lunes, 28 de abril de 2014

Carlos Martel, héroe carolingio, frena al Islam y es "campeón invencible de la civilización cristiana"

Batalla de Poitiers por Carl von Steuben detalle
Carlos Martel, el “martillo” de los enemigos de la Cristiandad, con su hacha guerrera deshizo los planes de conquista del mahometano Abderramán, que quería borrar la cruz e implantar la media luna

        Cinco potencias, a comienzos del siglo VIII, marcaban el curso de los acontecimientos en el Occidente cristiano (*).
Los árabes, que querían implantar el Islam y borrar la civilización cristiana;
el Imperio bizantino, de antiguo prestigio cada vez más declinante;
los reinos franco y lombardo, únicos sobrevivientes de los estados germanos de aquellos “siglos salvajemente movimentados” de principios del Medioevo.
Sobre el poder restante dice Paul Kirn:
“De esencia ante todo moral, constituía en su índole propia una potencia incomparable: el Papado”.
De un solo golpe había caído el decadente reino visigodo de España en manos de los sarracenos, sumido en la traición y la complicidad de personajes ruines como el Conde Julián o el Obispo Don Opas. Los “hijos del desierto” anhelaban implantar la media luna desde el Atlántico hasta el Báltico, y proclamar el nombre de Mahoma en la propia alma de la Cristiandad y sede del Papado, Roma, y pisar con los cascos de sus caballos el suelo de San Pedro.
La única potencia temporal que podía, al menos en principio, hacerle frente, era el reino franco, comparable en ese momento a una medalla de hierro con dos caras.
De un lado la dura realidad de un pueblo heterogéneo en gestación. Que lidiaba con dos barbaries, la del antiguo paganismo del mundo romano convertido a medias, y la del teutónico y tribal al norte del Rin. Mentalidades, atavismos e intereses contrapuestos en constantes luchas, edificios sociales  que se levantaban para caer al cabo de un tiempo, con una dinastía que muchas  veces no parecía la heredera de Clotilde y Clodoveo.
De otro lado, era un mundo nuevo (Pirenne) que iba surgiendo, como el lucero del alba, al que el Redentor parecía dirigir estas palabras del Padre Eterno al Hijo, que consigna Gregorio de Tours en sus disputas con los arrianos: “Je t’ai engendré dans mon sein avant l’étoile du jour”; te he engendrado en mi seno antes de la estrella matutina
El mundo de la promesa de que Dios jamás abandona a su pueblo, a su Iglesia, que siempre ha de triunfar por la fidelidad de los buenos, reunidos en torno de su Madre, “porque la asiste Vuestra protección” (Plinio Corrêa de Oliveira).
Pues la Providencia había suscitado una “hija primogénita” para realizar una alta misión. Presentida por los “apóstoles de la sublimidad” (de que habla el mismo autor), el ideal de un ascenso ilimitado, semejante a las agujas de una catedral gótica por construir entre todos…
Se da entonces, afirma Godofredo Kurth, “uno de los espectáculos más raros de la historia: el de una sucesión de hombres ilustres transmitiéndose de uno en otro el genio con la sangre”.
Era la estirpe carolingia, “que tuvo la gran fortuna de reunir muy temprano en su seno a los descendientes de Arnulfo y a los de Pipino, heredando así el prestigio de ambos. Salida de dos troncos tan gloriosos, era desde entonces la verdadera familia real de Austrasia”.
Este proceso muestra cómo se eleva una sociedad por sus familias dirigentes cuando, fieles a su misión, desarrollan sus cualidades propias: ”La Germania cristiana se complacía en admirar su propio vigor moral en los miembros de la familia carolingia…que aparecían como los frutos más sabrosos de una raza regenerada por el cristianismo” (ibid.).
¡Qué diferencia con la realidad actual! “Ni aún en la cima más elevada de las prosperidades humanas perdieron de vista las cosas de la eternidad, y toda una pléyade de santos y santas florecieron en las múltiples ramas del tronco carolingio”. Los francos “la sirvieron con fidelidad duradera, porque veían en ella a los mejores elementos de su raza”.
                 768px-Karl_Martell wikimedia comm J Patrick Fischer autocor
Escultura que muestra la conciencia de su misión plasmada en los rasgos varoniles del legendario Carlos Martel, gran exponente del linaje carolingio,  en su tumba en la Abadía de St Denis – Foto de J. Patrick Fischer
