La
esfera y la cruz, insignias del Sacro Imperio que nacería con la
coronación de Carlomagno en el 800, símbolo de un orden católico
El Beato Pipino de Landen, primero de "los Pipinos", Mayordomo de Palacio de Austrasia
San Arnulfo de Metz, también
Mayordomo de Palacio de Austrasia y luego Obispo. Con Pipino de Landen
fueron los dos barones más representativos de la aristocracia
austrasiana, dos pilares del reino franco y fundadores de la estirpe
carolingia
Héroes y santos fundan la estirpe carolingia – “La hora de la aristocracia”
L
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a épica conversión de Clodoveo y sus francos a la Fe católica fue un “tournant de l’histoire”, un
remolino que hizo girar las ruedas de la historia preludiando el
amanecer de un mundo nuevo, impregnado de sacralidad y sentido de lo
sobrenatural y lo maravilloso (*).
Si
los descendientes del gran guerrero hubiesen sido fieles a su misión,
podrían haber encarado, con el auxilio de la Providencia, la inmensa
tarea a realizar para que ese nuevo mundo pudiese formarse. Otra estirpe
sería convocada entonces para:
* hacer avanzar la civilización cristiana sobre la barbarie;
* sostener el Papado contra sus enemigos;
* frenar la ofensiva mundial del Islam;
* constituir un reino que tuviese como ideal la Ciudad de Dios.
Los
merovingios sucesores de Clodoveo, salvo excepciones, fueron tibios; su
reino fue profano y absolutista, de corte romano, en lugar de sacral y
orgánico, como correspondía a la “Hija primogénita de la Iglesia”.
Un
siglo y medio después de esa gesta se manifiesta el creciente deterioro
de la dinastía, atribuída en gran medida al desenfreno de los sentidos,
“lo que da a la decadencia merovingia su aspecto sórdido” según Henri
Pirenne.
La
contracción de la realeza y la fuerza de una aristocracia pujante,
representante genuina de la nación, hacen crecer la figura de los “majores domus”, Mayordomos de Palacio provenientes de las familias nobles. Su
misión principal era garantizar que la realeza no desvirtuara los
valores e ideales de los católicos francos: “…pues la aristocracia
significaba toda la nación, mientras que la realeza encarnaba todo el
Estado; una y otra eran elementos esenciales de la sociedad política…”,
afirma Kurth. Ocurre que uno de esos dos pilares no estaba respondiendo
y, al decir de Camoens, “el débil rey torna débil a la gente fuerte”.
El reino franco en los tiempos merovingios
La Francia
merovingia tenía dos polos principales heterogéneos, en frecuente
conflicto entre sí.
Al norte, el germánico reino de
Austrasia, con su estilo de vida rural y feudal, que abarcaba territorios que hoy son
alemanes, belgas o franceses; al sur, el reino galo-romano de Neustria, más
urbano y comercial, más ligado al
pasado, donde residían casi siempre los reyes por sentirse más identificados
con la región -en cuyas proximidades se encontraban Aquitania y Borgoña. Esta
última, situada al S.E. de Neustria, completaba el conjunto del reino
franco.
Pero
los vientos estaban cambiando. El norte germánico tomará la delantera y
será cuna de la dinastía carolingia, cuyas cepas fundadoras provienen
de los dos barones más poderosos de Austrasia. Barones amigos,
partícipes de una misma lucha, y ambos santos!
San
Arnulfo fue Mayordomo de Palacio de Austrasia y luego Obispo –cambios
de estado frecuentes entonces-, en la Diócesis de Metz, una de las
capitales merovingias. Presta valiosos servicios en el orden temporal y
espiritual hasta poder cumplir su anhelo de recogimiento monástico; su
retiro a las soledades de los Vosgos fue visto como una calamidad
nacional. Era la expresión de un nuevo tipo humano, típicamente
medieval, en que se amalgama el señor feudal, el guerrero, el estadista,
el hombre de Iglesia, el contemplativo. Surgía ese “nuevo mundo” que
esboza Pirenne, que rompía con el antiguo, como un aguilucho que
extiende sus alas y levanta vuelo.
Ansegiesel, hijo de San Arnulfo, se casa con Santa Begga, más tarde abadesa y fundadora de conventos; fueron los padres del gran Pipino [II] de Heristall, abuelo de Pipino el Breve [III] -el padre de Carlomagno.
El
amigo y colega en la Grandeza de Austrasia del santo Obispo de Metz es
el primero de los tres Pipinos: San Pipino de Landen [I]. Así
lo llama Funck Brentano (a diferencia de otros historiadores que lo
llaman “Beato”). Fue notable Mayordomo de Palacio luego de San Arnulfo.
