No me ha llegado aún el momento oportuno de leer “Promenade autour de ma chambre”, de Xavier de Maistre, pero ya el título es sugestivo de un mundo de cosas que podemos atesorar en la vida cotidiana, sobre todo en el alma cuya forma es la inmensidad, según el pensamiento de San Bernardo, apóstol de la sublimidad muy escuchado en sus tiempos, que trae la preciosa “Esthétique du Moyen Âge, de E. de Bruyne.
También me hablaba
a la imaginación de adolescente leer en un conocido diario de Buenos Aires, muy
transformado actualmente por factores que sería largo y complejo pero
revelador analizar, cuando se hablaba con admiración de una elegante galería Promenade Alvear.
Sentía que la Avenida Alvear, con sus
palacios, era un enclave muy argentino, injustamente silenciado, del elegante
París, la ciudad de nombre homérico en que se funden quintaesencias de míticas hazañas
de la Antigüedad
helénica con las varoniles rudezas de Clodoveo y su justiciera hacha francisca,
las suaves conversaciones de Santa Clotilde que desarmaron su ancestral
paganismo e hicieron de Francia la “hija primogénita de la Iglesia”, las
incomparables escenas de San Luis Rey y Joinville, dignas de un vitral, la fidelidad
del pueblo católico y leal al líder natural, el Duque de Guisa -que murió increpando con señorío
a sus asesinos “Ah Messieurs, quelle trahison!”- y su resistencia al calvinista
Henri de Navarre, que pensaba que “…bien vale una misa”…
El París en cuyas callejuelas de piedra, encinas y pizarra aún resuenan los filosos aceros caballerescos de los tres mosqueteros, el de los parques, salones de espejos y fuentes del Roi Soleil –tan odiado por los revolucionarios y no por sus defectos-, el de la gesta eterna legitimista en sentido amplio, el juvenil París pro-familia del III milenio, el eterno bastión cruzado de resquebrajada máscara oficial jacobina, contra la " "guerra santa" " del fanatismo sangriento de la media luna.
El París en cuyas callejuelas de piedra, encinas y pizarra aún resuenan los filosos aceros caballerescos de los tres mosqueteros, el de los parques, salones de espejos y fuentes del Roi Soleil –tan odiado por los revolucionarios y no por sus defectos-, el de la gesta eterna legitimista en sentido amplio, el juvenil París pro-familia del III milenio, el eterno bastión cruzado de resquebrajada máscara oficial jacobina, contra la " "guerra santa" " del fanatismo sangriento de la media luna.
Así son estas sutiles
combinaciones de alma de los pueblos, más inesperadas que un colonial pastel de
choclo coronado de almenas de blanquecino merengue, que una almendrada y
damasquina torta Sacher, que un helado de crema y cerezas regado con licor de
menta, de esa menta sacrificada que al pisarla en las vegas, en lugar de
quejarse exhala un aire de frescura y pureza…
Son combinaciones culturales y psicológcas a las que no es ajena la voz misteriosa de la gracia que habla en lo profundo de los corazones palabras de calma y confianza, felizmente carentes de planeamiento estatolátrico, del gusto de mentes “prácticas” y absolutas que en un país de proporciones patagónicas, en que los encantos feéricos de los lagos del Sur se matizan con interminables alamedas dignas del pincel de Sisley, le hacen el “favor” al pueblo de hacinarlo en casillas de pesadilla y promiscuidad, en cortes de “mis ladrillos” todos igualmente feos y mezquinos. Ah, pero esos generosos políticos tan faltos de imaginación a la hora de pensar algo tan sagrado como el hogar de las familias pobres, son a menudo dueños de los millonarios caudales que faltan para levantar nuestra economía, para poder, de una vez, llevar al pueblo a la prosperidad que hizo de la Argentina pre-demagogia una nación floreciente.
Son combinaciones culturales y psicológcas a las que no es ajena la voz misteriosa de la gracia que habla en lo profundo de los corazones palabras de calma y confianza, felizmente carentes de planeamiento estatolátrico, del gusto de mentes “prácticas” y absolutas que en un país de proporciones patagónicas, en que los encantos feéricos de los lagos del Sur se matizan con interminables alamedas dignas del pincel de Sisley, le hacen el “favor” al pueblo de hacinarlo en casillas de pesadilla y promiscuidad, en cortes de “mis ladrillos” todos igualmente feos y mezquinos. Ah, pero esos generosos políticos tan faltos de imaginación a la hora de pensar algo tan sagrado como el hogar de las familias pobres, son a menudo dueños de los millonarios caudales que faltan para levantar nuestra economía, para poder, de una vez, llevar al pueblo a la prosperidad que hizo de la Argentina pre-demagogia una nación floreciente.