El rasgo más característico del santo es su heroísmo. Y fue, si no un santo, un héroe colosal el varón más característico de la estirpe, (exceptuado su nieto, Carlomagno) aquel que sería llamado Carlos Martel,  a quien la Providencia suscitó para salvar una situación humanamente desesperada. Para ser “el campeón invencible de la civilización cristiana” (Kurth). Pues “se acumulaba la tempestad más espantosa que jamás haya amenazado a la sociedad europea”;  cuando el mundo corría peligro de convertirse en propiedad de la espada del Islam (Ranke).
Imperio musulman 
Haciendo click se agranda este mapa que muestra el avance impresionante de los árabes. Sólo la fuerza de Carlos Martel y la ayuda de la Providencia le permitieron vencer a la media luna
A los mahometanos “no les quedaba más que una batalla por ganar: si la lograban, su diluvio destruiría toda la civilización cristiana y Europa quedaría entregada al Islam” (Kurth).
El príncipe Carlos –después de la batalla, Carlos Martel- era hijo ilegítimo de Pipino de Heristall.Su padre, el segundo Pippin, Mayordomo de Palacio y Duque de Austrasia, fue estadista y luchador de envergadura, que gobernaba como “un gran dinasta”. Resistiendo a las fuerzas facciosas que se habían adueñado de Neustria, sin desanimarse por reiteradas derrotas, se había impuesto y logrado reunir a todo el reino franco bajo su autoridad efectiva.
A la muerte de Pipino de Heristall, en 714, los tres reinos que integraban el Imperio en formación –Austrasia, Neustria y Borgoña- reiniciaban sus querellas intestinas.
Su hijo Carlos, que daría al linaje el nombre de carolingios, se encontraba impedido de actuar. Pues la viuda de su padre, Plektrude, lo había relegado a un injusto encierro.
Los facciosos de Neustria le exigían a Plektrude el tesoro reunido por su marido.
Era la hora de Carlos que logra evadirse cuando el reino, desgarrado por facciosos y atacado por frisios y alamanes, se desmoronaba a la vista complacida de los ismaelitas “ad portas”.
Carlos sale a la arena a luchar por el legado de su padre y por el reino. Esperanza para los leudes austrasianos,  no todos corren a ponerse bajo su bandera.
Una leyenda histórica lo describe siguiendo cautelosamente, con sólo 200 hombres,  al ejército de Neustria que regresa con el tesoro quitado a Plectrudis.
Mientras el  enemigo descansa, Carlos lo observa desde un alto. Un guerrero pide su autorización para cargar solo contra todos. Su arremetida temeraria transforma el campamento neustrio en avispero. Espada en mano y al galope grita “¡Carlos! ¡Carlos!”, y sus compañeros, al mando del caudillo,  ponen en desbandada al enemigo y recuperan el tesoro.
Versátil e infatigable, enfrenta a los frisones con una novedosa fuerza naval. Más tarde, desarrollará otra especialidad, la del asedio, para terminar de expulsar a los musulmanes y sus aliados en Avignon y Narbona. No transcurrirá un año de su vida sin emprender campañas contra los enemigos de Austrasia y del nombre cristiano.
Donde triunfan sus armas vienen los apóstoles itinerantes, los misioneros anglo-sajones –San Willibrordo, San Bonifacio, Kilian, Corbinian…-, fundando iglesias y conventos, convirtiendo, bautizando, arriesgando su vida derribando el mismísimo “árbol del trueno”, el sagrado roble de los sajones, en el corazón de sus bosques. Caía el árbol del paganismo y se elevaba el de la cruz, al amparo de la autoridad siempre creciente del nuevo Príncipe y Duque de Austrasia.
La tempestad mahometana seguía preparándose “en inmensa escala”. Abderramán, el virrey del Califa, quiere invadir la región galorromana entera. “Todo el mundo mahometano contemplaba la expedición con intensa ansiedad” (Nöldeke).
   Le ordena a un subalterno, Otmán, avanzado en Galia, arrasar Aquitania. Pero éste ha cerrado un pacto con Eudes, Duque de la provincia, que para salvar su Ducado le había entregado su propia hija.   Enterado del inicuo acuerdo, Abderramán marcha contra Otmán, que, separado de la princesa aquitana, se tira de un precipicio. El final de ésta es horrible: es enviada como presa del harem del Califa de Damasco.
Comienza el virrey musulmán su célebre marcha. Llevará –así lo espera-  el estandarte del profeta a los confines de la Cristiandad. Su avance siembra la desesperación en toda Europa, que desde los días de Atila no había visto armamento tan formidable y destructor. “Conflagraciones, ruinas, los alaridos de la castidad violada y las lamentaciones de los moribundos, hicieron de esta memorable invasión más el trabajo de un demonio que de un hombre” (Nöldeke).
