstos los mismos para todos, porque no hay dos verdades ni dos leyes: ricos y pobres, grandes y pequeños, elevados y humildes, están igualmente obligados por la Fe a someter su entendimiento a un mismo dogma, por la Obediencia, su voluntad a una misma moral; pero el justo juicio de Dios será mucho más severo con aquellos que han recibido más, que están en mejores condiciones de conocer la única doctrina y ponerla en práctica en la vida cotidiana, con aquellos que mediante su ejemplo y autoridad pueden más fácilmente guiar a los demás por las vías de la justicia y de la salvación, o bien perderlos por los funestos senderos de la incredulidad y del pecado." [4]
Estas últimas palabras muestran que el Pontífice no admite una Nobleza o una élite tradicional que no sean efectiva y abnegadamente apostólicas. La Nobleza que vive para el lucro y no para la Fe, sin ideales, aburguesada —en el sentido peyorativo a veces atribuido a esta palabra—, es un cadáver de Nobleza. [5]
b) La caballerosidad aristocrática, un vínculo de caridad
La posesión
efectiva y duradera de estas virtudes y cualidades anímicas lleva naturalmente
al noble a tener maneras caballerescas y superiormente distinguidas. ¿Puede un
noble dotado de ellas constituir un elemento de división entre las clases
sociales?
No. La
caballerosidad aristocrática bien entendida, lejos de constituir un factor de
división es, en realidad, un elemento de unión que impregna de amenidad la
convivencia entre el noble y los miembros de otras clases sociales.
Esta
caballerosidad mantiene a las clases distintas entre sí “sin confusión ni
desorden”, [6] es decir, sin
nivelaciones igualitarias, pero hace amistosas sus relaciones.
2. La Nobleza y las élites tradicionales en cuanto guías de la sociedad
Las cualidades
anímicas y trato caballeresco que emanan de la virtud cristiana capacitan al
noble para ejercer la misión de guía de la sociedad.
a) Guiar a la sociedad: una forma de apostolado
En efecto, la
multitud necesita hoy en día guías idóneos: “La multitud innumerable,
anónima, es fácil de ser agitada desordenadamente; ella se abandona a ciegas,
pasivamente, al torrente que la arrastra o al capricho de las corrientes que la
dividen y extravían. Una vez transformada en juguete de las pasiones o de los
intereses de sus agitadores, no menos que de sus propias ilusiones, no es capaz
ya de poner el pie sobre la roca y afirmarse para formar un verdadero pueblo,
es decir, un cuerpo vivo con los miembros y los órganos diferenciados según sus
formas y funciones respectivas, pero concurriendo en conjunto a su actividad
autónoma en orden y unidad”. [7]
A la Nobleza y a las élites
tradicionales les cabe desempeñar esta función de guías de la sociedad,
realizando así un luminoso apostolado: “¿Una élite? Bien podéis serlo.
Tenéis a vuestras espaldas todo un pasado de tradiciones seculares que
representan valores fundamentales para la vida sana de un pueblo. Entre estas
tradiciones, de las cuales os sentís justamente orgullosos, incluís en primer
lugar la religiosidad, la Fe
católica viva y operante. ¿Acaso no ha probado ya cruelmente la Historia que toda
sociedad humana sin bases religiosas corre fatalmente hacia su disolución o
termina en el terror? Émulos de vuestros antepasados, habéis, pues, de brillar
ante el pueblo con la luz de vuestra vida espiritual, con el esplendor de
vuestra incontestable fidelidad hacia Cristo y hacia la Iglesia.
“Entre esas
tradiciones incluís también el honor intacto de una vida conyugal y familiar
profundamente cristiana. De todos los países, al menos de los comprendidos en
la civilización occidental, sube el grito de angustia del matrimonio y de la
familia, tan desgarrador que no es posible dejar de escucharlo. También en esto
poneos con vuestra conducta a la cabeza del movimiento de reforma y de
restauración del hogar.
“Entre esas
mismas tradiciones incluís además, la de ser para el pueblo, en todas las
funciones de la vida pública a las cuales podréis ser llamados, ejemplos vivos
de observancia inflexible del deber, hombres imparciales y desinteresados que,
libres de toda desordenada ansia de ambición o de lucro, no aceptan un puesto
sino para servir a la buena causa; hombres valientes que no se atemorizan ni
por la pérdida del favor de quienes están arriba, ni por las amenazas de los de
abajo.
