Honduras: batalla por el alma cristiana de América Latina
La lectura y el análisis de los diarios de las últimas semanas muestra claramente el crecimiento de las tensiones en Latinoamérica, donde se está trabando una batalla político-ideológica de grandes dimensiones y relevancia para el destino de todos los países de la región, muy especialmente del Brasil.
Por una de esas paradojas de la Historia, es en la pequeña Honduras que ese embate encuentra, en el momento actual, su escenario más encarnizado.
La iniciativa –capitaneada por el venezolano Hugo Chávez- del retorno clandestino a Honduras del presidente depuesto, Manuel Zelaya, y la subsiguiente transformación de la embajada brasileña en cuartel general de éste y de su grupo de seguidores más próximos, elevaron las tensiones a un grado inimaginable e hicieron que nuestro País transponga, en las relaciones internacionales, un umbral extremadamente peligroso.
La diplomacia brasileña, en gesto inaudito y a contramano de sus tradiciones, decidió intervenir directamente en la situación de Honduras, en agresión a la soberanía del país, en falta de respeto a sus instituciones y a las leyes internacionales, en inequívoca servidumbre al expansionismo chavista en la región.
Ante la gravedad de la actual coyuntura, animada de cristiano patriotismo, la Asociación de los Fundadores (discípulos de Plinio Corrêa de Oliveira), viene a manifestar públicamente su opinión con respecto a los rumbos de nuestra política exterior, que están causando perplejidad y creciente angustia a incontables brasileros. Haciéndolo, se inspira en la línea de actuación ininterrumpida y en los principios que animaron al eminente e intrépido líder y pensador católico, Plinio Corrêa de Oliveira.
I – La fabricación de un fantasma: el “golpismo”
Existen determinados momentos en que la escena internacional es sacudida por un frenesí con relación a un hecho político o religioso que, al modo de un vendaval repentino, lo alcanza y lo derrumba a todo. La opinión pública se halla envuelta en un clima emotivo, en el que la reflexión ponderada y el equilibrio de juicio se ven perjudicados, y pasan a ser transmitidas impresiones poco razonables como si fuesen realidades incuestionables,.
Honduras, pequeño país de América Central que no constituye habitualmente el foco de atención del público, se transformó en epicentro de uno de esos fenómenos. El pretexto han sido los acontecimientos políticos que, el 28 de junio p.p., condujeron a la deposición del entonces presidente Manuel Zelaya.
El caudaloso noticiero, innumerables análisis y abundantes reacciones políticas –carentes de exención de espíritu y objetividad- insistían en la idea de que nos encontrábamos ante un acto arbitrario de barbarie política perpetrado contra un presidente que legítima y tranquilamente ejercía el cargo para el que había sido elegido; llegaron en algunos casos a referirse a esto como un retorno a la “época negra” de los golpes militares.
Teniendo a la cabeza los miembros de ALBA (Alianza Bolivariana para las Américas), ciertos actores políticos latinoamericanos, hablando en nombre de una democracia que buena parte de ellos viola de muchas maneras, apuntaban como imperiosa una vehemente condena del “golpe” en Honduras. El propio presidente Luis Ignacio da Silva se sumó al coro de los que condenaron tal “golpe”.
No obstante, en el resto del mundo, voces de considerable peso comenzaron a señalar la verdadera naturaleza de los acontecimientos ocurridos en aquel país; en Honduras había estado en curso un golpe contra la Constitución y las instituciones, pero conducido por el propio Manuel Zelaya, con la íntima colaboración del presidente venezolano, Hugo Chávez.
II – La verdad sobre Honduras: Zelaya embiste contra la Constitución y desafía las instituciones del país
En el mes de enero de 2006, Manuel Zelaya asumía la presidencia de Honduras, luego de ganar las elecciones como miembro del Parido Liberal, de tendencia conservadora.
Condicionado por una acentuada crisis de las finanzas públicas, fruto de los altos precios del barril de petróleo, inició una aproximación con el líder venezolano.
Cooptado inicialmente por las tentadoras condiciones para adquirir el petróleo, y luego por la invitación a que su país ingresara al ALBA –lo que ocurrió en agosto de 2008, luego de una fuerte disputa en el Congreso Nacional- Zelaya renunció a su programa electoral, se declaró de izquierda y antiimperialista, mostrando creciente anuencia a las maniobras con las que Hugo Chávez viene desestabilizando diversos países de América Latina.