El ejército de Eudes es arrasado. Ante el infortunio,  pide apoyo y perdón a Carlos. Este, no duda. Había venido preparando sus efectivos en silencio para el gran combate, reuniendo guerreros de todas partes del reino. El momento de jugarse el todo por el todo, con carolingia determinación, había llegado, y será el ápice de su vida.
Batalla de Poitiers por Carl von Steuben 
La Batalla de Poitiers,  óleo de Carl von Steuben
Avanza con audacia a enfrentar a Abderramán.  Luego de siete días de escaramuzas, el octavo es el del choque. Los árabes se despliegan sobre el campo; al grito de los muecines rezan a su dios, Alá. El virrey da la señal de ataque.
Pero el ejército católico estaba bajo el amparo de Nuestra Señora, “terrible como un ejército en orden de batalla”. Llueven las flechas de los arqueros berberiscos. La caballería ataca al grito de guerra “Alá es grande!” y cae como inmenso huracán sobre el frente cristiano.
“La larga línea de los francos no afloja, se mantiene inmóvil como un muro de hierro en el espantoso choque”. Veinte veces cargan los musulmanes con la velocidad del rayo; otras tantas su carga impetuosa se estrella contra la muralla inquebrantable. “Los colosos de Austrasia, erectos en sus grandes caballos belgas, recibían a los árabes sosteniendo la espada de punta, atravesándolos de parte a parte con tremendas estocadas…”
 Abderramán cae exclamando, quizás, como Juliano el Apóstata: “¡Venciste, Galileo!” Tal vez le fue dado ver, antes de presentarse al juicio de Dios, al paladín que hacía estragos en sus filas, dando “martillazos” con el hacha guerrera, salvando la Cristiandad. Era Carlos, de ahora en más “el martillo” („der Hammer“), Karl Martell.
La muerte de aquel cuya invasión era más obra de demonios que de hombres  hace cundir el pánico en los guerreros de Alá. La contienda ha durado una jornada entera. “Mañana se define la batalla”, piensan los cristianos.
“Al despunte del amanecer, los francos ven nuevamente blanquear las tiendas enemigas en el mismo lugar y en el mismo orden que la víspera; ningún movimiento aparecía en el campo árabe. Karle envía batidores. Estos avanzan a través de miles de cuerpos muertos, y entran en las primeras tiendas: están vacías: no quedaba ni un solo hombre con vida en este gran campo”. Los restos arrasados del ejército musulmán habían partido al amparo de las tinieblas abandonando todo (Henri Martin).
“La Cristiandad estaba salvada”, comenta aliviado Theodor Nöldeke. “El Papa y el monje, el príncipe y el campesino, en un éxtasis de agradecida devoción, acuden a las iglesias a darle gracias al  cielo por una victoria que, a pesar de lo que les había costado a los verdaderos servidores de Dios, había infligido un golpe tan señalado a los infieles que su regreso nunca más fue intentado.
“Esta victoria de larga fama, obtenida en el año 732, sembró la consternación a lo largo de todo el mundo musulmán”.
 El Cid dibujo
Los nueve años que le restan de vida a Carlos Martel son el eco de esta jornada, que, al decir de Paul Kirn, fue un  „Wendepunkt“,  un punto de inflexión, un remolino de la historia. Consolidar el reino,  promover las misiones, edificar la civilización cristiana siguió siendo su norte.
Se le objeta al gran guerrero no haber ayudado al Papa cuando le envió una distinguida embajada, con las “llaves de San Pedro”. Y, sobre todo, numerosas violencias contra miembros del Clero, buenos y malos, el apoderamiento de bienes eclesiásticos –que la Iglesia pusiera a su disposición para vencer las fuerzas de la barbarie, de la intriga y del Islam- que entregaba como beneficio a fin de reunir jefes que reclutaran guerreros, sin los cuales la Cristiandad estaba perdida. Sin duda constituyen graves interrogantes.
Pero las misiones fundacionales en el reino franco y Germania, pilares del orden católico europeo,  no habrían tenido el éxito perdurable que tuvieron si no fuese por su amparo.
La Edad Media de los cruzados y Doctores, de las catedrales y los reyes justicieros, y de los inmortales Pontífices como San Gregorio VII y Urbano II, no hubiera visto la luz si no  arriesgara el todo por el todo el legendario “Martillo” en Poitiers.
Con esas reservas, y admiración impregnada de agradecimiento, decimos, con el Cardenal Hergenröther, Godofredo Kurth y otros autores, que este coloso y precursor del Sacro Imperio fue el “campeón invencible de la civilización cristiana”.
Crónica de la batalla de Poitiers, por Henri Martin (hacer click para agrandar) Poitiers