“Entre las
mismas tradiciones, colocáis, finalmente, la de una adhesión tranquila y
constante a todo aquello que la experiencia y la Historia han confirmado y
consagrado, la de un espíritu inaccesible a la agitación inquieta y a la ciega
avidez de novedades que caracterizan nuestro tiempo, pero ampliamente abierto,
a la vez, a todas las necesidades sociales. Firmemente convencidos de que sólo
la doctrina de la Iglesia
puede proporcionar un remedio eficaz a los males presentes, tomad a pecho el
abrirle camino, sin reservas ni desconfianzas egoístas, con la palabra y
con las obras, en particular constituyendo en la administración de vuestros
bienes, empresas que sean verdaderos modelos, tanto desde el punto de vista
económico como desde el social. Un verdadero hidalgo jamás presta su
concurso a iniciativas que no puedan sustentarse y prosperar sino con perjuicio
del bien común, con detrimento o con la ruina de personas de condición modesta;
por el contrario, se enorgullece de estar al lado de los pequeños, de los
débiles, del pueblo, de aquellos que ganan el pan con el sudor de su frente
ejerciendo un oficio honesto. Así seréis vosotros verdaderamente una élite;
así cumpliréis vuestro deber religioso y cristiano; así serviréis noblemente a
Dios y a vuestro país.
“Tenéis a
vuestras espaldas todo un pasado de tradiciones seculares que representan
valores fundamentales para la vida sana de un pueblo. Entre estas
tradiciones, de tas cuales os sentís justamente orgullosos, incluís en primer
lugar la religiosidad, la Fe
católica viva y operante. (...)
“Entre esas
tradiciones incluís también el honor intacto de una vida conyugal y familiar
profundamente cristiana. De todos los países, al menos de los comprendidos en
la civilización occidental, sube el grito de angustia del matrimonio y de la
familia, tan desgarrador que no es posible dejar de escucharlo. “También en
esto poneos con vuestra conducta a la cabeza del movimiento de reforma y de
restauración del hogar.”
(Pio XII,
Alocución de 1946)
|
“Ojalá podáis,
amados hijos e hijas, con vuestras grandes tradiciones, con la solicitud por
vuestro progreso y por vuestra perfección personal, humana y cristiana, con
vuestros cariñosos servicios, con la caridad y simplicidad de vuestras
relaciones con todas las clases sociales, ayudar al pueblo a reafirmarse sobre
la piedra fundamental, a buscar el reino de Dios y su justicia." [8]
b) Cómo debe ejercer la Nobleza su misión directiva
En el
ejercicio de esa misión, la
Nobleza deberá tener en cuenta que la pluralidad de funciones
directivas es, naturalmente, muy amplia:
“En una
sociedad adelantada como la nuestra, que deberá ser restaurada, reordenada,
después del gran cataclismo, la función de dirigente es muy variada: dirigente
es el hombre de Estado, de gobierno, el hombre político; dirigente es el obrero
que, sin recurrir a la violencia, a las amenazas o a la propaganda insidiosa,
sino por su propia valía, ha sabido adquirir autoridad y crédito en su círculo;
son dirigentes, cada uno en su campo, el ingeniero y el jurisconsulto, el
diplomático y el economista, sin los cuales el mundo material, social,
internacional, iría a la deriva; son dirigentes el profesor universitario, el
orador, el escritor, que tienen por objetivo formar y guiar los espíritus;
dirigente es el oficial que infunde en el ánimo de sus soldados el sentido del
deber, del servicio, del sacrificio; dirigente es el médico en el ejercicio de
su misión salutífera; dirigente es el sacerdote que indica a las almas el
sendero de la luz y de la salvación, prestándoles los auxilios necesarios para
caminar y avanzar con seguridad." [9]
La Nobleza y las élites
tradicionales tienen la función de participar en esa dirección, no en un único
sector, sino con espíritu tradicional y propio, y de manera intachable, en
cualquier sector digno de ella:
“Ante esta encrucijada, ¿cuál es vuestro puesto,
vuestra función, vuestro deber? Se presenta bajo un doble aspecto: función y
deber personal, para cada uno de vosotros; función y deber de la clase a la que
pertenecéis.