Desgastado políticamente, blanco de denuncias graves de corrupción y de estar ligado al narcotráfico, Zelaya lanzó, en marzo de 2009, la idea de un plebiscito para promover reformas en la Constitución y perpetuarse en el poder, según los moldes de la cartilla chavista victoriosa en Bolivia y Ecuador.
La Constitución hondureña tiene cláusulas inamovibles, como la obligatoriedad de alternar en el ejercicio de la Presidencia, cuya infracción constituye “delito de traición a la patria”. Dispone asimismo que cesará de inmediato en el desempeño de su cargo público (inclusive en el de presidente) todo aquel que proponga o apoye la reforma del dispositivo constitucional que impide ser de nuevo presidente de la república.
Indiferente a dichos impedimentos constitucionales, el presidente Zelaya emitió un decreto convocando a una consulta popular para establecer una Asamblea Constituyente.
A fines de mayo, el Tribunal de Letras en lo Contencioso Administrativo, en proceso promovido por el Ministerio Público y por la Procuraduría General del Estado, suspendía todos los efectos del decreto por considerarlo inconstitucional.
El propio Gobierno, admitiendo la ilegalidad del Decreto, decidió presentar uno nuevo, con leves modificaciones, pero plagado de los mismos vicios legales.
El Tribunal Superior Electoral declaró ilegal la consulta popular que planeaba el Poder Ejecutivo y cuyos preparativos llevaba a cabo, principalmente por usurpar prerrogativas de otros poderes lo que, según la Constitución hondureña, constituye delito grave.
El presidente Manuel Zelaya anunció entonces su intención de no respetar las decisiones del Poder Judicial y recurrió a Hugo Chávez para que lo ayude en la organización de la consulta popular, trayéndose de Venezuela el material destinado a ella.
Zelaya intentó una última maniobra ordenándole a las Fuerzas Armadas apoyar la consulta popular declarada ilegal. Al recibir la negativa de colaboración con sus ilícitas pretensiones, destituyó sumariamente al Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas.
El 26 de junio, el Fiscal General de la República le solicitó a la Corte Suprema de Justicia una orden de captura contra Manuel Zelaya, bajo acusación de traición a la patria, conspiración contra la forma de gobierno, abuso de autoridad y usurpación de función. La Corte le ordenó a las Fuerzas Armadas la captura de Zelaya por tales delitos.
El 28 de junio, Zelaya fue arrestado y retirado del país. El Congreso Nacional de Honduras, por mayoría (con sólo cinco votos en contra), elevó a Roberto Micheletti como nuevo presidente constitucional de Honduras (*).
(*) La designación siguió el orden establecido por la Constitución de Honduras dado que el vice-presidente había renunciado meses antes para ser candidato en las elecciones de noviembre.
La exposición, aunque fuese sumaria, de la crisis institucional en Honduras no le convenía a Zelaya, a Chávez y a sus “compañeros de ruta”, por lo cual era preciso alimentar la idea simplista y facciosa de un “golpe” de Estado cometido por militares. Papel al que se prestó gustosamente, en nuestro medio, una parte considerable del capitalismo macropublicitario.
En verdad, la maniobra de calificar de “golpe” la destitución de Manuel Zelaya y la exigencia de condena de aquel encerraban un ardid ideológico. Al omitir astutamente todos los atentados de Manuel Zelaya al orden constitucional de Honduras, se pretendía convalidar a éstos y –con mayor amplitud- a la estrategia geopolítica de Hugo Chávez y de su “socialismo del siglo XXI”.
A medida que la realidad fue emergiendo, se tornó cada vez más claro que en Honduras se habían dado una serie de actos institucionales en defensa del Estado de Derecho, comenzando a derrumbarse la versión de un acto arbitrario cometido por militares.
Debe destacarse que, pese a censurar el hecho político, el Departamento de Estado norteamericano jamás calificó lo ocurrido en Honduras como golpe de estado.