(*) VER NOTAS ANTERIORES EN ESTE MISMO SITIO, haciendo click en el “tag” más abajo: La Civilización Cristiana al vivo o 1200 años de Carlomagno, fundador del Sacro Imperio:

“La hora de la aristocracia”: Héroes y santos fundan la estirpe carolingia

Un linaje que brotó de la resistencia al Islam y el amor ardiente al Papado


Bibliografía consultada:
Plinio Corrêa de Oliveira, “Via Crucis”
Del mismo autor: conferencias sobre la sociedad orgánica
Godofredo Kurth, “Los orígenes de la civilización occidental”, Emecé Editores, Buenos Aires
Frantz Funck-Brentano, “Les Origines”, L’histoire de France racontée à tous, 10ª ed., Hachette, Paris
Henri Pirenne, “Mahoma y Carlomagno”, Ed. Claridad, Buenos Aires, 2013
Grégoire de Tours, “Histoire des Francs”
“Choses de guerre et gens d’épée”
            „Das Frankenreich“, Paul Kirn, t. III, Propyläen Weltgeschichte, Berlín
            “The Arabs in Europe”, Theodor Nöldeke, “The Historians’ History of the World”, t. VIII, “The Times”, Londres
     

jueves, 17 de abril de 2014

Via crucis con antorchas en el antiguo Mayorazgo de San Sebastián de Sañogasta




via crucis con antorchas
Jueves Santo, 21 horas
Salida: 1ª estación – bajo el pimiento grande – Entrada al Barrio Chucuma
Sañogasta – La Rioja
Invitan: Barrios de Chucuma, Alto de los Alives y La Carrera  -
Hacienda de la Candelaria
Encendamos nuestras antorchas para acompañar al Divino Redentor y a la Virgen Dolorosa en su Pasión
Intenciones:
* Por la Santa Iglesia Católica, la familia argentina y el niño por nacer
* Por el triunfo del Inmaculado Corazón de María prometido en Fátima
* Por nuestro pueblo y las intenciones de todos los peregrinos

viernes, 11 de abril de 2014

"La hora de la aristocracia" - Héroes y santos fundan la estirpe carolinigia

La esfera y la cruz, insignias del Sacro Imperio que nacería con la coronación de Carlomagno en el 800, símbolo de un orden católico
esfera y cruz con sombra
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El Beato Pipino de Landen, primero de "los Pipinos", Mayordomo de Palacio de Austrasia
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San Arnulfo de Metz, también Mayordomo de Palacio de Austrasia y luego Obispo. Con Pipino de Landen fueron los dos barones más representativos de la aristocracia austrasiana, dos pilares del reino franco y fundadores de la estirpe carolingia