“El deber
personal requiere que procuréis ser, con vuestra virtud, con vuestra aplicación,
dirigentes en vuestras profesiones. Bien sabemos que, de hecho, la juventud
contemporánea de vuestra noble clase, consciente del obscuro presente y del aún
más incierto porvenir, está plenamente persuadida de que el trabajo no es sólo
un deber social, sino también una garantía individual de vida. Y Nos entendemos
la palabra profesión en el sentido más amplio y abarcativo, como lo indicamos
ya el año pasado: profesiones técnicas o liberales, mas también actividad
política, social, ocupaciones intelectuales, obras de todo tipo, administración
cuidadosa, vigilante, laboriosa, de vuestros patrimonios, de vuestras tierras,
según los métodos más modernos y experimentados de cultivo para el bien
material, moral, social, espiritual, de los colonos o de las poblaciones que
viven en ellas. En cada una de estas actividades debéis poner el mayor cuidado
en alcanzar éxito como dirigentes, tanto por la confianza que en vosotros
depositan quienes han permanecido fieles a las sanas y vivas tradiciones, como
por la desconfianza de otros muchos, desconfianza ésta que debéis vencer,
conquistando su estima y respeto a fuerza de ser en todo excelentes en el
puesto que os encontréis, en la actividad que ejerzáis cualquiera que sea la
naturaleza de dicho puesto y la forma de dicha actividad”. [10]
Más
precisamente, el noble debe comunicar a todo aquello que hace las relevantes
cualidades humanas que su tradición le proporciona:
“¿En qué debe
consistir, pues, esta excelencia de vida y de acción y cuáles son sus
características principales?
“Ante todo se
manifiesta en la perfección de vuestra obra, sea ella técnica, científica,
artística u otra similar. La obra de vuestras manos y de vuestro espíritu
debe tener aquella impronta de refinamiento y de perfección que no se adquiere
de un día para otro sino que refleja la finura del pensamiento, del
sentimiento, del alma, de la conciencia heredada de vuestros mayores e
incesantemente fomentada por el ideal cristiano.
“Se muestra
igualmente en aquello que puede llamarse el humanismo, es decir la presencia,
la intervención del hombre completo en todas las manifestaciones de su
actividad, aun en las más especializadas, de tal modo que la especialización
de su competencia no se convierta jamás en la hipertrofia [de una sola
cualidad], ni vele ni atrofie nunca la cultura general, del mismo modo que en
una frase musical la nota dominante no debe romper la armonía ni oprimir la
melodía.
“Se
manifiesta, además, en la dignidad del porte y la conducta, dignidad que no es,
sin embargo, imperativa y que, lejos de resaltar las distancias, sólo las deja
traslucir, si es necesario, para inspirar a los demás una más alta nobleza
de alma, de espíritu y de corazón.
“Aparece, por
fin, sobre todo, en el sentido de elevada moralidad, rectitud, honestidad,
probidad, que debe informar toda palabra y toda acción.” [11]
Mas todo el
refinamiento aristocrático, tan digno de admiración en sí mismo, sería inútil y
hasta nocivo si no tuviese por base un alto sentido moral:
“Una sociedad
inmoral o amoral, que ya no siente en su conciencia ni manifiesta en sus actos
la distinción entre el bien y el mal, que no se horroriza ya con el espectáculo
de la corrupción, que la excusa, que se adapta a ella con indiferencia, que la
acoge con favor, que la practica sin perturbación ni remordimiento, que la
ostenta sin rubor, que en ella se degrada, que se mofa de la virtud, se halla a
camino de su ruina. (...) Muy otra es la verdadera cortesía: ésta hace
resplandecer en las relaciones sociales una humildad llena de grandeza, una
caridad que desconoce todo egoísmo y toda búsqueda del propio interés. No
ignoramos Nos con cuánta bondad, dulzura, dedicación, abnegación, muchos —y
especialmente muchas— de entre vosotros, se han curvado sobre los infelices en
estos tiempos de infinitas miserias y angustias, han sabido irradiar en torno a
sí la luz de su caritativo amor de los modos más adelantados y eficaces. Y este
es el otro aspecto de vuestra misión.” [12]
“Humildad
llena de grandeza”... ¡Qué admirable expresión!; tan opuesta al fútil
estilo de la jet set como a la vulgaridad de maneras, de estilo de vida,
de modo de ser, llamados “democráticos” o “modernos”, actualmente en uso.
