Velázquez inmortalizó la España de la Casa de Austria en ambientes reales, aristocráticos y populares del hidalgo pueblo español. Esa nota peculiar de la España del Siglo de Oro que colonizó América se transmitió con vitalidad al Nuevo Continente. Argentina no es la excepción: un estudioso de nuestro folklore considera al Tucumán (N.O.A. hasta el Norte de Córdoba) como el "salón habsburguiano".
Entre las tradiciones vivas heredadas de España, el amor a la equitación y al caballo está entre las primeras, y es frecuente encontrar asociadas las fiestas patronales de los pueblos norteños -y sin duda, de otras regiones argentinas- a los vistosos contingentes de alféreces a caballo, que galopan en honor de los santos patronos haciendo garbosas venias con sus banderas o estandartes de colores.
En estos bocetos, Velázquez vuelca con espontaneidad su gran sentido de observación, gracia y categoría. Son caballos robustos y señoriales, prontos para las destrezas, el desfile emblemático o el entrevero, profundamente diferentes del deleznable complejo de "light" difundido por la moda y los medios masificantes de comunicación. Caballos para hombres, para varones, para gauchos nada "light", o también para elegantes amazonas entre las que deberíamos citar en primera línea a la gran Isabel la Católica, capaz de cabalgar largas horas para llegar a un determinado punto de su reino en momentos claves, o para dirigir las tropas contra los enemigos de las Españas y de la Cristiandad. Aquellas cabalgatas gloriosas tienen su eco en nuestros días ya que su espíritu épico es perenne y, adaptado a los tiempos, constituye una reserva de nuestra identidad católica y tradicional, la de la verdadera Argentina e Iberoamérica. (Nota: próximamente continuaremos presentando los cuadros ecuestres de Velázquez. Invitamos a nuestros estimados lectores a hacer sus comentarios).
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