lunes, 5 de enero de 2015

Epifanía, fuego y luz - La inocencia y la suma de las edades




                                                      Los patriarcales Reyes Magos


-Bueno, chicos, les voy a contar la historia de los Reyes Magos, como ustedes piden, contestó la catequista. Hacía calor, pese a que estaban en Antofagasta de la Sierra, célebre por el frescor de sus tardes. De las cumbres del cerro, como de un gigantesco volcán, salían nubes enormes que tapaban el cielo.
Los chicos, en rueda, miraban el grabado que mostraba la catequista, donde aparecían, recortados en el cielo de Oriente -de donde nace la luz-  envueltos en una nube que se fundía con los insondables desiertos, unos hombres misteriosos, patriarcales, cuyas barbas, como de fina lana, parecían envolver muchas historias y leyendas.
Veían a Melchor -anciano lleno de sabiduría; a Gaspar - joven vigoroso y bello; y a Baltasar, alegre y sacrificado negro, retinto y reluciente, cuya barba tenía más curvas que el retortuño del campo.
De ellos dijera el Rey Profeta David -ancestro del Niño Jesús- : "lo adorarán todos los reyes de la tierra" y "los Reyes de Arabia y Saba traerán sus regalos" (Sl 71). ¿Eran persas, caldeos, etíopes o indos? Es parte del misterio que los rodea…
-Pero lo más probable es que vinieran de Arabia..., siguió la catequista, ante los niños azorados por tantos nombres y pueblos extraños... 
                                            El profeta Balaam castigando a su mula
-Que en aquellos desiertos y oasis no habían olvidado lo que miles de años antes profetizara Balaam: "una estrella se elevará de Jacob , un cetro surgirá de Israel y aniquilará a los Príncipes de Moab". Por eso subían a los cerros a observar el cielo, esperando descubrir algo nuevo.
¿Y cómo habrían podido encontrar al Niñito, escondido en una cueva?
La señorita les contó que Dios ya había guiado al pueblo por el desierto por medio de una columna de nube, que de noche brillaba como el fuego. Y que a los Reyes los guió con la estrella más cristalina y brillante.
- Para San Crisóstomo, la estrella de Belén era un Angel. ¿No les parece bello? Todos asintieron...
-Y la estrella los guió hasta Jerusalén, y allí... desapareció. En ese lugar esperaba a los reyes una desilusión muy grande, toda una probación para su fe. Pues Dios, para fortalecer a sus fieles, permite a veces pruebas dolorosas…
Jerusalén era la capital de Israel, y ante un acontecimiento como la Natividad del Mesías prometido, debería haber habido festejos y alegría. Y encontraron todo menos eso. 
                                  Herodes, relajado usurpador del trono de Israel,
                                            que le correspondía a San José
Un usurpador, Herodes, ocupaba el trono de Israel (trono que le correspondía a San José, conforme enseñan San Pedro Julián Eymard, San Juan Bosco en su Historia Sagrada, etc.).
Los judíos les dijeron a los Reyes dónde encontrar al rey recién nacido, a Quien, aunque lo esperaban hacía milenios, no se molestaron en ir a adorar... 

