jueves, 2 de enero de 2020

LA GESTA DE ISABEL LA CATOLICA - CAP. XVI - UNA ENERGICA REINA

CAPITULO XVI

UNA ENERGICA REINA




M
ientras los inquisidores actuaban en Andalucía, los Reyes, en Aragón, reunían al Clero, la Nobleza y el pueblo en las Cortes –representación orgánica de toda la sociedad-  para el reconocimiento del Príncipe Juan y despachar fuerzas navales contra los moros de Italia. Felizmente para la Cristiandad el gran Turco Mohamed II había muerto, lo que al menos significaba un respiro.
En los últimos diez meses, la Reina había recorrido a caballo más de tres mil km, asistido a tres Cortes y atendido el gobierno. Y esperaba a su cuarto hijo para el verano de 1482.
Una dedicación ejemplar!
En Medina del Campo se enteró de reclamos que había contra sus dos inquisidores, cuyo celo en el desempeño de sus funciones era motivo de queja para muchos conversos –los judíos declarados no eran molestados por la Inquisición. Según afirma William Th. Walsh, entre los conversos sospechosos porque seguían algunas tradiciones judaicas, había también cristianos sinceros y leales súbditos. 
Sixto IV envió una carta protestando contra los abusos de San Martín y Morillo, en la que hablaba de injusta prisión y torturas severas a muchas personas inocentes “que han sido condenadas como herejes injustamente, despojadas de sus posesiones y condenadas a graves penas”. Advertía que estaba dispuesto a destituir a los inquisidores a menos que Fernando e Isabel prometieran obligarlos a actuar con legalidad y justicia, cumpliendo con los deseos del Papa “como debían hacerlo reyes católicos”.
Podemos imaginar cómo la Reina sintió este reproche, pero graves acontecimientos la obligaron a centrar su atención en otro frente: la Guerra con Granada había comenzado.
En Navidad, mientras una tempestad furiosa se descargaba sobre los cerros que separaban la España cristiana de Granada, el rey Muley Hasán tomaba la ciudad de Zahara, sita a unos 25 km de Sevilla.
Era una poderosa avanzada de la Cristiandad, considerada inexpugnable. “El amurallado castillo se elevaba sobre la cima de una montaña rocosa, tan alta que ni los pájaros volaban sobre ella, y las nubes flotaban por debajo, ocultando los profundos acantilados”.
Protegidos por la tormenta, los moros treparon las húmedas murallas con escalas de sitio, entraron en la ciudad, mataron a sus defensores y arrastraron a Granada a las mujeres y niños como esclavos, matando a los que caían agotados por el camino.
Los Reyes se encontraban muy lejos. Las atroces noticias provocaron una de las más graves crisis de la vida de doña Isabel. La Reina ordenó reforzar la vigilancia en los castillos y se entregó a una tarea larga y difícil: conquistar un rico y fértil reino de tres millones de moros, en cuyo centro se levantaba la ciudad amurallada de Granada, en la escarpada cuesta de la Sierra Nevada; protegida por altas montañas y fortificaciones consideradas inconquistables... La guerra requeriría meses, tal vez años de esfuerzos heroicos. Pero estaba resuelta a terminar con la dominación árabe en el sur. Lo que los buenos reyes de Castilla soñaron hacer, la empresa en que su padre había fracasado, se proponía llevarla a cabo ella con la ayuda de Dios y de Fernando. “El rey, al frente del ejército cristiano, dirigiría la cruzada, y ella, en su madura y magnífica belleza de los treinta años, sería simultáneamente agente de reclutamiento, comisaria, proveedora de municiones, enfermera de campaña, proveedora de los hospitales y agente de propaganda”.
¡Enérgica Reina!

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