Héroes y santos fundan la estirpe carolingia – “La hora de la aristocracia”
  L
a épica conversión de Clodoveo y sus francos a la Fe católica fue un “tournant de l’histoire”,  un remolino que hizo girar las ruedas de la historia preludiando el amanecer de un mundo nuevo, impregnado de sacralidad y sentido de lo sobrenatural y lo maravilloso (*).
Si los descendientes del gran guerrero hubiesen sido fieles a su misión, podrían haber encarado, con el auxilio de la Providencia, la inmensa tarea a realizar para que ese nuevo mundo pudiese formarse. Otra estirpe sería convocada entonces para:
* hacer avanzar la civilización cristiana sobre la barbarie;
* sostener el Papado contra sus enemigos;
* frenar la ofensiva mundial del Islam;
* constituir un reino que tuviese como ideal la Ciudad de Dios.
        Los merovingios sucesores de Clodoveo, salvo excepciones, fueron tibios; su reino fue profano y absolutista, de corte romano, en lugar de sacral y orgánico, como correspondía a la “Hija primogénita de la Iglesia”.
Un siglo y medio después de esa gesta se manifiesta el creciente deterioro de la dinastía, atribuída en gran medida al desenfreno de los sentidos, “lo que da a la decadencia merovingia su aspecto sórdido” según Henri Pirenne.  
La contracción de la realeza y la fuerza de una aristocracia pujante, representante genuina de la nación, hacen crecer la figura de los “majores domus”, Mayordomos de Palacio provenientes de las familias nobles.   Su misión principal era garantizar que la realeza no desvirtuara los valores e ideales de los católicos francos: “…pues la aristocracia significaba toda la nación, mientras que la realeza encarnaba todo el Estado; una y otra eran elementos esenciales de la sociedad política…”, afirma Kurth. Ocurre que uno de esos dos pilares no estaba respondiendo y, al decir de Camoens, “el débil rey torna débil a la gente fuerte”.
Reino franco II subdivisiones +Clovis511 y +Clotario561 
El reino franco en los tiempos merovingios


