16. Proyección socio-cultural de la mentalidad
política aristocrático-monárquica
Estos principios políticos se proyectan en la configuración de la sociedad, la economía y la cultura de un pueblo. Así pues, por la intrínseca y natural cohesión entre la política y esos diversos campos, la excelencia de cierto espíritu aristocrático-monárquico debe estar presente -siempre en la medida de lo posible- en todos los niveles de la sociedad, así como en todas las manifestaciones de la actividad de un pueblo, cualquiera que sea la forma de gobierno que éste adopte. Así por ejemplo, el respeto particularmente acentuado al padre en la familia, al maestro en la escuela, al profesor o rector en la Universidad, al propietario y a los directores en las empresas, etc., debe ser reflejo de ese espíritu aristocrático-monárquico, en todas las sociedades, aun cuando el Estado sea democrático.
De acuerdo con esta perspectiva, Pío XII enseñó que hasta en los propios Estados republicanos la sociedad debe tener ciertas instituciones genuinamente aristocráticas, y enalteció el papel de las familias destacadas que "dan el tono en el pueblo y en la ciudad, en la región y en el país entero."1 El añorado Pontífice, al dirigirse al Patriciado y a la Nobleza romana, tanto en las alocuciones pronunciadas durante la vigencia de la monarquía en Italia (de 1940 a 1946), como durante la república (desde 1947 hasta 1952 y en 1958), reafirmó la misma doctrina. Esto quiere decir que el cambio de forma de gobierno en nada disminuye la misión social de la aristocracia.
Sobre la relación entre la mentalidad aristocrático-monárquica y la cultura de un pueblo, conviene recordar que aquélla bien puede tener como expresión todo un arte, una literatura, en suma, un estilo de vida característicamente popular en lo que se refiere a los segmentos más modestos de una nación; o burgués y aristocrático, en lo que toca específicamente a cada una de esas categorías.
......................................
1) Cfr. Capítulo V, 1, 10.
Los Estados y sociedades europeas anteriores a 1789 conocieron esas variantes. Cada una de ellas reflejaba a su modo la unidad y variedad del espíritu de la nación, el cual produjo, en cada uno de esos segmentos sociales, obras magníficas, celosamente guardadas en nuestros días, no sólo en manos de coleccionistas particulares, sino también en museos y archivos de primera categoría, ya sea tratándose, por ejemplo, de residencias y mobiliarios de familias que se mantenían con el producto del trabajo de sus propias manos, ya sea tratándose, naturalmente, de la producción cultural oriunda de estamentos superiores.
El arte popular de los periodos históricos anteriores a la era igualitaria... ¡Cuánto habría que decir de verdadero, de justo y hasta de emocionante en alabanza suya! Un arte y una cultura auténticos, aunque típicamente populares y adecuados a la condición popular, desagradan de tal modo al espíritu revolucionario de nuestro siglo que cuando circunstancias imprevistas de la economía moderna provocan una considerable mejora en las condiciones de vida de una familia o un grupo popular, el igualitarismo no procura que esta familia permanezca en su condición modesta, aunque mejorada, sino que trata invariablemente de presionarla para que emigre de inmediato hacia una condición social superior, para la cual muchas veces esta familia o grupo sólo estarían preparados mediante largas décadas de perfeccionamiento personal. Así nacen las desproporciones y disparates nada raros en la categoría de los llamados parvenus.
Éstos no son sino algunos ejemplos, entre otros muchos, de la influencia de los principios abstractos sobre la historia de la inmensa área cultural que constituye el Occidente.
17. Legitimidad de los principios anti-igualitarios
Se ha analizado hasta aquí la oposición entre el igualitarismo radical, que influye en muchos de nuestros contemporáneos a la hora de elegir una forma de gobierno y la doctrina social de la Iglesia sobre ese tema. En realidad el mencionado igualitarismo es el principio que, a manera de un tifón o terremoto, mayores y más sensibles transformaciones ha producido en Occidente.
