Cada entrada de este punto ha incluido el texto base (la enciclopedia católica del Cardenal Herrera Oria) y los comentarios del autor del Libro de la Nobleza, Plinio Corrêa de Oliveira.
Antes de pasar al punto siguiente queremos registrar algunas impresiones: comparando estos textos con la realidad que nos toca vivir, el contraste es "gritante". Los principios comentados suponen un Orden socio-político para el bien; la politiquería actual, que no merece el nombre de política, es una suma de revanchismos, venganzas y daños que buscan "poner de rodillas" al adversario.
El modelo aristocrático católico busca la unión y toma como ejemplo la familia. El padre es un símbolo del rey, y la madre, como vimos, de la aristocracia.
De un orden así, familiar, brota el afecto y a veces aún la intimidad. Hay importantes restos de esto, aún hoy, por ejemplo en las ciudades históricas y pueblos del interior, y ciertamente algo de esto también hay en la gran Buenos Aires, a pesar de su cosmopolitismo y su carácter multitudinario. Pues es tan natural, y en la capital argentina hay tantas notas aristocráticas, que la relación armónica entre grandes y pequeños, con elementos de admiración, brota espontáneamente.
Finalmente, en la medida en que está presente la sociedad orgánica, con su espontaneidad, su esencia natural, sus jerarquías armónicas, hay calor humano. Lo dice San Pío X cuando habla de la "campana de Belén": reyes y pastores unidos adorando al Rey de Reyes, al Salvador, representan a grandes y pequeños en la sociedad.
Si muchos integrantes de la sociedad orgánica, si muchos argentinos no masificados, abrieran su alma a estos principios, nuestra realidad cambiaría desde base ciertas. Que la Virgen, "nacida de sangre real", Madre misericordiosa de grandes, medianos y pequeños, conceda esa gracia a la Argentina, país muy amado por Ella al que dotó de singulares características para ser un bastión de la sociedad orgánica.
Esperamos su comentario, su duda, eventualmente su crítica... y también su entusiasta participación. El ausentismo de las élites y de todas las personas llamadas a defender el concepto católico de sociedad es -por omisión- uno de los peores males de nuestra época.
Cordialmente,
Pelayo
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