lunes, 10 de enero de 2011

[Doctrina social de la Iglesia y formas de gobierno] Influencia de los principios abstractos en la formación de una mentalidad política

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"...el verdadero católico ha de tener una mentalidad política monárquica, que debe coexistir con un sólido y penetrante sentido de la realidad y de lo posible..."

B – Las formas de gobierno:
los principios abstractos y su influencia en la
formación de una mentalidad política

Respecto a los documentos pontificios y las enseñanzas de Santo Tomás sobre las formas de gobierno mencionados en el presente libro, y especialmente en este apéndice, parece conveniente hacer algunas consideraciones:

14. Utilidad concreta de los principios abstractos

Antes que nada, hagamos una observación. Los mencionados documentos enuncian, en especial, principios de naturaleza abstracta y no pocas personas piensan hoy en día que las abstracciones no tienen ninguna utilidad en materia política, social o económica. En virtud de ello cuestionan o niegan a priori el alcance de los referidos documentos.

Ahora bien, al observar la realidad, aunque sea de modo sumario, se ve claramente que la verdad está precisamente en lo opuesto. Por ejemplo, a la hora de optar entre las tres formas de gobierno, la presencia de principios de naturaleza abstracta ejerce en la mentalidad de la gran mayoría de nuestros contemporáneos una muy acentuada actuación, y en no raras ocasiones, incluso preponderante.

Así, pues, podemos ver que:

* De las tres formas de gobierno –monarquía, aristocracia y democracia- es la monarquía pura aquella en la que mayor es la desigualdad entre quien ejerce el poder y aquellos sobre quienes lo ejerce. En ella, el monarca tiene la función de mandar, y a los demás les corresponde obedecerle.

* Cuando la monarquía coexiste con una aristocracia que la modera por encontrarse varias de las funciones del poder real en manos de los aristócratas, la desigualdad entre el Rey y sus súbditos se encuentra atenuada, ya que a algunos de ellos –a los aristócratas- les corresponde no sólo obedecer, sino también participar de algún modo en la regia potestad.

* En esta perspectiva, la desigualdad es aún menor cuando el poder del rey se ejerce acumulativamente con el de la aristocracia y el del pueblo, pues en ese caso también a este último también le compete ejercer una parcela del poder público, lo que está en consonancia con la democracia.

* En esta enumeración hay que considerar todavía la hipótesis de un Estado en que no les corresponda ni al rey ni a la aristocracia ningún poder público, o sea, un Estado cabalmente republicano. En él, la desigualdad política es ipso facto inexistente, al menos en teoría,1 y los gobernantes elegidos por el pueblo deben ejercer el poder íntegramente ad mentem del electorado.

Ahora bien, son muchísimos los que determinan hoy su preferencia hacia una de esas formas de gobierno según un principio abstracto (condenado, por cierto, por San Pío X): el de que la monarquía e, implícitamente, también la aristocracia, son formas de gobierno injustas porque admiten la desigualdad política y social entre miembros de un país; lo que, a su vez, es consecuencia del principio metafísico de que toda desigualdad entre los hombres es intrínsecamente injusta.

15. La posición de los católicos ante las formas de gobierno

Confrontando estos principios radicalmente igualitarios con los textos pontificios y los de Santo Tomás antes citados, de ellos se concluye que dichos principios se oponen formalmente al recto modo de pensar que deben tener los católicos en esta materia.

En efecto, como enseñan los Pontífices, no sólo es la monarquía -e, implícitamente, la aristocracia- una forma de gobierno justa y eficaz para la promoción del bien común, sino que es la mejor de ellas, según las cristalinas enseñanzas de Pío VI y de acuerdo también con el gran Santo Tomás.2

De esto y de todo lo que anteriormente fue expuesto se deduce que:

* No puede ser objeto de reprensión el católico que, considerando las circunstancias concretas de su país, prefiera para éste la forma de gobierno republicana y democrática, pues no es injusta ni censurable en sí misma, sino, por el contrario, intrínsecamente justa y, conforme sean las circunstancias, puede producir eficazmente el bien común.

* Pero, según el recto orden de preferencias, el católico empeñado en mantener una impecable fidelidad a la doctrina de la Iglesia, debe admirar y desear más lo que es excelente que lo que es simplemente bueno; e, ipso jacto, deberá sentirse especialmente agradecido a la Providencia cuando las condiciones concretas de su país permitan la mejor forma de gobierno que es, según Santo Tomás, la monarquía, o incluso clamen por ella.3

* En los casos en que un sano discernimiento de la realidad le muestre que el bien común de su país puede resultar favorecido con una juiciosa alteración de sus condiciones concretas, será digno de elogio que esté dispuesto a echar mano de medios legales y honestos para, dentro del cuadro de libertades del régimen democrático en el cual vive, persuadir al electorado de que modifique dichas condiciones concretas e instaure -o restaure, si es el caso- el régimen monárquico.

* Todo ello se deduce -como ya se ha dicho- de un principio moral más genérico: el de que todo hombre debe rechazar el mal, amar y practicar el bien, y reservar lo mejor de sus preferencias para lo que es excelente. Aplicar dicho principio a la elección de formas de gobierno, implica en rechazar todo desgobierno, anarquía y caos, aceptar las legítimas repúblicas democráticas o aristocráticas, y preferir decididamente la mejor forma de gobierno, que es la monarquía moderada, siempre que ésta -conviene repetirlo- sea adecuada para alcanzar el bien común. En el caso de que no lo sea a causa de las condiciones concretas del país, la implantación de ese bien más perfecto puede ser un acto de inconformidad con los designios de la Providencia motivado por una mera simpatía política.

* De cualquier forma, se concluye de lo anterior que el verdadero católico ha de tener una mentalidad política monárquica, que debe coexistir con un sólido y penetrante sentido de la realidad y de lo posible.
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1) Cfr. Capítulo VII, 6 c.
2) Otro Doctor de la Iglesia, San Francisco de Sales, afirma el elevado grado de perfección de la monarquía como fonna de gobierno, por ser más conforme con el orden de la Creación: " Entonces, Dios, queriendo hacer buenas y bellas todas las cosas, redujo su multitud y distinción a una perfecta unidad; y, por así decirlo, las dispuso todas en monarquía, haciendo que todas las cosas dependan entre sí y todas de Él, que es el Soberano Monarca. Redujo todos los miembros a un cuerpo, bajo una cabeza; con varias personas forma una familia; con varias familias una ciudad; con varias ciudades una provincia; con varias provincias un reino; y somete todo un reino a un solo rey." (Traité de l' amour de Dieu, in Oeuvres complètes de Saint François de Sales, Librairie de Louis Vivés, Paris, 1866,3ª ed., t. I, p. 321).
3) "Casi todos los autores escolásticos antiguos y modernos, junto con un número ingente de otros autores no escolásticos afirman que la monarquía moderada es la forma que debe ser preferida en abstracto; aunque algunos autores de hoy dicen que, en abstracto, ninguna forma debe ser preferida a otra." (P. lrineo Gonzalez Moral, S. J., Philosofiae Scholasticae Summa, BAC, Madrid, 1952, v. lII, pp. 836-837).

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