Don Gabriel García Moreno, Presidente católico mártir y hombre de a caballo
(...Y es interesante para la consideración de este tipo humano que era uno de los mejores caballistas de España y que cabalgó casi hasta el día de su muerte. Y que en medio de sus graves responsabilidades de gobernar un Imperio fabuloso jamás visto en la historia (Busaniche), no se sentía él si no iba en persona a las dehesas de Madrid a apartar los toros para las grandes corridas.)
¡Qué familiar resulta esta afición ecuestre con la de nuestros prohombres de a caballo, anteriores a la expansión de la Revolución Industrial! Mencionemos aquí al gran Presidente ecuatoriano García Moreno (1821-1875), que al enterarse de una amenaza de invasión peruana en las fronteras se hizo cauterizar una herida con hierro candente y cabalgó de inmediato a conjurar el peligro.
O al austero General Arenales, héroe de Pasco y La Florida, cuyas prendas privilegiadas eran su mula de marcha y su caballo de batalla, que él mismo ensillaba y herraba.
Y así adentrados en el siglo XIX, evocando a Güemes, digamos algo de los combatientes que fueron pilares de nuestra historia en la Emancipación: los gauchos de la epopeya güemesiana y los granaderos a caballo, representantes de dos modalidades de pelea muy diferentes y geniales. En las que no puede faltar el equino y un jinete que sepa maniobrarlo y pueda “vivir a caballo”.
Hombres de la Argentina profunda, como el Chacho, que en la Tablada y Oncativo, en el Rincón y en la Ciudadela, hará “la fabulosa hazaña de enlazar los cañones enemigos para arrastrarlos fuera de las líneas. No es fácil imaginar la destreza criolla requerida para semejante maniobra…” (Félix Luna). Y que recorrerá Córdoba, Cuyo y el Norte, y cruzará la cordillera, muchas veces con su mujer, la fiel Doña Victoria Romero, galopando al infinito para resistir al centralismo (unitario o rosista, en esencia, lo mismo daba), que quería subyugar esa Argentina. Quien, tal vez inspirado en Güemes, o hijos ambos de esa tradición histórica, ejercía una patriarcal atracción sobre los gauchos, a quienes guiaba por medio de consejos: “El ejército del general Peñaloza era de milicias; arrieros y pastores que guardaban en sus ranchos la lanza y el sable, y cuando venía la convocatoria verbal transmitida por un chasqui, ensillaba el mejor caballo y con otro de tiro se iban a Guaja. Sus jefes eran estancieros o mineros, y los hijos de éstos formaban el cuadro de oficiales” (J. M. Rosa).
(...Y es interesante para la consideración de este tipo humano que era uno de los mejores caballistas de España y que cabalgó casi hasta el día de su muerte. Y que en medio de sus graves responsabilidades de gobernar un Imperio fabuloso jamás visto en la historia (Busaniche), no se sentía él si no iba en persona a las dehesas de Madrid a apartar los toros para las grandes corridas.)
¡Qué familiar resulta esta afición ecuestre con la de nuestros prohombres de a caballo, anteriores a la expansión de la Revolución Industrial! Mencionemos aquí al gran Presidente ecuatoriano García Moreno (1821-1875), que al enterarse de una amenaza de invasión peruana en las fronteras se hizo cauterizar una herida con hierro candente y cabalgó de inmediato a conjurar el peligro.
O al austero General Arenales, héroe de Pasco y La Florida, cuyas prendas privilegiadas eran su mula de marcha y su caballo de batalla, que él mismo ensillaba y herraba.
Y así adentrados en el siglo XIX, evocando a Güemes, digamos algo de los combatientes que fueron pilares de nuestra historia en la Emancipación: los gauchos de la epopeya güemesiana y los granaderos a caballo, representantes de dos modalidades de pelea muy diferentes y geniales. En las que no puede faltar el equino y un jinete que sepa maniobrarlo y pueda “vivir a caballo”.
Hombres de la Argentina profunda, como el Chacho, que en la Tablada y Oncativo, en el Rincón y en la Ciudadela, hará “la fabulosa hazaña de enlazar los cañones enemigos para arrastrarlos fuera de las líneas. No es fácil imaginar la destreza criolla requerida para semejante maniobra…” (Félix Luna). Y que recorrerá Córdoba, Cuyo y el Norte, y cruzará la cordillera, muchas veces con su mujer, la fiel Doña Victoria Romero, galopando al infinito para resistir al centralismo (unitario o rosista, en esencia, lo mismo daba), que quería subyugar esa Argentina. Quien, tal vez inspirado en Güemes, o hijos ambos de esa tradición histórica, ejercía una patriarcal atracción sobre los gauchos, a quienes guiaba por medio de consejos: “El ejército del general Peñaloza era de milicias; arrieros y pastores que guardaban en sus ranchos la lanza y el sable, y cuando venía la convocatoria verbal transmitida por un chasqui, ensillaba el mejor caballo y con otro de tiro se iban a Guaja. Sus jefes eran estancieros o mineros, y los hijos de éstos formaban el cuadro de oficiales” (J. M. Rosa).
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