En los últimos días, un estudio de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos –órgano consultivo sin carácter político- consideró constitucional la destitución del presidente Manuel Zelaya y señaló la necesidad de respetarla. El estudio objeta tan sólo la legalidad de su expulsión del país (cfr. “O Estado de S. Paulo”, Deposição foi legal; exílio, não, diz estudo americano, 25/9/2009).
Posiblemente el documento de mayor relevancia en ese punto haya sido el publicado por la Conferencia Episcopal de Honduras.
En nota leída por su Presidente, el Cardenal Oscar Andrés Rodríguez Madariaga, los Obispos hondureños afirmaron haber buscado información en todas las instancias competentes y en organizaciones de la sociedad civil, debiendo concluir que las determinaciones que llevaron a la deposición de Manuel Zelaya fueron legales, y que las instituciones del Estado democrático están en plena vigencia. Los Obispos agregan que esperan una explicación con respecto a la expulsión del país del ex –presidente.
Las Conferencias Episcopales de Venezuela, Bolivia y Ecuador, y los Obispos de Méjico, declararon su apoyo oficial a la posición asumida por los Obispos hondureños.
III – Presiones diplomáticas y elecciones
A partir de la deposición de Manuel Zelaya comenzaron incontables gestiones y presiones diplomáticas sobre el gobierno de Roberto Micheletti, que no viene al caso mencionar.
Cabe sin embargo destacar la orquestación pro-Zelaya encabezada por la Organización de Estados Americanos (OEA), bajo la dirección del, socialista José Miguel Insulza.
Honduras fue sumariamente expulsada de la OEA, pocas semanas después de haber sido aprobada la vuelta incondicional de la dictadura castrista a la organización. Sin hablar de su clamoroso silencio ante las maniobras golpistas de Zelaya y las amenazas militares de Chávez al país, lo que le valió a la OEA una advertencia de la propia Conferencia de los Obispos de Honduras, en el sentido de prestarle más atención a todo lo que estaba pasando, fuera de la legalidad, antes del 28 de junio.
Con su desvergonzada parcialidad, la OEA se desacreditó para todo papel mediador, lo que condujo a las partes a un diálogo directo, iniciado bajo auspicios del presidente de Costa Rica, Oscar Arias.
Manuel Zelaya, haciendo abstracción de sus afrentas a las instituciones de Honduras y de las violaciones a la ley fundamental del país, se mantenía inflexible en su postura en pro de su incondicional vuelta al poder, lo que colaboró significativamente para el fracaso de todas las tentativas de negociación.
Mientras se desarrollaban las tratativas diplomáticas, grandes manifestaciones ganaban las calles de Honduras, especialmente de Tegucigalpa, en las que hondureños de todas las clases sociales mostraban al mundo su repudio a la intervención de Hugo Chávez en los asuntos de Honduras y su rechazo ideológico al “socialismo del siglo XXI”.
Ante el fracaso de las negociaciones y de la amplia oposición del pueblo hondureño a las maniobras de Zelaya, quedaba como solución pacífica la realización de las elecciones de noviembre. Diversos países veían con buenos ojos esta solución y el propio Departamento de Estado norteamericano no descartaba aceptarla.
Con la realización de la contienda electoral, fijada antes de la deposición de Manuel Zelaya y mantenida por el gobierno de Roberto Micheletti, acabarían por venirse abajo las alegaciones de golpismo. Para la estrategia política del chavismo sería la consumación de la derrota en Honduras.
Fue entonces que la diplomacia brasileña pasó a tomar la delantera y la abierta defensa del bloque bolivariano, decidiendo impedir cualquier solución que no atienda los intereses chavistas.
IV - Jugada radical: la vuelta clandestina de Zelaya
Reinaba la paz social y política en Honduras. Urgía, pues, convulsionar el cuadro político e impedir la realización de las elecciones.
Para revivir la crisis era necesaria una jugada radical. Nada mejor que la vuelta clandestina de Zelaya al país.
Todo indica que la logística de la operación que permitió el retorno del ex presidente al país tuvo la participación activa de Hugo Chávez. El mismo admitió tener conocimiento de todo y reveló que se había tratado de “una operación secreta, una gran operación de disimulo”.
Las confesiones de Chávez sólo refuerzan la certeza de que Zelaya es una marioneta política en manos del caudillo venezolano, a cuyos intereses sirve.
