El Emperador Maximiliano de Austria y su mujer, María de Borgoña, cuyos hijos, Felipe y Margarita, casaron con Juana y Juan de Castilla, hijos de los Reyes Católicos |
Doña María de Borgoña |
La Archiduquesa Margarita |
Escudo del Príncipe don Juan de Castilla |
El Archiduque Felipe "el hermoso" |
Su mujer, doña Juana de Castilla |
La Catedral de Burgos, donde el Cardenal Cisneros bendijo el casamiento del Príncipe Juan de Castilla con la bella Archiduquesa Margarita de Austria |
"De pie estaba Carlos V, que en España era primero, | con gallardo y noble talle, con noble y tranquilo aspecto" |
La gran reina católica |
Isabel y Fernando, forjadores de la grandeza de una España con "destino imperial" |
Laredo |
Casamientos de los príncipes y muerte de
don Juan
Fue, como vimos, para contrarrestar las pretensiones de
Francia sobre Italia que se requería una unión estrecha entre el Emperador y
los Reyes Católicos. Se dispuso forjar la alianza familiar por el doble casamiento
de los hijos de los Reyes Católicos, don Juan y doña Juana, con Felipe y
Margarita, los hijos del Emperador[1].
El matrimonio de Catalina con el Príncipe de Gales –pensaban-
reforzaría la alianza con Inglaterra. Así, la red de estos lazos conyugales se
tejía de Londres y Malinas a Burgos, de Viena a Milán, intentando envolver por
todas partes el reino de Francia y oponerse a las ambiciones de los Valois.
Doña Juana, con 17 años, viajó custodiada por una poderosa
escuadra que partió de Laredo en septiembre de 1496. La travesía fue difícil,
perdiéndose barcos y valiosos cargamentos. Felipe el Hermoso no estaba; había
ido a visitar a su padre a Innsbruck y disfrutaba de cacerías en el Tirol.
Su cuñada fue a su encuentro, en Amberes. “Su carnación morena
contrastaba con la frescura excepcional del colorido del rostro de la rubia
Margarita, mucho más viva y espontánea que la joven Infanta”, comenta con
admiración el Conde C. de Wiart, quien brinda sabrosos y amenos detalles. La
influencia morisca en el arreglo de Juana
contrastaba también con la moda flamenca. Había traído de Castilla mulas
de paso ricamente enjaezadas, sirviéndose, para montar, de una especie de
escala que Margarita se divirtió en probar de inmediato”[2].
Por fin llegó Felipe, llamado el “Hermoso” por el encanto y la elegancia de su radiante
juventud. “Sin proponérselo, cautivó de entrada y definitivamente a esta
joven esposa que la política le había escogido y que debía amarlo hasta la
locura”.
El 21 de octubre de 1496 fue celebrado su casamiento en la Iglesia de Notre Dame
d’Anvers. “Fecha memorable, si se piensa en las consecuencias de una unión que
debía reunir, en la descendencia de estos jóvenes príncipes, la potencia de
todas las Españas y las riquezas del Nuevo Mundo a los dominios de la Casa de Borgoña y al antiguo
prestigio del viejo imperio germánico”, comenta C. de Wiart.
A su vez la
Archiduquesa, Princesa de Asturias, se despidió de su
abuelastra y madrina Margarita de York, y de su bienamado hermano, embarcándose
en Flessingue con una numerosa comitiva. El viaje de vuelta de la escuadra
española fue azaroso por el estado de
hostilidad entre Francia y Maximiliano. Era posible que Carlos VIII intentara
un golpe de mano para frustrar un plan matrimonial tan inquietante para los intereses de su corona.
Luego de una forzosa estada en Inglaterra, debida al mal
tiempo, pudo llegar a Santander, “cuya magnífica rada debió haberle parecido un
puerto de gracia”.
Como no la esperaban allí sino en La Coruña, envió de inmediato
a un gran señor flamenco para informar a los Reyes Católicos de su llegada y
ofrecerles sus homenajes. Días después, venidos de treinta leguas, se
presentaron Fernando y su hijo con un séquito numeroso y brillante.
