"DEVISADERO"
DE LUCES DORADAS
EN "...AQUEL
REINO DEL TUCUMÁN"
Luis María Mesquita Errea
"DEVISADERO" DE
LUCES DORADAS EN "...AQUEL REINO DEL TUCUMÁN"
Luis María Mesquita Errea
La siguiente ponencia es la primera de una serie dedicada a analizar y
realzar aspectos valiosos de nuestra
historia regional en el período fundacional, omitidos o negados por enfoques
históricos y antropológicos tendenciosos. Fue presentada en la
II Jornada Histórico-Genealógica del
Tucumán y Cuyo (La Rioja,
2003) y en el Congreso Nacional de Genealogía (Tucumán, 2004). Ha sido revisada
y actualizada para esta edición de
CRONICAS del TUCUMAN.
Una
visión de conjunto que reconoce y admira las luces de nuestra historia vs.
indigenismo y leyenda negra
Nos proponemos abordar ciertos
aspectos marcantes de la historia del Tucumán, que ayudan a entender el proceso
histórico y la identidad de esta región que cumplió el rol vital y glorioso de
ser cuna y matriz espiritual de la argentinidad.
Matriz que plasmó el alma argentina y sigue viva en el presente, estructurando
“su actitud espiritual frente a los más graves problemas de la existencia
colectiva”, manteniendo caracteres que sobreviven “bajo formas diversas y
vigorosas” de acuerdo a José Luis Romero[i].
Cuando no se les da el debido
realce a esos aspectos , se obtiene una visión incompleta, o deformada, de
nuestra historia. Y siendo ésta como la memoria de los pueblos, se deforma la
noción de lo que somos como nación, quitándonos fuerza, verdadera unión y
posibilidades de ocupar el lugar que la Argentina está llamada a ocupar, como exponente y
defensora viril, en Hispanoamérica, de la civilización cristiana.
Toda investigación, conforme a
los cánones de la ciencia historiográfica,
debe recorrer varias etapas. La primera, llamada heurística, busca y reúne documentos, testimonios, bibliografía,
objetos materiales y todo elemento útil,
punto de partida y acervo sin el cual la historia no se distingue de una
novela. Reunido el material, se procede a una labor de análisis y selección.
Luego viene lo más difícil:
interpretar los hechos, la fase hermenéutica. Esta nos lleva a elaborar una visión coherente, una síntesis.
Finalmente, se corona la obra con la exposición de los resultados.
Procuraremos ajustarnos a esa
metodología por ser hoy tan imprescindible o más que nunca. Pues la historia de
nuestros orígenes permanece en la nebulosa para el público. Los propios
docentes son víctimas de una campaña de desinformación. En los manuales de
"historia oficial" abundan semi-verdades y errores hábilmente
ensamblados, que presentan la obra conquistadora, evangelizadora y civilizadora
de España en el Nuevo Continente como una verdadera maldición. Como un proceso dirigido por hombres ávidos
de oro, de poder y de placer, y sin entrañas, que irrumpieron en una idílica
América, poblada de maravillosas civilizaciones, constituidas todas por hombres
felices, de buena fe, casi sin pecado original.
Esto es parte de una campaña
que procura envenenar los espíritus contra su herencia hispano-cristiana y
desintegrar el mundo iberoamericano tratando de oscurecer en las mentes la
propia idea de cultura y civilización, apoyados en análisis pseudo científicos
estilo Lévy-Strauss y sus émulos.
Nuestra experiencia como
docentes y –en su momento- como estudiantes de historia, sirve de sustento a
estas afirmaciones, que dio pie a constatar el desconocimiento y los prejuicios
anti-hispánicos que afloran en quienes enseñan y en quienes aprenden. A veces
los alumnos revelan más sentido común - y más espíritu argentino y cristiano-
que quienes intentan infundirles una condena sin matices hacia lo que hicieron
sus mayores, que hicieron esta nación.
Estos no fueron perfectos. No
sólo cometieron los errores propios del ser humano, sino que les tocó actuar en
la época renacentista, de grandes adelantos materiales, grandes
emprendimientos, grandes intelectuales y artistas, pero también de un resurgir
de tendencias paganas, sensuales, egoístas, que los movió a actuar muchas veces
en contradicción con el espíritu de la civilización cristiana, del que eran
providenciales portadores. Pues Dios se vale de instrumentos humanos
imperfectos para realizar grandes obras, sin desplazar la libertad humana, y
"escribe derecho con líneas torcidas".
Los errores cometidos, las
injusticias, crueldades, egoísmos, vinieron como anillo al dedo para los
detractores de la obra grandiosa de la España misionera y de sus
impulsores autóctonos, sin los cuales nada hubiera sido posible.
Nació la leyenda negra en las
mentes de grandes agitadores revestidos del manto de piel de oveja de la falsa bondad demagógica. Luego fue
corregida y ampliada por los cenáculos volterianos que tanta influencia
tuvieron en nuestra América, no sólo en tiempos de la Independencia sino
ya a partir del despotismo ilustrado y el absolutismo vigente durante el
Virreinato del Río de la Plata,
institución que sólo duró tres décadas, pero que borró en la mente de muchos
los siglos anteriores, en que formamos parte del Virreinato del Perú, con todos
los fueros[ii].
Esto es una mutilación
histórica evidente y tiene una causa. Fue durante aquel período de los siglos
XVI y XVII que surgió en toda América,
con destellos especiales, la civilización cristiana. Donde, en medio de
limitaciones y fallas, hubo un florecimiento de hombres y mujeres ilustres,
inclusive santos, de grandes fundadores y estadistas, de grandes instituciones
como cabildos y universidades, de tradiciones de hondo arraigo popular.
Constituye ese acervo un tesoro magnífico que despide luces
auténticas, que ningún artificio de los adversarios -usando palabras de
León XIII- logrará obscurecer o destruir.
El blanco directo de la
campaña de difamación fue la gran España de los Austrias
pero, a nuestro modo de ver, el blanco principal al que se apuntaba -y se
apunta- por elevación es algo aún más grande, la mayor de las Instituciones: la Santa Iglesia
Católica, inspiradora de la civilización cristiana hispanoamericana que fundó la Gobernación del
Tucumán y lo que hoy es la
Argentina.
Así, en palabras de Manuel R.
Trelles, llegaron "...las aberraciones hasta el extremo de anatematizar
nuestra propia raza y la civilización que nos dio la existencia..."[iii].
Sobre la parte de ese acervo precioso que floreció en estos
reinos del Tucumán queremos hoy decir una palabra. Tema grande demás para poder
siquiera resumirlo en una ponencia. Menos aún pretendemos hacer un insulso
catálogo que haga perder interés a estas maravillas. Si logramos detectar aquí
los brillos de algunos "tapaos", de esos tesoros semi-ocultos de esta
minería del espíritu , para que junto con los ilustres participantes de esta
"Gran Jornada" podamos
rastrearlos, exhumarlos, admirarlos y darles el destaque que merecen, la tarea
estará hecha. Manos a la obra, pues, en nombre de Dios.
Los
"devisaderos" y los
"Claros Varones" del Tucumán
El Tucumán, con sus
cordilleras y cadenas montañosas, sus volcanes y nevados, sus valles y sus
cuestas empinadas, es tierra de "devisaderos". Así le llaman los
hombres de campo a los sitios de observación desde donde vigilan sus tropillas
y majadas.
En Sañogasta, un viejo
campero de esos que se vieron
acorralados por nieve y viento blanco con la hacienda que llevaban a Chile, en
el tiempo en que las vacas eran herradas para cruzar los Andes, sugirió el nombre de devisadero para la senda que, a guisa de calle, pasa frente a su
casa.
El solar que fundara en uno de los bordos
sañogasteños tiene una vista magnífica hacia la inmensidad del Famatina, y
también contempla la capilla secular del Vinculado. Esa loma se llama el
"Alto de los Alives" en recuerdo de antigua estirpe indígena que hoy
perdura. Pero el pobre don Segundo Páez no tuvo el gusto de, antes de cerrar
los ojos, ver concretado el anhelo de que la calle se llamara "devisadero".
Pues a alguien dotado de poder de decisión, no le sonó bien este término, dicho en la forma
castiza antigua propia que conserva la gente de campo.
Por lo que, en homenaje a don
Segundo Páez y a nuestros camperos y arrieros, que mantienen viva nuestra tradición,
los invito a subir a este "devisadero" para ver las luces doradas que
se levantaron sobre el Tucumán, muchas de las cuales quedaron encendidas para
siempre.
Me refiero a una serie de hechos marcantes y
-parafraseando a Fernando del Pulgar- a los Claros Varones del Tucumán que protagonizaron su historia.
Hablar de la historia del
reino del Tucumán y evocar la "Gran Entrada" de Diego de Rojas, es
una sola cosa. Y digo "reino" porque así lo nombran antiguos papeles,
y la sabrosa evocación de fray Reginaldo de Lizárraga, que atravesó a pie
"todo el reino de Tucumán"[iv]
y porque sabemos que era uno de los reinos de ultramar de la Corona de Castilla, bien
ganados por Isabel la
Católica -y Fernando-, buena madre y reina de sus hijos
indígenas, proclamándolos para todo y siempre vasallos libres de España.
El status correspondiente a
este término feudal de "vasallo"
fue una importante protección, inclusive para el indio enemigo o indio de
guerra. En las Guerras Calchaquíes, los indios de guerra prisioneros eran
llamados "piezas" o “presas”, no por ser aborígenes sino por algo
anterior al Descubrimiento de América -la terminología militar de la Reconquista española.
Los que fueron entregados como remuneración a guerreros, no pudieron ser
esclavizados merced a su condición de vasallos. Así declaró en ese acto el
Gobernador Mercado y Villacorta: "...que no los daba por esclavos, sino
que eran libres[v], y
que no podían enagenarlos". Sobre el particular comenta la autora de la versión paleográfica de la relación de Calchaquí
del Padre Torreblanca, Teresa Piossek Prebisch: "Según la ley, los indios
eran vasallos del Rey. Por lo tanto, no podían ser enajenados" (ibid.).
Diego de Rojas, Jefe de la primera expedición destinada a descubrir el Tucumán, fue un caballero en toda
la fuerza del término. Supo hacerse querer por indios y españoles. Conquistador
de Nicaragua, participante en numerosas expediciones y batallas, tenía una
posición holgada en el Perú de entonces. No tenía necesidad material de
acometer nuevas empresas. Pero sí tenía necesidad espiritual, difícil de entender en épocas de sanchopancismo y masificación.
La sed de riesgo y aventuras
era característica esencial del conquistador. No se puede negar que había en
esto un notable espíritu de sacrificio, que llegaba frecuentemente a la ofrenda
de la propia vida.
Mucho del espíritu de
caballería cristiana vivía en los conquistadores, a pesar del naturalismo y
hedonismo neo-paganos que trajo consigo el Renacimiento, sin perjuicio de los
grandes talentos de los humanistas y de los grandes artistas.
Para el caballero medieval,
dar la vida por Dios y por el Rey, su representante en la tierra en el orden
temporal, era una inmolación en aras de los más altos valores, que abría las
puertas del Cielo. Recordamos una miniatura que representa a Roland, caído en
el campo de batalla en lucha contra los infieles por fidelidad al Sacro
Emperador Carlomagno, con la espada, Durandal -"qui bien tranche et bien
taille"- y el olifante, mientras dos ángeles llevan su alma al cielo, delicadamente
envuelta en una sábana que parece un arca o una navecilla blanca.
Aún en tiempos de la Revolución Francesa,
los nobles y otras víctimas al subir al cadalso entonaban un himno que decía:
"c'est beau mourir pour le roi et la
religion...":
"Es bello morir por el
rey y la religión (católica)".
De modo que sed de aventuras y
espíritu de holocausto comunicaban nobleza a quien no la tenía por nacimiento,
y aumentaban la de quien, como Diego de Rojas, la llevaba en la sangre.
Nobleza y élites tradicionales
análogas: virtudes heroicas y excelencia
La Nobleza existió en el Tucumán oficialmente
hasta los tiempos de la
Independencia inclusive, como lo registran las crónicas de la
época, al reunirse el Congreso de Tucumán. Se componía principalmente de familias
descendientes de conquistadores, entrelazadas con otras. Entre los
conquistadores, fundadores y primeros pobladores hubo no pocos que tenían
nobleza de sangre.
La nobleza es un estado
propicio para la práctica de virtudes heroicas.
Así lo demuestra Plinio Corrêa de Oliveira en "Nobleza y Elites
tradicionales análogas", obra calificada de "grito profético"
por el Cardenal ecuatoriano Echeverría Ruiz, que marcó época, por su contenido,
por la oportunidad, y por el coraje desinteresado del Autor en defender la
visión católica del rol de la
Nobleza y de las élites tradicionales análogas en una época
en que las usinas de formación de la opinión pública prestigian al deportista
exitoso, extravagante y nuevo rico, a la actriz o la modelo desprejuiciada, al
periodista malintencionado que les sirve de vocero, al demagogo arrivista, que
sabe halagar a las masas haciendo gala de su desprecio por la tradición.
El aspecto central de la obra
nos parece que es mostrar la perennidad y actualidad de esa misión, que Pío XII
subrayó en el siglo XX: "Hoy más que nunca estáis llamados a ser una
élite, no solamente de sangre y de espíritu, sino aún más de obras y de
sacrificios, de realizaciones creadoras en el servicio de toda la comunidad
social"[vi].
El noble, en una civilización
cristiana, tiene como características más destacadas de su misión la alta
función de gobernar, el heroísmo al empuñar las armas en defensa del orden y la
búsqueda e irradiación de la excelencia. Esto último explica por qué Juan XXIII
comparó a los nobles con las flores.
La misión específica de la Nobleza fue abordada
numerosas veces por Pío XII -y otros Papas-, cuyas alocuciones comenta y
enriquece Plinio Corrêa de Oliveira. La
propia Iglesia por medio de la liturgia, nos dice en un himno sagrado que María se nos presenta fulgurante, nacida de
sangre real. Entre los tesoros doctrinarios de esta obra de pensamiento y
acción, se encuentra lo que San Bernardino de Siena, franciscano y Doctor de la Iglesia, enseñó en un
famoso sermón: que la nobleza de sangre es un don de Dios.
Y todos, nobles y plebeyos,
podemos apreciar ese don, pues viene del propio Creador.
Esto no es un menoscabo,
obviamente, para quienes no son de
condición noble o no provienen de las meritorias familias que integran
las élites tradicionales análogas a la Nobleza que hay en América, ya que cada situación
y cada persona, de la más modesta a la más elevada, tiene su propia dignidad y
un llamado a cumplir una vocación y ocupar un lugar, y practicar virtudes y
desarrollar cualidades armónicas con la misión de cada uno, como veremos al
tratar de la sociedad orgánica.
Todos los lugares son
importantes en una sociedad, aunque no necesariamente iguales ni de igual
brillo,
y cada uno influencia a los demás, como en el cuerpo humano lo hacen todos los
órganos, más allá de que la más alta nobleza de una persona consiste en su
dignidad de hijo de Dios, que está al
alcance de todos. Y todas las clases sociales, en una sociedad ordenada,
tienden a destacar a los mejores y a constituir minorías dirigentes en los
diversos ámbitos, o sea, élites, populares, burguesas o aristocráticas.
Hablando de influencia, qué
responsabilidad para los nobles y los miembros de las élites tradicionales
análogas a la Nobleza,
que poseen esa capacidad especial de irradiar
influencia..., qué responsabilidad en el modo de irradiarla, si aplicamos la
célebre parábola de los talentos. Sería interesantísimo investigar en el
período hispánico cómo los hombres y mujeres principales ejercieron esa
influencia, y cómo ello repercutió en los acontecimientos posteriores.
En los tiempos de Diego de
Rojas, los aspectos medievales y caballerescos seguían vigentes. Los soldados
que se enrolaban bajo su bandera, hacían la ceremonia más característica del
feudalismo europeo: el pleito-homenaje.
"Luego de seleccionar a
la gente, quedaba por celebrarse la
ceremonia del pleito homenaje por la cual el enrolado quedaba moralmente ligado
a su jefe. Arrodillado ante éste, colocaba las manos entre las suyas y le
prometía seguirlo, obedecerlo y morir junto a él si fuera necesario"[vii].
Más tarde, los vecinos
feudatarios del Tucumán tendrían también sus escuderos, como los caballeros
medievales[viii].
A mediados del 1600, también
Pedro Bohórquez, luego de leído públicamente en la plaza el pleito homenaje,
"se arrodilló a los pies del gobernador, y juró obedecerle en todo lo
estipulado"[ix].
El vasallaje de origen feudal
era un sistema de vínculo personal, muy diferente de la relación teórica e
impersonal de la sociedad que siguió a la Revolución Francesa.
Vasallo y señor estaban unidos por un compromiso mutuo; el señor debía proteger
y ayudar a su vasallo y éste debía servirlo y ayudarlo, a su vez, acompañándolo
a la guerra, defendiéndolo a riesgo de su vida si fuere necesario. Este
compromiso recíproco, cuya garantía era el sentido religioso que animaba a
ambas partes, se asumía formalmente en la ceremonia sacral del pleito-homenaje,
en que señor y vasallo se obligaban ante Dios a cumplir sus obligaciones
mutuas. Régine Pernoud aludió a la solidez y nobleza de estos vínculos, que
hicieron del feudalismo el único sistema social basado en la
fidelidad que existió en la historia[x].