c) Las élites de formación tradicional tienen una visión particularmente aguda del presente
Un noble
dotado con un espíritu profundamente tradicional puede extraer de la
experiencia del pasado que vive en él los medios para conocer, mejor que muchos
otros, los problemas del presente. Lejos de ser una persona situada al margen
de la realidad, es un auscultador sutil y profundo de la misma:
“Existen males
en la sociedad como existen en los individuos. (…). [Citando el ejemplo de Laënnec, hombre de Fe que inventó el
estetoscopio:] Penetrar en medio del pueblo y auscultar las aspiraciones y
el malestar de nuestros contemporáneos, escuchar y discernir los latidos de sus
corazones, buscar remedio a los males comunes, tocar delicadamente las llagas
para curarlas y salvarlas de una eventual infección por falta de cuidados,
evitando irritarlas con un contacto demasiado áspero, ¿no es acaso una función
social de primer orden y de gran interés?
“Comprender,
amar en la caridad de Cristo al pueblo de vuestro tiempo, dar prueba con los
hechos de esta comprensión y este amor: he aquí el arte y manera de hacer aquel
bien mayor que os compete realizar, no sólo, de un modo directo, a quienes
están a vuestro alrededor, sino en una esfera casi ilimitada, desde el momento
en que vuestra experiencia se convierte en un beneficio para todos. Y en esta
materia, ¡qué magníficas lecciones dan tantos espíritus nobles, ardiente y
valerosamente dedicados a suscitar y difundir un orden social cristiano!” [13]
Como se ve, el
aristócrata auténtico y, por tanto, genuinamente tradicional, puede y debe,
conservándose como tal, amar al pueblo con base en la Fe y ejercer sobre él una
influencia verdaderamente cristiana.
d) El aristócrata verdaderamente tradicional es imagen de la Providencia de Dios
Pero,¿no se
vulgariza la Nobleza
al ingresar en los puestos de dirección de la vida actual? ¿No se convertirá su
amor al pasado en un obstáculo al ejercicio de las actividades actuales? Con
respecto a ello enseñó Pío XII:
“No menos
ofensivo para vosotros, no menos dañoso para la sociedad, sería el infundado e
injusto prejuicio que no duda en insinuar y hacer creer que el Patriciado y la Nobleza desmerecerían su
propia honra y faltarían a la dignidad de su rango si practicaran funciones y
oficios que los pusieran a la par de la actividad general. Es muy cierto que en
los antiguos tiempos no se juzgaba ordinariamente digno de los nobles el
ejercicio de otra profesión que no fuese la de las armas; pero aun entonces,
apenas cesaba la defensa militar, no dudaban no pocos de ellos en dedicarse a
obras intelectuales o a trabajos manuales. Así pues, no es ya raro encontrar en
nuestro tiempo, cambiadas las condiciones políticas y sociales, nombres de
familias nobles asociados a los progresos de la ciencia, de la agricultura, de
la industria, de la administración pública, del gobierno; tanto más perspicaces
observadores de lo presente y seguros y atrevidos precursores del futuro, cuanto más firmemente se encuentran asidos al
pasado, dispuestos a sacar provecho de la experiencia de sus predecesores,
prestos para librarse de ilusiones o errores que han sido ya causa de muchos
pasos en falso o nocivos.