La Francia merovingia tenía dos polos principales  heterogéneos, en frecuente conflicto entre sí.
Al norte, el germánico reino de Austrasia, con su estilo de vida rural y feudal,  que abarcaba territorios que hoy son alemanes, belgas o franceses; al sur, el reino galo-romano de Neustria, más urbano y comercial,  más ligado al pasado, donde residían casi siempre los reyes por sentirse más identificados con la región -en cuyas proximidades se encontraban Aquitania y Borgoña. Esta última, situada al S.E. de Neustria,  completaba el conjunto del reino franco.
Pero los vientos estaban cambiando. El norte germánico tomará la delantera y será cuna de la dinastía carolingia, cuyas cepas fundadoras provienen de los dos barones más poderosos de Austrasia. Barones amigos, partícipes de una misma lucha, y ambos santos!
San Arnulfo fue Mayordomo de Palacio de Austrasia y luego Obispo –cambios de estado frecuentes entonces-, en la Diócesis de Metz, una de las capitales merovingias. Presta valiosos servicios en el orden temporal y espiritual hasta poder cumplir su anhelo de recogimiento monástico; su retiro a las soledades de los Vosgos fue visto como una calamidad nacional. Era la expresión de un nuevo tipo humano, típicamente medieval, en que se amalgama el señor feudal, el guerrero, el estadista, el hombre de Iglesia, el contemplativo. Surgía ese “nuevo mundo” que esboza Pirenne, que rompía con el antiguo, como un aguilucho que extiende sus alas y levanta vuelo.
Ansegiesel, hijo de San Arnulfo, se casa con Santa Begga, más tarde abadesa y fundadora de conventos;  fueron los padres del gran Pipino [II] de Heristall, abuelo de Pipino el Breve [III] -el padre de Carlomagno.
El amigo y colega en la Grandeza de Austrasia del santo Obispo de Metz es el primero de los tres Pipinos: San Pipino de Landen [I].   Así lo llama Funck Brentano (a diferencia de otros historiadores que lo llaman “Beato”). Fue notable Mayordomo de Palacio luego de San Arnulfo. Señor y santo, estaba casado con Santa Itta (o Ida);  fueron los padres de la mencionada Santa Begga.
Son esos los orígenes resplandecientes de la familia de Carlomagno en esa Alta Edad Media bárbara y cristiana.
A fines del siglo VII, la estirpe era propietaria de inmensos campos, algo característico de las familias terratenientes austrasianas. La importancia de las funciones que desempeñaron sus miembros a lo largo de generaciones, sobre todo la Mayordomía de Palacio, le daban gran preeminencia, acrecentada por los numerosos seguidores firmes que su buen desempeño le atraía. De más está decir que esos seguidores eran guerreros, hombres libres que tenían un sentido de fidelidad caballeresca, tan distinto del hombre-masa llevado de las narices por los demagogos.
“La familia carolingia  brillaba entre todas por la cantidad de santos [y eclesiásticos] que había producido; nueve Obispos, siete santos, entre ellos el fundador, Pipino de Landen [I]; tres santas, de las cuales  una, Tarsilia, había resucitado un muerto. ‘Sancta gens’ (santa familia), le escribirá en 769 el Papa Esteban III a Carlomagno”. dice Frantz Funck-Brentano, destacado historiador francés, protestante…
“Había dioses en el origen de la familia merovingia, pero hubo santos en la cuna de los carolingios, y, a los ojos de los francos convertidos al Evangelio, la santidad era un título más digno de respeto que un vano recuerdo mitológico”, agrega Godofredo Kurth.
La estirpe vio sucederse a su cabeza una serie de hombres del más alto valor:  Arnulfo de Metz y Pipino de Landen [I], Pipino de Heristall [II], Carlos Martel y Pipino el breve [III]. “Sus victorias retumbantes, una de las cuales salvó la Cristiandad, acrecentaron su carácter ilustre” (Funck-Brentano).
Los dos primeros magnates resistieron con firmeza la tiranía de la legendaria Brunequilda, que de bella princesa visigoda cuyas cualidades admira San Gregorio de Tours, se transformó en una de las reinas más poderosas y malvadas del mundo. Su resistencia fue decisiva para la caída de Brunequilda y la liberación de Austrasia. Terminó sus días terriblemente ajusticiada por Clotario II; en castigo por sus crímenes contra los vástagos reales la hizo morir atada a la cola de un potro!
Nieto de ambos grandes barones,  Pipino de Heristall [II], a la muerte de Dagoberto II, se hizo del poder de Austrasia. Era frecuente que los reyes francos dividieran sus dominios entre sus varios hijos. El rey de Neustria, Tierry, y su resentido Mayordomo, Ebroino, marcharon contra Pipino y lo derrotaron. Pero no se desmoralizó. Rehaciéndose con el apoyo de los temibles leudes austrasianos derrotó definitivamente a sus enemigos en Tertry, lo que tuvo consecuencias.
Pues Ebroino representaba la tendencia exactamente opuesta a la de los Pipinos. Pretendió dominar la aristocracia, a la que no pertenecía, impedir la hereditariedad de cargos de las familias palatinas y promover a gente de baja extracción que, al ser hechura de él, le era incondicional. Era un grave trastorno de las esencias del reino…
“Todo el partido aristocrático forma un bloque contra Ebroino y pone ahora sus esperanzas en Pipino”, dice Pirenne. “…Muchos grandes .., tratados cruelmente por Ebroino, pasaron de Neustria a Austrasia y se refugiaron junto a Pipino”. “Así Austrasia…se convertía en protagonista de la aristocracia”.
Durante veintisiete años Pipino gobernó el reino. No bastándole el título de Mayordomo de Palacio, se hacía llamar Duque de los Francos.
 “Así, la familia surgida de Pipino de Landen y de San Arnulfo se encontraba a la cabeza de la aristocracia austrasiana y, por la misma causa, a la cabeza del Estado” (Funck-B.). Eran “anti-antiguos”, eran el verdadero progreso, encarnaban “la hora de la aristocracia” (Kurth), camino a una realeza ápice.
¿Sería capaz una estirpe de salvar la Cristiandad? Abordaremos el tema en la próxima nota.
*     *     *     *     *     *
(*) Ver nota anterior en este mismo sitio: Un linaje que brotó de la resistencia contra el Islam y el amor ardiente al Papado
Principales fuentes consultadas:
Godofredo Kurth, “Los orígenes de la civilización occidental”, Emecé Editores, Buenos Aires
Frantz Funck-Brentano, “Les Origines”, L’histoire de France racontée à tous, 10ª ed., Hachette, Paris
Henri Pirenne, “Mahoma y Carlomagno”, Ed. Claridad, Buenos Aires, 2013