Afín con estas costumbres
basadas en la lealtad incondicional es la relación del vecino feudatario del Tucumán con sus
"criados" y "paniaguados" -tema al que se refiere la Lic. Boixadós-,
personas que eran alimentadas, protegidas y mantenidas por él en su casa
"a cambio de sus servicios leales e incondicionales"[xi].
Si el vasallo traicionaba a su
señor, se lo consideraba felón, como a Ganelón por su traición a Carlomagno en
la "Chanson de Roland". La felonía era un acto infamante en una época
en que la honra valía más que la vida. Cuando el falso Inca Pedro Bohórquez traiciona el compromiso de vasallaje asumido
ante el Gobernador don Alonso de Mercado y Villacorta, esta violación del
compromiso asumido en el pleito-homenaje que prestara "como
caballero", le acarrea pública infamia: "...después de lo cual el
Gobernador lo declaró traidor y felón, aprestándose a luchar, convocando a las
milicias de Salta, Jujuy y Esteco" (año 1658)[xii].
Carl Stephenson, autor de
"Mediaeval Feudalism"[xiii],
advierte que no se debe confundir con un mero juramento de fidelidad, como el
que se presta a la bandera. El hombre que se obligaba mediante el pacto
feudo-vasallático, entregaba su fidelidad y su dedicación, quedando
"moralmente obligado".
Diego de Rojas y la vital
noción de causa común entre indios y españoles
Diego de Rojas era hombre
"acostumbrado a ejecutar grandes empresas con pequeños
medios". Sus dotes de mando y su arrojo aventurero, encontraban campo de
acción en una sociedad precaria en lo material pero fuerte en su base moral y
jurídica, cuya fuerza emanaba de aquellos principios, enraizados en hábitos que
caracterizaban la sociedad de entonces.
A cierta altura de la Gran Entrada, se
encuentra con los indios capayanes, que le cortan el paso. Intenta hacerles ver
-dice Gregorio Funes[xiv]-
que viene en son de paz, para entablar lazos útiles a la causa común de
españoles e indios y que no retrocederá
mientras tuviera un solo soldado.
Esta visión clarividente del
conquistador y teóricamente primer Gobernador del Tucumán, encarnada en la idea
de una causa común que hermanaba a
españoles e indios, es digna de tenerse siempre en cuenta. Es lo que no
entienden quienes sólo pueden concebirlos enfrentados. No comprenden que la
construcción de una civilización cristiana
era un precioso bien común a lograr entre ambas partes en beneficio de todos.
Teresa Piossek nos cuenta este
episodio, valiéndose de las crónicas con su lenguaje expresivo.
El jefe indígena Canamico, al mando de 1.500 guerreros, bien
armados y de buena presencia, intenta frenar la pequeña hueste de españoles, a
quienes acompañaban indios amigos. Le hace saber a Diego de Rojas que si pasan
la marca que hiciera trazar ex profeso, serían muertos inmediatamente. Las
crónicas destacan que Rojas era "famoso por tener mucho cuidado del
tratamiento de los indios"[xv].
El conquistador no se
inmuta y envía al P. Galán con
propuestas de paz. Amenazado por los indios, el padre vuelve, convencido de que
sólo querían guerra. Pero Rojas lo tranquiliza, pues piensa que se trata de
alharacas. No obstante, como buen capitán, previene a sus hombres que estén
dispuestos en orden de batalla y se dirige a los indios acompañado sólo por un
intérprete. Hidalgo elegante, monta su mejor caballo y recorre al tranco la
distancia que lo separa del curaca y sus guerreros.
"Este lo vio avanzar
-dice la autora- sobre el caballo, con la armadura brillando bajo el sol y
sintió admiración, aunque no la reveló en su rostro (...)". Al acercarse, "(...) pudo observar la
cara del capitán español, su barba plateada y su mirada de la que emanaba la
inconfundible autoridad propia de los jefes verdaderos. Comprendió, entonces,
que estaba ante un adversario difícil de pelear.
"Don Diego llegó hasta la
marca que lo separaba de Canamico y recitó el requerimiento, que compendiaba
los derechos dados a España por la Santa Sede,
de extender la
Cristiandad en América:
"-Yo, al igual que
aquellos cristianos -díjo señalando a sus hombres- vengo de tierras donde se
adora a un solo Dios creador del cielo y
de la tierra, y obedezco al rey
Carlos V. Si vosotros aceptáis adorar a
ese Dios y obedecer a ese rey, seremos
amigos; en caso contrario, no podré excusarme de haceros la guerra hasta
venceros y compeleros a aceptar mis términos."
"Canamico escuchó con
gesto adusto el sonido incomprensible del idioma del jefe español y luego la
traducción del intérprete vertida a la lengua general. En respuesta repitió lo
dicho antes: los recién llegados no tenían ningún justificativo para entrar a
la tierra que pertenecía a su tribu desde siglos atrás."
Interrumpo el relato para
aclarar que Diego de Rojas no venía a desalojarlos ni a someterlos
militarmente; él pedía un lugar para descansar y aprovisionarse de alimentos.
"No habló más; él y sus
indios se sumieron en un silencio amenazante, más denso a medida que
transcurrían los minutos. Se trataba de un ardid muy bien estudiado, del que
Canamíco se valía cuando fallaba la primera advertencia. Con él se proponía
intranquilizar al contrincante al que, minutos después, a una imperceptible
seña suya, sus guerreros cercaban, acrecentando la presión sobre sus nervios
para inducirlo a cometer algún error.
"Sin embargo, ahora el
contrincante era don Diego de Rojas quién sabia perfectamente que una de las
armas más efectivas de un guerrero era debilitar el temple del oponente. Por
eso permaneció impasible, primero mientras
transcurría el silencio; después, cuando vio a los indios, con sus altos
arcos, convergir hacia él. Entendiendo la malicia de la maniobra, en lugar de
huir o pretender defenderse de ellos, los reprendió (valiéndose) del lengua para que éste se lo dijese al señor.
"Tales fueron la energía
y la firmeza con que habló, que los flecheros se detuvieron. El curaca estaba
sorprendido, pero tenía, aún, otro recurso: fingirse impotente para controlar
los arranques belicosos de sus súbditos. En el rostro moreno se dibujó,
entonces, una sonrisa burlona y replicó a don Diego que su intención en momento
alguno había sido molestarlo, pero que sus indios eran tan malcriados que,
aunque él se lo mandase, no le querrían obedecer ni dejar de hacer lo que
hacían."
La escena que se desarrolló
entonces, descripta con maestría, es simplemente magnífica:
"Rojas también conocía
esas mañas dialécticas en las que los jefes indígenas eran tan hábiles e,
irritado por la sorna del curaca, dio por terminada la conversación y poniendo
las piernas al caballo, comenzó a escaramuzar a todas partes.
Se lanzaba a toda carrera en
una dirección y bruscamente volvía hacia la contraria. Pasaba de la sombra a la
luz y, cuando el sol iluminaba su figura, el morrión, el peto y la espada
parecían estallar en relámpagos. El animal, ejercitado en ese juego de
lucimiento y guerra, galopaba haciendo retumbar el suelo, saltaba obstáculos y
se paraba en dos patas resoplando y chorreando sudor.
"Canamico y sus
guerreros, que jamás habían asistido a tal espectáculo de potencia y bizarría,
se espantaban al ver la velocidad del caballo y con la furia que andaba.
Entretanto los españoles, al observar que el capitán no estaba ya en pláticas,
a una señal suya arremetieron contra los indios. Tan veloz fue la operación
española; tan sorpresiva y bien concertada que, en menor tiempo que el previsto
lograron su propósito: desbarataron (a los contrincantes) y prendieron al
cacique”.
Este, finalmente, después del
combate en que fue derrotado por las fuerzas hispano-indias de Diego de Rojas,
(...) "mandó decir al jefe español que ofrecía la obediencia. Que no le
matasen; que él traería de paz a toda su gente y entregaría muchos bastimentos
y, sobre todo, que serviría al Dios de los cristianos y daría tributo al rey de
Castilla. Rojas aceptó sus palabras y le trató muy bien porque... a pocos días
cumplió todo lo que prometió[xvi].
El objetivo principal de
la conquista fue la evangelización -
Obstáculos internos y
externos
Este épico episodio nos
entusiasma por el despliegue de coraje guerrero de Diego de Rojas, su maestría
de jinete y la belleza de su caballo en movimiento.
También nos muestra aspectos
dolorosos, como es la confrontación armada entre españoles e indios amigos con
los indios de Capaya. Era imposible que el establecimiento de una civilización
nueva no encontrara la oposición de los indios; por defender su territorio, por
apego a costumbres ancestrales que tenían mucho de barbarie anticristiana e
irracionalidad, y por errores e injusticias de los españoles.
La introducción de la
civilización cristiana requería fundar ciudades y colonizar tierras. Las
Ordenanzas reales prohibían despojar a los indios de las suyas. Era preciso
atraer a pobladores con algún aliciente, de otro modo los naturales nunca
saldrían de su estado de atraso y paganismo. No era una misión simple. Pero era
una misión. El Papa, como Jefe de la Cristiandad y Vicario de Cristo le había
encomendado a España y Portugal evangelizar el Nuevo Mundo. De allí la
legitimidad y conveniencia de la empresa conquistadora y evangelizadora, no
obstante los actos de maldad que muchas veces cometieron sus protagonistas.
Es propio del hombre ser
contradictorio y más en la época de que tratamos, la Edad Moderna, en que
la filosofía de Maquiavelo, el racionalismo y las pasiones de los héroes
mitológicos clásicos de moda, sumados a la rebelión protestante, asestaron
duros golpes a la mentalidad católica de españoles y portugueses, que la Contrarreforma en
parte remedió.
Las maldades e injusticias que
cometieron los conquistadores y colonizadores son manchas que no echan a perder
el cuadro general. En primer lugar, porque no existen empresas humanas, y menos
de la envergadura colosal de la conquista y colonización del Nuevo Continente,
que puedan ser íntegramente buenas.
En segundo lugar, porque el
intento, llevado a cabo con notable éxito, de establecer una civilización cuya
norma fundamental era la Ley
del Evangelio y las tradiciones de la Cristiandad, representaba algo muy grande y
positivo, especialmente para el habitante autóctono de América.
Agréguese que, de no haber
sido los castellanos quienes poblaron América, hubieran sido protestantes
ingleses u holandeses con mentalidad de colonia y factoría, o
"zee-roovers", ladrones del mar,
sin interés misionero, sin amor caritativo al salvaje, sin el deseo de
convertir, sin mártires de la Fe
católica, como los que regaron con su sangre nuestro inmenso territorio, y ahí
la historia hubiera sido otra. No hubieran existido las luces doradas de la
cristiandad del Tucumán.
Basta observar el grabado de
una colonia protestante, como la de Groß-Friedrichsburg[xvii],
cabeza de las colonias del Brandenburg luterano en la costa de Guinea,
ciudadela amurallada que incluye administración y depósito de mercancías, y
deja afuera las chozas de los naturales. En el acto nos golpea la falta de la iglesia, que brilla por su ausencia, al
contrario de los pueblos del Tucumán, donde aún hoy la blancura de su torre la
distingue desde lejos.
La historia quedó escrita en
el rostro visible de la civilización argentina del Tucumán, empresa continental
cuyo fin principal consta en
innumerables documentos, que también brillan por su ausencia en los materiales
didácticos actuales.
Fin luminoso resumido en esta
frase del Virrey Toledo en carta a Felipe II: "Si es ansí que el principal
yntento destas conquistas ha de ser la predicación del evangelio y ampliación
de nuestra santa fe..."[xviii].
Esta idea rectora es también reiterada en las Ordenanzas de Alfaro, que regulan
el número de indios de cada doctrina, en orden a la instrucción, puesto que
"el título principal que Su Majestad quiere en las Indias, y el con que da
las encomiendas, es para la doctrina de los indios" (sic)[xix].
Hubiera sido imposible que
esta empresa por principio civilizadora y evangelizadora no hallara obstáculos
de toda clase. Entre los escollos se destaca la falta de entendimiento entre
colonizadores y naturales, que dará lugar a numerosos enfrentamientos bélicos a
lo largo de varios siglos. Razones profundas habría, pues continuarán mucho
después de 1816, a
despecho de varias generaciones de gobernantes anti-hispanistas, que gustaron
de aquella idea falaz, acuñada en elegantes y subversivos salones
enciclopedistas, del buen salvaje.
Con la diferencia de que las campañas guerreras en tiempos de la República liberal
carecerán de afán evangelizador.
Hubiera sido de desear que
nunca se hubiesen dado enfrentamientos militares como las Guerras Calchaquíes.
Pero ya que, por el imperio de las circunstancias, fueron en su mayoría
inevitables, conviene destacar dos cosas:
a) No fueron guerras de exterminio del indio
Que nunca se trató, del lado
español, de guerras de exterminio, ni siquiera cuando los calchaquíes, en el
Gran Alzamiento, se propusieron arrasar todo lo cristiano, hispano o indígena,
matando por igual hombres, mujeres y niños; el exterminio del calchaquí, su
principal y más poderoso enemigo, jamás estuvo en la mira de los españoles, por
razones de caridad y justicia cristianas, por las leyes y medidas protectoras
de reyes y autoridades, y porque, sin
los naturales, ¿qué sentido tenía la colonización? Menos en el Tucumán, donde
no había siquiera las riquezas mineras de México o Perú. ¿Para qué, entonces,
instalarse allí? Por eso, se decía: "las Indias, sin indios, no son
indias".
b) Del lado hispano- cristiano siempre hubo indios amigos
No fueron, simplemente,
guerras de dos bandos divididos por raza o interés. Para los españoles,
revestía cierto carácter de cruzada pues, de prevalecer los calchaquíes, se
hubiera extinguido la incipiente cristiandad, como lo muestran el asesinato de
sacerdotes y misioneros, la quema de iglesias y la profanación del Ssmo.
Sacramento y destrucción de objetos sagrados, durante el Gran Alzamiento
Calchaquí y en reiteradas ocasiones.
Junto a los españoles, siempre
estaban los indios amigos. Si bien a veces los apoyaban por odios tribales, la
conversión y plena asimilación de la nueva civilización, compatible con todos
los valores auténticos de las culturas autóctonas, demuestra que el indio actuó
por propia convicción en el apoyo a los cristianos. Esto exigió de los naturales
muchos actos de heroísmo, como aquel cacique Don Lorenzo del que habla el P.
Torreblanca, que había estado con los españoles ya de niño y que,
"arriesgando la vida en el caballo mejor... atravesó las tierras del
enemigo" para darle noticias importantes al Gobernador Mercado y
Villacorta durante las Guerras Calchaquíes[xx].
·
Los indios tenían
verdadera necesidad de ser civilizados y evangelizados
¿Acaso puede sorprender que se
inclinaran a lo cristiano? ¿Cuántos pueblos, tanto o más reacios,
"quemaron lo que adoraron y adoraron lo que quemaron", según la
fórmula de San Remigio, apóstol de los francos? De esas "quemas" y
esas "adoraciones" nacieron las grandes naciones que formaron la Cristiandad. ¿Por qué
América habría de ser una excepción?
Comenzando por el punto de
vista religioso, "el alma humana es naturalmente cristiana". ¿Cómo no
preferir una religión de esperanza en la felicidad eterna, de bondad y
justicia, a otra basada en los sacrificios –inclusive de los propios hijos,
enterrados vivos para conservar un cargo, como el curaca incaico del que habla
Schobinger-,
la borrachera, el consumo de estupefacientes, la orgía frenética y la
satisfacción de dioses maléficos, destructores, a los que había que aplacar
ofreciéndoles vidas humanas?
¿Cómo no percibir en estas
religiones idolátricas un estado de irracionalidad y esclavitud, de miseria y
destrucción, íntimamente ligado al atraso del indígena, que en ciertos aspectos
era de milenios con respecto al Occidente cristiano[xxi]?
Pues a pesar de muchos elementos admirables, aún las civilizaciones más
desarrolladas desconocían la rueda, los animales de tiro y el arado, y carecían
de herramientas de hierro. Pero lo grave es que consideraban normales prácticas aberrantes.
El propio arte indígena, según
José Pijoan, es inquietante, reflejo de los peligros, temores e infelicidades
que poblaban la vida del indio.
No podemos valorar debidamente
el beneficio inestimable que nos hizo España de traer la fe y la civilización
si no tenemos en cuenta los aspectos terribles de la existencia de los
aborígenes, que autores como Ibarra Grasso en la "Argentina
Indígena" detallan. Y que los
"apóstoles" de los manuales indigenistas desconocen.
No es grato recordarlo, pero
la metodología de la historia y el sentido de la verdad nos obligan.
