Las Dos Rosas, el Azul de Chartres y los buscadores de Pulchrum - Rincón de la Conversación
AZUL DE CHARTRES, LAS DOS ROSAS Y LOS BUSCADORES DE PULCHRUM – SOCIEDAD ORGANICA, FIBRA Y MASIFICACION
Las conversaciones junto al fuego
estimulan la imaginación –que, rectamente usada, es un inmenso
reservorio de ingenio e inocencia. Me tocó estar en Cayara, Potosí, con
la estufa prendida en febrero, donde se veía a cholas y chunchos
ejecutando vistosas danzas de altura a la vera del camino.
El juego de llamas y brasas sugiere
inciertos y cambiantes cuadros, muy personales: piratas cuyos ojos y
bigotes se mueven al soplo que aviva las brasas, dragones incandescentes
de furor que abren las fauces soltando fuego y humo, ciudades perdidas o
inaccesibles cuevas de Altamira de bisontes colosales que fascinaban a
los artistas cazadores de la época del reno…
Esta magia también está presente en la
inmensidad del campo, como se ve en el gaucho carretero de Rugendas con
su sombrero en forma de cerro ranquelino y su barba patriarcal, poblada
de anécdotas, aventuras y versos que entretienen en las veladas de
largas travesías. A cielo abierto, estos gauchos tal vez evocan la idea
del más allá de los antiguos diaguitas, para quienes las estrellas eran
almas de guerreros que brillaban con fulgor acorde a su bravura.
En contacto con misioneros de la talla
del Padre Barzana fueron comprendiendo aquellos naturales que existen
guerreros del espíritu buscadores de pulchrum (Belleza), hoy
silenciados en el ambiente banal y positivista de la sección cultural de
tantos medios masificantes de comunicación.
Quien desee ahondar en este filón poco explotado encontrará en La Estética de la Edad Media,
del catedrático de Lovaina Edgar De Bruyne, una cantera de piedras
preciosas, rica en altos horizontes necesarios -o mejor imprescindibles-
en todos los tiempos.
Bien al comienzo enumera el autor las
fuentes en las que los pensadores medievales descubrieron sus
definiciones estéticas. El primer lugar corresponde a las propias
Sagradas Escrituras.
El concepto de belleza corporal –clave
para contrarrestar los efectos del arte y la arquitectura deformantes y
omnipresentes- les era sugerido por el Cantar de los Cantares y otros
textos donde se encuentran el color y la forma, la luz y la apariencia exterior, la belleza interior y la gracia del cuerpo. Cualidades
que impregnan las sublimes escenas de la Transfiguración del Señor
sobre el Monte Tabor y la irradiación luminosa de Moisés bajando del
Sinaí.
Escenas preciosas para una buena formación, que mueven a desear el cielo, que así pinta el Apóstol: ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre comprendió lo que Dios tiene preparado para los que lo aman.
Ver y oír: vemos el rol que juegan los
sentidos… El Dios Creador, el Dios de los vivos, no nos espera en un
Cielo abstracto, fantasmal, como insinúa el ambiente de ciertas iglesias
que parecen fábricas cuando no naves espaciales…
Otra cuestión debruynesca: ¿Cómo es la casa de Dios? ¿Alguien la puede describir?
David –que a los 15 años tocaba el
arpa y cantaba con la misma perfección con que aniquilaba a Goliat de
una sola pedrada-, le canta a la belleza del palacio de Dios: Señor, amo la belleza de tu casa!
Los exégetas se preguntaban si esto debía entenderse en sentido propio o
alegórico. Unos -los más interesantes a mi juicio- se pronunciaban por
lo real y concreto apoyándose en la riqueza y belleza de las catedrales
góticas que hasta hoy asombran al mundo.
Sigamos. Después de la creación, Dios dejó planear la mirada sobre su obra artística; y vio que todo era bello, perfectamente bello. Pues perfectos son los cielos y la tierra y todo su ornato.
Ideas lógicas que inspiraron a la
escuela de Chartres a consagrar obras enteras a su desarrollo. Que se
tradujeron en vitrales de un azul inigualable que vemos en esta página.
En el horizonte de las relaciones
entre el alma y lo sensible estudiaron el papel de los placeres, que el
materialismo hedonista de la Revolución, insanablemente ciego, mancha y
deforma por completo.
En este campo Santo Tomás, el Doctor
Angélico, recogiendo enseñanzas de Aristóteles y Cicerón, afirmará la
supremacía de las delectaciones de la vista sobre las de los otros
sentidos -más biológicos y prácticos. No obstante a su lado los
victorinos “atribuyen un valor estético a todos los sentidos sin
discriminación” (ibid.).