Llegó el momento del encuentro. Don Juan, fino y elegante,
tenía aire de grandeza y aspecto delicado, pues su salud había sido siempre
frágil. La impresión recíproca fue muy buena y el príncipe sintió el encanto de
esta princesa del Norte de “belleza sin artificios”, “rubia como los trigales y
deslumbrante como una flor”.
Se dirigieron a Burgos a celebrar el matrimonio a través de
las mesetas de la vieja Castilla. Le
impresionaron a Margarita las montañas secas y ásperas, distintas de las
frescas forestas de donde venía. El contraste era grande entre la atmósfera de
contento y despreocupación de Flandes y la gravedad castellana que parecía ser,
en el porte de los nobles personajes que la escoltaban, como el reflejo de los
paisajes austeros de su nueva patria.
En Burgos, hizo una entrada triunfal, como de cuento de
hadas. El rey Fernando había querido cederle su yegua favorita. Bajo un
baldaquín de seda bordada cabalgaba a su derecha, mientras el infante iba a su
izquierda, encantado del murmullo de
admiración que despertaba la joven princesa de la cabellera de oro.
Al clamor de las campanas y trompetas, entre los vivas
populares, llegaron al Palacio Real donde esperaba la reina Isabel, junto a los
embajadores extraordinarios y todos los grandes del reino, prelados,
caballeros, miembros de los estados de Castilla, gobernadores, y corregidores y
procuradores en grandes trajes y con gruesas cadenas, que fueron a homenajear a
la Princesa
de Asturias.
En un torrente multicolor y vivo de telas bordadas en oro y
cubiertas de pedrería se llevó a cabo la ceremonia feudal y jerárquica de
besamanos de la que veían como futura reina, iniciada por sus dos nuevas
cuñadas, Isabel, viuda de Alfonso de Portugal, y Catalina, prometida del
Príncipe de Gales.
El casamiento se celebró en la imponente catedral que
conserva las reliquias del Cid Campeador la que, “desde su vieja puerta
fortificada, flanqueada de torres y campanarios, domina la villa arrodillada en
torno de ella”. La bendición nupcial fue dada a los jóvenes esposos por el
Arzobispo de Toledo, el ilustre Jiménez de Cisneros, confesor de la Reina[3].
La vida de la
Corte de los Reyes Católicos
era intensa como pocas. “Lado a lado, combinando sus designios sin jamás
confundirlos, estos dos soberanos que creían, uno y otro, en la grandeza de su
misión, y que estaban imbuidos hasta el misticismo del sentimiento de su deber,
reinaban desde hacía más de veinte años sobre España”. “Sus súbditos habían
adquirido, y debían conservar, el hábito de atribuir al genio vigoroso de
Isabel de Castilla, y a la habilidad tenaz de su esposo, Fernando de Aragón,
igual parte en la gloria común”. “Juntos habían querido y buscado el triunfo de
Cristo y la grandeza de España”[4].
Isabel pronto adoptó como hija a la inteligente y vigorosa
Habsburgo, en la que le alegraba ver a la continuadora de su misión junto a su
hijo bienamado, cuya debilidad física conocía y lamentaba. Pero esta misma
debilidad frustraría todos los planes de los soberanos.
Dos meses después del casamiento, don Juan parecía agotado.
Los médicos consideraron que convenía separar por algún tiempo a los jóvenes
esposos. Isabel se resistía, pero decidió que don Juan fuese a Lisboa a
presenciar el casamiento de su hermana mayor con el rey de Portugal.
En Salamanca, luego de unas fiestas en su honor, lo asaltó la
fiebre. Fernando y Margarita acudieron junto al enfermo para quien se temía lo
peor. Margarita, angustiada, pensó en hacer un peregrinaje para obtener su
curación. Pero como su estado empeoraba, no quiso abandonarlo, y lo acompañó
hasta el fin.
Don Juan vio acercarse la muerte con una resignación
ejemplar, y trató de consolar a los que lo rodeaban. Rogó a sus padres que
aceptaran humildemente la voluntad de Dios. “A través de su corta vida –dijo-,
sólo había conocido felicidades y bendiciones, y moriría así alegremente”.