El canibalismo de ciertas
tribus que llevó al exterminio de pueblos enteros; el infanticidio, aún
vigente, según ciertos aventureros actuales del Gran Chaco, entre los
guaycurúes; la caza de cabezas, aún no desterrada de los hábitos de los
jíbaros; la costumbre de los guaraníes de
hacer que los prisioneros engendraran hijos con las propias guaraníes,
para comérselos; las grandes espinas que se clavaban los payaguás en los peores
lugares del cuerpo, siguiendo extraños ritos mesoamericanos; la amputación de
los dedos de pies y manos que, en señal de duelo, hacían los charrúas por
terror a los muertos; las heridas que se infligían, las ordalías de iniciación
de jóvenes, a quienes cortaban la piel dejándolos estaqueados al sol cerca de
los hormigueros, para ser picados por las hormigas de la selva.
Los diaguito-calchaquíes del
Tucumán, marcadamente más civilizados en otros aspectos, no eran del todo una
excepción. El odio entre tribus, en el Valle Calchaquí, era mayor que el odio al español, sostiene
Adela Fernández Alexander de Schorr[xxii].
Eran famosas sus crueldades con los prisioneros y en las zupkas o lugares de
culto citados por el Padre Lozano "se
realizaban también sacrificios de animales y algunos humanos, con especial
derramamiento de sangre" [xxiii].
· Una luz preciosa: la
abertura del natural a la Fe
católica
Por eso debe computarse como
una de las luces más preciosas de nuestra historia la abertura del natural a la Fe católica, como aquel hijo de
don Juan Calchaquí, que "sintió emoción al recibir bautismo y oír misa
cantada y contemplar las usuales, tocantes ceremonias religiosas", como
refiere Roberto Levillier[xxiv].
Otro ejemplo fueron los temibles chiriguanaes, que pedían maestros que los
instruyan en la fe. El intento de satisfacer ese pedido fue atendido
generosamente por los mártires de Santa María de Jujuy, Pedro Ortiz de Zárate y
Juan Antonio Solinas, quienes sabían muy bien que se exponían a ser muertos por
los tobas antes de llegar a los chiriguanaes[xxv].
El alto valor de la
evangelización para los indios se
percibe en la conmovedora escena en que los caciques y principales,
"hombres de posición", como los llama el P. Torreblanca, se colgaban
del cuello de su mula y derramaban lágrimas de pena, diciendo: "¡Cómo que
nos dejas, Padre!", cuando el misionero se vio forzado a abandonarlos para
salvar su vida de los indios alborotados por Bohórquez[xxvi].
· Su abertura a otros
aspectos de la vida civilizada
Pasando a otros aspectos de la
vida, tan vitales en una economía natural, podemos revivir la fascinación de los
indios por los caballos, las vacas y tantos animales nuevos que llegaban. Fue
como asistir a una segunda creación, sin hablar de los cultivos, los frutales,
el trigo que hace pan, la vid y tantas otras maravillas "de
Castilla".
Y los cultivos con animales de
tiro... y las carretas que librarían sus espaldas de la carga, conforme las
Ordenanzas de Abreu...
Y los ropajes de los
españoles, vestidos con orgullo hasta el
día de hoy por las cholas cambas o potosinas, en elegante simbiosis con sus
propios aguayos y mantas.
A pesar de la pobreza inicial
del Tucumán, se registran en el Ibatín de principios del siglo XVII vestidos de
terciopelo y plata, que impactaron al
aborigen con su marcado gusto por el atavío colorido y su espíritu de lo
maravilloso.
Cuenta Teresa Piossek que:
"Entre la clase dirigente surgió una élite adinerada, amante del buen
vivir que se hacía servir por esclavos -signo de poderío económico-; que usaba
vajilla de plata y de cerámica de Talavera, moblaje de cedro y nogal fabricado
en Ibatín o traído de allende el océano. En cuanto a la vestimenta, si
hubiéramos visto a aquellos aristócratas
de la primera San Miguel luciendo sus galas, nos hubiéramos quedado admirados.
"Ellas, con vestido de
terciopelo verde, morado o carmesí guarnecido de pasamano de oro. Manto de gasa
con puntas de abalorio. Turbante de flores escarchado. Guantes...de seda azul
labrados en oro y plata. Medias de seda. Chapines de terciopelo carmesí de la China con pasamano de oro.
Zarcillos y ahogadores de perlas.
"Ellos, con ropa a menudo
confeccionada con tejidos fuertes como la jergueta, aunque, para las grandes
ocasiones, les gustaba usar vestimenta adornada, realizada en telas ricas:
valones de raso morado de la
China. Medias de seda morada, capa y ropilla de lanilla con
jubón y valones de raso negro. Sombrero negro de Castilla, aforrado. Cuellos
con sus puños. Jubón de tafetán negro de Méjico. Randas para valonas.
"La elegancia masculina
se completaba con joyas tales como un mondadientes de oro y con tríos y pretina
bordados de los que pendía la espada, más el jaez del caballo como aquél de
plata de terciopelo morado, que se menciona en el testamento del caballero Nuño
Rodríguez Beltrán, del año 1610"[xxvii].
La etapa fundacional: tierra
de promisión y grandeza -
Nace la Argentina bajo el signo
de la cruz
Las referencias a la primitiva
San Miguel nos llevan a la época de nacimiento de las ciudades. La Gran Entrada de Diego
de Rojas permitió a las autoridades del Perú intentar esa segunda fase, de
importancia capital, que fue la etapa fundacional.
Es digna de evocar, en ese
aspecto, la acción del Capitán Juan Núñez de Prado,
fundador en 1550 de la primera ciudad argentina, la Ciudad del Barco, que luego
se convertiría en Santiago del Estero por acción de Aguirre. Esta fundación,
mencionada mecánicamente en los manuales, reviste tal importancia que D.
Alejandro Moyano Aliaga llama a la escritura que entonces se labró "el
acta de nacimiento de la
Argentina como nación"[xxviii].
Hecho que registra el Dr. Prudencio Bustos Argañaraz, en obra que merece
señalarse como lo contrario de aquellos desinformantes manuales indigenistas.
Según el testimonio nada
sospechoso de Gregorio Funes, la nueva provincia adelantó más por la dulzura
que por la coacción, lográndose la sujeción voluntaria de diversos grupos indígenas.
Lo esencial en esta sujeción
voluntaria (luego perjudicada por la acción de Francisco de Villagrán: ver nota
9) fue la evangelización, propiciada por Núñez de Prado "con exquisito
esmero" a través de los padres mercedarios que lo acompañaban. Son ellos
los primeros apóstoles del Tucumán, y merecen un crédito especial. Bajo su
acción, indios y españoles se reúnen para rezar, asistir a los Santos
Sacramentos y confraternizar, llegando a sellar una verdadera alianza.
Da gusto imaginar las cruces
erigidas por Núñez de Prado y sus misioneros que comienzan a poblar y bendecir los campos, a las que el gobernador
concede un especial derecho de asilo y protección. La veneración de los
naturales a la Santa Cruz
comenzó así[xxix] y
luego sería promovida por Ramírez de Velasco, por San Francisco Solano, que
gustaba de ponerlas en los cuatro puntos cardinales de las ciudades, y por
todos los Apóstoles del Tucumán.
Esto señala la presencia
decisiva de sacerdotes y misioneros desde la primera hora. Cuánto habría para
decir de su esfuerzo por entender la psicología del indio y las lenguas,
frecuentemente ásperas, como la kakana, cuya gramática escribió el Padre Alonso
de Barzana, el que ganaba las almas de los salvajes "haciéndose indio con
el indio". Muchas veces entregaron
su vida sufriendo espantosos martirios.
Fundaciones y estrategia
Principia con Núñez de Prado y
sus sucesores la fundación de las ciudades argentinas, para mejor ganar sus almas, dirá luego don Felipe de Albornoz. Era
una acción doblemente estratégica. Por el rol de la ciudad, ámbito privilegiado
para la asimilación del indio y la fusión de razas. Y por el acierto con que
Virreyes como don Francisco de Toledo, Oidores como Juan de Matienzo y hombres
como Aguirre, Zurita, Cabrera y Ramírez de Velasco eligieron puntos vitales con visión de futuro, buscando
conectar el Tucumán con los centros neurálgicos de Lima, los Charcas, Chile y
Asunción. Buscando con ilimitada audacia emprendedora una puerta al mar, para
mejor comunicarse con España y dar salida a los productos de las industrias y
haciendas tucumanenses.
Fue toda una generación de
grandes hombres la de los "claros varones del Tucumán", impulsores de
una colonización ordenada y emprendedora, que aspiraba a llegar a Tierra del
Fuego, sin detenerse ante nada. Roberto Levillier la evocó magistralmente y la
hizo salir del cono de sombra al que intentaran reducirla la “historia oficial”
y los "nigrolegendaristas".
Surgen así ciudades de
historia y de leyenda, con nombres que da gusto pronunciar: Santiago del
Estero, San Miguel de Tucumán y Nueva Tierra de Promisión, Córdoba de la Nueva Andalucía,
Londres de la Nueva
Inglaterra, que daría lugar a San Fernando del Valle de
Catamarca, San Felipe de Salta, San Salvador de Velasco, en el Valle de Jujuy.
Sin olvidar a Córdoba de Calchaquí, Nuestra Señora de Talavera, Esteco, Cañete,
Madrid de las Juntas y otras, trasladadas o abatidas por el furor calchaquí
y las calamidades.
Así nació esta Ciudad de
Todos-Santos de la Nueva
Rioja, que hoy nos recibe con su cálida hospitalidad, obra de
los desvelos y del espíritu de fe del Virrey del Perú, y del célebre fundador,
General Juan Ramírez de Velasco.
Qué buen ejercicio psicológico
sería intentar deshilvanar los sueños de
tantos estadistas y fundadores cuando meditaban en el bautismo de las ciudades,
con nombres evocativos en que se combinaban los santos, los linajes ilustres,
las ciudades natales de Virreyes y altas autoridades del Perú en esos tiempos
de cortesía.
Podríamos emplear aquella
sensibilidad finamente inteligente y aquella inteligencia finamente sensible
que propicia la escuela histórica inspirada en la filosofía de Goethe.
Así, como expresión de planes,
de aspiraciones y de sueños, surgían
ciudades como la del Barco y Nuevo Maestrazgo de Santiago, San Juan
Bautista de la Rivera
de Londres y sus hermanas. Parecen juegos de palabras que invitan a pasear con
la imaginación (elemento esencial de la historiografía) por encantadoras
riberas en un Londres legendario, situado en un lugar perdido de los valles
catamarqueños, con brumas que no emanan del Támesis sino de los Nevados del
Aconquija.
La ciudad antigua del Tucumán
tiene poesía. Divaguemos un poco con San Miguel de Tucumán. Imaginamos una
ciudad como ese Toledo que pintó el Greco, soñando que lo miraba desde el
Cielo. En el centro se erige una bella catedral como la creada por la fantasía
de Felipe Huamán Poma de Ayala, y en su cúpula -como en el Mont Saint Michel-
se alza el Arcángel con su espada de fuego, el Príncipe de la Milicia Celestial,
fuerza y amparo de los que combaten bajo el estandarte de la Cruz. El de los ojos como lámparas ardientes, el de la voz como el rugido de las multitudes, el
vasallo fiel, de los coros inferiores, que se levantó en armas al grito de
guerra que es su nombre, "¡Quién como Dios!", a pelear la batalla más
terrible contra el usurpador orgulloso, expulsándolo de la corte celestial por
querer ser igual a su Señor y Creador.
Nos preguntamos en qué
pensaría Villarroel cuando no trepidaba en nombrar a esta ciudad una
"tierra de promisión"... La habrá considerado en su belleza y
abundancia, con perfume de cedros y nogales, y dorada como la miel: "Es
tierra muy abundante de comidas... se saca madera de cedros y nogales para
todos los pueblos de la tierra porque es muy abundante de ella... Es de muchos
ganados, cazas, pesquerías y mucha miel..." (Pedro Sotelo de Narváez sobre
el campo tucumano[xxx]).
Sí, sería fascinante saber qué
sentían al establecer en las grandes latitudes agrestes focos civilizadores y
evangelizadores, erigiendo en su mente
y plasmando sobre un cuero, con su firma, conventos, casas señoriales y fincas
sobre vegas y pedregales, aplicando las
Leyes de Castilla y de Indias, cuya sabiduría quedó probada por el progreso de
las fundaciones realizadas.
Leyes de Indias, arte de
gobernar
La mención a este cuerpo de
leyes orgánico, adaptado a las realidades concretas, con elasticidad tal que
dejaba a las autoridades locales la posibilidad de no cumplirlas cuando hubiera
una mejor solución (luego de la ceremonia de acatamiento, de profundo sentido
para los hombres de la época), nos habla de esos grandes monarcas de la Casa de Austria, con su forma peculiar de
gobernar, cuyo máximo exponente fue Felipe II. Era un gobierno que se basaba en
la tradición y el buen sentido y encarnaba un verdadero arte de gobernar.
El rey más fuerte de la Cristiandad,
incansable gobernante, era eximiamente asesorado e informado por sus ministros
y el Consejo de Indias, eficaz organismo que desarrollaba una permanente tarea
de investigación de los reinos de ultramar, con sus cronistas, naturalistas,
cosmógrafos y hombres de ciencia. Los especialistas dictaminaban, y el rey
decidía; representaba el sentido común del pueblo español y en él se inspiraban
los hombres del Tucumán que sabían guerrear,
gobernar y administrar justicia.
Este arte de gobernar recuerda
la forma de proceder de los jueces, que recurren a peritos en busca de
informaciones técnicas para el mejor conocimiento de los hechos, pero son los
magistrados y no los técnicos quienes los interpretan, aplicando las
"reglas de la sana crítica" de nuestras leyes procesales.
La poesía y la grandeza de
miras que subyace en las fundaciones y los nombres de estas ciudades, son
promesa de que aquellos sueños, parcialmente realizados con gran crédito para la España misionera y
civilizadora, se verán cumplidos con creces algún día. Pues Dios, dice Santa
Teresita del Niño Jesús, Doctora de la Iglesia, nunca da deseos imposibles, aunque en
materia de vida de los pueblos su cumplimiento depende de factores
imponderables y de los misterios de la Providencia y de la historia.
Felipe
II y San Pío V: su rol en la organización jurídico-institucional del Tucumán
Cuando estaba madurando este
proceso fundacional, don Felipe II crea la Gobernación del
Tucumán, Juríes y Diaguitas, por real cédula del 29 de agosto de 1563. Fue un
paso decisivo que desvinculó la región de la dependencia de la jurisdicción
chilena, poniéndola bajo la autoridad de los Virreyes del Perú en lo político,
y de Charcas en lo judicial. Este parentesco con el "Perú de los
Reyes" le dio aquel carácter de "salón habsburguiano" al que
aluden ciertos autores, en contraposición al "salón borbónico" que
sería más tarde Buenos Aires.
Se fue configurando una
personalidad propia, diferente de la pampeana y litoral, y de otras, como una
variedad dentro de la unidad de la nación argentina. Con marcado carácter de
fe, señorío y tradición, afín con aquella peculiar España de los Austrias, la España del Siglo de Oro. Y
así, el Tucumán iba tomando forma en todos los aspectos.
"Había quienes, desde la
distancia, veían con fe el futuro de San Miguel"[xxxi].
Esta fe en el futuro alcanzó a toda la Gobernación. A
instancias del Rey católico, San Pío V crea en 1566 el Obispado de la Santa Cruz del Tucumán
en Ibatín, ratificándolo en la bula del 10 de mayo de 1570. La sede episcopal
se estableció, no obstante su denominación, en la ciudad más antigua, Santiago
del Estero, sede de las autoridades de la Provincia, y más tarde pasó a Córdoba.
Sucedía esto cuando las dos
grandes cabezas de la
Cristiandad, que desde el Viejo Continente hacían surgir al
Tucumán con sus respectivas potestades,
forjaban una alianza para defender la Cristiandad del dominio musulmán. Alianza que, en Lepanto, la mayor batalla
naval que vieran los siglos hasta entonces, alcanzarían decisiva victoria sobre
el poder de la media luna en el Mediterráneo. Al frente de toda la Armada católica se
encontraba don Juan de Austria. El experimentado marino genovés Andrea Doria
jugó un papel destacado al mando de la flota española: lo mencionamos evocando
las ramificaciones, aún no bien investigadas, del linaje de los Doria en el
Tucumán.
La gran batalla se ganó el 7
de octubre de 1571 gracias al coraje y buen pelear de los cristianos, que se
prepararon espiritualmente para el
tremendo lance, y sobre todo gracias a la intervención decisiva de la Virgen del Rosario, visible
para ambos bandos. Descubrimos con emoción en el Archivo de Charcas la real
cédula que envió Felipe II, cuya copia conservamos, dando cuenta a América de
lo acontecido.
Podemos recrear mentalmente
los festejos y acciones de gracias de nuestros abuelos en el Tucumán,
asociándose a toda la
Cristiandad, de acuerdo al pedido del rey, que trasunta
sobriedad, piedad y humilde grandeza.
San Pío V y Felipe II son dos
grandes figuras fundacionales de la civilización cristiana del Tucumán. En sus
respectivas esferas encarnan las "dos majestades", la espiritual y la
temporal, que tenían a pecho servir los hombres de aquellos tiempos, "como
fieles y leales vasallos". A ambas majestades les debemos el haber tenido
Gobernadores y Obispos propios, pilares del desenvolvimiento institucional y
espiritual de la Argentina
naciente.