miércoles, 2 de abril de 2014

Un linaje que brotó de la resistencia al Islam y el amor ardiente al Papado


esfera y cruz con sombraLa esfera y la Santa Cruz, insignias del Sacro Imperio, que lentamente se iba delineando por las gracias concedidas por la Providencia a los linajes troncales de los francos
        A fines del siglo V, el último Emperador romano occidental, Rómulo Augústulo, recibía el golpe de gracia institucional de Odoacro, rey de los Hérulos (476).  Así caía definitivamente el Imperio Romano de Occidente iniciado por Augusto y se cerraba una página de la historia.
        En las tierras que otrora le pertenecieran se venían sucediendo oleadas de pueblos bárbaros, pacíficas o violentas, bosquejándose el surgimiento –vacilante e incierto- de nuevas naciones, destinadas a consolidarse o a desaparecer.
        En estos iniciales siglos de hierro de la Alta Edad Media, entre el caos de las invasiones, el pillaje y las guerras, la Iglesia pugnaba por no ser sumergida por la marea de barbarie y cumplir hasta el fin su misión evangelizadora y civilizadora.
En contraste con las imperiales decaídas, las autoridades religiosas resistían a pie firme. Los Obispos –no pocos de ellos santos-, amenazados por todos los flancos, se esforzaban por permanecer al frente de sus patriarcales Diócesis y parroquias (así las describe Ranke), imponiendo respeto a los bárbaros que en su mayoría -salvo algunas “perlas finas”, como Santa Clotilde-, eran herejes arrianos: burgundios, ostrogodos, visigodos…  
Pero, dice Leopold von Ranke la amenaza peor la constituían los árabes,  no sólo conquistadores, como los germanos, sino penetrados de orgullo y fanatismo, propios de su religión radicalmente contraria al Cristianismo, al que movía una guerra a muerte.
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La batalla de Guadalete (cuadro de Martínez Cubillas) inició la dominación de los invasores musulmanes en España. Pretendían llegar hasta Roma, sede del Papado, para proclamar el nombre de Mahoma a los cuatro vientos. ¿Lograrían su propósito?
Musa (prefigura de los presentes fundamentalistas musulmanes), invasor y conquistador en España (711), se jactaba de que atravesaría los Pirineos y los Alpes para gritar el nombre de Mahoma a los cuatro vientos en el Vaticano. ¿Lo lograría?
        No todas las fuerzas invasoras eran enemigas de la Fe. El Catolicismo había prendido en lo mejor de los pueblos germánicos. Los francos fueron la primera nación en convertirse, valiéndole a Francia el privilegio sagrado y la responsabilidad de ser la Hija primogénita de la Iglesia.
     Santa Clotilde Clodoveo bautismo por San Remi
       
Santa Clotilde fue un sol que brilló y suavizó los duros comienzos del reino franco. Para convertirlo, disputaba largamente con su marido, Clodoveo,aún pagano, argumentando con mucha gracia y solidez. Finalmente, en la batalla de Tolbiac, viéndose abandonado por sus “dioses”, pidió ayuda a Nuestro Señor Jesucristo, “el Dios de Clotilde” y obtuvo victoria. La Reina mandó llamar en secreto a San Remigio que bautizó al Rey y a sus guerreros. Nacía el primer reino germánico católico en Francia,  la “Hija primogénita de la Iglesia”.
Esta mentalidad católica fue confirmada por tan grandiosos avances que se renovó y fortaleció. Ranke (pese a ser protestante y célebre por su crítica histórica), evoca el papel de los milagros en las luchas de Clodoveo para recuperar Galia de los herejes godos, salpicadas de hechos maravillosos. Inspirado por su mujer, la Reina Santa Clotilde, y por San Remigio, evangelizador de los francos, se pone en campaña por el triunfo del Cristianismo en la Galia. Encuentra crecido al río Vienne y le pide a Dios que le indique por dónde pasarlo. A la vista de todo el ejército, una perra de gran tamaño se echa al agua y cruza el río por donde, tapado por la corriente, pasaba el vado.
Contemplando la ciudad de Poitiers desde un alto, a la espera de la batalla, ve venir desde la Basílica de San Hilario una columna de fuego, señal de que, ayudado por la luz del santo Obispo, triunfaría sin dificultad sobre esas bandas de herejes contra las que el propio santo había sostenido la fe (cf. Historia de los Francos, de San Gregorio de Tours, cap. 38).
También evoca el historiador prusiano la ocasión en que el Papa San Gregorio Magno (en 573), pasando por el mercado de esclavos de Roma encontró niños anglo-sajones. Exclamó entonces: “non Angli, sed Angeli” (no son anglos sino Angeles); y mandó a San Agustín de Canterbury a evangelizarlos.
    San Gregorio MagnoSan Columbano