A partir del momento en que Manuel Zelaya se “refugió” en la embajada del Brasil en Tegucigalpa, nuestro País pasó, de este modo, a participar con toda evidencia de la intentona chavista.
Se hace cada vez más difícil creer que la “materialización” de la presencia de Zelaya a las puertas de la embajada brasilera haya sido fruto del acaso, cuando su permanencia en ella y la colaboración activa del gobierno de tal manera resultan útiles a sus intereses. Incluso por la coincidencia con el discurso del presidente Luis Ignacio Lula da Silva en la Asamblea General de la ONU, durante el cual exigió la inmediata restitución de Manuel Zelaya al cargo, condenando “golpes de Estado” como el de Honduras, al tiempo en que asumía la defensa del régimen castrista.
En entrevista a una radio hondureña, Zelaya afirmó que su plan de retorno a Honduras fue elaborado en consultas con Lula y con Celso Amorim. Y aunque estuviese mintiendo, la confianza demostrada por Hugo Chávez en relación al Brasil muestra a las claras hasta qué punto el líder bolivariano cuenta con la diplomacia brasileña para la realización de sus aventuras, y cómo ésta es connivente con sus intereses geopolíticos. Se comprende así que Manuel Zelaya haya reafirmado como indispensable el apoyo del Brasil y reiterado sus agradecimientos al presidente Lula.
El hecho es que la diplomacia brasilera, en lugar de exigir discreción y ausencia de toda manifestación política, permitió que Manuel Zelaya transformara la embajada del País en un verdadero cuartel general, de donde pasó a llamar a una insurrección en Honduras y al derribamiento de Micheletti. Se levantó la hipótesis, inclusive, de la posibilidad de que Zelaya instalara allí un gobierno paralelo. La gravedad de la situación creada se acentúa al considerarse que, junto con Zelaya, se instalaron en la embajada decenas y decenas de seguidores suyos, muchos de los cuales usan trapos para esconder el rostro, mientras vigilan la entrada del predio, no habiendo ni siquiera certeza de que todos sean hondureños.
Inmediatamente después de los primeros llamamientos de Zelaya, dirigidos a sus seguidores desde el balcón de la embajada, y en entrevistas concedidas en el interior de la misma, los zelayistas saquearon establecimientos comerciales, destruyeron propiedades, quemaron gomas y bloquearon calles, disturbios que causaron la pérdida de dos vidas humanas.
Resulta comprensible que, en comunicado divulgado por la Cancillería de Honduras, el gobierno del presidente Lula haya sido acusado de intromisión en los asuntos internos de Honduras; y que el propio canciller hondureño, Carlos López Contreras, haya declarado en una entrevista que “hay una grave responsabilidad internacional del gobierno del presidente Lula, no sólo con el Gobierno de Honduras sino también con la población y el comercio, que fue saqueado por las turbas instigadas desde el interior de la misión del Brasil en Tegucigalpa” (Chanceler de regime de facto acusa Brasil, “O Estado de S. Paulo”, 26/9/2009).
De hecho, el Brasil, en una agresión a la soberanía de Honduras, pasó a interferir de forma explícita en los asuntos internos del país, violando las normas del Derecho Internacional, como destacaron varios especialistas. Actitud que fue reforzada por las declaraciones del presidente Lula en cuanto a que Zelaya no tiene plazo para irse de la embajada y que “el Brasil no tiene nada que hablar con esos señores que usurparon el poder”.
La voluntad de hacer fracasar cualquier solución negociada que no atienda los intereses de Hugo Chávez se consolidó en la reunión de emergencia de la OEA, en la que Brasil se alineó con Venezuela, rechazando las propuestas de la diplomacia norteamericana.
La gravedad de la situación se mantiene. El plan de la vuelta de Manuel Zelaya contaba con la adhesión en las calles de decenas o tal vez cientos de millares de seguidores, como destacó el diario “ABC” de Madrid. Pero, una vez más, se hizo patente el fracaso del apoyo popular a las maniobras de la izquierda.