Grandezas auténticas
Esas ciudades del Tucumán, que
los conquistadores con visión superior
de las cosas consideraron "de
promisión", vieron sucederse hechos notables -aunque algunos escriban que nada de grande se vio aquí, como en
oportunidad de la celebración de la fundación de la ciudad de La Rioja (mayo de 2003). Habría
que ver a qué llaman grande.
¿Qué calificativo le
corresponde a un hombre que resucita
muertos, abre el paso de ríos crecidos, da de comer a pobres viajeros perdidos
en los 700.000 km
cuadrados de la
Gobernación los peces que saca del agua con un hilito y un
anzuelo que siempre lleva encima? Un hombre que aprende en meses las
complejas lenguas indígenas y las habla
mejor que los nativos. Que predice cosas futuras y ve ocurrir otras que están
fuera de su alcance. Que frena a 9.000
indios de guerra, que vienen a saquear y a destruir la Ciudad de Todos-Santos, con
la fuerza sobrenatural de su palabra. Que es entendido por indios y españoles,
aunque hablan distinto idioma. Que esos miles de indios, aproximadamente la
mitad de habitantes del territorio actual de la provincia de La Rioja, tocados por una
gracia especial, se convierten, permanecen tres días en la ciudad, sin
desmanes, sin conflictos, para disfrutar de la compañía de este taumaturgo,
Padre Francisco Solano, lo que cada año evoca el pueblo riojano en la famosa
ceremonia del Tinkunaco.
Estas son auténticas glorias
cristianas, que debemos asumir con “humilde grandeza”, parafraseando a Pío XII,
si queremos aceptar el legado de la historia y conectarnos con la tradición
viva, cuya permanencia es toda una lección, de esas que Dios revela a los
pequeños y niega a los soberbios.
Y ocurrió en esta ciudad,
señores, en que tenemos el gusto de encontrarnos para evocar estos
acontecimientos olvidados o malinterpretados, cuando uno piensa con los
criterios impuestos por la propaganda y la pseudos-ciencia, y no se pone en la
perspectiva de los hombres que vivieron los sucesos de la Semana Santa de 1592.
En esos tiempos también se
había secado un río. Es fácil imaginar lo angustioso de la situación, de por sí
precaria, de la ciudad nueva que intentaba afianzarse, sin agua para regar los
incipientes cultivos. El Cabildo y los
vecinos salen a buscar agua. Todos
"iban casi desconfiados -dice un testigo- porque no hallando agua habían de despoblar la ciudad". Estaba en
juego nada menos que la subsistencia de La Rioja.
Fray Francisco Solano, sumándose a la comitiva,
los anima e invita a la confianza. Al llegar a una quebrada,
hiere con un palo la tierra y anuncia: "Ya viene al agua que Dios nos la
envía".
El portentoso evento fue
narrado por fray Juan de Castilla en los Reyes, el 23 de octubre de 1610, y
corroborado por "multitud de contemporáneos" que "refirieron el
mismo prodigio de la fuente del padre
Solano”[xxxii].
Prodigios similares consta por testimonios y tradición oral que obró en lugares
como Trancas Viejo (Tucumán), El Galpón (Salta), y Río Hondo (Santiago del
Estero). Este último lugar, al parecer, fue bautizado por él, cuando, venciendo
la creciente, dijo: "Ahí tenéis a vuestro Río Hondo"; en el paraje de
Agua Santa, mana la vertiente que él hizo brotar, como lo cuentan a coro, en
graciosa competencia, los niños del lugar.
Estos acontecimientos
sucedieron a poco de fundarse la ciudad, en los tiempos del General Juan
Ramírez de Velasco, otro varón de quien tanto habría para contar y aún para
cantar, si hubiera más bardos con sensibilidad por lo argentino y menos adictos
a la propaganda masificante.
Ramírez de Velasco representa
un tipo humano que es necesario evocar, el del gobernante justiciero y eficaz,
dedicado y emprendedor, amigo de los indios, que sabe utilizar la fuerza y la
dulzura, con visión de futuro, ya que fue el primero en concebir la Argentina en su forma
actual.
Los Santos Patronos
y la vida de los pueblos -
El incendio de Ibatín, 28 de octubre de 1578
La intervención de los santos
patronos, cuando no los de carne y hueso, era parte de la vida cotidiana de los
pueblos del Tucumán. Confianza y devoción que se mantienen hasta el día de hoy,
como testimonio de un gran "flash", de una gran manifestación
original.
Nuestra tradición histórica,
en ciertos casos, atribuye la subsistencia de las ciudades a la protección
especial de los patronos. Así como San Francisco salvó a La Rioja de ser arrasada por
los diaguitas y de la sequía, a los
Apóstoles San Simón y San Judas se atribuyó intervención decisiva en la defensa
de la ciudad de San Miguel, en Ibatín. El suceso fue relatado por diferentes
cronistas y lo cita Celia Terán en su libro sobre "Arte y Patrimonio en
Tucumán: Siglos XVI y XVII"[xxxiii].
"(...) el 28 de octubre
de 1578, el día de la fiesta de dichos Apóstoles, se produce una brutal
acometida de los aborígenes, liderados por el cacique Gualán, indio de talla
descomunal, quien en horas de noche 'mató parte de los habitantes, pegó fuego a
las casas, que todas hubieran quedado reducidas a cenizas a no haberse
aparecido (...) los Apóstoles San Simón
y San Judas, cuya fiesta se celebraba aquel día, en un torbellino de relámpagos
que espantó a los bárbaros y los obligó a huir precipitadamente. Gualán fue del
número de los muertos y los dos Santos Apóstoles fueron reconocidos
solemnemente por patrones de la ciudad'. Y el cronista (nota: el P. Francisco
Charlevoix) prosigue diciendo que 'más tarde, trataron varias veces los
Calchaquíes de arruinarla, pero siempre inútilmente; y la piedad de los
habitantes les ha hecho atribuir perpetuamente su conservación a la asistencia
de sus santos protectores'.
"El gran predicamento que tuvieran estos Santos, que la
tradición popular nominaba, cariñosamente, como 'Los Galleguitos', hizo que
merecieran un oratorio especialmente dedicado a ellos en la vieja Ibatín. En
efecto, en 1637, se documenta el hecho de que a un reo se le condona su pena
por haber elegido a la Ermita
de estos Santos tan venerados, como refugio. Con este simple acto, se demuestra
la gran devoción que la comunidad les tenía, lo que le vale su inmunidad ante
la justicia ordinaria."
Es pintoresco lo del reo que se salva en la
ermita de los Santos y pinta el ambiente del Tucumán de entonces.
"(...) en 1678 y
1679 -continúa el texto de Celia Terán-
dos potentes crecientes prácticamente terminarán con su estructura, por lo que
los Santos debieron ser trasladados a la Matriz, desde donde se lo llevará al nuevo sitio
de San Miguel de Tucumán en La
Toma. Es de destacar que el dato de la inundación de dicha
Ermita fue muy esgrimido por los gestores del traslado, como un valedero
argumento a su favor".
Las sagradas imágenes de los
Patronos se veneran en la
Catedral de San Miguel de Tucumán.
El amparo de la Virgen al Tucumán -
Testimonios de autoridades y
actas capitulares
· El rol de Nuestra Señora en los
planes de Dios
Al invitar a los amigos
participantes de esta Jornada, aludimos al surgimiento de una civilización
cristiana al amparo de la
Virgen. A primera vista puede parecer un mero gesto de
piedad, pero tiene fundamento en la tradición y en la historia.
Dios, como Autor del alma
humana, sabe que nuestra pequeñez necesita llegar a su infinita Grandeza por
medio de una Madre. En la Cruz,
al morir, Nuestro Señor Jesucristo le dice a San Juan, y en él a todos los hombres: "Hijo, he ahí a tu
Madre".
El es perfecto y no necesita
de nadie, pero quiso en su Sabiduría poner como intercesora a esa Mujer que el
Apocalipsis nos presenta coronada con 12 estrellas.
Dios, que hizo el firmamento y
las estrellas, las flores delicadas y los océanos inmensos, las cascadas y los
cerros de inaccesibles cumbres nevadas, que creó Angeles y seres humanos
capaces de arte y pensamiento, de organizar un estado, de fundar una civilización,
quiso coronar todo eso con una obra maestra. Esa obra maestra es la Virgen, a quien puso como
Reina y Señora de todo lo creado. Y todo lo creado es gobernado por Ella,
aunque sin anular la voluntad del ser humano ni otros factores. Cuando las
naciones se abren a su influencia, florecen; y cuando se cierran, entran en
desgracia y decaen.
Los conquistadores y
pobladores del siglo XVI bien lo sabían. En sus glorias y miserias, en sus
grandes actos de virtud o en sus caídas, no dejaban de acudir a Ella.
Sobre el rol de la Madre de Dios en la historia
de la región hay mucho para decir. El Dr. Muñoz Moraleda, de la Universidad de
Tucumán, en su estudio sobre "El culto mariano y la evangelización del
Tucumán - Siglo XVI", afirmó que “(...) las fundaciones de ciudades
pusieron a María bajo diversas advocaciones, como expresión de fe y confianza
de la tarea iniciada"[xxxiv].
· El Milagro de Salta
Una de sus intervenciones más
notorias y memorables fue en oportunidad del terremoto del 13 de septiembre de
1692, que destruyó a Esteco y sacudió fragorosamente a Salta[xxxv],
que suscitó el culto especial de "la Limpia y Pura Concepción" por su prodigioso
amparo a la ciudad.
La imagen de la Virgen que estaba en lo
alto de la Iglesia
matriz, se halló caída al pie del altar mayor -según refiere el acta labrada
entonces-, "con la cara para arriba, como mirando hacia el sagrario, sin
habérsele lastimado las manos ni el rostro ...".
La delicada imagen quedó incólume al caer de lo
alto en posición expresiva, implorando la misericordia de Dios, "puestas
las manos a la parte del sagrario, por modo de deprecación".
El hecho "de que esta divina Señora se puso a los pies
de su Santísimo Hijo pidiendo no destruyese esta ciudad" fue considerado
un "milagro manifìesto", como así también los cambios de expresión y
de color que se notaron en su fisonomía.
Así nació la devoción a la Virgen del Milagro, una de las más bellas luces
del Tucumán, cuya festividad, con la del Señor del Milagro -que ambos salvaron
la ciudad- son un acontecimiento de fe que mueve multitudes, incluyendo grupos
de promesantes con sus vistosos misachicos, que caminan distancias del orden de
los 500 km
para honrar a los Santos Patronos y renovar el “pacto de fidelidad”.
Las actas capitulares hicieron
constar que, un mes más tarde, la población juró solemnemente "el día 13
de septiembre por [fiesta] de guardar... y por tal patrona y abogada a la Purísíma Vìrgen de
la Concepción
del Milagro".
·
El florecimiento de Córdoba - "La tierra más abundosa de fertilidad de
las Indias"
La ciudad de Córdoba desde temprano se pone bajo la protección de la Virgen y le atribuye su
progreso.
El Padre Morillo fue el autor
de la propuesta a los cabildantes de considerar cómo "en nuestras
tribulaciones, para mitigar y desenojar a Dios Nuestro Señor, tenemos de
costumbre ocurrir con la intercesión de su bendita Madre, Nuestra Señora la Virgen María, por
quien es cierto se alcanzan todos los más beneficios y mercedes que Dios
Nuestro Señor ha comunicado y comunica a los fieles".
"Por tanto (...) suplicaba
a los señores Cabildo, Justicia e Regimiento desta ciudad y al (...) vicario
desta santa iglesia desta ciudad, tuviese por bien de constituir una cofradía
con la advocación de Nuestra Señora de la Presentación, (...),
a la cual encomendasen la protección y amparo desta tierra, que él tenía por
cierto que con este fundamento Dios Nuestro Señor mitigaría su ira y nos haría
merced."
El asentimiento que, sin mucho
deliberar, dio el Cabildo cordobés debiera estamparse en letras de molde para
común edificación, dice el historiador Cayetano Bruno. No sólo aceptaron Sus
Mercedes por unanimidad la iniciativa, sino que todos se inscribieron, sin
excusarse ninguno, como cofrades de la naciente asociación.
"E luego los señores
Cabildo, Justicia e Regimiento desta dicha ciudad (...) [dijeron] que, como
obra santa y en servicio de Dios Nuestro Señor (...) se asentaban y asentaron
por cofrades de la dicha santa cofradía."
El efecto, dice el P. Bruno,
tuvo todos los caracteres de auténtico prodigio. Trece años después, en 19 de
diciembre de 1602, estampaban las actas del mencionado Cabildo una comprobación
justiciera :
"Por cuanto esta ciudad
padecía mucha hambre y necesidad por falta de aguas, y acudiendo a pedir
misericordia a Dios, con inspiración del Cielo se acordó de que se fundase,
como se fundó, una cofradía de Nuestra Señora de las cinco letras [por el
nombre de María], desde entonces fue Dios servido de hacer, como ha hecho y
hace tantas mercedes a esta tierra, que donde morían muchos naturales y
españoles de hambre, el día de hoy es la tierra más abundosa de fertilidad de
las Indias".
Quedó así asentado, para que
en todo tiempo conste, que la prosperidad de Córdoba se debió a la intervención
de la Virgen. Así,
y no de otro modo, se desarrolló nuestra historia, aunque no lo entiendan los
"esprits forts" (¿serán verdaderamente forts?) de nuestros días, que confunden la ciencia con el
naturalismo y el positivismo craso, porque no cabe en sus esquemas
racionalistas y materialistas que Dios y la Virgen intervengan en los acontecimientos. Y,
ante la evidencia documental y la tradición, tratan de silenciar los hechos
hablando de otra cosa y no de lo esencial.
En estos acontecimientos nos
señala la tradición el secreto para enfrentar las crisis de hoy y de siempre.
Poner todo de nuestra parte, como si Dios no existiera; esperar el éxito de la
ayuda de Dios por intercesión de la Mediadora que El instituyó. Es la equilibrada y
sabia fórmula de San Ignacio, que sus hijos, misioneros y educadores, trajeron
a estas tierras.
Era este el espíritu con que
se fundaron y conservaron las ciudades.
En el acta de fundación, con la Santísima Trinidad,
se invoca el patrocinio de la gloriosa Virgen Nuestra Señora, a quien la ciudad
"toma por abogada". Fundada la ciudad, dice Cayetano Bruno, prestan
juramento sus alcaldes y regidores "por Dios Nuestro Señor e por Santa
María, e por los santos Evangelios, e por la señal de la cruz en que pusieron
sus manos".
Presta juramento el gobernador
y fundador, don Jerónimo Luis de Cabrera, en los términos de estilo :
"Dijo que juraba y juró por Dios Nuestro Señor, e
por Santa María, y por las palabras de los sagrados Evangelios y señal de la
cruz, en que puso su mano derecha, que guardará y cumplirá a esta dicha ciudad
de Córdoba todas las gracias, franquezas y libertades".
Se trata de las libertades
concretas de nuestra primera tradición jurídica, típicas de la sociedad de
entonces, por contraposición a las libertades teóricas declamadas por la
Revolución Francesa[xxxvi].
Entra un aire fresco en los
pulmones cuando vemos a un hombre como Cabrera jurando por la Virgen cumplir a la ciudad
todas las gracias, franquezas y libertades.
Este juramento "por Dios
Nuestro Señor e por Santa María", es de regla, dice Bruno. Las actas del
Cabildo lo van repitiendo entero a cada paso, recalcando el significado que
para la ciudad guardan tan augustos nombres. Anualmente, el 1° de enero, se
renueva el Cabildo secular con la elección de sus componentes. Las actas llevan
un tinte de solemnidad y van encabezadas, por ejemplo, así:
"En el nombre de Nuestro Señor Jesucristo y de su
gloriosa Madre, en esta ciudad de Córdoba, hoy lunes, día de la Circuncisión de
Nuestro Señor Jesucristo, primero día del mes de enero de mil e quinientos e
noventa."
En otra oportunidad, el
Cabildo se propone reparar el no haberse podido organizar la festividad
dispuesta por el fundador. Son interesantes los criterios que trasuntan estos
testimonios:
“(...) y porque las cosas del servicio de Dios y honra
y gloria suya y de su Madre no es justo que se olviden, sino que se lleven en
aumento", mandaron se cumpla lo ordenado por el dicho fundador y de hoy en
adelante, por siempre jamás se haga la dicha fiesta el día de Nuestra Sra. de la Limpia Concepción...
Más tarde, el ilustre cuerpo
pide al Sumo Pontífice para esta festividad "jubileo solemnísimo y
remisión de pecados" (AMC, III, 223, 224 y 231)[xxxvii].
· Una magna obra
Cuando pensamos dónde tenían
vigencia esas costumbres, era en una patria, en una tierra, que es la nuestra.
Lo hicieron los hombres prominentes que la fundaron y mantuvieron, con sus
luces y sombras, sus virtudes y flaquezas, y con ingentes sacrificios.
Justamente por saberse inclinados a cosas indebidas, que es la infeliz
condición del hombre nacido en pecado original, más recurrían a la intercesión
de los santos, a la Madre
de Dios, que iba haciendo el milagro constante de que el Tucumán fuese
creciendo y multiplicándose.
