Bellísima e imponente Catedral, la más alta del mundo, relicario de los restos mortales de los primeros reyes que adoraron, en esta tierra, al Rey de los Reyes, Señor de los Señores
Renato Murta de Vasconcelos (*)
Frankfurt – Fotos o cuadros de la Catedral de Colonia se hicieron conocidísimos en todo el mundo. Imponente, con sus dos torres que se elevan a casi 160 m del suelo, es una joya del arte gótico medieval en las orillas del Rin
Oppidum Ubiorum* [*“asiento (de la tribu germana) de los Ubi”]: era el nombre del floreciente núcleo urbano establecido por los romanos, en el 38 a.C., al norte de las fronteras de su imperio en tierras germánicas. Casi un siglo más tarde, en 50 a.C., el núcleo tomó el nombre de Colonia Agripina en homenaje a la mujer del Emperador Claudio, madre de Nerón.
Al convertirse los bárbaros al Cristianismo surgieron en esa ciudad, con el correr de los siglos, grandes varones, célebres por su ciencia o por su santidad de vida, al punto de que Colonia fuera calificada de “ciudad santa del Rin”, o “Roma del Norte”, por su gran cantidad de Iglesias. Su importancia hizo que se transformara en sede episcopal y, siglos más tarde, sus Arzobispos se convirtieron en Príncipes Electores del Sacro Imperio Romano Germánico.
Reliquias de los Reyes Magos
A mediados del s. XIII, el Emperador Federico Barbarroja invadió Milán apoderándose de las reliquias de los Reyes Magos, que se hallaban en la Iglesia de San Eustorgio de esa ciudad desde principios del s. VI. El entonces Arzobispo de Colonia, Reinhald von Dassel, se hizo cargo de su traslado a la “Roma del Norte”. El 23 de julio de 1164, al son de los carillones de las Iglesias, el Arzobispo Reinhald entraba en la antigua Catedral portando las venerables reliquias. Para guardarlas y servirles de relicario se determinó hacer un gran cofre de oro y piedras preciosas, que tuviera en el frontispicio la escena de la Adoración de los tres Reyes Magos (1).
El relicario, empezado por Nikolaus von Verdun en 1181, y terminado por sus discípulos en 1220, constituye –junto con el que guarda los restos mortales de Carlomagno- una de las obras maestras de la orfebrería medieval.
La torre más alta
No obstante, la piedad popular tenía ansiaba más… Hacía falta un relicario más grande aún en el que la piedra “de cuello de encajes” y el vitral multicolor protegiesen y rodeasen con un halo de esplendor la urna de oro y piedras preciosas. Se determinó hacer entonces una inmensa Catedral, la más grande del mundo, cuya piedra fundamental fue puesta por el Arzobispo Konrad von Hochstaden en 1248, en el lugar de la antigua Catedral erigida en el siglo IX.
Colonia se tornó, ya a partir de fines del siglo XIII, un gran centro de peregrinaciones: junto a Roma y Santiago de Compostela constituyó uno de los tres mayores centros de peregrinación de la Edad Media. Que duró hasta fines del s. XVIII, como lo confirma Goethe en su famosa obra Italienische Reise (Viaje a Italia).
La construcción, empero, no se terminó en el s. XIII. Aunque Colonia fuese una ciudad rica, las torres quedaron terminadas recién el 15 de octubre de 1880 bajo el reinado de Guillermo I de Prusia. La Catedral de Colonia era entonces el edificio más alto del mundo. Majestuosa, altanera, sobrepasaba también las demás catedrales por la extensión de su fachada.
Sólido relicario de los venerables restos de aquellos tres varones que tuvieron el privilegio en contarse entre los primeros en adorar al Rey de los Reyes y Señor de los Señores! En su grandeza monumental, desafiando la destructora mordedura del tiempo, bien podrían aplicársele a la famosa Catedral las palabras de Cicerón: “Alios ego vidi ventos; alias prospexi animo procellas” (2) (“He visto otros vientos y contemplado otras tempestades”).
No obstante, la piedad popular tenía ansiaba más… Hacía falta un relicario más grande aún en el que la piedra “de cuello de encajes” y el vitral multicolor protegiesen y rodeasen con un halo de esplendor la urna de oro y piedras preciosas. Se determinó hacer entonces una inmensa Catedral, la más grande del mundo, cuya piedra fundamental fue puesta por el Arzobispo Konrad von Hochstaden en 1248, en el lugar de la antigua Catedral erigida en el siglo IX.
Colonia se tornó, ya a partir de fines del siglo XIII, un gran centro de peregrinaciones: junto a Roma y Santiago de Compostela constituyó uno de los tres mayores centros de peregrinación de la Edad Media. Que duró hasta fines del s. XVIII, como lo confirma Goethe en su famosa obra Italienische Reise (Viaje a Italia).