Sólo le queda a Zelaya el intento de convocar, siempre desde la embajada brasileña, una ofensiva final de los “movimientos sociales” y predicar actos de desobediencia civil, como lo hizo en estos días. Esto se da en el preciso momento en que el Diputado que preside la Comisión de Seguridad y Narcotráfico denunció en el Congreso de Honduras, basado en informes de inteligencia militar y policial de países centroamericanos, un masivo tráfico de armas, procedente de El Salvador, para la ejecución de actos terroristas en el país (cfr. “El Heraldo”, 29/9/2009, Denuncian masivo tráfico de armas hacia Honduras).
¿Estará el chavismo –con la eventual colaboración de Cuba, Nicaragua y otros aliados- preparando un baño de sangre para Honduras? Y, en esa eventualidad, ¿estará nuestra temeraria diplomacia decidida a proseguir en la aventura que puede degenerar en violencia y en un desenlace trágico?
Se entiende que el embajador norteamericano en la OEA, Lewis Amselem, haya calificado el retorno clandestino de Zelaya como “irresponsable”, además de no servir “a los intereses de su pueblo y de aquellos que defienden una solución pacífica para el restablecimiento del orden democrático”.
Toda la situación generada con el “amparo” dado al ex presidente Manuel Zelaya en la embajada brasilera permite entrever que la diplomacia del gobierno Lula decidió trasponer un umbral muy peligroso y asumir el liderazgo de la estrategia geopolítica e ideológica del así llamado eje bolivariano. Como bien señaló en su editorial la revista “Veja”, “apoyar a Zelaya no significa defender la democracia, significa apoyar la dictadura de Chávez” (30/9/2009).
V – Dos mitos que se desmoronan
En el firmamento diplomático latinoamericano, dos máximas se habían ido fijando, tornándose aceptadas casi como evidencias.
La primera presentaba al presidente de Venezuela, Hugo Chávez, como un líder histriónico y excéntrico, que conducía una revolución confusa en sus conceptos e inocua en sus praxis. Según dicha versión, las amenazas de Chávez, de un radicalismo desvariado, no pasarían de mera retórica.
La segunda máxima presentaba al presidente Lula como un contrapunto a la radicalidad de Chávez, dispuesto a contener los arrestos del venezolano; un izquierdista moderado y pragmático, actor confiable en la región y líder imprescindible para resolver las disputas regionales.
La izquierda en América Latina estaría, según este enfoque, dividida en dos bloques, el de la izquierda radical (liderado por Hugo Chávez), y el de la izquierda moderada (liderado por Lula). Tanto una máxima como la otra, se prestaban a desmovilizar y debilitar toda resistencia al avance de las izquierdas en Latinoamérica.
Entretanto, ambos líderes lograban avances substanciales en sus estrategias, cuyas diferencias no pasaban de dos caras de una misma moneda.
Quien se abocara con más detenimiento al análisis de la realidad diplomática de la región advertiría que, en los momentos de desgaste y en los lances más audaces del así llamado bolivarianismo, el presidente Lula y su diplomacia acudían sistemáticamente en ayuda de Chávez o de los integrantes de su bloque.
Pese a lo cual, misteriosamente, muchos medios de comunicación y analistas políticos continuaban repitiendo las dos máximas, casi como un mantra.
Transcurridos varios años, los acontecimientos se encargaron de desmentir estas versiones y ambos mitos se desmoronaron.
Lula, en verdad, jamás moderó seriamente las actitudes de Chávez. Y la prueba está en que el caudillo venezolano logró seguir adelante con su programa radical en Venezuela, donde va implantando a los ojos de todos un régimen dictatorial y socialista (que Lula califica como “exceso de democracia”); extendiendo su influencia o ingerencia a diversos países; cubriendo abiertamente a las FARC; y entretejiendo alianzas, inclusive militares, con Rusia, China, Libia, Argelia e Irán, en un eje anti-norteamericano.
En un reciente análisis, la conceptuada revista “The Economist”, alertó acerca de que existe método en la aparente locura de Chávez: “Su confesado cálculo es que ayudando a provocar dificultades para los Estados Unidos, simultáneamente en muchos lugares, puede provocar el colapso del ‘imperio’. Los regímenes con los que asiduamente busca una alianza son, dentro de este cálculo, el núcleo de un nuevo orden mundial”. Y la revista alerta en relación a que el mundo debe tomar más en serio los designios del venezolano (Friends in low places, 15/9/2009).