Para ello contó con varones de
la jerarquía de Fray Hernando de Trejo y Sanabria, que tenía sangre de
conquistador y alma de apóstol, padre de la Universidad que hizo a
Córdoba célebre en el Virreinato del Perú y continuador, en el inmenso ámbito
de su Diócesis, de la obra de Santo Toribio de Mogrovejo, cabeza de la Iglesia del Virreinato,
cuyo vital papel civilizador describe Levillier en su "Nueva Crónica de la Conquista del
Tucumán".
"La consolidación,
iniciada en el Perú por Toledo, fortalecida en sus 25 años de apostolado por el
Arzobispo Mogrovejo, prolongada por (Ramírez de) Velasco en Tucumán, hallaría
el alma enérgica y entusiasta de Hernando de Trejo para estabilizarse en los
sínodos de Santiago y difundirse en toda la diócesis por su propio ejemplo y la
actividad evangelista que él fomentara. Fue pues una magna obra de conjunto,
ésta en que participara el gobernador. Había comenzado en el Perú antes de su
llegada, (y) continuaría en Tucumán después de su partida..."[xxxviii].
· "La ciudad que se
formó María"
Un auge dentro de la
intervención de la Virgen
en la historia del Tucumán fue la fundación de la ciudad de San Fernando del
Valle de Catamarca, hecho que, del punto de vista religioso, tuvo y siguió
teniendo repercusión nacional. Así lo expresa el P. Cayetano Bruno,
principal autoridad en historiografía
eclesiástica:
"La traslación de la
ciudad de San Juan Bautista de la
Rivera de Londres al valle de Catamarca, tiene excepcional
importancia para la historia eclesiástica argentina, por la serena fe religiosa
que irradia el santuario de Nuestra Señora del Valle, causa y origen de la población. En Catamarca, junto a la Virgen, se mantiene
incontaminada, y con buenos puntos de ventaja sobre el resto del país, la
tradición religiosa de nuestro pasado mejor”[xxxix].
La alusión a los "buenos
puntos de ventaja sobre el resto del país" algo nos dice sobre el rol de
esta región como fuente irradiadora de fe y tradición, lo que constituye, a
nuestro juicio, la más luminosa de sus luces y, una vez más, una luz mariana.
La ciudad de Londres, su
antecesora, fue fundada por Zurita en el
valle de Quinmivil en honor a Felipe II, rey de Inglaterra, por su casamiento
con María Tudor. En 1607, es refundada en el valle de Famayfil. Cinco años
después se la emplaza en su lugar originario como San Juan Bautista de la Paz. El ataque de Chalimín
en el Gran Alzamiento obliga a desampararla en 1632, pero es refundada otra vez
por Jerónimo Luis de Cabrera II en Pomán, con el nombre de San Juan Bautista de
la Rivera de
Londres. Pese a los esfuerzos, no alcanza a prosperar.
Su Cura y Vicario, Maestro don Bartolomé de Olmos y Aguilera,
hace enormes esfuerzos por darle vida. ¿De qué manera? intenta hacer de ella un
centro de culto a Nuestra Señora de Belén. El episodio nos descubre llamativos
aspectos sociales de la época. Las instituciones y los valores espirituales y
temporales se entrelazan y se unen, como la ojiva de una catedral.
Olmos y Aguilera consigue del
Gobernador Garro la donación de tierras para la futura población, allá por 1678. A los 3 años, había
construido en dicho paraje de Nuestra Señora de Belén, "iglesia decente,
sacado acequia costosa, puesto arboledas y entrado ganados, (y) fabricado
casas". Y disponía de ello como sigue:
"Que daba las tierras susodichas a la Santísima Virgen
de Belén y al Rey nuestro Señor", para "que se repartan entre
pobres...".
Los beneficiados se obligaban
a dar dos pesos cada año a la
Virgen "en señal de tributo, para que a la Reina de Cielos y Tierra se
le compren ornamentos y adornos", se celebren las fiestas y cada pobre
contribuya con 4 reales de limosna al sacerdote.
La iglesia debía tener
mayordomos de cofradías y diputados, con libro "donde se anoten los
intereses de la
Virgen Santísima Señora Nuestra".
Es como ver nacer la
población, con sus acequias y arboledas, recreando un pasado cuyas
reminiscencias viven en la tradición del Tucumán: el sacerdote mariano y celoso
de las almas, el gobernante cristiano y accesible, los pobres que se acogen al
amparo de la Virgen.
El apoyo del Mtro. Olmos y
Aguilera era el gobernador del Tucumán, don
Fernando de Mendoza Mate de Luna, hombre de fe y piedad. Sus antecesores
habían promovido con esplendidez los santuarios de Sumampa y Catamarca,
"que Su Majestad ha honrado formando en ella ciudad". "(...) no
ha de ser menos el patriotismo que deseamos en el muy ilustre señor
Gobernador", le decía.
Vemos el concepto de patriotismo identificado con la
promoción de la civilización cristiana. Se respira el ambiente del Tucumán de
los Austrias, y en él naciendo el concepto de patria.
Este digno antecedente es un
escalón para llegar al caso más notable, el de la ciudad de Catamarca. Ella
"no surgió -dice Bruno- como las otras ciudades españolas, por real
disposición, sino por la presencia, en el Valle, de la milagrosa imagen".
Las autoridades reconocieron el hecho y le dieron sanción legal.
Romualdo Ardizzone destaca la
influencia decisiva del factor religioso: "En el valle se origina y
desarrolla un culto que va echando hondas raíces, embebe la vida de todos sus habitantes, y bien pronto trasciende
para convertirse en un centro de atracción religiosa de una zona muy
extensa", cuya localización determina la ubicación de la ciudad.
El hallazgo de la imagen se debió a un indio, criado del vecino Manuel
de Salazar. Se dirigía al pueblito de Choya cuando vio a otros indios llevando
a escondidas una lamparita hacia una quebrada vecina. Imaginemos la escena: el
indio que espera al día siguiente y "corta
huella" hasta descubrir la imagen en una gruta entre las peñas. El
propio Salazar "se quedó de sacristán de su iglesia hasta que murió",
recordaba un descendiente en 1764.
Gracias a los documentos
podemos reconstruir las costumbres de la época, tan diferentes de las actuales.
El primero en que consta el culto
público de la milagrosa imagen de la
Virgen del Valle se debe al Teniente de Gobernador de La Rioja, don Bernardo Ordóñez
de Villaquirán, quien delega el mando con licencia
del gobernador para ir "al valle de Catamarca, a visitar y hacer unas novenas en la iglesia de
Nuestra Señora de la
Limpia Concepción".
En junio de 1648, el alcalde
del Cabildo de Santiago del Estero, Pérez de Arce, atestigua que "por los
muchos milagros de la santa Imagen, el mayor número de sus habitantes es toda
gente española, vecinos de la ciudad de La Rioja y Londres, y muchos de ellos naturales del
dicho valle de Catamarca".
Le tocó al nieto del fundador
de Buenos Aires, el provincial Juan de Garay, completar la obra del convento
franciscano, al que se le confió la milagrosa imagen.
"Tales atractivos ejercía
sobre los españoles la región y el santuario de la Virgen -dice el P. Bruno-,
que el gobernador don Angel de Peredo, en 29 de marzo de 1671, describió el valle como tierra de promisión”.
"Tiene una devota y muy milagrosa imagen de la Concepción Purísima,
que parece los ha traído a que la
asistan en aquel paraje". Por entonces había más de 150 vecinos y unos 600
indios traídos de Calchaquí y del Chaco. Todos se beneficiaron del asentamiento
en esta "tierra de promisión", y así nació Catamarca.
El gobernador Joseph de Garro
admiró "la vista de aquel donoso santuario", y el "fervoroso
amor" de los vecinos. La devoción a "la milagrosa inmaculada imagen
de Nuestra Señora de la
Concepción" había crecido de tal manera, que el
gobernador daba cuenta al rey de que al "santuario acuden de varias partes
y por dilatados caminos en romería innumerables gentes" (carta del 10 de
junio de 1678).
Todo fue tomando cuerpo y
vuelo. Un 30 de mayo de 1683, fiesta de San Fernando III, rey de Castilla, don
Fernando de Mendoza Mate de Luna, Gobernador del Tucumán, llegó al Valle y
convocó a Cabildo abierto para
determinar el sitio al que había de trasladarse la ciudad de San Juan Bautista
de la Rivera.
El mismo cuenta que, luego de
la junta de vecinos, fue "con todo el pueblo". Primero reconoció el
sitio de Los Mistoles, pero no le pareció conveniente por ser proclive a
anegamientos, y determinó "pasar la ciudad al pueblo viejo que llaman
Choya, sitio muy capaz, hermoso y seguro de toda inundación".
Entre los días 21 y 22 de
junio de 1683 puso "el árbol de justicia, con las demás circunstancias que
se hacen, para que quedase hecha la ciudad, dando orden para que se abriesen
las calles y se fabricase iglesia" -primeros
elementos que se mencionan. Concluye el documento afirmando que: "Por
ser día del glorioso Santo (San Fernando) el que entré en ella, me pareció
preciso ponerle ese nombre". Que era, además, su patrono.
A fines del siglo XVII, tuvo
lugar un hecho trascendente: la jura de la Virgen como Patrona. La ceremonia se inspiró en la devoción del Gobernador, don
Alonso de Mercado y Villacorta, que la realizó primero en diciembre de 1657.
Tres décadas después, el Cabildo, justicia y regimiento de la ciudad quiso
asegurar consagración y fiesta para el futuro.
En asamblea general del 18 de
diciembre de 1688, se dejó constancia de los motivos que llevaron a la solemne
ceremonia de pleito homenaje "a la Virgen fundadora de Catamarca":
que la ciudad se hallaba obligada por "los favores tan
repetidos, con que nos ha asistido así en la paz como en la guerra, y en las
demás necesidades espirituales y temporales, congregándonos desde cuarenta años
a esta parte, desde ocho vecinos que en aquel tiempo hubo solamente, y al
presente se llega el número hasta cuatrocientos...".
Otros méritos de la soberana
Virgen a favor de la ciudad, que allí constan, son "milagros muy evidentes en esta santa Imagen, así en las plagas de
langosta, gusano y peste, pues cuantas veces hemos recurrido (...) a su amparo
y patrocinio, nos ha dado entero consuelo, dando juntamente (en) los tiempos de
seca lluvias en abundancia y otros muchos más favores que tenemos
experimentados".
La Virgen fuera constituida Patrona por el gobernador pero, no estando registrado
en actas, aunque sí en la memoria pública, se decidió renovar la ceremonia
"para que no lo duden en adelante, y se pierda o borre de las memorias con
el transcurso del tiempo". Como si hubiesen adivinado que vendrían tiempos
en que se intentaría tapar el pasado y sumirlo en el olvido.
Por eso se juró otra vez con
todas las formalidades. El remate del documento es una conmovedora
manifestación de la fe que el pueblo de Catamarca había de profesar por siempre
a la Virgen
del Valle:
"nos
constituimos por esclavos e hijos especiales suyos, de la
Purísima y Limpia Concepción, a quien con todo rendido
acatamiento pedimos, rogamos y suplicamos alumbre nuestro entendimiento, para
honra y gloria de Dios Nuestro Señor y acierto en el gobierno de esta
república".
Se respira la atmósfera de una
sociedad que emerge esperanzada y alborozada, abierta al futuro, confiante en
la dirección de la "Serenísima Reina y Madre", como la llamaba
Ramírez de Velasco.
Más tarde, la ciudad pasó a la
margen derecha del río del Valle (1693-94). No faltó la edificante actitud del
teniente de gobernador, Bartolomé de Castro, que levantó a su costa la matriz y
"una suntuosa iglesia con un moderado convento" para los franciscanos.
Estos bendijeron al bienhechor en carta a S.M., Carlos II, contándole que había
animado a los pobres a salir "de las breñas y montes, donde moraban como
fieras, dándoles solares para que hiciesen casas" y exhortando a los ricos
para que efectuasen lo propio en
obsequio de Su Majestad.
La relación no nos pinta, sin
embargo, una realidad idílica. Pues con la traslación de la ciudad se dejó la
población vieja, "donde se cometían enormes pecados contra Dios". Las
gracias de la Virgen
son ayudas, preciosas e imprescindibles, pero requieren nuestra cooperación. La
civilización cristiana conocía la armonía entre la naturaleza y la gracia. La
acción de Dios no substituye la libertad del hombre, que debe luchar duramente
contra las malas tendencias que buscan prevalecer y aun organizarse para
ejercer su dominio. Es fundamental entenderlo para tener una concepción
realista y cristiana de la historia, distinta de un optimismo de "tonto
alegre".
¡Y cómo tenía poder de convocatoria para acometer
iniciativas generosas aquella paternal Monarquía de los Austrias, aún con el
pobre Carlos II! Es patente en la convocatoria hecha "en obsequio de Su
Majestad".
El Teniente Bartolomé de
Castro merece incluirse entre los "claros varones del Tucumán"
olvidados. La multitud de peregrinos le debe buena parte de los beneficios que
sigue prodigando la Virgen.
La ciudad hispánica del
Tucumán
· Foco de sano progreso y
verdadera civilización
Hemos hablado de la fundación
de las ciudades. ¿Cómo era la sociedad que vivía en ellas?
En el Tucumán pre-hispánico
-menos aún en el restante territorio argentino- no existieron ciudades como en
otras partes de América. Lo común eran las aldeas, muchas de ellas de poca
densidad poblacional, y los famosos pucaráes y tamberías, fortalezas para mantener la dominación militar de los
Incas sobre la región, o de defensa de poblaciones diaguitas contra
parcialidades enemigas. Los funcionarios
del Inca explotaban nuestros minerales en beneficio del soberano absoluto del
Tahuantinsuyo, a quien obedecían ilimitadamente,
servían sin mirarlo a la cara y adoraban como Hijo del Sol, dueño único hasta
de las hierbas medicinales como el "inca yuyo".
La falta de urbanización de
los tiempos precolombinos llevó a Dardo de la Vega Díaz a trazar un
panorama sombrío de los campos del Tucumán, sin caminos, sin ciudades, sin
progreso, en el aislamiento, la rutina y la desolación.
La ciudad hispánica, heredera
de la greco-romana, estaba concebida en cuadrícula de acuerdo a las más
avanzadas teorías urbanísticas de la época. Su ubicación estaba sujeta a normas
contenidas en las Leyes de Indias, que
prohibían fundar en lugares poblados por los indios, respecto de los cuales
debía mantener cierta distancia. Había normas que buscaban darle la mejor
ubicación y protegerla de las crecientes y los rigores del clima.
La fundación de ciudades con
base en los respectivos planos representó un gran adelanto. La Arq. Beatriz Landeira
refiere que la ciudad de 9 x 9 manzanas planificada por el fundador de La Rioja en el siglo XVI recién
fue ocupada en su totalidad a fines del siglo XIX[xl].
A pesar de sus conflictos,
egoísmos y miserias humanas, la vida social tenía importantes aspectos
positivos. Era una sociedad orgánica que estaba naciendo, que alcanzaría buen
grado de desarrollo. por el fundador de La Rioja en el siglo XVI recién fue ocupada en su
totalidad a fines del siglo XIX[xli].
A pesar de sus conflictos,
egoísmos y miserias humanas, la vida social tenía importantes aspectos
positivos. Era una sociedad orgánica que estaba naciendo, que alcanzaría buen
grado de desarrollo.
· La sociedad orgánica,
jerárquica, armónica y familiar
La sociedad orgánica es otro
concepto que tomamos, con agradecimiento, del caudal doctrinario del ya citado
Prof. Plinio Corrêa de Oliveira. Lamentablemente, nunca llegó a consagrarle una
obra, pero en escritos y conferencias, como su famosa serie de artículos sobre
"Ambientes, Costumbres, Civilizaciones", le dedicó sabias y matizadas
consideraciones oponiéndola, según el tema analizado, a la sociedad mecanizada,
a la padronización, al anonimato, al totalitarismo de diversos sistemas
políticos que caracterizaron el siglo XX –v.gr. el socialismo, el
nacional-socialismo y el comunismo-, como también al frenesí hedonista y
masificante de la revolución cultural “hollywoodiana”.
La sociedad orgánica es una
"familia de familias", como lo fue el feudalismo[xlii].
Es como una gran familia de almas, en que las personas se conocen y las
estirpes familiares se entrelazan, hay tradiciones vivas que impregnan la vida
social y política, y la naturaleza y el campo están presentes; en la que
orgánicamente se van formando las instituciones con amplia participación de los
vecinos y de todos los elementos que la componen, organizada jerárquicamente;
en que las jerarquías varían al infinito.
La sociedad orgánica se va
formando con toda la espontaneidad posible dentro del mayor respeto al orden.
Las instituciones, las familias, las personas van creciendo como árboles de un
parque, sin dejar que sus ramas invadan las de un árbol vecino.
Algo de su perfume se trasunta
en la frase de Talleyrand: "el que no vivió antes de la Revolución Francesa,
no conoce la dulzura de vida". Fue la “dulce Francia" de los tiempos
del "Rey Cristianísimo" que destiló una realidad de sonido musical:
"douceur de vivre".
