lunes, 6 de febrero de 2012

Nuestros prohombres de a caballo - El guerrero y el caballo en la gesta iberoamericana - 4ª nota

Don Gabriel García Moreno, Presidente católico mártir y hombre de a caballo

(...Y es interesante para la consideración de este tipo humano que era uno de los mejores caballistas de España y que cabalgó casi hasta el día de su muerte. Y que en medio de sus graves responsabilidades de gobernar un Imperio fabuloso jamás visto en la historia (Busaniche), no se sentía él si no iba en persona a las dehesas de Madrid a apartar los toros para las grandes corridas.)
¡Qué familiar resulta esta afición ecuestre con la de nuestros prohombres de a caballo, anteriores a la expansión de la Revolución Industrial! Mencionemos aquí al gran Presidente ecuatoriano García Moreno (1821-1875), que al enterarse de una amenaza de invasión peruana en las fronteras se hizo cauterizar una herida con hierro candente y cabalgó de inmediato a conjurar el peligro.
O al austero General Arenales, héroe de Pasco y La Florida, cuyas prendas privilegiadas eran su mula de marcha y su caballo de batalla, que él mismo ensillaba y herraba.
Y así adentrados en el siglo XIX, evocando a Güemes, digamos algo de los combatientes que fueron pilares de nuestra historia en la Emancipación: los gauchos de la epopeya güemesiana y los granaderos a caballo, representantes de dos modalidades de pelea muy diferentes y geniales. En las que no puede faltar el equino y un jinete que sepa maniobrarlo y pueda “vivir a caballo”.

Hombres de la Argentina profunda, como el Chacho, que en la Tablada y Oncativo, en el Rincón y en la Ciudadela, hará “la fabulosa hazaña de enlazar los cañones enemigos para arrastrarlos fuera de las líneas. No es fácil imaginar la destreza criolla requerida para semejante maniobra…” (Félix Luna). Y que recorrerá Córdoba, Cuyo y el Norte, y cruzará la cordillera, muchas veces con su mujer, la fiel Doña Victoria Romero, galopando al infinito para resistir al centralismo (unitario o rosista, en esencia, lo mismo daba), que quería subyugar esa Argentina. Quien, tal vez inspirado en Güemes, o hijos ambos de esa tradición histórica, ejercía una patriarcal atracción sobre los gauchos, a quienes guiaba por medio de consejos: “El ejército del general Peñaloza era de milicias; arrieros y pastores que guardaban en sus ranchos la lanza y el sable, y cuando venía la convocatoria verbal transmitida por un chasqui, ensillaba el mejor caballo y con otro de tiro se iban a Guaja. Sus jefes eran estancieros o mineros, y los hijos de éstos formaban el cuadro de oficiales” (J. M. Rosa).

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