Que un buen observador
y auscultador –dijera Pío XII-, el
Príncipe Don Luis de Orléans y Braganza, que nos visitó en 1910, supo admirar. Como confiero
en los archivos de este Boletín, en el Apéndice
Hispanoamericano de Nobleza y élites tradicionales análogas, el Príncipe manifestó
su asombro por el tono europeo de las clases dirigentes rioplatense, chilena y
boliviana.
'Sobre los estancieros argentinos comenta:
“Dirigíos a una de esas estancias, conservadas, desde la época colonial, en el
patrimonio de la misma familia que allí siempre vivió –extendiendo sus ramas
por todas partes, en su bella fecundidad- la vida majestuosa y calma de sus
ascendientes españoles.
' “Ese argentino sólo lo podréis encontrar...en la más
alta sociedad, tan digna y tan cerrada como ninguna de nuestras sociedades
europeas, guardián vigilante de la herencia nacional contra la invasión
avasalladora del Almighty Dollar”.
'En las recepciones de que es objeto observa cómo,
desde la élite, ese espíritu se difunde al pueblo y lo modela: ”en el fondo, todos
los argentinos, desde el gaucho que emplea sus economías en adornar los arreos
de su caballo lo más magníficamente posible, hasta el obrero que se viste como
un gentleman y usa alfileres de corbata con diamantes, tienen en la sangre el
amor al fausto y al lujo, y cultivan, para su país y para sí mismos, esta
estética social de que hablan con orgullo, y que hace de ellos tal vez el
pueblo más elegante de la tierra” (Sous la croix du Sud; ver citas en p. 126 de
Nobleza y Elites, t. II).
'La benévola exageración del Príncipe –continúa el Apéndice- no invalida su conclusión
aplicable a toda Hispanoamérica: en la Argentina, “la sociedad, o antes bien, la
aristocracia, tiene aún una misión muy noble y muy importante que cumplir:
formar el espíritu de la raza, imprimirle las características que ella misma
heredó de sus mayores” ' (ídem).
En los recuerdos de D. Luis de Orleáns y Braganza
queda esbozada una idea que coincide con las consideraciones de relevantes
historiadores argentinos que, a pesar de partir de cosmovisiones profundamente
diferentes -como el liberal Romero y el tradicional Vicente Sierra-, afirman
que el alma argentina forjó su identidad en el período fundacional, en los siglos XVI y XVII. …Y lo mismo
valdría para otras naciones hermanas del Continente.
Mientras preservemos esa identidad continuada por la
auténtica tradición, no nos pasará como
a los pueblos cristianos del Africa del santo Doctor y Obispo de Hipona, que fueron borrados por los
invasores ismaelitas en un ‘psy-fenómeno’ que implicó su “autodemolición profunda”.
Es lo que explica que en la Francia republicana de hoy
haya esos “géiser” de la “dulce Francia” de San Luis; en Brasil, luego de más
de 100 años de República, una gran cantidad de brasileros anhele la monarquía
(*); que en Argentina, luego de tantas décadas de populismo y despotismo nada democrático,
y –duele decirlo- con ingerencias del poder espiritual que -a contrapelo del
bien del alma y la voluntad electoral de los fieles- en lugar de la paz alientan a personajes
violentos procesados por la Justicia
por delitos comunes contra la Nación; a pesar de todo eso, nuestro pueblo sigue buscando en la dirección opuesta esa bendita “tranquilidad
en el orden” del citado San Agustín, capeando el temporal dejado por la
prepotencia, la demagogia y la ilegalidad recurrentes.
Antes de concluir esta conversación-paseo, saludamos
con el debido homenaje la participación, de que nos informan las “Clarinadas”, del
descendiente directo del ilustre visitante de 1910, S.A.I.R. Dom Bertrand de
Orléans y Braganza, en el Encuentro Mundial de las Familias, en Salta. Ejemplo
de dedicación a la causa de la
Cristiandad y la
Familia, exponente de nobilísima élite real, muestra que en nuestros difíciles días sigue
resonando el llamado pontificio de Pío XII, renovado por la magna obra del Dr.
Plinio Corrêa de Oliveira, a la Nobleza y miembros de
élite tradicional, extensivo proporcionalmente a todos los católicos, de estar
presentes hoy más que nunca en la lucha por la civilización cristiana (**).
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(*) ver actualísima entrevista televisada de Mariana
Godoy al Príncipe Dom Bertrand, portavoz de Pro-Monarquía
(**) ver en esta edición Sumario del Cap. VI “Cooperación relevante de la Nobleza y las élites
tradicionales en la solución de la crisis contemporánea – Las enseñanzas de Pío
XII”, y cómo acceder al texto completo
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