Nuevamente nos precavemos
contra la visión idílica de este concepto y de la realidad concreta de donde
surgió. Sabemos que, bajo muchos aspectos, la vida "es un valle de
lágrimas" donde, para edificar algo, hay que luchar mucho, y más aún para conservarlo;
donde todo es, en cierta medida, efímero y débil, a causa de las tendencias
desordenadas del hombre y también porque hay un solo Ser eterno que es El que
es, y que nos invita -a través de la propia precariedad de la vida- a aspirar a
las grandes serenidades y a las inimaginables alegrías espirituales y sensibles
de la vida eterna, que estamos llamados a gozar en cuerpo y alma: "la vie est ton navire et non pas ta
demeure", dijo Teresita de Lisieux.
Es misión de la sociedad
orgánica mantener vivos los deseos de lo metafísico, de lo sobrenatural, a
través del arte, del lenguaje de los símbolos, ámbito en el que la heráldica ha
constituido todo un mundo de imágenes y significados.
A pesar de los aspectos duros
de la vida, hay formas de organizar la existencia que la hacen más humana, más
suave, más acogedora. Aquella campiña francesa, con sus viñedos, castillos y
casas grandes, donde la gran familia campesina se reunía en torno a la mesa
presidida por el paterfamilias que describe Funck-Brentano en "El Antiguo
Régimen", aquella Viena de Schubert
y Mozart que pinta Marcel Brion, con sus orquestas familiares y sus
campesinos robustos y contemplativos, capaces de destilar un "Stille
Nacht"; aquel Portugal de nobles quintas que evocó Eça de Queiroz en
"La Ciudad
y la Sierra",
aquella España de don Felipe y de Santa Teresa, de Sor María de Agreda y su
"mística ciudad de Dios", la España de Avila y de Toledo, del Madrigal de las
Altas Torres que vio nacer a Isabel la Católica… La de coplas y romances, la de majos y toreros,
la de guitarras pulsadas con acordes gitanos, a la luz de la luna, en los
patios andaluces.
Esas ciudades en las que -como
en Viena- el emperador podía pasear de a pie, seguido a prudente distancia por
sus súbditos, que eran como hijos, parando a conversar en una esquina con un
vendedor de flores o un lustrabotas..., o siendo consolado por su pueblo, ante
la derrota frente a Napoleón, al grito de: “¡No importa, nos tienes a
nosotros!” Todo esto evoca mejor que una definición a la sociedad orgánica.
· Sociedad orgánica en el
Tucumán
Vimos algo de eso reflejado en
el pícaro que se refugió en la ermita de los santos patronos de Ibatín, que le
valió de santuario o refugio inviolable. Lo vemos en la carta afectuosa que el
Maestre de Campo don Leandro Ponce de León le dirige a su encomendada, la india
Bárbara Romero, tratándola de "hija mía Barbolita", aconsejándola
como "vuestro encomendero", que el Dr. Prudencio Bustos Argañaraz
reproduce en su "Manual de Historia Argentina"[xliii].
En las juntas de vecinos, como la que convocó Mercado y Villacorta en la
ajetreada Londres para tratar de la
Guerra, con la presencia de los encomenderos Juan Gregorio
Bazán, Antonio del Moral, Lucas de Figueroa y Mendoza, Gabriel Sarmiento de
Vega y otros notables de la
Gobernación…
…En el carácter protector de
los buenos gobernantes de entonces, como Ramírez de Velasco, "padre
de todos y procurando acomodar las hijas de los conquistadores
huérfanas en estado", como manifestaron los vecinos de San Miguel. Junto a
él, estaba la figura maternal de su mujer, Doña Catalina de Ugarte, quien “con
su caridad
y afabilidad deseaba el bien y era muy gran consuelo en la tierra por
ser tan buena intercedora y onrradora de todos y animadora de lo bueno"[xliv],
como dijeron los de Santiago del Estero.
La "cité antique"
del Tucumán tenía un alma, y era el Cabildo, palabra que evoca reminiscencias
profundas en el verdadero argentino identificado con su tradición. Allí se
expresaba la voluntad de los vecinos principales, representantes auténticos de
sus clanes familiares, sus paniaguados y sus encomendados –indígenas a quienes
frecuentemente querían como a hijos
en esa sociedad que se honraba en ser auténticamente paternalista.
No sólo los grandes decidían
los rumbos de la historia. Aquí no hubo espartanos e ilotas, como en ninguna
parte del mundo donde se estableció la civilización católica, jerárquica y familiar. Dada la unión de la Iglesia y el Estado, en
fecundas interacciones los gobernantes se ocupaban del bien espiritual de los
gobernados, como los Obispos y sacerdotes se ocupaban de que el gobernador
Mercado y Vilacorta viajara con el decoro debito a su alta investidura; o de
que los indios adquiriesen hábitos de higiene, usasen mesas y durmiesen en
camas, como lo quería el Concilio Límense convocado por el gran Santo Toribio
de Mogrobejo, Arzobispo de los Reyes.
Fue éste otra gran luminaria
que nos alumbró desde la capital del virreinato al que pertenecimos por espacio
de dos siglos y tres décadas, período que se intentó tapar con los 30 años de
existencia del Virreinato del Río de la Plata en el que, de reinos, pasamos a ser
colonias -de hecho, no de derecho[xlv].
· Nobleza y élites del
Tucumán
Nos hemos referido al comienzo
a la misión de la Nobleza
y de las élites tradicionales análogas a ella. Es propio de una sociedad
orgánica destilar élites en todos sus órdenes pues es propio de la condición
humana tender al mejoramiento y a la estabilidad, en todas las situaciones
sociales.
En el Tucumán se formó una
Nobleza, aristocracia que funcionó dentro del orden monárquico vigente. Su origen principal fueron las personas
nobles y sus familias que se instalaron aquí, trayendo a otros nobles para
poblar el Tucumán, como lo hizo Ramírez de Velasco. Y también, como señala
Roxana Boixadós, familias de conquistadores que, aunque carentes de nobleza de
nacimiento, prestaron altos servicios al Rey exponiendo su vida en la conquista
y colonización. Es lo que Plinio Corrêa de Oliveira llama "nobleza de
estado"[xlvi].
Estas familias se entrelazaron
con las que ya eran de condición noble, dice la autora citada: ...
"aquellos que se consideraban a sí mismos como miembros de una nueva
'nobleza', trataron de casar a sus hijas con hombres de su misma
condición"[xlvii].
En cuanto al origen, algunos
"podían remontar su ascendencia a linajes tan nobles como el de los
'verdaderos Ramírez', pero otros participaban de una nobleza diferente: aquella
que lo era menos por la sangre quizá pero más por los méritos adquiridos
durante los episodios de la conquista. Con los años, el producto será una nueva
'aristocracia', en la cual se fundirán ambos atributos" (R. Boixadós,
ibid.).
· Hijodalgos de solar
conocido
"Las leyes de Indias
-afirma José María Rosa[xlviii]-
equiparaban la nobleza indiana de los vecinos con la peninsular de los
hidalgos. Los pobladores tenían el derecho de pedir ejecutoria de su
título".
"A los q. se obligaren a
hazer la dha. población y la huviesen poblado y cumplido con su assiento, por
honra de sus personas y sus descendientes y q. dellos quede memoria loable, los hazemos hijo-dalgos de solar conocido
a ellas y sus descendientes legítimos, para q. en el pueblo que poblaron y en
otra cualquier parte de las Indias sean por tales havidos y tenidos, y puedan
gozar de todas las honras y preeminencias de todos los hombres hijodalgos y cavalleros
de los Reynos de Castilla, según fuero, leyes y costumbre" (Solórzano, II,
ley 4).
“Ninguno hizo la información.
En Indias surgía otra aristocracia y los hijos de vecinos pobladores tenían
como suficiente ser hijodalgos de solar
conocido".
· Los intereses del
encomendero eran los de la sociedad toda
Así, las Leyes de Indias
reconocían estado nobiliario a los
primeros pobladores de las ciudades, no tan sólo por una gracia de Su Majestad
sino por el propio curso natural de las cosas. Pues los vecinos feudatarios
eran la columna vertebral de las ciudades, foco de irradiación de la cultura y
evangelización, objetivo principal de los Reyes de España, desde el famoso
codicilo de Isabel la
Católica en adelante. Por eso revestían la calidad de
"beneméritos".
Como expresa Levillier, los
intereses de los encomenderos eran los
intereses de la comunidad. Gracias a ellos se podía constituir un centro urbano
con todas las ventajas actuales y potenciales en lugares donde no había nada o
casi nada, y así organizar una sociedad civilizada, con instituciones,
enseñanza y leyes.
Y ello no ocurría en la calma,
sino en medio del peligro: "La ciudad indiana tuvo que ser una ciudadela,
como lo había sido el castello castellano,
siempre dispuesto al combate. Los fundadores del Nuevo Mundo como los del mundo
viejo ganaban a punta de espada su derecho a ser dueños de su bastión avanzado
de la cristiandad"[xlix].
Fue el gran mérito de los
vecinos feudatarios o encomenderos, a pesar de las falencias que hubo en muchos
casos.
La "encomienda" es
presentada como sinónimo de opresión e injusticia en el enfoque indigenista.
Pero un abordaje realista debe reconocer que fue un medio adecuado –lo que no
implica afirmar que fue perfecto ni el único posible- para hacer que el indio
adquiriera hábitos de trabajo a lo que, en general, era refractario. La
disciplina del trabajo, la vida ordenada, el equilibrio, eran factores
convenientes para que se tornase civilizado. Fue el proceso que siguieron, de
un modo u otro, todos los pueblos incivilizados. Y tal vez todo esto no arrojó resultados aún
mejores por las circunstancias humanas concretas de ambos componentes, el
europeo y el indígena.
· Mostrarle al
calchaquí las encomiendas, la mejor recomendación
Hay un hecho que habla muy a
favor de las encomiendas del Tucumán, a pesar de todas las críticas a los
encomenderos, incluso provenientes de personas justas y veraces -aunque a
veces, también, exageradas, con la vehemencia propia del español de entonces.
Es la invitación del
Gobernador Ramírez de Velasco nada menos que al hijo de don Juan Calchaquí,
jefe de la nación más refractaria y famosa por sus guerras, a visitar no sólo
las ciudades sino también las encomiendas, para que vea cómo eran beneficiosas
para el indígena.
La visita dio buenos resultados,
ya que el jefe calchaquí se conmovió con las ceremonias católicas y se
convirtió al Catolicismo, como vimos, y al volver a su pueblo influyó
poderosamente en el mismo sentido.
· La nobleza indígena
reconocida oficialmente
Dijimos que esta sociedad era
jerárquica en beneficio de todos, no sólo del español. El apreciado título de
"Don", que Cristóbal Colón pidió para sí en las Capitulaciones de
Santa Fe, y del que grandes hombres,
fundadores de ciudades, conquistadores, estadistas, frecuentemente carecían,
era reconocido a todo cacique o curaca, estableciendo una distinción de trato
que, en ese punto, le daba cierta superioridad con relación a un benemérito de
Indias que no lo tuviese.
En la misma línea puede
considerarse la existencia, no sólo de caciques y curacas, sino también de
Cabildos de naturales, integrados por los respectivos Alcaldes y Regidores
indígenas.
La sociedad orgánica tiende ex natura rerum a darle un lugar a cada
uno, a un sector tan modesto como un grupo de indios encomendados que fueron a
Córdoba, provenientes del Alto Perú. Han sido tales aborígenes quienes
establecieron el culto a la
Mama Copacabana, a la Virgen de la Candelaria, más tarde
patrona de Bolivia, que tiene su santuario en la villa lacustre del mismo
nombre en el Titicaca, cuya imagen fue tallada por el Inca Tito Yupanqui
-quien, como no la hallaba suficientemente bella, pidió a la Señora que la hiciese
terminar por los Angeles.
Las Ordenanzas dictadas por el Gobernador Ramírez de
Velasco, entonces titular de la
Gobernación del Paraguay y Río de la Plata, el 1º de enero de
1597, disponían que “para que vayan entrando en sociedad”, los días de fiesta debe
invitarse a las poblaciones indígenas a participar con sus instrumentos y
danzas típicas, “para que alegren la fiesta”.
En esa colorida sociedad, de
la que encontramos reminiscencias posteriores de alto valor psicológico y
descriptivo, trazadas por el inquieto
lápiz de Rugendas, también el negro, el mulato, el mestizo de clase social
modesta –los hijos legítimos mestizos de familias principales ocupaban
posiciones de preeminencia acordes al rango familiar-, tenían su lugar,
protagonizaban hechos notorios, fundaban cofradías e influenciaban a la
sociedad con su presencia, su buen humor y su inventiva.
· Afinidades entre indios y
españoles
Una cualidad natural común
a indios y españoles era el coraje.
Los incontables ejemplos de
coraje de los conquistadores ocupan numerosas crónicas. Hay hechos poco
conocidos, impresionantes, como el protagonizado por Gaspar de Medina, Teniente de Gobernador de San Miguel. Esta se
encontraba momentáneamente sin sus vecinos feudatarios que habían seguido a
Abreu en la búsqueda de los tesoros de los Césares o Trapalanda -empresa inútil
para enriquecerse aunque útil para que se fuera conociendo el país.
De noche, al sentir ruidos extraños, advirtió que algo
muy grave estaba pasando: la ciudad estaba en llamas por todos sus extremos y
los indios se proponían aniquilarla. Ensilló y salió a hacer frente solo al
peligro. Era un ataque combinado entre yanaconas -indígenas de servicio que
vivían en la ciudad- e indios de guerra, debidamente avisados por aquellos del
desamparo en que se encontraba.
Fue secundado por dos
españoles que tampoco quisieron morir en la cama quemados o degollados en el
ataque traicionero. Se dirigieron a la plaza y vieron a los incendiarios
capitaneados por la figura gigantesca del yanacona Gualán. Indignado y dispuesto a jugarse el todo por el todo,
Medina, valiente soldado que salvó de la muerte y la derrota a Francisco de Aguirre,
se metió "con una noble osadía" por la fila de indios que cuidaban a
Gualán, y con un golpe de su espada le cortó la cabeza. Ese golpe desmoralizó a
los indios y frenó la rebelión. Medina "aunque gravemente maltratado con
dos profundas heridas, no dejó las armas en la mano mientras no hubo ahuyentado
al enemigo”[l].
Fueron los medios humanos de
salvación de la ciudad que, como vimos, se atribuyó, sin contradicción alguna,
a la protección de los Santos Patronos. Pues la gracia perfecciona la
naturaleza y, como dijo Santa Juana de Arco: "los hombres combatirán, y
Dios dará la victoria".
Es interesante para el estudio de la antigua sociedad
argentina que este héroe, que trajo a su familia del reino de Chile, fundó uno de los linajes principales del
Tucumán, de acuerdo a las investigaciones del Dr. Justino Terán.
Pedro Nicolás de Brizuela, futuro Teniente General del Tucumán y fundador del Mayorazgo de San
Sebastián de Sañogasta, fue el soldado a quien, en el Gran Alzamiento Calchaquí
(1630-1646), Don Jerónimo Luis de Cabrera II confió la retaguardia del
ejército, el lugar más peligroso, donde más fuerte golpeaban las terribles
guazabaras de los indígenas. Un día, ya General, le tocará dar fin a este duro
episodio, como hemos tenido ocasión de demostrar en base a documentos inéditos.
En el asiento y sitio de
Tinogasta, los españoles fueron atacados por una fuerza de más de 1.000 indios
y amenazados por una gran invasión. En el fragor de la batalla, Pedro Nicolás
avanzó con ímpetu a enfrentar a los infieles y pronto se vio rodeado por el
jefe enemigo -"indio baliente", dice el Gobernador Don Gutierre de
Acosta y Padilla- y una cuadrilla de indios que intentaban tomarlo preso.
Habrá pasado por su mente en
un relámpago la proverbial crueldad del calchaquí con sus enemigos prisioneros,
quizás el sufrimiento del Padre Torino, con sus huesos y falanges quebrados uno
a uno. Pero el pavor que tal vez lo
asaltó no le impidió actuar con sangre fría. Fue un solo disparo de arcabuz,
arma que no ofrecía más que una posibilidad, muchas veces, la última. El tiro
dio en el blanco. El jefe cayó para no levantarse, "con cuya muerte sosegó
la gran pelea" y se ganó la batalla”[li].
Por hechos semejantes dijo el
historiador chileciteño Carlos Decaro, en libro reciente, que su historia
llenaría capítulos enteros de las aventuras más increíbles.
El sexo débil no podía serlo
en el Tucumán acosado por los calchaquíes, ni era propio de la España en que Santa Teresa
exhortaba a sus monjas del Carmelo a ser fuertes como hombres. Avanzada en el
valle famoso donde la ciudad española no podía penetrar, Córdoba del Calchaquí tenía sentencia de muerte. Don Juan Calchaquí
así lo había decretado.
Cortadas estaban las acequias
y rodeada la ciudadela de enemigos. Sólo quedaba encomendarse a la Virgen y jugarse el todo
por el todo. El hecho emociona: las mujeres de Córdoba de Calchaquí decidieron
morir junto a sus maridos. En un descuido de los indios, cargan sobre ellos. Las señoras combaten con espada y rodela,
"estimando por menos infortunio morir con las armas en las manos al lado
de sus consortes. Con un coraje precipitado se echaron sobre los bárbaros en un
momento de descuido, y desde el primer encuentro los arrollaron" en
increíble victoria[lii].
