-No,
estimada señora – le respondo a una gentil objetante del “Rincón”
anterior-, María del Pilar está a años mil de sentir cualquier clase de
infelicidad por no plegarse a las modas actuales. Y no está sola, tiene a
su lado a sus padres y a todo un círculo de familias y amigos que
sufren el profundo desorden en que vivimos y sienten legítima nostalgia
de la verdadera civilización
(San Pío X), y que están dispuestos a esforzarse por ese ideal.
Civilización cristiana que vive en el “flash” de la tradición que pasa
de padres a hijos, en las vidas de santos y héroes de la Cristiandad y
en la memoria “que ningún artificio de los adversarios podrá corromper u
obscurecer” (León XIII, “Immortale Dei”).
Y aunque remar contra la corriente produzca “sequedades y sinsabores”, las
bendiciones de la Virgen a sus fieles “remeros” los superan de lejos.
Resistir a la cultura anticristiana actual sólo es posible con coraje,
sabiduría y fortaleza comunicados por la gracia de Dios a través de su
Madre y Medianera. Que suaviza una existencia de lucha con un sinfín de
cosas que nos hacen bien, placenteras e inocentes, y que suelen entrar
en los temas de nuestra tertulia.
Es
importante que haya cada vez más católicos que, en el actual caos de
modas y costumbres, se hagan eco del llamado del Papa Pío XII a todos
–especialmente a las élites tradicionales y a los dirigentes auténticos
de todos los órdenes- a “oponer un dique a la degradación en las casas y en los ambientes”, dar
“el espectáculo de una vida conyugal irreprensible”, y a ser para los
demás “modelos y guías”. (Ver texto en esta newsletter)
A esto llama Pío XII “una insigne y santa empresa,
bien capaz de inflamar el celo de la Nobleza romana y cristiana de
nuestros tiempos”, y de las familias tradicionales, y de toda alma
católica.
A
quienes, correspondiendo a su llamado, participando de la “insigne y
santa empresa” a la que convoca el Pontífice, podrá corresponder la
honra de obtener para la Iglesia y la Cristiandad mayores resultados aún
que los esforzados cruzados, caballeros y conquistadores de nuestro
pasado…
¿Seguimos
adelante? Nuestros recuerdos de infancia están llenos de esos “flashes”
de tradición viva… Conservo el encanto de un libro, de buen tamaño,
encuadernado en cuero de Rusia, con páginas doradas a la hoja. Su título
era algo como “Historias sublimes para jóvenes con espíritu épico”, por el Marqués de la Batalla, quien firmaba con su título sobre una espada.
Poblado
de ilustraciones, no tenía dinosaurios, ni monstruos presentados como
seres normales; los monstruos eran monstruos, feos que causaban horror,…
y malos, que llamaban al combate. Formativo y ameno, por tanto…
Una historia fantástica era la de unos pequeños hermanos que esperaban, de noche, en el piso superior de la casa, un
espectacular galeón español que irradiaba la luz de cientos de fanales y
antorchas; en que un valiente caballero, antepasado de ellos, muerto
luchando por la civilización cristiana en América, los venía a buscar
para emprender un viaje maravilloso en que les mostraba sus andanzas en
las tierras y mares que había surcado, con los hombres, viviendas,
selvas y animales como eran entonces.
A
contraluz de una luna inmensa, en un cielo de azulado cristal de roca,
se recortaban a bordo del galeón, que a su paso dejaba una estela de
puntos luminosos que brillaban como luciérnagas en una noche estival.
Nos
embarcamos en el galeón por algunas horas y vamos, por nuestra parte, a
seguir el derrotero de unos ingleses aventureros -como que llevan
sangre normanda en las venas- por Australia y otros mundos, en tiempos
en que no había filmadoras ni cámaras fotográficas. Aparatos capaces de
captar maravillas pero que, según la abuela de un conocido autor
francés, dejan la impronta de lo mecánico, lo que llevaba a la señora a
preferir, para un regalo, un dibujo o un cuadro, por ser ‘más humanos’.
Wilson, contemporáneo de Stubbs, pintó estos lagos y cerros de Gales
En
el 1700, (antes de las chimeneas que tiznaron el cielo europeo, de las
fábricas en que cientos de obreros se apiñaban largas y oscuras horas en
medio del ruido de las máquinas, con saudades de su aldea natal,
su campanario y sus fincas ancestrales), los arqueólogos y naturalistas
recorrían el mundo en azarosas expediciones financiadas por algún rico,
noble o de alta burguesía.
Si descubrían una Estela de los buitres o una Puerta de los leones,
o se daban con un animal curioso o de sorprendente belleza, no pudiendo
fotografiarlo, tenían que hacer como quería la abuela del escritor
francés: dibujar o pintar.
En
épocas exigentes en perfección y buen gusto -tan distantes de cierto
sórdido “arte” moderno, en que se componen “cuadros” con desperdicios y
cosas peores, como los que una trabajadora municipal italiana tiró a la
basura (¿sin darse cuenta?) hace unos días- la expedición debía incluir
un artista.
A
veces en las luchas contra hipopótamos y otras fieras -golpeando lanzas
en el agua para asustarlos, como los náufragos portugueses de Alvares
Cabral en el Río del Infante-, o contra silenciosos reptiles o insectos
venenosos, o nativos malhumorados, poco hospitalarios, o
antropófagos “caribes”, entre los caídos se encontraba el artista,
cuyos bocetos podían resultar muy valiosos si los otros expedicionarios
lograban volver con ellos a la civilización.