Era el 3 de
octubre de 1497…y “así fue que se perdieron las esperanzas de toda España”,
escribió tristemente Pedro Mártir, su preceptor.
El anuncio hizo llevar gran duelo en toda España. “Todas las gentes de oficio han parado por
cuarenta días. Todo hombre iba vestido de negro, con esos grandes mantos de
jerga, y los nobles y la gente de bien cabalgaban con las mulas tapadas hasta
las rodillas con dicho género sin vérseles más que los ojos; estandartes negros
ondeaban por todas partes sobre las puertas de las villas” (Commines).
Quedó aún como esperanza la preñez de la princesa. Para el
alumbramiento, trabajó valientemente doce días y noches, sin poder tomar
alimento ni dormir. En lugar del heredero tan deseado, la joven viuda dio a luz
una niña que apenas vivió.
“Así se derrumbaba el
bello porvenir que los Reyes Católicos habían soñado para su dinastía”, dice el
Conde C. de Wiart. ¿A quién irían a parar los tronos de Castilla, Aragón, León
y Granada, y los pueblos a evangelizar en el Nuevo Mundo?
Los Reyes se recluyeron en su
dolor. Cuando asomaron de nuevo al mundo, lo hicieron con tanta fortaleza, que
todos se maravillaron de su valor. Habían
decidido que su herencia le tocaría a su hija mayor, Isabel, la “Señora
Infante”, Reina de Portugal, viuda y casada en segundas nupcias con Manuel el
Afortunado, para pasar enseguida al hijo que se esperaba de ella.
Nació éste el 23 de agosto de 1498, y fue bautizado con el
nombre de Miguel de la Paz. La
alegría duró minutos pues, confirmándose los presentimientos de su madre, “la Reina-Princesa”,
dejó ésta de existir a consecuencia del parto, una hora después. La desgracia
ocurría diez meses pasados de la muerte de su hermano, don Juan. Podemos
imaginar la repercusión de estas pérdidas en el ánimo y salud de Isabel la Católica.
El niño fue un consuelo familiar ya que, además del orden
afectivo, abría la esperanza de unificar Castilla, Aragón e inclusive Portugal,
que lo reconocieron como heredero, en un momento en que la unión real de los
dos primeros, tan querida por Isabel I,
se mantenía incierta.
El sol brilla en Gante – Nacimiento de
Carlos
Cuando Margarita de Austria, luego de tres años en España,
debió regresar a Flandes “…se enteró de una noticia que la llenó de emoción y
de gozo…; su cuñada Juana, madre ya de una hija, acababa de dar a luz, en el
Prinsenhof de Gante, el 24 de febrero de 1500, a un hijo de buen
aspecto. Quemando etapas, llegaría a tiempo para el bautismo”[5].
Un brillante cortejo partió de noche de la Corte del Príncipe hacia la Catedral, a la luz de
millares de antorchas, aclamado por el pueblo. Luego de que el Obispo de
Tournai procediera a la ceremonia bautismal, hubo alegría general, aumentándose
el contento de los flamencos con hipocrás, vino y cerveza.
Homenajes y regalos
afluyeron a la cuna del infante, al que se invistió con su primer
título, el de Duque de Luxemburgo -semejante al de Príncipe de Asturias. Su tía
le regaló una copa de oro macizo enriquecida con rubíes y diamantes.
Pronto la situación del niño y de sus padres habría de cambiar
y abrir nuevos horizontes. El príncipe Miguel de la Paz, hijo de Isabel y del Rey
de Portugal, moría prematuramente el 20 de julio del año 1500. La princesa
Juana, esposa de Felipe el Hermoso, se convertía en heredera de España…
Nadie podía prever, al nacer Carlos -dice Wiart-, que un día
sería señor de dominios en los que no se ponía el sol… Pero parece que su
abuela Isabel vislumbró su futuro, porque exclamó: “ese niño heredará nuestros
reinos”[6].
Había sido bautizado con el nombre de Carlos, en recuerdo del
Temerario, y como continuador de la
Casa de Borgoña. Sin embargo, no sería la maravillosa
herencia borgoñona su mayor gloria ni su perfil más acusado, sino el de
continuador del Imperio forjado por los Reyes Católicos, sublimado por la Corona de “Sacra Majestad
Cesárea” y la tradición imperial de la
Casa de Austria.