Más tarde, dice Funes, Córdoba
del Calchaquí fue destruida con saña, violando la palabra dada "el pérfido
cacique" don Juan Calchaquí. Los pobladores intentaron abandonarla de
noche pero los llantos de las criaturas alertaron a los sitiadores. El valiente
Hernán Mexía de Mirabal con seis compañeros se abrió paso "por entre una
espesa multitud" logrando escapar y llegar a Nieva. Fuera de él,
"ninguno escapó con vida".
"...y hallaron que la
Mari López los había muy bien guardado con su espada y su
rodela"
Entre esas mujeres de espada y
rodela debemos recordar con admiración a Mari López, heroína de la "Gran
Entrada". Su marido la había entrenado en el manejo de las armas. Estaban
rodeados por indios belicosos, en número muy superior. La propuesta era
arriesgada. Abandonar el real, dejando a un único soldado para custodiar unos
curacas que estaban de rehenes. Se ofreció Juan Gil para la osada misión.
Cuando Mari López lo oyó, protestó:
"No es tiempo -dijo- de que los hombres tengan
las manos quietas. El oficio de guardián ahora me pertenece a mí. Yo sabré guardar
a los curacas con mi espada y mi rodela".
Podemos calcular su angustia
cuando, sola en el real, custodiando a los cuatro curacas, vio que los indios
lo invadían armados con arcos, porras y medias lanzas.
Imaginamos a alguna actriz
hollywoodiana dando un alarido y cayendo desmayada. Pero Mari López se mantuvo
al acecho. Sintió un alivio al escuchar, desde el lugar que los invasores menos
esperaban, el grito de guerra:
"¡Nuestra Señora, Santiago y a ellos!"
Hubo un gran entrevero.
"Al fin triunfaron las armas, la astucia y el brío de los españoles, y los
aborígenes se dieron a la fuga... "Cuando se dio por concluida la pelea,
los victoriosos fueron a ver cómo estaban los curacas presos... Llegaron al
lugar y 'hallaron que la
Mari López los había muy bien guardado con su espada y su
rodela' "[liii].
· Niños indios con coraje
de guerreros
En los enfrentamientos bélicos
con indios de guerra hubo también incontables actos de coraje de los indios.
En Deteicum, Santiago del
Estero –refiere Gregorio Funes-, los indios, azuzados por los de Silípica,
atacan a los españoles. Viendo a sus padres luchar, un grupo de chicos, que se
habían quedado con sus madres, resolvieron sumarse a la pelea.
Había terminado la refriega y
los españoles se disponían a descansar cuando recomienza el ataque
inesperadamente. Pero pronto perciben que sus atacantes son niños. En un bonito
gesto que suaviza el cuadro de estas luchas los españoles los contienen, y a
continuación les ofrecen regalos por su valor. "La bizarría de esta acción
fue recompensada por los españoles con dones y caricias. Estas amansaron el
furor indómito de los padres, y fueron más poderosas que las balas para que
suscribiesen la paz"[liv].
Este episodio contribuyó mucho al acercamiento y a la pacificación.
Otra actitud de coraje de los
indios se dio en las guerras contra el teniente de Gobernador Castañeda, de
mala memoria, cuyas imprudencias y crueldades echaron a perder la obra del gran
Pérez de Zurita.
Luego de cruentos ataques de
los naturales, pensó en una estrategia que le salió al revés. Hirió a varios
prisioneros y los dejó ir, para impresionar al resto. Los calchaquíes, al ver a
los prisioneros en ese estado, aumentaron más aún su odio y resolvieron que
quien hablase de paz con los cristianos fuese considerado traidor.
Más allá de la obstinada
violencia de esta actitud, muestra gran capacidad de resistencia y entereza, y
potencialidades de luchar denodadamente por una causa.
· Sentido de lo maravilloso
También se destaca en los
diaguitas su sentido de lo maravilloso. Creían que el alma de los guerreros se
iba al Cielo y allí brillaba eternamente en las estrellas. Eran expertos
orfebres y les gustaban los adornos de oro y plata. Se vestían -al contrario de
los indios del litoral, las pampas y el Chaco- con una túnica de lana que
llamaban "camiseta". Tenían sus nobles y curacas, y a los grandes
jefes los llevaban en literas, lo que demuestra espíritu de jerarquía. Su
innato sentido metafísico y de lo maravilloso no era menor que el del español,
y probablemente lo aventajaba en algunos aspectos.
En sus fábulas y mitos, Adán
Quiroga cree encontrar restos de la Revelación, atribuibles tal vez al misterioso
apostolado de Santo Tomás, cuya presencia apostólica en América es sostenida
por ciertas tradiciones, por ejemplo en Tarija.
Entre los guaycurúes
encontramos la búsqueda de una "tierra escarlata", que parece afín a
la "tierra sin mal" buscada por los guaraníes. Observaban las
estrellas, como los magos de Oriente. En
la cruz del sur veían la huella de un suri (ñandú de los montes norteños), en
el marco de una curiosa leyenda. Son algunos ejemplos de anhelos del indígena
argentino por un orden maravilloso, fabuloso.
Quien sabe si, a título de
hipótesis, una razón que dificultó el entendimiento entre indios y españoles
fue que éstos no tuvieron un sentido de lo maravilloso y de lo metafísico que
correspondiera bien al del indio.
El Renacimiento fue una época
de artistas geniales, pero de espíritu naturalista y antropocéntrico.
Ciertamente hubo un lado
negativo en no pocos europeos de la época, que se manifiesta en un espíritu
propenso a las pendencias, muy centrado en la búsqueda de honores y bienes
materiales. Un hidalgo y poeta llegó a considerarse peregrino en Babilonia, y
así nuestras ciudades tuvieron algo de la Babel de Luis de Tejeda y algo de la Mística Ciudad de
Dios de Sor María de Agreda.
En contraste con este espíritu
algo seco, estrecho, quisquilloso, racionalista y pleitista que se manifestó
frecuentemente, hay figuras maravillosas como la de San Francisco Solano, que
atraía a las personas con su violín para predicarles, que se entendía
magníficamente con los indios, que gustaba de la conversación nocturna, de los
villancicos, de los cantares a la
Virgen, y a veces tenía arrobamientos que lo llevaban a
ejecutar armoniosos movimientos de su figura hidalga, como delicados pasos de
danza. Y se ha hablado de su "apostolado medieval"…
Desgraciadamente, este
espíritu no fue el que a la larga predominó. El racionalismo de la Edad Moderna, fruto
del humanismo erasmista y del protestantismo, afectó fuertemente la cultura
occidental, lo que da pie a esbozar la hipótesis de que, al irse perdiendo la
“sancta laetitia” del espíritu medieval, y enfriando la fe a medida que se
acercaron los tiempos de la
Ilustración, los espíritus se fueron haciendo más rígidos y
secos. Se fueron desvaneciendo gradualmente la dulzura de vida y el sentido de
lo maravilloso, ideales para atraer al indio.
Promesantes de Humahuaca -donde se celebran las vistosas festividades de
la Virgen de la Candelaria-, de lanza
y casco con águilas:¿cuántas riquezas espirituales anidan en las tradiciones
católicas y en el alma del verdadero pueblo argentino, a la espera de
auténticos dirigentes que le digan “levántate y anda”?
Resurgir del idealismo de gesta
Hasta el día de hoy siguen
vigentes en La Rioja
del Tucumán tradiciones como el
Tinkunaco, los alférez, los
"Chinos de la Virgen"
de Andacollo, donde vemos el gusto del pueblo, en que la sangre diaguita es
perceptible, con los atuendos vistosos, los espejos, los estandartes, los vivos
de colores, los arcos con ramas poblados de flores, las músicas. Algo del alma
de nuestro pueblo no llegó a expresarse del todo y está allí, como un
"cerro rico" aún inexplotado, como una flor que quedó en botón, sin
llegar a abrirse y exhalar todo su perfume.
Estos yacimientos espirituales
constituyen otras tantas luces del Tucumán que un resurgir del idealismo de
gesta de otros tiempos puede reencender. Del sentido de lo maravilloso, que se
manifiesta en los crepúsculos eternos de luz dorada que se filtra por las
ventanas de ónix de Yavi, en los Angeles Arcabuceros, en las torres vigorosas
de la puna jujeña, en las voladuras de la Iglesia de ese Cachi encantador.
Pedimos a la Virgen de la Candelaria, que vino de
los lagos altoperuanos con sus islas perdidas de la luna y del sol, que Ella
encienda la "mecha que aún humea" en cada alma, en prelados y
misioneros, en las selectas familias que llevan la sangre heroica de los
conquistadores, en los que tienen la misión de enseñar, en los que se afincaron
más recientemente en estas tierras, como los oriundos de la artística Italia o
del Medio Oriente "de donde nace la
luz"[lv], en los alférez
y ayllis que con su fe, constancia y
sentido de lo maravilloso llevan con gallardía el estandarte de la tradición
épica de la Cuadrilla
de Calchaquí[lvi].
Que Ella, Reina de los
Corazones y Señora de la Luz,
que tantas bendicione derramó en el Tucumán y en toda la Argentina, haga brillar
en las mentes el "lumen christi", la luz de Jesucristo, que por medio
de Ella vino para ser la "Lux mundi". Y que renazca la civilización
cristiana con la belleza de una doncella, como Ella lo anunció en el siglo XVII
a la Madre Mariana
de Jesús Torres y Berriochoa en las famosas profecías que se conservan en el
Monasterio de la
Limpia Concepción de Quito y que son una promesa de su vuelta
para restaurar la
Cristiandad y cumplir con los sueños que quedaron truncos.
APÉNDICE:
Cultura y civilización
católica
"Un alma en estado de gracia está en posesión, en
grado mayor o menor, de todas las virtudes. Iluminada por la fe, dispone de los
elementos para formar la única visión verdadera del universo.
El elemento fundamental de la cultura católica es la
visión del universo elaborada según la doctrina de la Iglesia. Esa cultura
comprende no sólo la instrucción, es decir, la posesión de los datos
informativos necesarios para tal elaboración, sino también un análisis y una
coordinación de esos datos conforme a la doctrina católica. Ella no se ciñe al
campo teológico, o filosófico, o científico, sino que abarca todo el saber
humano, se refleja en el arte e implica la afirmación de valores que impregnan
todos los aspectos de la existencia.
Civilización católica es la estructuración de todas
las relaciones humanas, de todas las instituciones humanas y del propio Estado,
según la doctrina de la
Iglesia."
Plinio Corrêa de Oliveira, "Revolución y
Contra-Revolución", cap. VII
"Haciendo
penetrar profundamente en el conjunto de la sociedad humana el espíritu del
Evangelio, formó ni más ni menos aquella civilización que fue llamada cristiana
Triunfante
a pesar de todos los obstáculos, las violencias, las opresiones, extendiendo
cada vez más sus pacíficos estandartes, salvando el glorioso patrimonio de las
artes, de la historia, de las ciencias,
de las letras y haciendo penetrar profundamente en el conjunto de la sociedad
humana el espíritu del Evangelio, formó ni más ni menos aquella civilización
que fue llamada cristiana y que aportó a las naciones que se acogieron a su
benéfico influjo, la equidad de las
leyes, la suavidad de las costumbres, la protección de los débiles, la piedad
con los pobres y los infelices, el respeto a los derechos y a la dignidad de
todos, y de allí, en la medida en que es posible en medio de las tempestades
humanas, aquella tranquila convivencia civil que deriva del mejor acuerdo entre
la libertad y la justicia (ítem 8).
Leon XIII, Encíclica Vigésimo Quinto Año
(ítem 8) Tuttavia trionfatrice di tutti gli ostacoli, le
violenze, le oppressioni, dilatando sempre più le sue pacifiche tende, salvando
il glorioso patrimonio delle arti, della storia, delle scienze, delle lettere e
facendo penetrare profondamente nella compagine dell'umano consorzio lo spirito
del Vangelo, formò appunto quella civiltà che fu chiamata cristiana e che
apportò alle nazioni, che ne raccolsero il benefico influsso, la equità delle
leggi, la mitezza dei costumi, la protezione dei deboli, la pietà pei poveri e
per gl'infelici il rispetto ai diritti e alla dignità di tutti, e quindi, per
quanto è possibile in mezzo alle tempeste umane, quel riposato vivere civile,
che deriva dal migliore accordo tra la libertà e la giustizia.
NOTAS: para
facilitar la lectura, las notas de píe de página contienen comentarios y
aclaraciones, y las notas en números romanos remiten únicamente
a citas bibliográficas o documentales, y
se encuentran al final del trabajo. La profusión de citas tiene
su razón de ser en demostrar que las "luces del Tucumán" no son fruto de la
imaginación. Están claras en los testimonios históricos, para quien quiera verlas.
L. Mesquita Errea, “La
Antropología indigenista: Revolución cultural que amenaza a la Iberoamérica
cristiana”, Jornadas de Hispanidad, Córdoba, agosto de 2005
Entre los difusores
de la leyenda negra en Argentina, Miguel Angel Scenna (nota bibliográfica iii,
al final del texto) sitúa al Deán Funes, a quien caracteriza como un
iluminista; así describe a esta corriente, citando a Cassani y Pérez
Amuchástegui: "Su característica, desde el punto de vista intelectual, es
la rebeldía contra la tradición. Para los iluministas, la tradición es una
rémora constituida por un conjunto de supersticiones que la razón debe destruir
..."; "...la tradición confiaba en la Providencia; la razón
en el progreso...". Respecto de D. Gregorio Funes, agrega: "...es
evidente la reacción de Funes contra la tradición, representada por el pasado
colonial español. Con él comienza la
leyenda negra de los tres siglos de dominación hispana..." ("Los
que escribieron nuestra historia", Ed. La Bastilla, Buenos Aires,
1976, pp.37-8).
Al leer el "Ensayo..." del Deán Funes, se
advierte la intención de desprestigiar la obra de España para justificar ante
la opinión pública la ruptura que se estaba produciendo a partir del movimiento
de Mayo.
Luego de Caseros, de acuerdo a Scenna, surge una
nueva generación de historiógrafos: "Su visión histórica -muy influida por
los ideólogos de la generación, Esteban Echeverría y Juan Bautista Alberdi-
será emplazar a Mayo como faro de libertad y democracia entre dos abismos de
sombras, oscuras tiranías que trabaron el progreso argentino: de un lado, el
largo período hispano..." (ibid., p. 53).
Sobre
la leyenda negra y el indigenismo en nuestros días, recomendamos
"Cristiandad auténtica o revolución comuno-tribalista - La gran
alternativa de nuestro tiempo" de la Comisión Inter-TFPs
de Estudios Hispanoamericanos - Coordinador: Alejandro Ezcurra Naón" (Ed.
Fernando III el Santo, Madrid, 1992). Sobre su origen y desarrollo, la obra del
Dr. Rómulo D. Carbia "Historia de la LEYENDA NEGRA
Hispanoamericana" (Ed. Nueva Hispanidad - Buenos Aires); y también
"Historia de la
Argentina", de Ernesto Palacio, ed. Thea. Los difusores
de la Leyenda Negra
han sido ampliamente superados por los indigenistas en su embate corrosivo
contra la tradición hispano-cristiana.
Las desigualdades
sociales -proporcionadas y armónicas- son deseadas por Dios, enseña el Santo
Padre Pío XII: "Las desigualdades sociales, inclusive
las que son ligadas al nacimiento, son inevitables; la naturaleza benigna y la
bendición de Dios a la
humanidad iluminan y protegen las cunas, las besan, pero no las nivelan"
(Discurso del 5 de enero de 1942, al Patriciado
y a la Nobleza Romana;
"Discorsi e Radiomessaggi", vol. III, p. 347).
Acerca de la Civilización Cristiana
ver el apéndice, al final del texto.
El carácter
procesivo de este fenómeno lo torna actual. En 1978, el Prof. Punió Corrêa de
Oliveira denunció una
poderosa corriente infiltrada en medios eclesiásticos, en el Brasil, que,
influenciada por las teorías de Claude Lévy-Strauss, proclamaba el estado de los
indígenas de la selva como la propia perfección de la vida humana, se oponía a la
integración de éstos a la civilización, afirmaba la inutilidad de la catcquesis
y criticaba a los grandes misioneros. Ver: "Tribalismo indígena, ideal
comuno-misionero para el Brasil en el siglo XXI". Estas
teorías no quedan en discusiones teóricas y dan lugar a una peligrosa agitación
que conduce a la violencia.
"(...) un
jefe local peruano quedó confirmado en su cargo (...) después de haber ofrecido
a su hija en sacrificio
al Sol, la divinidad imperial" (nota 8). (8) "Se trata de Tanta
Carhua, la bella hija del curaca de Ocros. (...) Se dice que fue enterrada viva en una tumba con paredes calzadas bajo tierra;
el sitio era venerado
por los lugareños y era utilizado a veces como oráculo (...)"; "El
santuario incaico del cerro Aconcagua", Juan Schobinger, Univ. Nac. de
Cuyo, Mendoza, 2001, p. 423.