Fue
el caso del “kangourou” y del dingo pintados por George Stubbs,
juntando el mundo de la exploración, la ciencia y el arte a través de
tres conocidos ingleses: el flemático John Cooke, que capitaneó la
travesía; el ostentoso dandy Joseph Banks, naturalista que examinó los
hallazgos científicos y encargó los cuadros, y el propio Stubbs, que los
pintó.
Pero
este artista, que se hizo rico pintando caballos de carrera, no corrió
los riesgos de internarse en el “continente misterioso”, ni “posó
nunca sus ojos sobre un canguro o un dingo”. Pero tuvo arte y
psicología para pintar “retratos” de corceles que encantaban a sus
propietarios -duques y lords-, y de lograr éxito con el canguro y el
dingo (cf. Mark Hudson, “Why the George Stubbs’ paintings were worth
saving”, “The Telegraph”, “Art features”, 6.XI.13).
Para
estas pinturas ‘australianas’, Stubbs se basó en bocetos hechos por el
pintor de la expedición, Sydney Parkinson, que lamentablemente no vivió
para contar la aventura. Además tuvo el testimonio verbal del
“flamboyant” Banks y un cuero rellenado al efecto.
“Su
mezcla de exactitud sobria e intensidad pictórica se ve acentuada por
la luz vespertina que ilumina al canguro por la izquierda.”
Stubbs
fue tan lejos como le fue posible en dotar de personalidad a estos
animales, “sin caer en antropomorfismo, sentimentalismo ni dramatismos
espurios”.
“Sus
profundos sentimientos se le habían filtrado durante sus experiencias
en Roma y atento a los esfuerzos de incontables contemporáneos
subyugados por el gran maestro paisajista del siglo 17, Claude Lorrain”
(ibid.). A éste se debe que la concepción de la luz de Stubbs “sea
quintaesenciadamente europea”.
Notable
repercusión la de Claude Lorrain, que inundó de luz el alma y la obra
de “incontables” artistas, influyendo en las tendencias del público más
que muchos políticos, pensadores y filósofos.
Y
es la presente escena tan “lorenesa” del pintor inglés la que nos
gustaría observar con los lectores, pues invita a trascender.
Sus Yeguas y potros en un paisaje
muestran una naturaleza europea refinada sin desnaturalizarla, con
siglos de una tradición que evoca castillos y abadías. Sus esplendores
se reflejan en la prestancia, variedad y gracia de estos caballos.
La
yegua señorial y sufrida da de mamar al potrillo leonado sin dejar que
se note el esfuerzo; bien erguida, pues no necesita echarse para
alimentar a su príncipe;el refulgente padrillo porcelano color nieve que
gobierna con tanta naturalidad la tropilla está presente, ordenador y
vigilante, listo para salir al galope como un huracán, con elegancia aún
mayor que estando en reposo.
Todos
tienen la calma y serenidad de un grupo de “gentlemen-farmers” y
“ladies” conversando en un parque, junto al espejo de aguas cristalinas.
La
escena es un remanso que armoniza el orden y la espontaneidad, como una
imagen de sociedad orgánica reflejada en el mundo ecuestre.
El
hombre criado a imagen y semejanza de Dios también está presente,
aunque no se lo vea. Hay un criador de esos animales, alguien que los ha
amansado y los cuida, otros, quizás, que cruzan los ríos, corren los
zorros o visitan las “manor-houses” y fincas vecinas sobre su lomo. Y
alguien que, con el placer de contemplarlos, admira su estampa y la
belleza del conjunto, y hasta puede buscar en las cualidades que observe
analogías con otros seres, y de ahí subir a otros pensamientos y
admiraciones . ¡Ese se lleva la mejor parte!
“Easy chocolate cake”
El
momento es ideal para armar una buena mesa campestre de té y tomarlo,
antes que los caballos se internen en el monte, con una riquísima torta
de chocolate.
Como
hay que ir pensando en la vuelta, uno de los expedicionarios sugiere
que preparemos algo bueno y sencillo, y nos da la receta de la Fácil
Torta de Chocolate
Aquí la transcribo:
Ingredientes:
1 taza de harina
2 cucharaditas de polvo de hornear
¼ cucharadita de sal
1 taza de azúcar
1 huevo
Leche hasta completar la taza con el huevo
½ libra de chocolate
2 cucharadas de manteca
Preparación:
Tamizar
y poner en un bols la harina, sal, polvo de hornear, y azúcar. Romper
el huevo en la taza que sirve de medida y en seguida terminar de
llenarla con leche. Agregar a los ingredientes secos y batir bien.
Derretir el chocolate con la manteca al bañomaría y batir todo junto
hasta que quede suave. Poner en un molde enmantecado y enharinado y
cocinar 40 minutos en un horno moderado.
Mrs. Catherine Pearson
(De:
“Hogar Feliz”, Selección de Recetas de Cocina Internacional – Realizada
por la Comisión de Señoras – de la Comisión Pro-Templo Parroquial a la
Virgen de Fátima en el Bajo de Martínez, Prov. de Buenos Aires,
Argentina, 3ª ed., 1957)
No hay comentarios:
Publicar un comentario