Señor y santo, estaba casado con Santa Itta (o Ida); fueron los padres de la mencionada Santa Begga.
Son esos los orígenes resplandecientes de la familia de Carlomagno en esa Alta Edad Media bárbara y cristiana.
A
fines del siglo VII, la estirpe era propietaria de inmensos campos,
algo característico de las familias terratenientes austrasianas. La
importancia de las funciones que desempeñaron sus miembros a lo largo de
generaciones, sobre todo la Mayordomía de Palacio, le daban gran
preeminencia, acrecentada por los numerosos seguidores firmes que su
buen desempeño le atraía. De más está decir que esos seguidores eran
guerreros, hombres libres que tenían un sentido de fidelidad
caballeresca, tan distinto del hombre-masa llevado de las narices por
los demagogos.
“La familia carolingia brillaba
entre todas por la cantidad de santos [y eclesiásticos] que había
producido; nueve Obispos, siete santos, entre ellos el fundador, Pipino
de Landen [I]; tres santas, de las cuales una, Tarsilia, había resucitado un muerto. ‘Sancta gens’
(santa familia), le escribirá en 769 el Papa Esteban III a Carlomagno”.
dice Frantz Funck-Brentano, destacado historiador francés, protestante…
“Había
dioses en el origen de la familia merovingia, pero hubo santos en la
cuna de los carolingios, y, a los ojos de los francos convertidos al
Evangelio, la santidad era un título más digno de respeto que un vano
recuerdo mitológico”, agrega Godofredo Kurth.
La estirpe vio sucederse a su cabeza una serie de hombres del más alto valor: Arnulfo de Metz y Pipino de Landen [I], Pipino de Heristall [II], Carlos Martel y Pipino el breve [III]. “Sus victorias retumbantes, una de las cuales salvó la Cristiandad, acrecentaron su carácter ilustre” (Funck-Brentano).
Los
dos primeros magnates resistieron con firmeza la tiranía de la
legendaria Brunequilda, que de bella princesa visigoda cuyas cualidades
admira San Gregorio de Tours, se transformó en una de las reinas más
poderosas y malvadas del mundo. Su resistencia fue decisiva para la
caída de Brunequilda y la liberación de Austrasia. Terminó sus días
terriblemente ajusticiada por Clotario II; en castigo por sus crímenes
contra los vástagos reales la hizo morir atada a la cola de un potro!
Nieto de ambos grandes barones, Pipino
de Heristall [II], a la muerte de Dagoberto II, se hizo del poder de
Austrasia. Era frecuente que los reyes francos dividieran sus dominios
entre sus varios hijos. El rey de Neustria, Tierry, y su resentido
Mayordomo, Ebroino, marcharon contra Pipino y lo derrotaron. Pero no se
desmoralizó. Rehaciéndose con el apoyo de los temibles leudes
austrasianos derrotó definitivamente a sus enemigos en Tertry, lo que
tuvo consecuencias.
Pues Ebroino representaba la tendencia exactamente opuesta a la de los Pipinos.
Pretendió dominar la aristocracia, a la que no pertenecía, impedir la
hereditariedad de cargos de las familias palatinas y promover a gente de
baja extracción que, al ser hechura de él, le era incondicional. Era un
grave trastorno de las esencias del reino…
“Todo
el partido aristocrático forma un bloque contra Ebroino y pone ahora
sus esperanzas en Pipino”, dice Pirenne. “…Muchos grandes .., tratados
cruelmente por Ebroino, pasaron de Neustria a Austrasia y se refugiaron
junto a Pipino”. “Así Austrasia…se convertía en protagonista de la
aristocracia”.
Durante
veintisiete años Pipino gobernó el reino. No bastándole el título de
Mayordomo de Palacio, se hacía llamar Duque de los Francos.
“Así,
la familia surgida de Pipino de Landen y de San Arnulfo se encontraba a
la cabeza de la aristocracia austrasiana y, por la misma causa, a la
cabeza del Estado” (Funck-B.). Eran “anti-antiguos”, eran el verdadero
progreso, encarnaban “la hora de la aristocracia” (Kurth), camino a una
realeza ápice.
¿Sería capaz una estirpe de salvar la Cristiandad? Abordaremos el tema en la próxima nota.
* * * * * *
(*) Ver nota anterior en este mismo sitio: Un linaje que brotó de la resistencia contra el Islam y el amor ardiente al Papado
Principales fuentes consultadas:
Godofredo Kurth, “Los orígenes de la civilización occidental”, Emecé Editores, Buenos Aires
Frantz Funck-Brentano, “Les Origines”, L’histoire de France racontée à tous, 10ª ed., Hachette, Paris
Henri Pirenne, “Mahoma y Carlomagno”, Ed. Claridad, Buenos Aires, 2013
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