La construcción, empero, no se terminó en el s. XIII. Aunque Colonia fuese una ciudad rica, las torres quedaron terminadas recién el 15 de octubre de 1880 bajo el reinado de Guillermo I de Prusia. La Catedral de Colonia era entonces el edificio más alto del mundo. Majestuosa, altanera, sobrepasaba también las demás catedrales por la extensión de su fachada.
Sólido relicario de los venerables restos de aquellos tres varones que tuvieron el privilegio en contarse entre los primeros en adorar al Rey de los Reyes y Señor de los Señores! En su grandeza monumental, desafiando la destructora mordedura del tiempo, bien podrían aplicársele a la famosa Catedral las palabras de Cicerón: “Alios ego vidi ventos; alias prospexi animo procellas” (2) (“He visto otros vientos y contemplado otras tempestades”).
El odio revolucionário
Contra ese estupendo monumento de Fe y piedad, en el que se reflejan las mejores facetas del alma alemana, se volvió, a lo largo de los tiempos, el odio de los impíos, ateos y revolucionarios de toda laya.
A fines de la primera mitad del siglo XIX, quien mejor representó ese odio fue Heinrich Heine, exponente, en su época, del pensamiento ateo y republicano de tinte comunista. Amigo de Marx y exilado en Francia por sus escritos incendiarios, Heine, después de 13 años de exilio, logró autorización para volver a su país. Las impresiones de su reencuentro con el suelo patrio después de un tiempo tan largo, las registró en su famosa sátira “Deutschland, ein Wintermärchen” (Alemania, Un cuento de invierno). Escrita en verso, la obra, considerada un clásico de la literatura alemana, es objeto de exigente estudio en colegios y liceos. O en cursos de literatura alemana para estudiantes extranjeros.
A fines de la primera mitad del siglo XIX, quien mejor representó ese odio fue Heinrich Heine, exponente, en su época, del pensamiento ateo y republicano de tinte comunista. Amigo de Marx y exilado en Francia por sus escritos incendiarios, Heine, después de 13 años de exilio, logró autorización para volver a su país. Las impresiones de su reencuentro con el suelo patrio después de un tiempo tan largo, las registró en su famosa sátira “Deutschland, ein Wintermärchen” (Alemania, Un cuento de invierno). Escrita en verso, la obra, considerada un clásico de la literatura alemana, es objeto de exigente estudio en colegios y liceos. O en cursos de literatura alemana para estudiantes extranjeros.
Heine escribe que, dirigiéndose a Hamburgo -donde se reencontró con su madre- llega a Colonia y contempla con mirada de odio la antiquísima Catedral, símbolo del “fanatismo” y de la “superstición”. No estaban lejos los ecos de los improperios de la Revolución francesa contra la Iglesia…
Horror demoníaco a la Catedral
Heine se hospeda cerca de la Catedral y, durante la noche, sueña de modo extraño. Se ve penetrando en el templo acompañado de un “espíritu familiar, al modo del ‘petit homme rouge’ (el pequeño hombre rojo) que acompañaba a Napoleón en todas partes”. En la oscuridad del templo, se siente atraído por un punto luminoso. Se aproxima del relicario de oro donde reposan los tres Reyes: Gaspar, Baltasar y Melchor. Allí se concentran, según piensa, casi dos milenios de “oscurantismo”, inconcebible luego del “siglo de las luces”. Despreciando sarcásticamente la muerte, la realeza y la santidad, le hace una señal al “ejecutor de sus voluntades” (el referido “espíritu familiar”) quien, blandiendo una pesada maza de hierro, rompe, deshace, reduce a añicos aquello que él llama “restos de superstición”. Satisfecho con su impío vandalismo, Heine se despierta…
Había sido apenas un sueño, es verdad. Pero cuán revelador de sus sentimientos más íntimos. El deseaba que las torres de la Catedral no fuesen terminadas nunca jamás, y que el antiguo edificio se convirtiera, más adelante, en establo para los caballos de las tropas de la Revolución (3).
Ya en siglos anteriores al de Heine hubo también enemigos de la Iglesia que quisieron transformar Iglesias católicas en establos. Fue, asimismo, la amenaza de los jefes musulmanes que, tanto en vísperas de la batalla de Lepanto en 1571, como durante el sitio de Viena en 1683, expresaron su intención de entrar en la Basílica de San Pedro a caballo. (N. de la R.: entre ellos, en pleno siglo XX, el líder revolucionario egipcio Nasser).