Cabe ahora decir algo sobre la legitimidad de los principios anti-igualitarios aplicados a las formas de gobierno; principios que son justos cuando, inspirados en la doctrina cristiana, no sólo se oponen al igualitarismo radical, sino que admiten y prefieren tanto las formas políticas como las sociales basadas en una armoniosa y equitativa desigualdad de clases.
En resumen, dichos principios reconocen antes que nada la igualdad entre todos los hombres en lo que atañe a sus derechos como tales; pero afirman también la legitimidad de las desigualdades accidentales que se establecen entre los hombres por las diferencias de virtud, dotes intelectuales, físicas, etc.; desigualdades que no existen únicamente entre individuos, sino también entre familias, en virtud del bello principio enunciado por Pío XII que no hacemos aquí sino recordar: " Las desigualdades sociales, también aquellas que van vinculadas al nacimiento, son inevitables. La benignidad de la naturaleza y la bendición de Dios sobre la humanidad iluminan y protegen las cunas, las besan, pero no las igualan.”1
política aristocrático-monárquica
Estos principios políticos se proyectan en la configuración de la sociedad, la economía y la cultura de un pueblo. Así pues, por la intrínseca y natural cohesión entre la política y esos diversos campos, la excelencia de cierto espíritu aristocrático-monárquico debe estar presente -siempre en la medida de lo posible- en todos los niveles de la sociedad, así como en todas las manifestaciones de la actividad de un pueblo, cualquiera que sea la forma de gobierno que éste adopte. Así por ejemplo, el respeto particularmente acentuado al padre en la familia, al maestro en la escuela, al profesor o rector en la Universidad, al propietario y a los directores en las empresas, etc., debe ser reflejo de ese espíritu aristocrático-monárquico, en todas las sociedades, aun cuando el Estado sea democrático.
De acuerdo con esta perspectiva, Pío XII enseñó que hasta en los propios Estados republicanos la sociedad debe tener ciertas instituciones genuinamente aristocráticas, y enalteció el papel de las familias destacadas que "dan el tono en el pueblo y en la ciudad, en la región y en el país entero."1 El añorado Pontífice, al dirigirse al Patriciado y a la Nobleza romana, tanto en las alocuciones pronunciadas durante la vigencia de la monarquía en Italia (de 1940 a 1946), como durante la república (desde 1947 hasta 1952 y en 1958), reafirmó la misma doctrina. Esto quiere decir que el cambio de forma de gobierno en nada disminuye la misión social de la aristocracia.
Sobre la relación entre la mentalidad aristocrático-monárquica y la cultura de un pueblo, conviene recordar que aquélla bien puede tener como expresión todo un arte, una literatura, en suma, un estilo de vida característicamente popular en lo que se refiere a los segmentos más modestos de una nación; o burgués y aristocrático, en lo que toca específicamente a cada una de esas categorías.
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1) Cfr. Capítulo V, 1, 10.
Los Estados y sociedades europeas anteriores a 1789 conocieron esas variantes. Cada una de ellas reflejaba a su modo la unidad y variedad del espíritu de la nación, el cual produjo, en cada uno de esos segmentos sociales, obras magníficas, celosamente guardadas en nuestros días, no sólo en manos de coleccionistas particulares, sino también en museos y archivos de primera categoría, ya sea tratándose, por ejemplo, de residencias y mobiliarios de familias que se mantenían con el producto del trabajo de sus propias manos, ya sea tratándose, naturalmente, de la producción cultural oriunda de estamentos superiores.
El arte popular de los periodos históricos anteriores a la era igualitaria... ¡Cuánto habría que decir de verdadero, de justo y hasta de emocionante en alabanza suya! Un arte y una cultura auténticos, aunque típicamente populares y adecuados a la condición popular, desagradan de tal modo al espíritu revolucionario de nuestro siglo que cuando circunstancias imprevistas de la economía moderna provocan una considerable mejora en las condiciones de vida de una familia o un grupo popular, el igualitarismo no procura que esta familia permanezca en su condición modesta, aunque mejorada, sino que trata invariablemente de presionarla para que emigre de inmediato hacia una condición social superior, para la cual muchas veces esta familia o grupo sólo estarían preparados mediante largas décadas de perfeccionamiento personal. Así nacen las desproporciones y disparates nada raros en la categoría de los llamados parvenus.