“Pues queréis ser guardianes de la verdadera tradición que
honra a vuestras familias, os corresponde el deber y el honor de contribuir a
la salvación de la convivencia humana, preservándola tanto de la esterilidad a
que la condenarían los melancólicos y demasiado celosos contempladores del
pasado, como de la catástrofe a que la conducirían los aventureros temerarios o
los profetas alucinados por un falaz y engañoso porvenir. Durante vuestra actuación
aparecerá sobre vosotros y en vosotros la figura de la Providencia divina,
que con su fuerza y dulzura, dispone y dirige todas las cosas hacia su
perfección (Sb. VIII, 1) mientras la locura del orgullo humano no se
entrometa a torcer sus designios, siempre muy superiores, por lo demás, al mal,
al acaso y a la fortuna. Con semejante actuación seréis también excelentes
colaboradores de la Iglesia
—Ciudad de Dios sobre la Tierra
que prepara la Ciudad
Eterna—, la cual, aun en medio de las agitaciones y de los
conflictos, no cesa de promover el progreso espiritual de los pueblos.” [14]
e) Misión de la aristocracia junto a los pobres
En esa
participación en la dirección de la sociedad se incluye el doble carácter
educativo y caritativo de la acción de las élites tradicionales, el cual viene
admirablemente descripto en los siguientes párrafos de Pío XII:
“Pero, como
todo rico patrimonio, también éste lleva consigo estrictos deberes, tanto más
estrictos cuanto más rico sea. Dos sobre todo:
“1) el deber
de no desperdiciar semejantes tesoros, de transmitirlos intactos y, si es
posible, acrecentados, a quienes vengan detrás de vosotros; y el de resistir,
por lo tanto, a la tentación de no ver en ellos sino un medio de vida más
fácil, más agradable, más exquisita, más refinada;
“2) el deber
de no reservaros dichos bienes solamente para vosotros, sino hacerlos
aprovechar con generosidad a cuantos hayan sido menos favorecidos por la Providencia.
“Conquistaron
también vuestros mayores, amados hijos e hijas, la nobleza de la beneficencia y
de la virtud, testimonio de la cual son los monumentos y mansiones, los
hospicios, los refugios, los hospitales de Roma, en los que sus nombres y su
recuerdo hablan de su próvida y vigilante bondad para con los desventurados y
necesitados. Bien sabemos Nos que en el Patriciado y en la Nobleza romana no ha
disminuido esta gloria y empuje hacia el bien, en la medida en que a cada uno
se lo permiten sus facultades; pero en la tan penosa hora presente, en la que
el cielo se ve turbado por intranquilas noches de vigilia, vuestro
ánimo—mientras guarda noblemente una seriedad, preferiríamos decir, una austeridad
de vida que excluye toda ligereza y todo placer frívolo, incompatibles para
todo corazón bien nacido con el espectáculo de tantos sufrimientos— siente
mucho más vivo aún el impulso de una caridad activa que os anima a aumentar y
multiplicar los méritos ya antes adquiridos en el alivio de las miserias y de
la pobreza humanas.” [15]
Fachada y una de las naves del Hospital de la Caridad de SeviIIa, fundado por el caballero noble sevillano, Don Miguel de Mañara, en el que se continúa asistiendo a los necesitados. | |
La reina Isabel II en el acto de besar la mano al pobre más antiguo del Hospital de la Caridad de Sevilla, ca. 1864 - Óleo sobre lienzo, Jósé Roldan
Entre
los personajes que acompañan a la reina destacan los duques de Montpensier,
el padre [Sto.] Antonio María Claret, su confesor, y el entonces arzobispo de
Sevilla don Luis de la Lastra
y Cuesta.
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3. Los guías ausentes — El mal que hay en esa ausencia
a) Absentismo y omisión, pecados de las élites
No es tan
rara, desgraciadamente, entre los componentes de la Nobleza y las élites
tradicionales de nuestros días, la tendencia a aislarse de los acontecimientos.
Imaginándose protegidos contra las vicisitudes por una situación patrimonial
segura, absortos en la evocación de los días de antaño, un considerable número
de ellos se alejan de la vida real, se cierran en sí mismos, y dejan
transcurrir los días y los años en una vida despreocupada, apagada y sin
objetivo terreno definido. Búsquense sus nombres en las lides de apostolado, en
las actividades caritativas, en la diplomacia, en la vida universitaria, en la
política, en las artes, en las armas, en la producción económica: será en vano;
salvo excepciones más o menos raras según el tiempo y lugar, estarán ausentes.
Hasta en la vida social, en la cual, sin embargo, sería de algún modo natural
que brillara, su papel llega a veces a ser nulo. Puede ocurrir que en el ámbito
de una nación, de una provincia, de una ciudad, todo ocurra como si ellos no
existieran.