El sueño de Heine expresa cabalmente el grado de intensidad del odio que los revolucionarios alimentan no sólo a las reliquias venerables sino, sobre todo, a las instituciones y valores de la Civilización Cristiana –¡incluyendo a los edificios!
Heine se hospeda cerca de la Catedral y, durante la noche, sueña de modo extraño. Se ve penetrando en el templo acompañado de un “espíritu familiar, al modo del ‘petit homme rouge’ (el pequeño hombre rojo) que acompañaba a Napoleón en todas partes”. En la oscuridad del templo, se siente atraído por un punto luminoso. Se aproxima del relicario de oro donde reposan los tres Reyes: Gaspar, Baltasar y Melchor. Allí se concentran, según piensa, casi dos milenios de “oscurantismo”, inconcebible luego del “siglo de las luces”. Despreciando sarcásticamente la muerte, la realeza y la santidad, le hace una señal al “ejecutor de sus voluntades” (el referido “espíritu familiar”) quien, blandiendo una pesada maza de hierro, rompe, deshace, reduce a añicos aquello que él llama “restos de superstición”. Satisfecho con su impío vandalismo, Heine se despierta…
Había sido apenas un sueño, es verdad. Pero cuán revelador de sus sentimientos más íntimos. El deseaba que las torres de la Catedral no fuesen terminadas nunca jamás, y que el antiguo edificio se convirtiera, más adelante, en establo para los caballos de las tropas de la Revolución (3).
Ya en siglos anteriores al de Heine hubo también enemigos de la Iglesia que quisieron transformar Iglesias católicas en establos. Fue, asimismo, la amenaza de los jefes musulmanes que, tanto en vísperas de la batalla de Lepanto en 1571, como durante el sitio de Viena en 1683, expresaron su intención de entrar en la Basílica de San Pedro a caballo. (N. de la R.: entre ellos, en pleno siglo XX, el líder revolucionario egipcio Nasser).
El sueño de Heine expresa cabalmente el grado de intensidad del odio que los revolucionarios alimentan no sólo a las reliquias venerables sino, sobre todo, a las instituciones y valores de la Civilización Cristiana –¡incluyendo a los edificios!
El Islam y el sueño de Heine
Este impío escritor alemán murió hace más de 150 años. ¿Desapareció con él ese odio? Evidentemente no. Se mantiene vivo. Más virulento aún, tal vez, en su latencia. Esperando tan sólo la primera ocasión favorable para mostrar su hedionda faz, sea por la violencia, sea por la lenta corrosión emprendida por la Revolución Cultural. Ejemplo típico de ésta es la actual tentativa de transformar la ciudad de Colonia en capital homosexual de Alemania!
Se ha hablado mucho de que Europa –y particularmente Alemania- se encuentra en la mira de los terroristas islámicos. Y que no constituiría sorpresa alguna si, de un momento para otro, ocurriese un grave y pavoroso atentado terrorista.
¿No sería la magnífica Catedral de Colonia –con sus venerables reliquias y esplendorosas obras de arte- un blanco de preferencia? Un ataque terrorista contra Colonia pegaría de lleno en el corazón de la Alemania católica. ¡Que los tres Reyes Magos protejan nuestra Catedral!
Este impío escritor alemán murió hace más de 150 años. ¿Desapareció con él ese odio? Evidentemente no. Se mantiene vivo. Más virulento aún, tal vez, en su latencia. Esperando tan sólo la primera ocasión favorable para mostrar su hedionda faz, sea por la violencia, sea por la lenta corrosión emprendida por la Revolución Cultural. Ejemplo típico de ésta es la actual tentativa de transformar la ciudad de Colonia en capital homosexual de Alemania!
Se ha hablado mucho de que Europa –y particularmente Alemania- se encuentra en la mira de los terroristas islámicos. Y que no constituiría sorpresa alguna si, de un momento para otro, ocurriese un grave y pavoroso atentado terrorista.
¿No sería la magnífica Catedral de Colonia –con sus venerables reliquias y esplendorosas obras de arte- un blanco de preferencia? Un ataque terrorista contra Colonia pegaría de lleno en el corazón de la Alemania católica. ¡Que los tres Reyes Magos protejan nuestra Catedral!
Notas:
1 En 1903 fue abierto el relicario y se retiraron tres partes de las reliquias de los Reyes Magos. Se constató entonces que aún se conservan tanto el cráneo como casi todos los demás huesos.
2. Cicerón, Familiares, 12, 25, 5.
3.Heinrich Heine, Deutschland, ein Wintermärchen, Insel Verlag, Frankfurt, 1993, pp. 31-34.
(*) Publicado originalmente en “Catolicismo”, San Pablo, Brasil, con el título “Los tres Reyes Magos y la Catedral de Colonia”
FUENTE: Nobleza.org
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