miércoles, 8 de julio de 2020

32a. nota - Las profanaciones y la pérdida del Alto Perú (1810-1811)

Castelli aplicó las instrucciones de terror inspiradas en la Revolución Francesa mientras tenía el descaro de encargar misas por el Rey...

Dos retratos de Bernardo de Monteagudo (muy distintos entre sí). Las profanaciones de templos católicos escandalizaron a la población y llevaron a la pérdida del Alto Perú -un "servicio" anticristiano y muy poco patriótico



Siglos de Fe..., 32a. nota: Las profanaciones y la pérdida del Alto Perú (1810-1811)

NOTA 32ª
Las profanaciones y la pérdida del Alto Perú (1810-1811)
Como un relámpago de claridad sobrecogedora, la temida amenaza a la Fe se hizo patente durante la invasión del Alto Perú por la Expedición Auxiliadora de la Primera Junta, a despecho de las seguridades dadas al pueblo en la circular del 26 de mayo. El 31 de julio de 1810, ésta dicta un decreto que dispone la confiscación de bienes sin proceso y la pena de muerte: “El documento...impone un régimen de terror, sin ningún tipo de miramientos”, dice Bustos Argañaraz (Manual de Historia Argentina, p. 160).
Su representante es el Vocal Castelli, el fusilador de Cabeza de Tigre, quien recibe nuevas instrucciones secretas (fechadas el 12 de septiembre):
“Se le ordena actuar con la mayor severidad...”, y luego de la primera victoria “dejará que los soldados hagan estragos en los vencidos para infundir terror en los enemigos”. El 18 de noviembre Moreno le notifica que “la Junta aprueba el sistema de sangre y rigor que V.S. propone contra los enemigos” (ibid.).
Esta severidad que lleva la marca del terror jacobino llegará al extremo de arcabucear a ilustres mandatarios y jefes del bando contrario, contra las nobles prácticas de la guerra civilizada.
Entre tanto, Castelli hace oficiar con descaro misas por la salud del Rey!
El libertinaje y la herejía inficionan el ambiente; cunde la indisciplina y el descontento popular. “Nuestra revolución ha sido tan prolongada y sangrienta porque empezó destruyendo el ascendiente del principio religioso”, comenta el salteño Facundo de Zuviría.
El 7 de noviembre de 1810 triunfan las armas porteñas a orillas del río Suipacha, gracias a la participación de aguerridos efectivos de la Provincia de Salta al mando de Martín Miguel de Güemes. Durante las sublevaciones en Potosí y Charcas caen presos el Gobernador Sanz, el Mariscal Nieto y el Capitán Córdoba. “Cumpliendo fielmente sus instrucciones, Castelli procede a ejecutarlos..., provocando consternación en el pueblo” (Bustos Argañaraz, o.c., p. 160).
El Alto Perú cae en manos de los rioplatenses. “Sin embargo, los abusos cometidos por Castelli y el régimen de terror que impone fueron generando una actitud de desconfianza y rechazo por parte de la población. Algunos...oficiales profanaron templos y objetos sagrados y celebraron misas sacrílegas, llegando Bernardo Monteagudo al extremo de predicar desde un púlpito vestido de sacerdote”.
“Estas actitudes provocaron primero estupor y luego indignación en un pueblo de firmes creencias religiosas y dieron pie a que  Goyeneche (General del Virreinato del Perú) predicara una guerra santa contra los ‘porteños herejes’, que ganó pronto numerosos adeptos”.
“El 20 de junio (de 1811) tuvo lugar un nuevo enfrentamiento en Huaqui, en donde las fuerzas altoperuanas infringieron una aplastante derrota a las porteñas, perdiéndose definitivamente el Alto Perú” (Bustos Argañaraz, o.c., p. 160).
El cariz anticatólico –afirma Zuviría- fue gravoso “por los millares de prosélitos que quitaron a la causa de nuestra libertad e independencia”. Entre aquellos hechos lamentables enumera “los tres primeros que asaltan a mi memoria”:
1.      “El sermón de Viacha, predicado por uno de nuestros primeros hombres, y que hasta hoy se recuerda en el Alto Perú”. Si bien se refiere a Castelli, su secretario Monteagudo pronunció similar homilía sacrílega, evidenciando unidad de metas y métodos.
2.      “El ultraje al signo de nuestra redención (la Santa Cruz) arrastrado por las calles de Chuquisaca a presencia de los representantes de nuestro primer gobierno”.
3.      “La persecución y expulsión de...obispos y pastores” (ap. C. Bruno S.D.B., Historia de la Iglesia, VII, p. 379).

Las consecuencias no se hicieron esperar: derrotas militares, pérdida del Alto Perú, oposición de las poblaciones a la entrada de las fuerzas porteñas, motines populares contra los jefes, el descrédito y el repudio.
El abandono de nuestro pasado impulsado por el sector jacobino iba destruyendo la unidad virreinal y fragmentando el Imperio español, como lo deseaban las fuerzas anticristianas. “La patria había quedado reducida…a menos de la mitad de lo que había sido, al comenzar, en 1810, la Revolución”, dice Bernardo Frías (Tradiciones Históricas, 6ª. Tradición, ed. La Facultad, Bs. As., 1929, p. 210).
No faltaban personas clarividentes que percibían la gravedad de la fractura y lo consideraban “un castigo manifiesto”. Era la opinión que Don Tomás Manuel de Anchorena le expresaba a su hermano Nicolás en carta del 10 de agosto de 1811: “Lo que a mí me desconsuela, es el odio tan manifiesto de que se han poseído todas estas gentes contra nosotros (...); maldicen la conducta de nuestras tropas, culpando sobremanera a los oficiales y jefes. Yo creo que esta desgracia ha sido castigo manifiesto de los innumerables delitos que se han cometido...”.
Juicios similares expresan el Gral. Belgrano y otros jefes que encuentran a los pueblos totalmente cambiados y enemistados con quienes, en nombre de la libertad del pueblo, intentaban arrancarle la principal libertad de ser fieles a Dios.
Estos aspectos esclarecedores se ocultan para evitar que los argentinos veamos cómo nuestra patria fue violentamente apartada del camino que sus impulsos naturales la llevaban a seguir, desviándola hacia el proyecto de una nación artificial y extranjerizante, en contradicción con sus raíces.

Luis Ma. Mesquita Errea 

SIGLOS DE FE EN ARGENTINA Y AMÉRICA PREANUNCIAN UN FUTURO GLORIOSO –
La formación de la civilización cristiana y mariana en nuestro suelo y su resistencia a la Revolución igualitaria (ca. 1530-1830) - 
32a. nota
Sigue en nota 33a. Extremistas y moderados

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