Éstos no son sino algunos ejemplos, entre otros muchos, de la influencia de los principios abstractos sobre la historia de la inmensa área cultural que constituye el Occidente.
17. Legitimidad de los principios anti-igualitarios
Se ha analizado hasta aquí la oposición entre el igualitarismo radical, que influye en muchos de nuestros contemporáneos a la hora de elegir una forma de gobierno y la doctrina social de la Iglesia sobre ese tema. En realidad el mencionado igualitarismo es el principio que, a manera de un tifón o terremoto, mayores y más sensibles transformaciones ha producido en Occidente.
Cabe ahora decir algo sobre la legitimidad de los principios anti-igualitarios aplicados a las formas de gobierno; principios que son justos cuando, inspirados en la doctrina cristiana, no sólo se oponen al igualitarismo radical, sino que admiten y prefieren tanto las formas políticas como las sociales basadas en una armoniosa y equitativa desigualdad de clases.
En resumen, dichos principios reconocen antes que nada la igualdad entre todos los hombres en lo que atañe a sus derechos como tales; pero afirman también la legitimidad de las desigualdades accidentales que se establecen entre los hombres por las diferencias de virtud, dotes intelectuales, físicas, etc.; desigualdades que no existen únicamente entre individuos, sino también entre familias, en virtud del bello principio enunciado por Pío XII que no hacemos aquí sino recordar: " Las desigualdades sociales, también aquellas que van vinculadas al nacimiento, son inevitables. La benignidad de la naturaleza y la bendición de Dios sobre la humanidad iluminan y protegen las cunas, las besan, pero no las igualan.”1
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1) PNR 1942. p. 259
También según dichos principios, las desigualdades tienden a perpetuarse y acendrarse a lo largo de las generaciones y de los siglos -sin caer con ello en la exageración-, dando origen incluso a una severa legislación consuetudinaria o escrita que pune con la exclusión de la Nobleza a quienes se hacen indignos de ella por cualquier título, y abre al mismo tiempo sus puertas para las élites análogas auténticamente tradicionales.
Así pues, siendo legítimas las desigualdades existentes entre las personas, familias y clases sociales, resulta fácil deducir la legitimidad y excelencia de las formas de gobierno en que dichas desigualdades naturales son preservadas y favorecidas de modo equilibrado y orgánico, es decir, la monarquía y la aristocracia, tanto en su forma pura como en la moderada.
Plinio Corrêa de Oliveira, "Nobleza y élites tradicionales análogas..." - Apéndice III: "Las formas de gobierno a la luz de la doctrina social de la Iglesia: en teoría - en concreto - ítem B: Las formas de gobierno: los principios abstractos y su influencia en la formación de una mentalidad política"
También según dichos principios, las desigualdades tienden a perpetuarse y acendrarse a lo largo de las generaciones y de los siglos -sin caer con ello en la exageración-, dando origen incluso a una severa legislación consuetudinaria o escrita que pune con la exclusión de la Nobleza a quienes se hacen indignos de ella por cualquier título, y abre al mismo tiempo sus puertas para las élites análogas auténticamente tradicionales.
Así pues, siendo legítimas las desigualdades existentes entre las personas, familias y clases sociales, resulta fácil deducir la legitimidad y excelencia de las formas de gobierno en que dichas desigualdades naturales son preservadas y favorecidas de modo equilibrado y orgánico, es decir, la monarquía y la aristocracia, tanto en su forma pura como en la moderada.
Plinio Corrêa de Oliveira, "Nobleza y élites tradicionales análogas..." - Apéndice III: "Las formas de gobierno a la luz de la doctrina social de la Iglesia: en teoría - en concreto - ítem B: Las formas de gobierno: los principios abstractos y su influencia en la formación de una mentalidad política"
Nota: las imágenes ilustran
con ejemplos de nuestro pasado reciente
las tesis comentadas.
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