San Gregorio Magno (izq.) , el gran Papa que vio, con luces del Espíritu Santo, el llamado de los anglo-sajones a servir a la Iglesia. “No son anglos sino ángeles”, dijo, y envió apóstoles para convertirlos. Esa nación sería, en el amanecer de la Edad Media,  semillero de apóstoles que infundirían en francos, galos y alemanes la fidelidad al Papa. A la derecha, el célebre misionero irlandés San Columbano, héroe de la Fe en la Galia, Lombardía y otros puntos.
Fue una de las decisiones más trascendentales tomadas por un Papa en todos los tiempos. Pues despertó en la germánica Bretaña una incomparable veneración por el Papado, que movió a los anglo-sajones a enviar a sus jóvenes a educarse en Roma. Adultos y provectos emprendían peregrinaciones a la Ciudad Eterna y un cierto número se  quedaba allí, esperando ser acogidos en el día de su muerte con más confianza por los santos del cielo. ¡Perfume medieval!
La Cristiandad en las entonces “Islas de los Santos”, creciendo en fervor, empezó a exportar santos y misioneros que transmitieron en tierra firme su especial devoción al Papado.

SAn BonifacioSan Bonifacio, Arzobispo de Colonia, fundador de la Iglesia en Alemania, fue uno de los más audaces misioneros anglo-sajones del siglo VII, apostolado que regó con su sangre. Fue uno de los grandes frutos de la inspirada visión y acción evangelizadora de San Gregorio Magno. Le tocaría jugar un rol decisivo en el encumbramiento de los “Pipinos de Heristall”, de los que surgiría Carlomagno.
Entre ellos irradió su influencia San Bonifacio, el gran apóstol fundador de la Iglesia de Alemania, que logra también hacer penetrar en los Obispos galos el espíritu de sujeción amorosa a los sucesores de San Pedro;  en la futura Francia, centro del mundo germano occidental de la época.
Al promediar el siglo VII, el linaje de Clodoveo (los Merovingios) había decaído. Ello no perjudicó al reino franco pues, en su lugar, se elevó una nueva estirpe. Esta personificaba la cumbre de la aristocracia austrasiana: hombres llenos de energía, de potente voluntad y noble fuerza. Mientras los otros reinos caían y el mundo amenazaba convertirse en propiedad de la espada musulmana, era este linaje, la Casa de los Pipinos de Heristall, luego llamados carolingios, el que encabezó la primera y decisiva resistencia (Ranke).
¿Quiénes fueron y qué características tuvieron estos hombres?  ¿Qué logros inscribieron para la Civilización Cristiana en los manuscritos iluminados de la historia universal?  ¿Qué servicios singulares prestaron a la Santa Iglesia Católica?
Lo veremos en la próxima nota.

Fuente principal:
Leopold von Ranke, „Die Römischen Päpste in den letzten vier Jahrhunderten“, Gutenberg-Verlag Christensen & Co., Wien, I, El Papado en unión con el Estado Franco, pp. 13 y ss.
Otras fuentes consultadas:
“L’Histoire de France racontée à tous”, “Les Origines”, Frantz Funck-Brentano, 2ª ed., Libr. Hachette, Paris
Kinder & Hilgemann,  „Dtv-Atlas zur Welt-Geschichte“, Deutscher Taschenbuch Verlag, 10ª ed.
Grégoire de Tours (Saint), “Histoire des Francs”, Union Générale d’Éditions, Paris