Para el etnólogo Lévy
Strauss el canibalismo de los salvajes no es cosa grave, pero sí lo es la
existencia de cárceles y sistemas penales en las sociedades occidentales. Es
propiamente llamarle bueno a lo malo y viceversa. Por algo se habla de
un provocado "ocaso de la razón". La luz de la razón es
inextinguible; lo grave es que haya "científicos" que quieran
abolirla, corno Michel Foucault, propugnador de una degradante e increíble "era de estupidez".
Lamentablemente, el
desconocimiento de la historia del período hispánico se presta a grandes omisiones y
tergiversaciones. Muchos desconocen la relación entre San Francisco Solano y el Tinkunaco; y hay
aun quien sostiene que no está probada la presencia del santo en La Rioja (¡!). Felizmente, los testimonios del proceso de canonización
son sobreabundantes, y se encuentran transcriptos en obras como "El Apóstol
de América, San Francisco Solano",
de Fray Luis Julián Plandolit, O.F.M., Ed. Cisneros, Madrid, 1963. Sobre
la presencia del Apóstol de América en La Rioja, dice el autor fray Contardo Miglioranza, O.F.M.: "La Rioja (...) fue la ciudad
que más mercedes espirituales y temporales recibió del siervo de Dios y que mejor
memoria guardó de ellas en el proceso de beatificación, gracias, sobre
todo, a los testimonios del
licenciado Manuel Núñez, cura y vicario en La Rioja” (“San Francisco Solano”, Coedic. Misiones
Franciscanas Conventuales et alii, Buenos Aires, 1984, p. 125).
Ante la circulación de esta
grave omisión histórica, transcribimos como ejemplo palabras de la mayor autoridad en
la materia, Cayetano Bruno, S.D.B., autor de la "Historia de la Iglesia en Argentina"
(12 tomos),
comentando una fotografía de la ceremonia del Tinkunaco, que se realiza cada 31
de diciembre al
mediodía, correspondiendo a la renovación de autoridades capitulares que se hacía durante el período
hispánico: "La Rioja. Procesión de San Nicolás de
Bari. Los alféreces o bando español van al encuentro de los ayllis o
parcialidad de naturales, portadores del Niño Alcalde, para conmemorar el encuentro de San Francisco Solano con los nueve mil indios infieles" (o.c., t. I, p. 511).
Lo lamentable aquí no es un mero error histórico, sino el
falseamiento de nuestra historia e identidad.
Cf. L. Mesquita
Errea, “Juan Ramírez de Velasco, Gobernador, conquistador y forjador social en
el Tucumán y el Paraguay del período fundacional”, artículo para la revista “La
verdad sin rodeos” del Instituto de Investigaciones Históricas y Culturales de
Corrientes, octubre de 2008 Ponencia
presentada en Jornadas de Hispanidad, Córdoba, 2008.
Quien haya tenido el
privilegio de contemplar los cambios fisonómicos de la Imagen Peregrina
Internacional de la Virgen
de Fátima -tan evidentes hasta en las fotografías-, y que tan honda impresión
dejó en el pueblo riojano a fines de 2001, podrá imaginar con facilidad los
cambios de fisonomía y colorido en el rostro de la Señora del Milagro.
"La
vida es tu navío y no tu morada".
Así lo declaran
varios encomenderos en la
Visita del Oidor Martínez Lujan de Vargas a !as encomiendas de La Rioja, transcriptas en el
documentado estudio de la
Dra. Roxana Boixadós y de Carlos E. Zanoli "La visita de
Lujan de Vargas a las encomiendas de La Rioja y Jujuy (1693-1694) - Estudios preliminares y fuentes",
Ed. Univ. Nac. de
Quilmes, 2003. Y les creemos, pues está en el orden natural de las cosas y porque
el amor entre grandes y pequeños es propio de una civilización cristiana.
12
Ardid de guerra psicológica contra los conceptos de cultura y civilización (sobre
estos conceptos y
la visión verdadera del
universo ver el Apéndice):
Ciertas teorías antropológicas
niegan el concepto de "civilizado" con argumentos especiosos y semi-
verdades. Más allá de las matizaciones a las que el tema se presta,
que requerirían un estudio
especial objetivo, y al abuso y
tergiversación que se ha hecho de los términos "civilización"
y "barbarie" en la época mitrista, es evidente que éstos tienen un sentido
real y legitimo, que además admite gradaciones.
Una de las formas de ataque
psicológico a estas nociones claras. y evidentes, si bien que complejas de definir, y que tienen distintas
acepciones, consistió en reunir más de 100 versiones de la palabra "cultura", como para decir que el
concepto no existe. Se llegó a la
conclusión de que cultura es todo lo que el hombre hace, oponiéndola a la idea general, como es entendida
tradicionalmente, de cultura, sea
refinada o popular, que gira en torno de valores artísticos y morales
auténticos, que respeten las nociones
de armonía y orden. Estos valores (que los relativistas niegan) se realizaron
auténticamente, en grado mayor o
menor, en distintas culturas, y llegaron
a un auge en las naciones cristianas europeas.
La civilización cristiana es
un ideal accesible a todos los pueblos que quieran abrirse a él abandonando los
elementos de su
cultura y costumbres que choquen con el Decálogo, síntesis de la ley natural y
divina. Cuanto más
una sociedad viole esa ley, más tenderá a la barbarie; cuanto mayor sea su
respeto amoroso por ella,
más posibilidades tendrá de elevarse cultural y espiritualmente.
El "relativismo cultural" es una postura
pseudo-científica que afirma que todas las culturas tienen el mismo valor. Así, la cultura de
pueblos salvajes, antropófagos, o reducidores de cabezas, adeptos no raramente de la
promiscuidad y aun del pecado contra la naturaleza,
tiene igual (o en el fondo más) valor que la de una sociedad cristiana como la
de la España
del Siglo de Oro, dotada de instituciones desarrolladas, de un arte exquisito, de
arquitectura y ciencias, de universidades, de artesanías e industrias
admirables. ¿Quién puede aceptarlo? Quizás alguien afectado por el "ocaso
foucaultiano de la razón", o seguidor de la dogmática dictadura del relativismo
oportunamente denunciada por S. S. Benedicto XVI.
La España colonizadora y civilizadora entendió y protegió la
diversidad de culturas y modos
de ser de los pueblos indígenas, estableciendo las Leyes de Indias que debían mantenerse los usos
y costumbres (y autoridades) de los naturales, en todo aquello que no chocase
con la Ley de
Dios y la Ley Natural. El Indigenismo y el relativismo cultural fingen dolosamente
desconocerlo, a
pesar de estar probado por incontables documentos, hechos históricos, cátedras
de lenguas indígenas, visitas a encomiendas, etc.
Este precioso dato desmiente
los supuestos “científicos” de la Antropología tendenciosa; ver nuestro
trabajo “Juan Ramirez de
Velasco, Gobernador, conquistador y forjador social en el Tucuman y el Paraguay
del periodo fundacional”, p. 23 del original (cf. nota 11).
Entre la ilustre
descendencia de Gaspar de Medina se encuentran:
los
Presidentes Avellaneda y Roca; el guerrero de la Independencia y
secretario de San Martín que hizo los mapas y trazó los pasos para cruzar los
Andes, José A. Alvarez de Condarco; Cnel.Crisóstomo Alvarez; Dr. Juan B. Terán, fundador y primer Rector
de la Universidad
Nac. de Tucumán, Vocal de la Suprema Corte de
Justicia de la Nación,
Presidente del Consejo Nacional de Educación, escritor, pensador, primer
tucumano y único hasta hace dos años, nombrado miembro de la Academia Nacional
de la Historia. Gob.
José Manuel Terán, y genearca de la flia. Terán en Tucumán; Gob. Juan Manuel
Terán y 1er. Presidente de la
Municipalidad; Gob. Benjamín Paz; Gob. Santiago Gallo; Gob.
Eudoro Avellaneda; Elmina Paz de Gallo, Fundadora de las HH. Terciarias
Dominicas. Gral. Gregorio Aráoz de Lamadrid. Congresal de la Independencia Pbro.
Pedro I. Aráoz; Gob. y Presidente de la República de Tucumán
Cnel. Bernabé Aráoz. Dr. Juan Bautista
Alberdi, Dr.Julio López Mañán, Da.Fortunata García de García, heroína
tucumana, Gob. Próspero García, Gob.
Agustín Sal, Intendente y Gob. Interino
Vicente Posse Silva, Gob. Belisario
López, Dorotea Terán de Paz, fundadora de la Sociedad de
Beneficencia, Gobernador Luis F.
Nougués, Senador Brígido Terán, Obispo
Miguel Moisés Aráoz, Gobernador Javier
López, Gob. de Córdoba Fernando S. de Zavalía (Nota del Dr. Justino Terán al
autor, 5 de octubre de 2003).
Cf. L. Mesquita Errea, “Pedro
Nicolás de Brizuela, hidalgo y pionero en los primeros tiempos de nuestra
historia”, III Jornada de Historia y Genealogía del Tucumán y Cuyo, Sañogasta,
2005. Nuestro especial agradecimiento a D. Alejandro Moyano Aliaga por habernos
facilitado las probanzas del Gral. Brizuela (ver nota bibliográfica L, al final
del trabajo).
[i] José Luis Romero, “Las ideas
políticas en Argentina”, F.C.E., 20ª ed., Argentina, 2002, p. 13.
[ii] L. Mesquita Errea, “Ilustración,
Jacobinismo, Leyenda Negra e Independencia”, TP para la Cátedra de Historia
Americana, Profesorado de Historia de Chilecito, Sañogasta, 2004, inédito.
[iii] Miguel
A. Scenna, "Los que escribieron nuestra historia", Ed. La Bastilla, Bs. As., 1976,
p. 64.
[iv] "Descripción
breve de toda la tierra del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile", Union
Académique Internationale, Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires,
1999, p. 14.
[v] "Relación
histórica de Calchaquí - Escrita por el misionero jesuita P. Hernando de
Torreblanca en 1696" - Versión paleográfica, notas y mapas de Teresa
Piossek Prebisch, AGN, p. 75.
[vi] Plinio Corrêa de
Oliveira, "Nobleza y élites tradicionales análogas", volumen II, p.
12.
[vii] Teresa
Piossek Prebisch, "Los Hombres de la Entrada", 2ª ed., p. 36.
[viii] Carta
del Gobernador Angel Peredo al Rey del 10 de octubre de 1673, ap. Cayetano
Bruno, S.D.B., "Historia de la
Iglesia en la
Argentina", t. III, p. 474.
[ix] Adela
Fernández Alexander de Schorr, "El Segundo Levantamiento Calchaquí",
U.N. de Tucumán, p. 30.
[x] Ver
el diccionario de términos medievales en su famosa "Lumière du
Moyen-Age", ed. Grasset, Paris, Petit dictionnaire du Moyen Age traditionnel,
p. 259 y ss.
[xi] Roxana
Boixadós, "Notas y reflexiones
sobre la genealogía de un conquistador del Tucumán: Don Juan Ramírez de
Velasco", en "El Tucumán Colonial y Charcas", UBA, Fac. de
Filosofía y Letras, 1997, p. 197
[xii] Adela Fernández
Alexander de Schorr, "El Segundo Levantamiento Calchaquí", U.N. de
Tucumán, p. 46.
[xiii]
"Mediaeval Feudalism" (Great Seal Books, Cornell University
Press)
[xiv] G.
Funes, "Ensayo de la historia civil del Paraguay, Buenos Aires y
Tucumán".
[xv] Teresa
Piossek Prebisch, "Los Hombres de la Entrada", 2ª ed., pp. 65-7.
[xvi] Teresa Piossek
Prebisch, ibid.
[xvii] "Ullsteins
Weltgeschichte", Geschichte der Neuzeit, Das religiöse Zeitalter
1500-1650, p.79
[xviii] Roberto
Levillier, "Nueva Crónica de la Conquista del Tucumán", t. III
[xix] Bruno,
"Historia de la Iglesia
en Argentina", t. II, p. 459.
[xx] P.
Torreblanca, ed. preparada por Teresa Piossek,
"Relación historica de calchaquí", f° 80,
p. 69.
[xxi] Cayetano Bruno,
S.D.B., " Presencia de España en Indias", Ed. Didascalia.
[xxii] Adela
Fernández Alexander de Schorr, "El Segundo Levantamiento Calchaquí",
U.N. de Tucumán, p. 40.
[xxiii] Dick
Edgar Ibarra Grasso, "Argentina Indígena y Prehistoria Americana",
Ed. TEA, Bs. As., 1917, p. 352.
[xxiv] Roberto Levillier,
"Nueva Crónica de la
Conquista del Tucumán", t. III, p. 209.
[xxv] Cayetano
Bruno, S.D.B., "Historia de la
Iglesia en la
Argentina", t. III, p. 472-82.
[xxvi] P.
Torreblanca, ed. preparada por Teresa Piossek "Relación histórica de
Calchaquí", p. 49.
[xxvii] Teresa Piossek
Prebisch, "La Ciudad
en Ibatín", Ed. Magna Publicaciones,
pp. 38-9.
[xxviii] Prudencio Bustos
Argañaraz, "Manual de Historia Argentina", Ed. Eudecor.
[xxix] Historia
Civil de la Conquista
del Paraguay, Río de la Plata
y Tucumán, publicada por J.L. Rosso y Cía., 1910, ed. on-line.
[xxx] Teresa
Piossek Prebisch, "La
Ciudad en Ibatín", Ed. Magna Publicaciones, p. 32.
[xxxi] Teresa Piossek
Prebisch, "La Ciudad
en Ibatín", Ed. Magna Publicaciones,
p. 27.
[xxxii] Cayetano Bruno,
S.D.B., "Historia de la
Iglesia en la
Argentina", t. I, pp. 510-11.
[xxxiii] Ed. Fundación para
la investigación del arte argentino, Año 2002, pp. 26-7.
[xxxiv] Dr. Ernesto Muñoz
Moraleda, "El culto mariano y la evangelización del Tucumán - siglo
XVI", en "Temas del
Tucumán", Universidad Nac. de Tucumán,
p. 17.
[xxxv] Cayetano
Bruno S.D.B., "Historia de la
Iglesia en la
Argentina", Ed. Don Bosco, t. IV, pp.305 y ss.
[xxxvi] cf. Fernando Romero
Moreno, "El Orden constitucional de la Confederación Argentina"
(conferencia).
[xxxvii] Cayetano
Bruno, S.D.B., "Historia de la
Iglesia en la
Argentina", t. I, pp. 359-60.
[xxxviii] Roberto
Levillier, "Nueva Crónica de la Conquista del Tucumán", t. III, p. 185.
[xxxix] Bruno, "Historia de la Iglesia en la Argentina", t. III,
p. 472-82.
[xl] I
Jornada de Historia de Chilecito, junio de 2003.
[xli] I
Jornada de Historia de Chilecito, junio de 2003.
[xlii] Cf.
Plinio Corrêa de Oliveira, "Nobleza y Elites tradicionales análogas - en
las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana", Ed. Fernando III el
Santo, Madrid, vol. I, 3ª. Edición, Secc. Documentos, VIII, El feudalismo, obra de la familia
medieval, p. 311 y ss.
[xliii] "Manual
de Historia Argentina", Ed. Eudecor, p. 117.
[xliv] Roberto
Levillier, "Nueva Crónica de la Conquista del Tucumán", t. III, pp. 223-4.
[xlv] Cf.
Tulio Halperin Donghi, "La revolución rioplatense y su contexto
americano", en "Nueva Historia
de la Nación
Argentina", Academia Nacional de la Historia, Ed.
Planeta, t. IV , p 249 y ss., en
especial pp. 253-4.
[xlvi] Cf.
Plinio Correa de Oliveira, "Nobleza y Elites tradicionales análogas -
" Ed. Fernando III el Santo,
Madrid, vol. II, 1ª. Edición, p. 13.
[xlvii] Roxana
Boixadós, "Notas y reflexiones
sobre la genealogía de un conquistador del Tucumán: Don Juan Ramírez de
Velasco", en "El Tucumán Colonial y Charcas", UBA, Fac. de
Filosofía y Letras, 1997, p. 197.
[xlviii]
"Historia Argentina" t. I, Ed. Oriente, p. 244.
[xlix] José María
Rosa, "Historia Argentina", t. I, Ed. Oriente, p. 241.
[l] Gregorio Funes,
"Ensayo de Historia civil...", Libro II, cap. XI.
[li] Certificación
de servicios del Gral. Pedro Nicolás de Brizuela, vecino feudatario de la Ciudad de La Rioja, por Don Gutierre de
Acosta y Padilla, Gobernador y Capitán General de la Provincia del Tucumán
por Su Majestad, inédita. Archivo del autor, que agradece a D. Alejandro Moyano
Aliaga, Director del Archivo Histórico de Córdoba, haberle facilitado copia del
documento.
[lii] Gregorio
Funes, "Ensayo de Historia Civil...",
L II, cap. V.
[liii] Teresa
Piossek Prebisch, "Los Hombres de la Entrada", 2ª ed., pp. 133-4.
[liv] Gregorio
Funes, "Ensayo de Historia Civil...",
L II, cap. V.
[lvi] Pbro. Juan C. Vera Vallejo, "Las Fiestas de San Nicolás
en la Rioja".