Es en el contexto señalado por “The Economist” que se ubica la maniobra del retorno clandestino de Manuel Zelaya a Honduras y su acogida en la embajada brasileña.
En un momento de arrobamiento, la diplomacia nacional –manipulada por el lulo-petismo- terminó revelando su verdadera faz, demostrando que está dispuesta a jugar fuerte, apoyando activamente el chavismo y su “socialismo del siglo XXI”, colaborando con la desestabilización de América Latina y minando, cada vez más, la influencia de Estados Unidos en la región.
VI – Llamado al sentido común
La crisis hondureña es sumamente reveladora y constituye una grave señal de alerta. El gobierno del Presidente Lula, pese a ciertas apariencias, no está interesado en solucionarla por la vía institucional. Está con ganas, eso sí, de imponerle al pequeño país centroamericano una rendición al chavismo.
En su servilismo a los designios de una ideología de izquierda, la actual diplomacia nacional –dominada por una minoría radical- no refleja el pulso del corazón del Brasil como un todo, pues las políticas oficiales hace mucho que dejaron de tener en cuenta la fibra conservadora y cristiana, uno de los componentes más incontestables y de mayor prestigio de la mentalidad nacional.
La agresividad y radicalización que vienen distinguiendo nuestra política exterior –y que, en modo alguno, parecen reflejar el sentimiento dominante de nuestro prestigioso cuadro diplomático-, además de poder afectar a nuestra Nación, arrastrándola a una indeseable posición de beligerancia, son contrarias a la mentalidad del brasilero medio.
¿Qué pensarán nuestros compatriotas cuando se vean envueltos en conflictos que nunca buscaron, tan sólo porque el fanatismo ideológico de algunos los llevó a aventuras como la presente?
¡Qué extrañeza, qué desconcierto, qué sensación alucinante de no estar identificados con la misión histórica de la Tierra de la Santa Cruz sentirán los brasileños cuando noten que los recursos tácticos de la configuración geográfica del País, las riquezas sin fin de su subsuelo, de su pujante agricultura y de su dinámica industria estarán resultando útiles para la implantación de una ideología extraña a sus anhelos y contraria a sus principios cristianos?
Es urgente que Manuel Zelaya abandone la legación brasilera y deje de hacer de ella el cuartel general de donde lanza sus llamados a una insurrección que puede conducir a una lucha fratricida entre hondureños. Lucha de la cual será responsable, en gran medida, nuestro gobierno, si continúa siendo el patrocinador de la aventura chavista de Manuel Zelaya.
Honduras necesita paz y respeto a su soberanía y no gritos de guerra partidos de la embajada brasileña en Tegucigalpa.
Más que nada importa que la pequeña Honduras, el Brasil y toda América Latina se mantengan a salvo de las intrigas, amenazas, incursiones y, en el futuro, de una posible hegemonía del “socialismo del siglo XXI”.
Creemos que es necesario que se forme un frente amplio en el País, fundado no tanto en filiaciones partidarias sino en los auténticos intereses del Brasil –que se oponga de modo efectivo a los desmanes de una política exterior que desde hace mucho dejó atrás los legítimos intereses nacionales y los cambió por una ideología imperialista. Ideología ésta que intenta resucitar en nuestro continente, habitualmente pacífico, la estela de humillaciones, confrontaciones, miserias y dolores que las ideas marxistas le impusieron a Rusia, a los países del Este europeo, a China, a Corea del Norte y a Cuba, para mencionar tan sólo algunos de ellos.
Terminamos este pronunciamiento elevando nuestras oraciones a Nuestra Señora Aparecida, Reina del Brasil, suplicándole que no permita que ideologías extrañas perturben la paz de América Latina y transformen la Tierra de la Santa Cruz en foco de inseguridad y disgregación.
San Pablo, 3 de octubre de 2009
Asociación de los Fundadores
Adolpho Lindenberg Caio Xavier da Silveira
Celso da Costa Carvalho Vidigal Eduardo de Barros Brotero
Paulo Corrêa de Brito Filho Plinio Vidigal Xavier da Silveira
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