El entronque dio una “nueva dinastía” a España que encarnó y
concretó sus aspiraciones imperiales: “…España se liga a la fortuna de la Casa de Austria, destinada a
imperar en el Universo”[7]…
…y en Austria reinaron los descendientes de Isabel y
Fernando, a través de su nieto Fernando I de Austria, nacido en Alcalá de
Henares y criado en suelo español, Emperador del Sacro Imperio por voluntad de
su hermano mayor, Carlos V, e iniciador de la rama austríaca de Habsburg.
Ambos imperios mantuvieron la amistad, como quería Carlos, y
fueron bastiones de la
Cristiandad.
El águila bicéfala se extendió también a América, creando
condiciones de arraigo para los linajes hidalgos troncales de la Nobleza de Indias, y
sustentando y coadyuvando a dar vida a los períodos históricos fundacional y de consolidación[8],
en los que, al decir de penetrantes historiadores, se forja la matriz del alma
argentina e iberoamericana y el tipo criollo.
*****
Genealogía de Carlos I de España, V de
Alemania
Padres:
Felipe
I, el Hermoso, de Habsburgo
(1478-1506), Rey de España*
(* reinó
en Castilla dos meses, hasta su muerte)
Archiduque
de Austria
Soberano
de los Países Bajos
Juana I
de Castilla (1479-1555), Reina de España
Abuelos paternos:
Maximiliano
I de Austria (1459-1519), Emperador del Sacro Imperio
María,
Duquesa de Borgoña (1457-1482)
Abuelos maternos:
Fernando
V, el Católico, Rey de España (1452-1516)
Isabel I
de Castilla, la Católica,
Reina de España (1451-1504)
Bisabuelos paternos:
Federico
III de Austria, Emperador del Sacro Imperio
hijo de Ernesto I, Duque de Austria, Estiria y Corintia, y de
Zymburgis Plock
Leonor
de Portugal, Reina de Alemania
hija de Don Duarte, Rey de Portugal, y de Da. Leonor de Aragón, Reina de Portugal
Bisabuelos paternos maternos:
Carlos el Temerario, Duque de Borgoña
(Valois-Bourgogne)
hijo de Felipe III, Duque de Borgoña, y
de Isabel de Portugal
Isabel
de Borbón
hija de Carlos, V Duque de Borbón y
d’Auvergny, y de Agnès de Bourgogne
Bisabuelos maternos:
Ver más
atrás, en el presente trabajo.
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Entrada anterior: 19 diciembre de 2013 - 7ª entrada - jueves, 19 de diciembre de 2013
Una mirada al fascinante mundo de los Habsburgo-Borgoña - El entronque de las Casas de Trastámara y Austria y el "destino imperial" (7ª nota - penúltima)
La
fusión dinástica y familiar de los Habsburgo y los Borgoña -que entroncaría con
la sangre de Isabel y Fernando- destiló ambientes quintaesenciados, con una
nota de delicadeza, colorido y maravilloso que armonizó perfectamente con el
espíritu guerrero y refinado de Carlos V, Felipe II y don Juan de Austria, que
se manifestó en batallas decisivas para la Cristiandad como las
de Mühlberg y Lepanto
[1] Comte Wiart, o.c., p.
49-50.
[2] Comte Wiart, p. 55.
[3] Comte Wiart, o.c., pp. 60-2;
las crónicas y coloridas descripciones permiten recrear mejor los hechos.
[4] Comte Wiart, o.c., p.
63-4.
[5] Comte Wiart, o.c., p. 73.
[6] Adela F.A. de Schorr, “Destino
de Reinas…”, cit., p. 106.
[7] Juan Beneyto Pérez,
“España y el problema de Europa”, Ed. Espasa-Calpe, Colecc. Austral, p. 101.
[8] Cf. Luis M. Mesquita Errea
“Siglos de Fe en Argentina y América preanuncian un futuro glorioso…”, cit. en
nota 43.
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