sábado, 14 de marzo de 2009

La falta de espíritu aristocrático de los apóstoles y la inefable misión aristocrática de María Ssma. - Anonimato y frialdad del Estado moderno


Transcribimos, bajo este subtítulo de nuestra Redacción, un trecho más de la enciclopedia del Card. Herrera Oria y los comentarios del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira a este texto y al que publicamos en la entrada anterior. Próximamente completaremos estos comentarios que, por ser tan ricos, merecen una lectura detenida, que así se ve facilitada.
La temática de la aristocracia y la sociedad orgánica, desarrollada en "Nobleza y élites tradicionales análogas" constituye un prisma luminoso para abordar altas cuestiones político-sociales y religiosas. Es el prisma de la tradición católica, que el progresismo y el populismo revolucionario en boga han tornado borroso en la mente de incontables católicos. Así, la obra del gran autor brasileño, elogiado como "eco fidelísimo" de los documentos pontificios por la Santa Sede, es como una torre de observación veraz y fiel. No es casual que el autor haya consagrado su épica lucha doctrinaria contra los errores actuales (cuyos efectos sufre a diario la humanidad) a Aquella que es "Torre de marfil" y modelo de aristocracia.
Cordialmente,
Pelayo


"C. En el Evangelio aparece muy claro el contraste entre la falta de misericordia, de caridad, de espíritu aristocrático de los apóstoles en la escena que comentamos (1) y la inefable misión aristocrática que desempeñó María Santísima en las bodas de Caná.
"a) Atenta a las necesidades de los demás, María se acerca a quien puede remediar­las para exponérselas.
"b) Y después se acerca al pueblo, representado en los criados, para inculcarles que sean obedientes."
Esta comparación entre la misión de la aristocracia en el Estado y la nación con la de la mujer —esposa y madre— dentro del hogar es un poco sorprendente para el lector moderno, pues las escasas obras de divulgación sobre la aristocracia hoy existentes han habituado, a justo título, al público a ver en ella la clase militar por excelencia, lo que parece muy poco afín a la misión de la esposa y madre en la familia.
Sin embargo, no por ello deja de ser esta comparación rica en sabiduría. Para verla en su justa perspectiva es necesario tomar en consideración que la guerra se ejerce normalmente contra el extranjero; y Santo Tomás trata aquí de la misión de la aristo­cracia en la vida interna normal del país en tiempos de paz, y no en cuanto espada que lo defiende contra el enemigo externo.
Era inherente a la aristocracia medieval y, en parte, a la del Antiguo Régimen, que cada una de las familias que la constituía reuniera en torno suyo un conjunto de otras familias o individuos de un nivel social menos elevado, a ella vinculados por relaciones de trabajo de diversas índoles, de mera vecindad, etc.
En las ciudades de aquellas épocas, era normal que se alzasen viviendas populares junto a palacios, mansiones o simples residencias de familias acomodadas. Esta vecin­dad entre grandes y pequeños repetía a su manera la atmósfera familiar del hogar aristocrático, constituyendo así un halo discretamente luminoso de afectos y dedicacio­nes en tomo a cada familia aristocrática.
Por otra parte, las relaciones de trabajo, por el simple efecto de la caridad cristiana, tienden siempre a desbordar del mero ámbito profesional hacia el personal. Durante los largos periodos de convivencia en el trabajo, el noble inspira y orienta a quien esta debajo de él, y este último, a su vez, hace lo mismo con relación al noble: le informa de sus aspiraciones y diversiones, de su modo de ser en la Iglesia, en la corporación o en el hogar, y también de las circunstancias concretas de la vida popular y de las necesidades de los desvalidos. Todo esto constituye, en fin, el circuito de interrelaciones entre el mayor y el menor que el Estado post-1789 procuró sustituir en cuanto le fue posible por la burocracia, es decir, por las oficinas de estadística e información, y por los siempre activos servicios de información policial.
Es a través de esas burocracias como el Estado anónimo (sin hablar aquí de las grandes sociedades anónimas macropublicitarias) inspira, propulsa y manda a la nación por medio de funcionarios también anónimos.
Recíprocamente, la nación habla al Estado a través de la boca anónima de las urnas electorales; anónima hasta el último refinamiento cuando el voto es secreto y el Estado ni siquiera puede saber quién ha votado de uno u otro modo.
Este conjunto de anonimatos evita en lo posible la presencia del calor humano en las interrelaciones del Estado moderno.
Nota 1) El presente esquema es uno de los veinte que desarrollan el Evangelio de la multiplicación de los panes (Jn., VI, 1-15).

(Plinio Corrêa de Oliveira, "Nobleza y élites tradicionales análogas", t. I, Apéndice IV, La aristocracia en el pensamiento de un Cardenal..., ít. 5: La aristocracia en la familia, p. 246)

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