¿Por qué este
absentismo? Por una conjugación de cualidades y defectos. Examínese de cerca la
vida de estas élites: es en la mayoría de los casos digna, honesta e incluso
modélica, pues se inspira en nobles recuerdos de un pasado profundamente
cristiano. Sin embargo, este pasado les parece que ya no significa nada a no
ser para ellas mismas. Se apegan, pues, a él con un ahínco minucioso y se
apartan de la vida presente. No perciben que, si en el acervo de reminiscencias
de las cuales viven hay cosas que ya no son aplicables a nuestros días, [16] emanan, sin
embargo, de él valores, inspiraciones, tendencias, directrices que podrían
influir favorablemente y a fondo en las “formas de vida bien diversas”
del “nuevo capítulo” que se ha abierto.
[17]
Este precioso
conjunto de valores espirituales, morales, culturales y sociales —de gran
importancia tanto en la esfera política como en la privada—, esta vida que nace
del pasado y debe dirigir el futuro, es la tradición. Manteniendo la
perpetuidad de este valor inestimable, la Nobleza y las élites análogas deben ejercer una
acción de presencia profunda y de codirección en la sociedad para asegurar el bien común.
La Santa, Pontificia
y Real Hermandad del Refugio, fundada en Madrid, en 1615, se ha dedicado
siempre a todas las obras de caridad, y hasta el día de hoy cuenta entre sus
hermanos a los mejores nombres de la nobleza española.
|
b) La ausencia de los guías: una virtual complicidad
Se comprende
así aún mejor la responsabilidad que hay en la omisión de las élites
perpetuamente ausentes:
“Menos difícil
resulta, en cambio, determinar cuál debe ser hoy vuestra conducta ante los diferentes
modelos que se os ofrecen.
“El primero de
esos modelos es inadmisible: es el del desertor, el de aquel [que] ha sido
llamado con justicia el ‘emigrado al interior’; [18] es la
abstención del hombre molesto o irritado que, por despecho o desaliento, no
hace ningún uso de sus cualidades y energías, no toma parte en ninguna de las
actividades de su país y de su tiempo, sino que, como el Pelida Aquiles, [19] se retira a
su tienda, junto a las naves de rápida travesía, lejos de la batalla, mientras
la suerte de su patria está en juego.
“La abstención
resulta aún menos digna cuando es consecuencia de una indiferencia indolente y
pasiva. Peor, efectivamente, que el mal humor, que el despecho o que el
desaliento sería [manifestar] negligencia ante la inminencia de ruina de sus
hermanos y de su mismo pueblo. En vano se intentaría disimularla bajo la
máscara de la neutralidad; no es de ningún modo neutral; se quiera o no, es
cómplice. Al dejarse arrastrar pasivamente, cada uno de los copos de nieve
que reposan dulcemente en la ladera del monte y la adornan con su blancura,
contribuyen a convertir una pequeña masa de nieve desprendida de la cumbre en
una avalancha que causará desastres en el valle y derribará y enterrará
tranquilos caseríos. Sólo los bloques firmes, incorporados a la piedra en que
se apoyan, oponen a la avalancha una resistencia victoriosa y pueden detener o
al menos frenar su devastadora trayectoria.
“Así [ocurre
con] el hombre justo y firme en su buen propósito, del cual habla Horacio en
una oda célebre (Carm. III, 3), que no se deja estremecer en su inquebrantable
modo de pensar ni por la furia de sus conciudadanos, que dan órdenes
delictivas, ni por la amenazadora cólera del tirano, sino que se mantendría
impávido aunque el Universo cayera en pedazos sobre su cabeza: ‘si fractus
iIIabatur orbis, impavidum ferient ruinae’. Pero si este hombre justo y
fuerte es cristiano, no se contentará con permanecer en pie, impasible, en
medio de las ruinas; se sentirá obligado a resistir y a impedir el cataclismo,
o por lo menos a limitar el efecto de sus daños; y aun cuando no sea capaz de
contener su fuerza destructora, allí estará él para reconstruir los edificios
derribados y sembrar los campos devastados. Así ha de ser vuestra conducta, la
cual consiste en que —sin que debáis renunciar a vuestros libres juicios y
convicciones sobre las vicisitudes humanas— toméis tal como es el orden
contingente de las cosas, y dirijáis su eficacia no tanto hacia el bien de una
determinada clase, sino de la comunidad en su conjunto.” [20]
Como se ve, el
Papa insiste con estas últimas palabras en el principio de que la existencia de
una élite tradicional interesa a todo el cuerpo social, mientras cumpla con su
deber.