                                             "Tenían las Sagradas Escrituras pero no tenian fe..."
Tenían las Sagradas Escrituras pero no tenían fe y vivían olvidados del Redentor, al que imaginaban un rey poderoso y próspero, que los haría grandes y ricos. Y era todopoderoso, en verdad, pero tenía otros designios…
-Los Santos Reyes Magos no estaban ciegos como los judíos -dice San Agustín. Sin dejarse impresionar por las apariencias frustrantes permanecieron fieles a esa expectativa que Dios había puesto en sus almas y siguieron su camino para encontrar al Niño Dios. ¡Qué alegría cuando, al salir del ambiente pesado de la ciudad ingrata, volvió a brillar la estrella en el cielo para indicarles el camino!
Así llegaron hasta donde había nacido el Redentor del mundo, una pequeña cueva que San Jerónimo describe, en carta a Santa Marcela. 
                                   Adoración de los Reyes Magos al Niño Dios, por Fra Angelico
En ese pesebre entraron los Reyes e, iluminados por Dios, no se escandalizaron ante su extrema pobreza. Vieron al Niño, el Hijo de Dios hecho hombre, envuelto en pañales, junto a su Madre, la Virgen, más grande y luminosa que el sol.
En ese instante sublime se postraron en el suelo y Lo adoraron. Siguiendo las costumbres orientales, abrieron sus tesoros y le dieron al Niño sus regalos: oro, incienso y mirra. Traían lo mejor de sus tierras y sabían, por el "magisterio invisible del Espíritu Santo", que sus regalos eran apropiados. Pues el oro representa la dignidad regia de Jesús, el incienso su Divinidad, y la mirra, su naturaleza humana, mortal.
Luego de serles comunicado en un sueño que no debían volver al hipócrita Herodes, que había fingido alegrarse del nacimiento del Niño mientras tramaba insensatamente su muerte, se volvieron a sus tierras. Viejos autores dicen que por mar.
Los Santos Reyes Magos representan el comienzo del llamado a la Iglesia, Una, Santa, Católica, Apostólica y Romana, a todos los pueblos de la tierra y nuestra vocación a la luz de la verdadera Fe y de la verdadera civilización cristiana, que cada pueblo, dentro de la unidad católica, realiza a su manera.
Los dones de los Reyes Magos simbolizan también otras cosas. El oro, la sabiduría, el incienso, la fuerza de la oración, y la mirra, la mortificación de la carne, el amor a la pureza.
El Papa San Gregorio Magno enseña que su vuelta por otro camino significa que nuestro hogar es el paraíso y que, después de conocer a Jesús, no podemos continuar por el camino que veníamos siguiendo. Habíamos perdido la senda por orgullo, desobediencia y apego a falsos placeres; sólo podemos volver a encontrarlo por la penitencia, la obediencia, el desprecio de las cosas terrenales y el dominio, con el auxilio de la gracia, de las tendencias avasalladoras que llevan al pecado.
-Así vemos, niños, cómo el mensaje de Navidad y el ejemplo de los Santos Reyes Magos es siempre actual, ¡hoy más que nunca!, concluyó la catequista.

En ese instante, sucedió un fenómeno curioso. Era la oración. Sobre las murallas azuladas de la Cordillera de San Buenaventura se veían unas delicadas vetas rosadas, que pronto se transformaron en una “capa” luminosa, como los cuellos de encaje de Rembrandt o Van Dyck.
Hacia el noroeste, un arco iris, poco frecuente a esa hora, tomaba una coloración especial, con un verde, un rojo, un amarillo acaramelados: junto al arco una nube proyectaba una cónica aureola de luz.
Una niña preguntó: ¿señorita, veremos en el cielo la Virgen con el Niño?
Más lejos, la nubazón era un archipiélago de radiantes islas de oro.
El Niño Jesús y la Virgen sonreían al pequeño grupo de fieles que evocaba los misterios de la Epifanía, regalándoles un atardecer de fuego y luz. Cada uno volvió a su casa con la mente poblada de reyes misteriosos, nubes doradas y del Verbo, que "moraba en el principio y principio no tenía", manifestándose en grandeza y pequeñez a los embajadores de la gentilidad de Oriente. 


La catequista los despidió con estas palabras: -Chiquitos míos, nunca olviden estas bellas lecciones pues Jesús enseñó que, si no conservamos alma de niños a lo largo de toda nuestra vida, no entraremos al Reino de los Cielos. En la suma de las edades, lo bueno de cada tiempo se va acumulando y acrisolando, preparándonos para ver a Dios como lo vieron los Reyes Magos en el pesebre. Es el ejemplo que ellos nos dan en su día!

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