Ana de Austria: "Si cedo a las exigencias del Parlamento, mi hijo sería poco más que un rey de cartas" |
Luis XIV, algunos años después |
Las costumbres tradicionales en el Ancien
Régime, la torta de reyes, la presencia de ánimo de las personas de sangre real
ante el peligro y las incomodidades surgen de esta sustanciosa historia
Luis
XIII, Rey de Francia, valiente y de buenas costumbres, murió relativamente
joven, en 1643, poco después que su todopoderoso Primer Ministro, el Cardenal
Richelieu. Le correspondió ejercer la
regencia a su mujer, la vigorosa Reina Ana de Austria, hija del Rey de España,
durante la minoridad de su hijo y heredero del trono, Luis XIV. El que, de
acuerdo a Funck-Brentano, “proyectaría
sobre el trono de Francia un brillo sin igual –un brillo legendario”, quien a
la muerte de su padre, contaba con sólo 5 años.
La
política centralista de la Corte
y la susceptibilidad, no exenta de tintes revolucionarios, del Parlamento de
París, que agitaba al pueblo, no tardaron en causar desavenencias entre la Reina y el Parlamento, que
desembocaron en la “Fronda parlamentaria” y la guerra civil.
La Reina decía que, si cediera a las exigencias del Parlamento, “mi
hijo sería poco más que un rey de cartas”.
La
situación en París se había tornado riesgosa para Ana y el pequeño Luis, en
aquella helada noche de Reyes del año 1649. Celebrando la “fiesta de los Reyes
Magos”, en cada hogar de Francia se cortaba una torta conteniendo un haba, y a
quien le tocaba el haba, era proclamado rey. La inocente costumbre contenía ese
año una amarga ironía.
“Fui a
ver a la Reina
–cuenta Madame de Motteville en sus memorias- “y la encontré en su pequeño
cuarto, atendiendo al juego del Rey, sin aires de pensar en otra cosa.
“Madame
de La Trémoille,
que estaba sentada junto a ella, me dijo muy despacio: ‘se rumorea que esta
noche la Reina
está dejando Paris’. Me encogí de hombros ante una idea que me parecía
fantasiosa…
“La Reina se veía más animada
que de costumbre. Los Príncipes y Mazarino vinieron a presentarle sus respetos pero
no se quedaron, ya que iban a comer a lo del Mariscal de Gramont, que, en esa
noche, recibía siempre con esplendor…
“Para
entretener al Rey, la Reina
cortó la torta, y el haba le tocó a ella misma… Las damas de compañía comimos
como de costumbre en la habitación del guardarropas… y tan bien engañadas
estábamos, que todas nos reímos con ganas, con la Reina, de los que habían
difundido el rumor de que ella estaba dejando Paris esa noche…”
El
Mariscal de Villeroi dejó dormir al Rey, que tenía 10 años, hasta las tres de
la mañana. A esa hora lo despertó, y también al pequeño Monsieur, su hermano, ubicándolos
en el carruaje que los esperaba en la puerta del jardín. La Reina fue con ellos por la
escalera secreta que conducía al jardín, y cuando llegaron al patio Cours la Reine, la Reina paró a esperar al
resto de la familia real. Las calles estaban a oscuras y ella llevaba sólo una
pequeña linterna.
Saint-Germain-en-Laye, donde Ana de Austria y su hijo Luis XIV pasaron una helada e inhóspita Noche de Reyes |
Acompañados
por Gastón de Orleáns y Condé, se dirigieron a la residencia de campo de
Saint-Germain. Aún estaba oscuro cuando las carrozas entraron al patio del
palacio, en el que no había ni una cama,
ni una silla, ni una alfombra. Enviar muebles hubiera despertado sospechas.
“Hasta el Rey y la Reina
carecían de todo lo necesario para sus sagradas personas”, escribe Jean
Vallier, el maître d’hotel.
Entre los
acompañantes del Rey se encontraba su joven prima Ana María Luisa de Orleáns. Mademoiselle era la princesa más rica de
Francia, nieta de Enrique IV e hija de la
sangre real.
Acostumbrada
a un servicio de 60 personas, mayor que el que habían tenido sus tías, la Reina de España, la Reina de Inglaterra y la Duquesa de Saboya antes de
casarse, no tenía a nadie. Esa noche debió pasarla tiritando de frío sobre un
jergón de paja, con una de sus hermanas, niña que –en el palacio vacío- todo el
tiempo veía fantasmas.
Comía con su tío, Monsieur, cuya mesa “era muy
pobre”. “Pero eso no me privó de estar animosa” –cuenta ella misma. “Monsieur
me admiraba por no quejarme. Las incomodidades nunca me dejan disgustada, y
estoy muy por encima de las pequeñas dificultades”.
Otro
tanto ocurría con la Reina:
“Nunca he visto a nadie tan alegre como ella”. Hasta se podía pensar que había
ganado la contienda.
Ana de
Austria se sentía aliviada de poder adoptar una línea brava, luego de tantos meses de concesiones. Así, también,
sin duda, se sentía Luis.
Fuentes: Louis XIV, Vincent Cronin, The
Reprint Society, London
Histoire de France – II Monarchie
Française, F. Funck-Brentano, Flammarion
Larousse gastronomique
Atractiva rosca de Reyes |
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