4. Otra forma de rechazar su misión: dejarse corromper y deteriorar
La Nobleza y las élites
tradicionales también pueden pecar contra su misión dejándose deteriorar por la
impiedad y por la inmoralidad:
“La alta
sociedad francesa del siglo XVIII fue uno de los muchos trágicos ejemplos de
ello. Nunca hubo una sociedad más refinada, más elegante, más brillante, más
fascinadora. Los más variados placeres del espíritu, una intensa cultura
intelectual, un finísimo arte del placer, una excelente delicadeza de maneras y
de lenguaje dominaban en aquella sociedad externamente tan cortés y amable,
pero donde todo —libros, novelas, figuras, adornos, vestimentas, peinados— invitaba a una sensualidad
que penetraba en las venas y en los corazones, donde la misma infidelidad
conyugal casi ya no sorprendía ni escandalizaba. Así trabajaba dicha sociedad
para su propia decadencia y corría hacia el abismo cavado con sus propias manos.”
[21]
De este modo la Nobleza y las élites
tradicionales ejercen una acción trágicamente destructora en relación con la
sociedad, que debería ver en ellas un ejemplo e incentivo para la práctica de
las virtudes y para el bien. A ellas les cabe, por tanto, ante esta acción
destructora ejercida en el pasado y en el presente, un deber reparador en esta
crisis contemporánea.
La Historia la hacen
principalmente las élites. Por eso, si la acción de la Nobleza cristiana ha sido
marcadamente bienhechora, su paganización ha sido uno de los puntos de partida
de la catastrófica crisis contemporánea:
“Conviene
recordar, sin embargo, que semejante camino hacia la incredulidad y la
irreligión no tuvo su punto de partida abajo, sino en lo alto, es decir, en las
clases dirigentes, en los grupos elevados, en la Nobleza, en los pensadores
y en los filósofos. No pretendemos hablar aquí —notadlo bien— de toda la Nobleza, y menos aún de la
romana, (…) sino de la Nobleza
europea en general. ¿Acaso no se ha manifestado durante los últimos siglos en
el occidente cristiano una evolución espiritual que, por así decir, ha venido derribando y minando (…) cada vez más la Fe, conduciéndonos a la ruina
que hoy se manifiesta en multitudes de hombres sin religión u hostiles a ella,
o al menos animados y extraviados por un íntimo y mal concebido escepticismo
hacia lo sobrenatural y hacia el cristianismo?
“Vanguardia de
esa evolución fue la llamada Reforma protestante, durante cuyas vicisitudes y
guerras una gran parte de la
Nobleza europea se separó de la Iglesia y se apoderó de
sus bienes. Pero la incredulidad propiamente dicha se difundió en la época que
precedió a la
Revolución Francesa. Observan los historiadores que el
ateísmo, disfrazado con la máscara del deísmo, se propagó entonces rápidamente
en la alta sociedad de Francia y de otros lugares; creer en un Dios Creador y
Redentor se había convertido, en aquel mundo entregado a todos los placeres de
los sentidos, en algo casi ridículo e impropio de espíritus cultos y ávidos de
novedades y de progreso.
“En la mayor
parte de los ‘salones’ de las más grandes y distinguidas damas —donde se
debatían los más arduos problemas de religión, de filosofía, de política—, los
literatos y filósofos partidarios de doctrinas subversivas, eran considerados
como el más bello y rebuscado adorno de aquellas
reuniones mundanas. La impiedad estaba de moda entre la alta Nobleza, y los
escritores que estaban de moda por sus
ataques contra la religión hubieran sido menos audaces si no hubiesen contado
con el aplauso y el estímulo de la sociedad más elegante. No es que la Nobleza y los filósofos,
todos y de un modo directo, se propusieran la descristianización de las masas
como ideal. Por el contrario, la religión debería reservarse para el pueblo
sencillo, como medio de gobierno en manos del Estado. Ellos, sin embargo, se
sentían y consideraban superiores a la
Fe y a sus preceptos morales; política que enseguida se
demostró funesta y de cortos alcances, aun para quien la considerare desde el
punto de vista meramente psicológico.