Me pregunto si será posible degustar
desinteresadamente, por puro amor a lo creado por Dios, y sentir un
recto placer corporal, que nos eleve y una al Creador, delicias y
excelencias como un caviar, un champagne de pálido y dorado torrontés,
admirando en el cristal sus “columnas” luminosas y el torrente de
burbujas que nadan afanosas a la superficie… O un fortalecedor y
espirituoso bife a la pimienta, de buena carne de las pampas, o unas
crêpes Suzette, ambos con la ceremonia ardiente del flambeado…, o una
victoriosa mousse de chocolate, potente como un desfile militar? Sentir
la frescura y admirar el borgoña aterciopelado de la cereza, y su
turgencia al morderla, superiormente equilibrada, combinada con nívea
crema Chantilly…, o soñar con tortas de la Selva Negra, y senderos
escondidos como los de Hänsel y Gretel?
Puede parecer que hablamos de fina
gastronomía, pero lo esencial es ir más alto glorificando a Dios en los
valores presentes en el pulchrum de las comidas. Recurriendo a
la intercesión de su Madre virginal, que la Iglesia invoca con bellas
imágenes: “Más dulce que la miel”, “Aurora rutilante”, “Gema
refulgente”, “Zarza ardiente”, “Ciudad de Dios” (Letanías Peruanas).
¿No se nos abre así todo un “miroir”, un Speculum majus, un espejo mayor y mirador –como los medievales llamaban a sus compendios o imágenes del mundo?
Un “miroir” de rosáceas, perfumes y sabores que estimula notas
profundas que Dios puso en el alma de cada uno… ¿No es El quien creó su Casa,
al decir de David, nos hizo a su imagen y semejanza y nos invitó a su
“cena que recrea y enamora” (S. Juan de la Cruz)? ¿No es El la Belleza
increada y el “Deseo de las colinas eternas”?
Tal vez depende mucho de la vocación a
que Dios llama a cada familia de almas y a contrarrestar nuestras
flaquezas con la virtud de la vigilancia. De buscar lo sublime en los
placeres de la buena mesa dispuestos a renunciar a ellos con toda
firmeza si fuere necesario. Como los sufridos Vecinos feudatarios de las
primeras ciudades hispanoamericanas, que a todo momento podían ser
convocados a defenderlas -en primer lugar con sus propias personas-, y
con sus hombres.
Intentemos ejercitarnos en el estudio
de los absolutos que se reflejan en ciertos seres creados. La primavera
–apacible o embravecida con temporales- nos presenta el lapacho recién
florecido prodigando una cascada de flores, como constelaciones de
estrellas rosadas.
Preludia la lluvia de pétalos de rosa
que caen en su fiesta honrando el paso de San Vicente Ferrer, con sus
alas y trompeta de plata de Angel del Apocalipsis, en los arcos de flores de las casas principales de la aldea señorial de Nonogasta, en Octubre.
El lapacho joven, esbelto y elegante, nos da su lección despretensiosa de suavidad y bondad. En ese juego de armonías de la cuarta vía de
Santo Tomás, refleja un tipo de alma dotada de suavidad, mansedumbre y
bondad libradas de caer en el exceso por la firmeza de su tronco,
mantenidas con espíritu de cruz… Pues así nos advierte el dicho francés:
el hombre tiene el defecto de sus cualidades (“l’homme a le défaut de ses qualités”).
No lejos del lapacho, erguido en una
especie de “arboladura náutica”, el rosal nos brinda su ambiente propio.
Cada rosa es un pequeño mundo de cavidades delicioso, de seda y color,
de piedras semipreciosas, en que la luz perfumada emite destellos
multicolores, digno del “sentido del ser” con que fue creado.
¿Quién pudiera descifrar la esencia de
la rosa, como Adán cuando daba los nombres perfectos a cada especie
animal? ¿Será la plenitud de excelencia su cualidad primordial?
…excelencia de forma, ornato, perfume…
¡Con qué arte se ensamblan las rectas y
curvas de sus pétalos, en capas de increíble hojaldre, sus puntas de
“victorino” capuz como el del monje de Zurbarán! ¡Qué leçon-de-choses
de armónicas y proporcionadas desigualdades negadas por el
igualitarismo! …Y que mientras la admiramos nos prodiga efusiones de
afecto maternal.
Intentando audazmente una
trascendencia, diríamos que la “misión” de la rosa podría ser la de
símbolo del alma humana. Nos auxilia De Bruyne: “En cuanto al hombre,
más bella que toda forma sensible es su alma, que es, a su vez, no
sólo una similitud sino la imagen misma de Dios: como San Bernardo lo
dice, ella es el símbolo del Infinito (…): la forma del alma, es la
inmensidad” (De Br., cit.).
* * *
Dos Casas principescas se disputaban
el trono de Inglaterra. Cada una tenía como emblema una rosa: blanca la
de York, roja la de Lancaster. Para manifestar su adhesión a uno u otro
bando, los partidarios de cada Casa cortaron del parque del castillo
donde estaban reunidos la rosa de su color.
Las Guerras de las Dos Rosas dejaron
para la historia que se prolonga y refina en leyenda, perfumes de
tiempos caballerescos, de hombres acostumbrados a optar entre
excelencias concretas y reales –y no “virtuales”. Era una sociedad
orgánica fuerte y cristiana, por tanto llena de vida. No conocía la
masificación que desnaturaliza y disuelve de a poco las mentes y las
sociedades…
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