miércoles, 15 de julio de 2009

Sociedad Orgánica: lo normal es la existencia de clases diversas, armónicas gradaciones, y espontáneas interpenetraciones



Variedad de ambientes de una sociedad cristiana y orgánica. Arriba, la sala del Duque de Alba, tiene vigorosa categoría, marco adecuado para personas que tienen en sus manos importantes decisiones y una alta misión; junto a ella, una escena rural y popular, con una nota de abundancia, variedad y movimiento, como es la vida de la gente de campo. Abajo: las agencias de publicidad bien conocen las tendencias de sus clientes. A la izquierda, coloridas botellas de vino común de mesa: la forma, el tamaño, la tapa, indican un buen producto de consumo popular. A la derecha, una copa que se levanta con finura, un elegante barco pensativo, un escudo y dos maravillosas botellas de vino buscan atraer a un público de tendencias aristocráticas.

Lo normal en una sociedad bien ordenada, en una sociedad cristiana y orgánica, constituida de clases diversas, de armónicas gradaciones e interpenetradas unas en otras, es que haya abundancia para todos de los bienes indispensables para la existencia, como el alimento, la ropa, la vivienda, los remedios corrientes y los medios de transporte comunes.
Por el contrario, los bienes que son meramente convenientes y no necesarios, como los vinos de óptima calidad, las “Delikatessen”, las obras de arte, los tejidos preciosos, los medios de transporte lujosos, son mucho menos abundantes. Y, según el orden natural de las cosas, deben confluir hacia las clases dirigentes, más cultas, dotadas de más gusto para apreciarlas y de más capacidad para desenvolverse con ellos.
Estas consideraciones nos ponen en presencia de un trinomio: función dirigente, cultura, riqueza. Hay entre los elementos de ese trinomio una afinidad natural: la cultura es un predicado propio de quien dirige, y la riqueza es, a un mismo tiempo, instrumento de dirección y medio de destilar y de quintaesenciar la cultura.
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Se trata ciertamente de conceptos banales. Sin embargo, la Revolución* de mil maneras los niega. Ella se opone a la diferencia de clases, cultura y fortuna. Bajo su inspiración, en muchos lugares donde falta lo necesario, se constituyen industrias de vistosas bagatelas, de objetos superfluos, baratos y sin duración, que le dan al pobre, de estómago vacío, la ilusión de ser rico. Y finalmente, gracias a las perturbaciones económicas y sociales que ella engendra por todas partes, el trinomio de que hablábamos se va descoyuntando.
Las clases tradicionales, que representan el factor educación, gusto, elevado estilo de vida, absorbidas por el placer o por la inercia, se van haciendo cada vez menos cultas y menos ricas. Las profesiones intelectuales, en que la instrucción es un medio de vida, se van encontrando en una situación económica cada vez más modesta, a la que corresponde una situación social cada vez más apagada. El dinero afluye en inmensas masas hacia elementos sin tradición, sin cultura, sin instrucción y sin gusto.
Y de ahí viene una serie de ideas falsas que en parte concurren a formar el ambiente de confusión en que vivimos.

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(*) Se refiere a la Revolución anticristiana, gnóstica e igualitaria (cf. "Revolución y Contra-Revolución")

Extractos de: "Finura y 'granfinismo' ", Sección Ambientes - Costumbres - Civilizaciones - Plinio Corrêa de Oliveira - Revista "Catolicismo" nº 112 - período 1960-65

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