“El pueblo,
tan poderoso en lo bueno como terrible en lo malo, sabe sacar con rigurosa
lógica las consecuencias prácticas de sus observaciones y de sus juicios, sean
ciertos o erróneos. Tomad en vuestras manos la historia de la civilización
durante los dos últimos siglos: ella os enseñará y demostrará los daños que han
producido a la Fe
y a las costumbres de los pueblos el mal ejemplo que viene de lo alto, la
frivolidad religiosa de las clases elevadas, la abierta lucha intelectual
contra la verdad revelada.” [22]
5. Para el bien común de la sociedad, opción preferencial por los nobles en el campo del apostolado
Mucho se habla
hoy del apostolado en beneficio de las masas y, como justo corolario, de una
acción preferencial a su favor. Es necesario, sin embargo, no ser unilateral en
esta materia, y jamás perder de vista la alta importancia del apostolado
ejercido sobre las élites —y, a través de ellas, sobre todo el cuerpo social—,
así como de hacer correlativamente una opción apostólica preferencial en favor
de los nobles, de tal modo que, con grandes ventajas para la concordia social,
se complementen armónicamente una opción preferencial por los pobres y una
opción preferencial por los nobles, así como por todas las élites análogas.
Así se expresa
Pío XII: “Ahora bien, ¿qué debe deducirse de estas enseñanzas de la Historia? Que hoy en día
la salvación ha de iniciarse donde la perversión tuvo su origen. En sí no es
difícil mantener en el pueblo la religión y las sanas costumbres, cuando las
clases altas van delante con su buen ejemplo y crean condiciones públicas que
no hagan desmedidamente gravosa la formación de la vida cristiana, antes bien
la conviertan en imitable y dulce. ¿No es acaso también vuestra esta función, amados hijos e hijas que por la nobleza de
vuestras familias, y por los cargos que frecuentemente ocupáis, pertenecéis a
las clases dirigentes? La gran misión que a vosotros, y con vosotros a no pocos
otros, os está señalada —esto es, la de comenzar reformando o perfeccionando
vuestra vida privada, en vosotros mismos y en vuestra casa, y la de empeñaros
después, cada uno en su puesto y por su parte, en lograr que surja un orden
cristiano en la vida pública— no
admite dilación ni retraso; misión ésta nobilísima y rica en promesas, en un
momento en que, como reacción contra el materialismo devastador y degradante,
viene revelándose en las masas una nueva sed de valores espirituales y, contra
la incredulidad, una fortísima apertura de los ánimos hacia lo religioso (…). A
vosotros, pues, os corresponde el honor de colaborar, no menos que con las
obras, con la luz y el atractivo de un buen ejemplo que se eleve sobre toda
mediocridad para que aquellas iniciativas y aquellas aspiraciones de bienestar
religioso y social sean conducidas a su feliz cumplimiento.” [23]
El apostolado
específico de la Nobleza
y de las élites tradicionales continúa, pues, siendo uno de los más
importantes.
NOTAS
[16] “Se ha pasado una página de la Historia, se ha terminado
un capítulo, se ha colocado el punto que indica el final de un pasado social y
económico”, advirtió Pío XII (PNR 1952, p. 457).
[18] “Emigrado al interior”: el Pontífice usa las propias
palabras francesas “émigré à l’interieur”. Con ellas se designaba en los
años 30 del pasado siglo, en el argot político de aquella nación, a los nobles
que, a titulo de protesta por la ascensión del hasta entonces Duque de Orleáns
al Trono como “Rey de los franceses”, considerada por ellos revolucionaria y
usurpatoria, dejaron de residir en París, trasladándose a sus respectivos
castillos en el interior del país.
La expresión “émigré à l’interieur” acentúa el contraste entre la
actitud de esos aristócratas que “emigraron” sin dejar el territorio nacional y
aquellos sus antecesores de 1789, que prefirieron concentrarse fuera del país
para preparar desde allí una ofensiva contra la Revolución Francesa.
[19] Según la narración de Homero en La Ilíada, Aquiles, el más
célebre de los héroes de la guerra de Troya, habiéndose encolerizado con
Agamenón, que mandaba el ejército griego, se retiró a su tienda y con ello casi
provocó la pérdida de la guerra.
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